Europa ha tenido sus
opositores desde que comenzó su largo camino hacia la unificación. Hubo
muchos que creyeron que era imposible. Hubo muchos otros que pensaron que no
era algo deseable. Sin embargo, debe uno decir que, en el largo y sinuoso
sendero que tomó desde 1945, el proyecto de la unificación europea lo ha
hecho asombrosamente bien.
Después de todo Europa ha
estado desgarrada por los conflictos nacionalistas por lo menos 500 años,
conflictos que culminaron con la Segunda Guerra Mundial, que fue
particularmente repugnante. Y la venganza parecía ser la emoción dominante.
Para 2010, lo que hoy se conoce como Unión Europea (UE) aloja una divisa común,
el euro, que se utiliza en 16 países. Cuenta con una zona de 25 miembros,
llamada Schengen, la cual permite un cierto movimiento libre, sin visas.
Mantiene una burocracia central, una corte de derechos humanos y va en la
pista de tener un presidente y un ministro de relaciones exteriores.
Uno no debe exagerar la
fuerza de todas estas estructuras, pero tampoco se puede subestimar el grado
en que todo esto representa, para bien o para mal, remontar la resistencia
nacionalista por toda Europa, especialmente en los estados más fuertes. Y no
obstante, también es el caso de que ahora Europa parece hacer implosión, en
algunas maneras importantes. Las palabras clave de esta implosión son
“Grecia” y “Bélgica”.
Grecia, como todo el mundo
sabe, atraviesa una severa crisis de deuda soberana. Moody’s ha declarado
que los bonos estatales griegos son inservibles. El primer ministro George
Papandreu ha dicho, muy renuente, que probablemente tendría que recurrir al
Fondo Monetario Internacional (FMI) para conseguir un préstamo, un préstamo
que implicaría las condiciones usuales del FMI, que requiere formas específicas
de restructuración neoliberal. La idea es muy impopular en Grecia –un golpe
a la soberanía griega, al orgullo griego, y en especial a los bolsillos
griegos. También fue recibida con consternación en algunos cuantos estados
europeos que sienten que la ayuda financiera a Grecia debería venir primero
que nada de otros miembros de la UE.
La explicación de este
escenario es bastante simple. Grecia tiene un gran déficit presupuestal. Dado
que Grecia es parte de la zona del euro, no puede devaluar su divisa para
aliviar el problema. Así que requiere asistencia financiera. Grecia pidió
ayuda europea. El país más grande y rico de Europa, Alemania, ha estado muy
renuente, por decir lo menos, a proporcionar tal ayuda. El pueblo alemán se
opone con fuerza a ayudarle a Grecia, y esto se debe básicamente a un reflejo
proteccionista en un tiempo de estrés en Europa. Los alemanes temen también
que Grecia sea la primera en una fila que incluye a otros países (Portugal,
España, Irlanda, Italia) que harán demandas semejantes si Grecia obtiene
dicha ayuda.
El público alemán parece
desear que todo se desvanezca, o que por lo menos Grecia sea de algún modo
expulsada de la zona del euro. Aparte del hecho de que esto es legalmente
imposible, el país que más sufriría por el resultado, además de Grecia,
seguramente sería Alemania, cuya salud económica se basa en gran medida en
contar con un fuerte mercado de exportación dentro de la zona del euro. Así
que, por el momento, parece que estamos ante un impasse. Y los buitres del
mercado vuelan alrededor de los países de la zona del euro que tienen
problemas de deuda soberana.
En medio de todo esto, la
perenne crisis belga ha asomado la cabeza de modo particularmente agudo. Como
país, Bélgica vino a existir como resultado de la política paneuropea. El
colapso del imperio Habsburgo de Carlos V tuvo como efecto la partición de
los llamados Países Bajos Borgoñones, hacia el norte en las Provincias
Unidas y al sur en los Países Bajos Austriacos. Las Guerras Napoleónicas
condujeron a las dos partes a juntarse en el restaurado Reino de los Países
Bajos. Y los conflictos europeos de 1830 condujeron a ambas partes a separarse
de nuevo, con la creación de Bélgica en más o menos lo que fueran los Países
bajos Austriacos, con un rey importado de alguna otra parte.
