Nueva York.- Después de un
verano en que los europeos han olvidado sus desdichas bronceándose en la
playa, ha llegado el momento de comprobar cuál es la situación real, pues
los problemas fundamentales de la zona del euro siguen sin resolver.
En primer lugar, un plan de
rescate de un billón de dólares impidió en mayo una quiebra inmediata de
Grecia y una desintegración de la zona del euro, pero ahora las diferencias
de deuda soberana en los países periféricos de la zona del euro han vuelto a
los niveles vistos en el punto máximo de la crisis en mayo.
En segundo lugar, con una
serie de “pruebas de resistencia” financiera amañadas se intentó
convencer a los mercados de que los bancos europeos sólo necesitaban 3.500
millones de euros en nuevo capital, pero ahora ya sólo el Anglo–Irish puede
tener un agujero de capital de nada menos que 70.000 millones de euros, lo que
inspira poderosas dudas sobre la verdadera solvencia de otros bancos
irlandeses, españoles, griegos y alemanes.
Por último, una aceleración
temporal del crecimiento en la zona del euro en el segundo trimestre impulsó
los mercados financieros y el euro, pero ahora está claro que se trató de
una mejoría transitoria. El PIB de todos los países periféricos de la zona
del euro sigue contrayéndose (España, Irlanda y Grecia) o creciendo apenas
(Italia y Portugal).
Incluso el éxito temporal de
Alemania está cargado de reservas. Durante la crisis financiera del período
2008–2009, el PIB se redujo mucho más en Alemania –por su dependencia de
un comercio mundial que se desplomaba– que en los Estados Unidos. Un rebote
transitorio de semejante caída pronunciada no es de extrañar y la producción
alemana sigue siendo inferior a los niveles de antes de la crisis.
Además, todos los factores
que en la segunda mitad de 2010 y en 2011 provocarán una desaceleración del
crecimiento de la mayoría de las economías avanzadas siguen activos en
Alemania y en el resto de la zona del euro. El estímulo fiscal se está
volviendo austeridad fiscal y un lastre para el crecimiento. El ajuste de
existencias que impulsó la mayor parte del crecimiento del PIB durante unos
trimestres ha concluido y las políticas tributarias que robaron la demanda al
futuro (“dinero para fracasos” en toda Europa, etcétera) han expirado.
La desaceleración del
crecimiento mundial y los riesgos reales de que haya una recesión con doble
caída en los Estados Unidos y en el Japón impedirán fatalmente el aumento
de las exportaciones, incluso en Alemania. De hecho, los datos más recientes
de Alemania –descenso de las exportaciones, disminución de los pedidos a
las fábricas, crecimiento anémico de la producción industrial y desplome de
la confianza de los inversores– indican que ha comenzado la desaceleración.
En la periferia, el plan de
rescate de un billón de dólares y las blandas “pruebas de resistencia”
aplazaron el momento de la verdad, pero los problemas fundamentales no
han desaparecido: grandes déficits y cantidades de deuda pública que serán
difíciles de reducir suficientemente, en vista de la debilidad de los
gobiernos y la violenta reacción pública contra la austeridad fiscal y la
reformas estructurales; grandes déficits de la balanza de pagos por cuenta
corriente, pasivos externos del sector privado que serán difíciles de
refinanciar y amortizar; pérdida de competitividad (debida a la pérdida de
cuota de mercado en materia de exportaciones con gran densidad de mano de obra
a mercados en ascenso, al aumento de los costos por unidad laboral y a la
fortaleza del euro hasta 2008); escaso crecimiento real y potencial y riesgos
enormes de los bancos y las entidades financieras (exceptuada Italia).
Ésa es la razón por la que
Grecia es insolvente y una reestructuración coercitiva de su deuda pública
es inevitable y por la que España e Irlanda tienen graves dificultades e
incluso Italia, que tiene una base fiscal relativamente más sólida, pero ha
tenido una renta por habitante estática durante un decenio y ha hecho pocas
reformas estructurales, no puede mostrarse autocomplaciente.
Como la austeridad fiscal
entraña más presiones recesivas y deflacionarias a corto plazo, sería
necesario más estímulo monetario para compensar y un mayor aumento de la
demanda interna –mediante una austeridad fiscal retrasada– en Alemania,
pero los dos protagonistas mayores de la zona del euro –el Banco Central
Europeo y el Gobierno de Alemania– no quieren participar en ese programa,
con la esperanza de que un trimestre de buenos datos del PIB se convierta en
tendencia.
El resto de la zona del euro
apenas está en mejor forma que la periferia: los vigilantes de los bonos
pueden no haber despertado en Francia, pero los resultados económicos de este
país han sido anémicos, en el mejor de los casos, impulsados más que nada
por un miniauge inmobiliario. El desempleo supera el 9 por ciento, el déficit
presupuestario asciende al 8 por ciento del PIB (mayor que el de Italia) y la
deuda pública está aumentando rápidamente.
Nicolas Sarkozy llegó al
poder después de haber hablado mucho de reformas estructurales; ahora está
debilitado incluso dentro de su propio partido y perdió las elecciones
regionales ante la izquierda (el único caso en Europa de un cambio a la
izquierda en elecciones recientes). En vista de que en las elecciones
presidenciales de 2012 afrontará una dura ofensiva del candidato del Partido
Socialista –lo más probable es que sea el temible Dominique Strauss–Kahn–,
es probable que Sarkozy aplace la austeridad fiscal en serio y lance sólo
reformas estructurales cosméticas.
El Primer Ministro de Bélgica,
Yves Leterme, como actual Presidente en ejercicio de la UE, habla ahora de una
mayor unidad y coordinación de las políticas europeas, pero Leterme no
parece que pueda mantener unido su propio país, por no hablar de Europa.
Incluso Angela Merkel –en
la Alemania que crece– ha quedado debilitada en su propia coalición. Otros
dirigentes de la zona del euro afrontan una oposición política dura: Silvio
Berlusconi en Italia, a quien hemos de esperar que pronto echen del poder; José
Luis Rodríguez Zapatero en España; George Papandreu en Grecia.
Y la política se está
volviendo nacionalista en muchas partes de Europa, como lo refleja una reacción
violenta contra los inmigrantes, las redadas contra los gitanos, la
islamofobia y el ascenso de partidos de extrema derecha.
De modo que una zona del euro
que necesita austeridad fiscal, reformas estructurales y políticas
financieras y macroeconómicas apropiadas está políticamente debilitada
tanto en el nivel nacional como en el de la UE. Ésa es la razón por la que
mi mejor hipótesis es la de que la zona del euro vaya tirando mal que bien en
los próximos años; en el peor de los casos (y con una probabilidad de más
de un tercio), la zona del euro se fragmentará por la combinación de
reestructuraciones de la deuda soberana y salidas de algunas de las economías
más débiles.
(*)
Nouriel Roubini es presidente de Roubini Global Economics,
profesor de la Universidad de Nueva York y coautor del libro Crisis
Economics (“Economía de crisis”).