Grecia
resiste con huelgas generales nacionales y con combativas
manifestaciones populares los terribles ajustes económicos
que intenta aplicarle el capital financiero internacional.
En efecto, son brutales –un verdadero remedio de
caballo– las medidas drásticas destinadas a reducir la
deuda (que supera en 113 por ciento el producto interno
bruto) y el déficit público (de 12.7 por ciento del PIB)
para hacer que la economía helena cuadre con los parámetros
de Maastricht, o sea, que el déficit público no vaya más
allá de 3 por ciento anual (cosa que ni Francia ni Alemania
cumplen).
La
congelación de los salarios, la reducción de 10 por ciento
en las pensiones y jubilaciones y en los ingresos de los
empleados públicos –el Estado es, de lejos, el principal
empleador del país–, la prolongación de 65 a 67 años de
la edad para jubilarse (en un país donde la expectativa de
vida de los varones apenas supera los 75 años), el aumento
de tres puntos en el IVA, la parálisis de las obras públicas
y la reducción de los aportes estatales para la sanidad, la
educación y los servicios en general, son medidas que
equivalen a una expropiación lisa y llana de sus
asalariados (que constituyen un tercio de la población) y
de los pequeños campesinos minifundistas, con tierras áridas
y poco productivas, y los trabajadores por cuenta propia de
los servicios que, con los rurales, representan tres cuartas
partes de la población económicamente activa de Grecia.
Ésta,
en efecto, si se exceptúa la industria de construcción
naval, vive del turismo y de la pequeña producción
semiartesanal, y su agricultura y su pesca están orientadas
a satisfacer el mercado interno de un país que sólo tiene
la mitad de la población del Distrito Federal mexicano.
Grecia
se endeudó terriblemente con los gobiernos conservadores a
los que la gran empresa financiera Goldman Sachs, una de las
principales responsables de la crisis financiera mundial
actual, prestó dinero con usura (garantizando sus préstamos
ilegales, entre otras cosas, con los ingresos aduaneros o de
la lotería griegos) y ahora la crisis le pasa la factura de
la fiesta al gobierno socialdemócrata de Georgios
Papandreou (que, por supuesto, no vacila cuando hay que
optar entre la defensa del capital y la de los trabajadores
y actúa como verdugo de los bancos).
Hay
que recordar que Atenas tuvo que comprar gran cantidad de
armas a Alemania y a Francia para defenderse de Turquía,
pero las finanzas europeas, como todos los banqueros, no
tienen memoria para agradecer los buenos negocios sino sólo
para cobrar hasta el último peso que se les debe. Sin
embargo, Italia tiene una deuda pública superior y España
tiene seis puntos más de desocupación que la desdichada
Grecia, pero la Unión Europea no les lanza ultimátum ni
las pone en libertad vigilada, como hace con Atenas.
Es
que detrás del ataque contra Grecia se suma la ofensiva del
capital especulativo estadounidense e inglés para poner en
serias dificultades al euro y a la propia UE, más el deseo
de la gran banca franco–alemana de poner un ejemplo con
Grecia antes de que la crisis sea aún más grave en países
más grandes, como Italia o España, o se extienda a los países–mendigos
de Europa oriental recién incorporados a la UE, más la
voluntad de los conservadores gobiernos alemán y francés
de golpear a los socialdemócratas griegos (e,
indirectamente, a los españoles y portugueses) y de poner
en su lugar a los países meridionales segundones que, por
su siglas en inglés, llaman PIGS (Portugal, Italia, Grecia
y Spain, o sea, España), es decir, “cerdos”.
Lo
que pasa en Grecia, en resumen, forma parte de un plan
angloestadounidense contra el euro y contra la Unión
Europea, y de un intento del gran capital europeo por
inclinar aún más a su favor la relación de fuerzas entre
trabajo y capital, aprovechando la reducida industrialización
del país desde que su incipiente industria fuera devastada
por la ocupación nazi–fascista de Mussolini–Hitler y
por la guerra civil posterior para sacarse de encima la
ocupación inglesa y la monarquía profascista.
Pero
el capital no ha contado con la politización y las
tradiciones del pueblo griego, que es el pueblo de
Poliopoulos, el líder comunista partidario de Trotsky
fusilado por los fascistas, y su arqueomarxismo, mayoritario
entre el proletariado griego de antes de la guerra, el
pueblo también de los kapetanios que durante la guerra
civil dirigieron la insurrección contra los ingleses y la
política stalinista de alianza con éstos y que sigue
siendo un pueblo de izquierda y antiimperialista.
Hoy
los trabajadores griegos insurgen al grito: “¡que la
crisis la paguen los plutócratas!”, se movilizan y
recurren a la acción directa y a la autoorganización,
pasando sobre el gobierno de Papandreu. El pueblo griego
resiste formando un frente único contra las resoluciones y
las instituciones estatales y contra la UE ( que es una
alianza de los capitales europeos que desprecia la historia,
la cultura, la sociedad) y la escasa energía de la policía
y las vacilaciones en las fuerzas armadas indican que los
trabajadores influencian, con su acción anticapitalista y
antiimperialista, a las fuerzas nacionalistas presentes
también en las clases medias griegas.
Las
luchas aún no pasan del nivel de la oposición resuelta al
de las propuestas de soluciones anticapitalistas
alternativas. Pero esta necesidad flota ya en el ambiente y
saca a luz los anteriores ejemplos históricos nacionales.
Por eso, muy probablemente la Unión Europea no podrá sacar
de Atenas su libra de carne cual nuevo Shylock, y tendrá
que buscar aliviar la crisis para evitar que de Grecia, ese
pequeño país casi latinoamericano instalado en el sótano
de Europa, venga un ejemplo para Italia, España y el mundo,
y se haga realidad eso de que la crisis la paguen los plutócratas,
no sus víctimas.