Bélgica siempre fue un
compuesto de “flamencos” hablantes del flemish, lengua que también hablan
los holandeses, y de los “valones” hablantes de francés, localizados en
gran medida pero de modo imperfecto en dos sectores geográficos diferentes
(norte y sur de Bélgica). También hubo una zona pequeña hablante del alemán.
Hasta 1945, los valones
fueron los más educados y más ricos, y controlaban las instituciones
importantes del país. El nacionalismo flamenco nació como una voz de los
descastados que luchaban por sus derechos políticos, económicos y lingüísticos.
Después de 1945, la economía
belga sufrió un cambio estructural. Las áreas valonas perdieron fuerza y las
áreas flamencas se hicieron más fuertes. En consecuencia, la política belga
se tornó una lucha interminable de los flamencos por obtener más derechos
políticos–devolución de poderes–, con el objetivo, para muchos, de
disolver Bélgica en dos países.
Palmo a palmo, los flamencos
obtuvieron más y más. Hoy, Bélgica como país tiene una monarquía común,
un ministro de relaciones exteriores común, y casi nada más. El punto difícil
en este arreglo es que Bélgica es ahora un Estado confederado con tres, no
dos, regiones –Flandes, Valonia y Bruselas (la capital).
Bruselas no es sólo la
capital de Bélgica. Es la capital de Europa, el locus de la Comisión
Europea. Bruselas es también una ciudad muy bilingüe. Y los flamencos
insisten en hacerla menos así. El problema es que, aun si hubiera un acuerdo
para disolver Bélgica, no habría un modo fácil para arreglar el destino de
Bruselas.
Las últimas negociaciones
han sido tan dificultosas que Le Soir, el periódico principal en francés,
proclamó: “Bélgica ha muerto el 22 de abril de 2010”. Su editorialista
principal preguntó: “¿Este país tiene sentido todavía?” Al momento, el
rey intenta, tal vez en vano, recrear el gobierno. Tal vez tenga que llamar a
nuevas elecciones, sin mucha esperanza de que las elecciones produzcan un
Parlamento realmente diferente. El primero de julio, Bélgica asume por seis
meses la presidencia rotativa de la UE, y no hay certeza de que habrá un
primer ministro belga para presidirla
El problema griego es el
problema de la diseminación. ¿No se replicarán –no se están replicando
ya– los problemas de Grecia en el resto de Europa? ¿Puede sobrevivir el
euro? Sin embargo, el problema belga es incluso mayor. Si Bélgica se separa,
y ambas partes son miembros de la UE, ¿no considerarán otros estados la
separación? Hay después de todo movimientos secesionistas o
cuasisecesionistas importantes en muchos países de la Unión Europea. La
crisis de Bélgica podría bien ser la crisis de Europa.
De las dos implosiones que
amenazan, la simbolizada por Grecia es más fácil de resolver. Básicamente
requiere que Alemania se dé cuenta de que sus necesidades son cubiertas mejor
con un proteccionismo europeo que por un proteccionismo alemán.
La crisis belga implica una
cuestión mucho más fundamental. Si Europa estuviera preparada, ahora mismo,
para moverse hacia un verdadero Estado federal, podría acomodar la ruptura de
cualquiera de sus estados. Pero hasta ahora no está lista aún. Y las
dificultades económicas colectivas del mundo han fortalecido mucho los
estrechos elementos nacionalistas en casi todos los países europeos, como lo
muestran todas las recientes elecciones. Sin una fuerte federación europea,
será extremadamente difícil para Europa sobrevivir el torrente de rupturas.
