La recuperación económica
de Alemania ha venido ganando impulso últimamente, y su caso se usa
–tanto en la prensa europea como en la estadounidense— para
sostener la idea de que los alemanes "habrían dado con la fórmula de
todo punto adecuada", "hacer sacrificios a corto plazo a favor del
éxito a largo plazo". La fórmula, se dice, pasa por adoptar políticas
de austeridad que ahora se hacen tragar a países como España y Grecia.
Desde luego que Alemania ha
hecho algunas cosas bien, pero su fórmula no ha incluido el tipo de políticas
pro–cíclicas –austeridad fiscal cuando la economía se contrae o está
creciendo débilmente— que las autoridades europeas y el FMI están
exigiendo a España.
En efecto: los últimos datos
presupuestarios dados a conocer esta semana muestran que el déficit
presupuestario alemán en el primer semestre del presente año se ha
multiplicado por dos en relación con el año pasado.
Situado en el 3,5% del PIB, aún
es más bajo que el de muchos otros países europeos. Pero lo cierto es que
los alemanes no recortaron su déficit presupuestario durante la recesión,
como en cambio está haciendo ahora España.
La mejor política alemana ha
sido la que mantenido baja su tasa de desempleo (actualmente situada en el
7%), al mismo nivel o aun por debajo que el de antes de la recesión, y ello a
pesar de una caída de la economía más profunda –un 4,5%, en 2009— que
la experimentada por los EEUU.
Se trata de una política de
subsidio de los empleadores para mantener a los trabajadores en su puesto de
trabajo en jornada reducida, en vez de despedirlos. Esa política ha salvado
cientos de miles de puestos de trabajo en Alemania, y podría salvar millones
en los EEUU, si tuviéramos aquí una dirección política con el coraje
necesario para dar estos modestos pero obvios pasos.
Irónicamente, sin embargo,
las reformas cuya adopción se exige a España van sentido opuesto: las
autoridades europeas quieren que España facilite a los empresarios el despido
de los trabajadores.
Otra falacia en el argumento:
el crecimiento alemán registrado en el segundo trimestre –un 2,2% en relación
con el trimestre anterior, o un 9% a tasa anual— fue básicamente impulsado
por las exportaciones, que crecieron un 8,2% en relación con el trimestre
anterior, o un 37% a tasa anual. Como ha observado el South Center, en el período
2002–2007, la exportaciones representaron el 143% del crecimiento alemán,
lo que significa que la economía alemana se habría contraído estos años de
no ser por el crecimiento de la exportación.
Puesto que el grueso de la
exportación alemana va a parar a los países de la eurozona, resulta patente
que no todo los países de la eurozona podrían seguir el ejemplo alemán, aun
disponiendo de la competitividad industrial para hacerlo.
Lo que nos lleva al otro
asunto utiliza como arma arrojadiza contra España y a favor de imponerle
medidas de austeridad, y es a saber: que España necesita salarios más bajos
a fin de poder competir con la superior productividad industrial de Alemania.
Es verdad que la
productividad manufacturera de Alemania es superior a la española y que el
hiato se ha ensanchado desde la adopción del euro en 2002. Además, el hiato
en relación con los costes por unidad de trabajo se ha ensanchado todavía más,
puesto que los salaros crecieron en España más rápidamente que en Alemania
durante ese período, al tiempo que la productividad alemana crecía más rápidamente
que la española.
Mas, a efectos prácticos,
esto monta tanto como un argumento cuya conclusión es que España no puede
pertenecer a la eurozona junto con a Alemania. Si España dispusiera de su
propia moneda, podría aumentar su productividad en relación con Alemania
mediante una devaluación que abaratara sus exportaciones. La moneda común
impide la opción de la devaluación.
Lo que deja como única
posibilidad la de la "devaluación interna", esto es, restaurar la
competitividad exportadora a través de unos salarios más bajos. Hacerlo,
requiere una recesión profunda y prolongada, con un desempleo tan alto, que
genere una enorme presión a la baja sobre los salarios.
Letonia, que mantiene una
tasa fija de cambio con el euro no ha llegado precisamente muy lejos con esa
estrategia, a pesar de un desplome récord de más de un 25% de su PIB en sólo
dos años. Estonia intentó una estrategia similar, perdiendo cerca de un 20%
de su PIB y llevando el desempleo del 2% al 16%. Pero incluso este severo
castigo ha tenido poco impacto en la tasa real de cambio del país.
Los problemas dimanantes de
una moneda común entre países con niveles harto diferentes de productividad
tendrá que afrontarlos la eurozona tarde o temprano. Pero no se resolverán
imponiendo políticas pro–cíclicas a España o a cualquier otro país de la
eurozona. Y la recuperación económica de Alemania no proporciona la menor
prueba a favor de esas políticas autodestructivas.
(*)
Mark Weisbrot es co–director, junto a Dean Baker, del Center for Economic
and Policy Research de Washington, D.C. Doctorado en economía por la
Universidad de Michigan, ha
escrito numerosos trabajos sobre política económica, centrándose
especiamente en Latinoamérica y la política económica internacional. Es
autor, con Baker, de Social Security: The Phony Crisis (University of Chicago
Press, 2000). Colaborador ocasional de The New York Times, The
Washington Post y Los Angeles Times, y regularmente de The Guardian y Folha de
Sao Paulo, el mayor diario brasileño, a través de McClatchy–Tribune
Information Services sus artículos se difunden en más de 550 periódicos.
Preside además Just Foreign Policy, una organización independiente que
intenta reformar la política exterior norteamericana.