En medio del desorden político, Europa puede irse por el caño.
Hay una cierta Schadenfreude
[regocijarse en el infortunio de otros] entre los políticos estadunidenses en
torno a las dificultades de Europa. Lo que quizá pueda salvar a Europa de
cualquier implosión es precisamente la siempre creciente amenaza de la
implosión de Estados Unidos. Europa y Estados Unidos están en un subibaja,
cuando uno está arriba el otro está abajo. No queda claro cómo va a jugar
esto en los próximos dos a cinco años.
La unidad de Bélgica no
consigue movilizar ni a la población francófona. Solo unas 3.000 personas se
han manifestado hoy a primera hora de la tarde por el centro de Bruselas en
defensa de la unidad del país y contra el creciente abismo que separa a
flamencos y francófonos. El número de participantes en la marcha ha sido muy
inferior a los 35.000 que logró aglutinar otra manifestación semejante en el
2007.
La manifestación fue
convocada por organizaciones ciudadanas a finales de abril al producidr la caída
del Gobierno federal y la convocatoria de elecciones anticipadas el 13 de
junio a causa del endémico conflicto entre flamencos y francófonos por el
control político y lingüístico de la periferia de Bruselas.
La movilización se ha
realizado básicamente a través de internet, facebook y las redes sociales.
Sorprendentemente, los principales diarios francófonos apenas han informado
de esta convocatoria y en la edición de Le Soir y La Libre Belgique del fin
de semana no había ninguna mención a la marcha, ni siquiera para informar a
los ciudadanos de que habría problemas de tráfico en el centro de la
capital.
Los manifestantes, portando
centenares de banderas tricolores belgas, reclamaron a los políticos que
dejen a un lado los problemas regionales y se concentren en aquello que
realmente preocupa a la población, como la crisis económica, la falta de
empleo y los problemas del transporte, según el texto de la convocatoria de
la marcha. "Sí. Queremos vivir juntos", se podía leer en la
pancarta que encabezaba la manifestación.
Culpa de
la fractura
"Queremos que los
expresar de manera clara que los belgas queremos seguir juntos y que los políticos
deben dejar de ocuparse de problemas regionales que la mayoría de belgas no
comprende", ha explicado Pierre–Alexandre de Maere d'Aertrycke, uno de
los organizadores dela manifestación. Los participantes en la marcha
responsabilizaban casi unánimente a los políticos de la fractura que vive el
país.
"Los políticos belgas
han dejado de vivir en el mismo mundo que los demás ciudadanos, con sus
acumulaciones de salarios", ha declarado Marie–Claire Houard, conocida
popularmente como "Madame Bélgica" por haber organizado la anterior
manifestación en favor de la unidad belga. "Los políticos deben
reaccionar, ocuparse de los problemas reales de Bélgica", ha añadido
Houard.
"No toques mi país"
se leían en los adhesivos que llevaban muchos manifestantes. "Todos
unidos por Bélgica", indicaba una de las pancartas. "Construyamos
puentes y no fosos", señalaba otra de las pancartas. Los manifestantes
han ido coreando eslóganes en francés y neerlandés a lo largo de la marcha
en favor de la unidad y cantando en repetidas ocasiones el hinmo nacional.
Cada vez más
fragmentada
La separación entre las
comunidades flamencas y francófonas se ha acelerado desde las elecciones
legislativas del 2007. Sin ningún partido, ni sindicato, ni siquiera
organización deportiva de carácter estatal, Bélgica está cada vez más
fragmentada en dos comunidades que viven prácticamente de espaldas. Tras las
elecciones de junio del 2007, Bélgica necesitó 10 meses para lograr formar
el 20 de marzo del 2008 un Gobierno mediante una inestable coalición
democristiana–liberal–socialista de cinco partidos. El primer ministro, el
democristiano flamenco Yves Leterme, tuvo que presentar después su dimisión
en tres ocasiones a lo largo de los dos últimos años.