La coalición
liberal-conservadora se apresta a
terminar lo que Thatcher empezó
Por
Seumas Milne (*)
The Guardian, 20/10/10
Sin Permiso, 24/10/10
Traducción de Miguel de Puñoenrostro
En lo que constituye un
verdadero golpe político, los tories y los liberal-demócratas están
imponiendo una batería de medidas radicales careciendo de mandato democrático
para llevarlas a cabo.
La salvajada desvelada hoy
por George Osborne no sólo representa el mayor programa de recorte del gasto
público desde los años 20 del siglo pasado. Cuando la niebla de que se rodea
el ministro de finanzas comenzó a despejarse, el alcance de la ambición política
subyacente a ese programa resultó manifiesto. La coalición liderada por los
conservadores se está sirviendo de la crisis económica no sólo para
disponer a su antojo del Estado, sino para reordenar la sociedad.
Esto va a ser la terapia de
choque en Gran Bretaña. Es la culminación del proyecto conservador de
desmantelamiento del núcleo mismo del Estado de bienestar –Osborne ha
hablado hoy de "reestructurar los servicios públicos— que comenzó
hace más de 30 años.
Ni los conservadores ni sus
socios liberal-demócratas tienen un mandato para hacer tal cosa, ni para
tomar el tipo de decisiones que han venido tomando en manifiesta violación de
sus compromisos de campaña electoral: desde la abolición de la asistencia
infantil universal hasta la transformación privatizadora de arriba debajo del
Servicio Nacional de Salud. Contra este tipo de cosas votó la mayoría en las
elecciones del pasado mes de mayo.
De modo que los dirigentes de
la coalición liberal-conservadora se han servido de la absurda pretensión de
que el país se halla a pique de la bancarrota para forzar una batería de
cambios devastadores, cada uno de los cuales, tomado en sí mismo, podría
llegar a constituir el foco de una larga batalla política. No ofrece duda: es
una especie de golpe político. Con el resultado de una toma caótica de
decisiones: un recorte del 16% en el presupuesto de la BBC impuesto a media
noche junto a un acuerdo del Ministerio de Defensa que promete más
portaviones sin que se prevean más aviones.
Pero en lo tocante a
coreografía, los chicos de Bullingdon,[1] Osborne y David Cameron –un
antiguo empresario de relaciones públicas y un maestro de las maniobras políticas
en la sombra— han jugado al despiste. Meses de filtraciones sobre imponentes
recortes y anuncios cuidadosamente graduados en el tiempo sobre posibles
asaltos a los ingresos de las clases medias –desde ayudas para los hijos
hasta apoyos para el material escolar— han ido preparando a la opinión pública
para el paquete de recortes hoy presentado con la engañosa consigna:
"todos estamos juntos en esto".
Llegó incluso un momento en
que algún espabilado partidario de la coalición se avilantó a sugerir que
esta era una especie de administración orientada a la izquierda. Cuando Nick
Clegg insistía en la pretendida progresividad del programa de la coalición
liberal-conservadora, no pocos comentaristas de derecha refunfuñaron que no
habría el menor recorte de gastos públicos.
Ahora se ha impuesto la
brutal realidad. Los distintos entes públicos directamente dependientes del
gobierno procederán a un recorte medio del 19% en los próximos cuatro años.
El recorte mayor, de unos 18 mil millones de libras esterlinas, se calla por
sabido, afectará al gasto social y de bienestar orientado a las capas más
pobres de este país.
La retórica generalmente
tiesa de Osborne comenzó a patinar visiblemente cuando entró en una serie de
precisiones técnicas, el impacto de las cuales era todo menos técnico. Por
ejemplo: las ayudas a la incapacidad se recortan en otro año, más recortes
en las ayudas para vivienda y un recorte neto drástico en los créditos
fiscales asociados a los hijos.
Quienes al final pagarán la
factura del desplome causado por los bancos serán las mujeres, las familias y
los enfermos, además de los adolescentes de clase baja y los trabajadores del
sector público. Millones y millones de personas. Claro que Cameron y Osborne
esperan que los consejos locales carguen con las culpas de unos recortes del
30%; que las universidades carguen con las culpas de unos recortes del 40% en
la financiación de la enseñanza superior; y que los operadores locales se
hagan responsables de un recorte del 20% en los subsidios para autobuses.
En lo tocante a gasto social
y bienestar, el cálculo es cínicamente expedito. Los más pobres y
vulnerables han perdido todo favor político, mientras que se mima a los
militares y a la mayoría de los pensionistas, gentes que acuden
mayoritariamente a votar y que por eso mismo son comparativamente tratadas con
guante de seda.
La insistencia de Osborne
ayer de que quienes tienen "las espaldas más anchas" han de
"cargar con el mayor peso" y de que estos recortes afectan sobre
todo a los más ricos es totalmente ridícula. Una afirmación de parecido
tenor realizada cuando presentó sus presupuestos en junio no tardó en
revelarse como lo exactamente opuesto a la verdad.
Las propias cifras del
ministro de finanzas muestran que el 10% más pobre soportará la mayor carga
de los recortes de gasto anunciados ayer. Incluso tomando en consideración
todas las medidas de gasto y todas las medidas fiscales, los más pobres son
los segundos afectados entre todos los grupos de ingresos, y eso sólo porque
los cálculos del gobierno hinchan indebidamente el impacto en el 10% más
rico al incluir la tasa fiscal laborista del 50%.
Y si hablamos de los ricos en
serio, obviamente los recortes y los cambios fiscales de la coalición
liberal-conservadora apenas les afectan. La recaudación bancaria de Osborne
apenas iguala el recorte en las ayudas a los niños, mientras que los
impuestos a las empresas se reducirán años tras año. Y quienes realmente
causaron la crisis que provocó un agujero en las finanzas públicas se les
pide que paguen… ¡prácticamente nada!
Ello es que cerca de un millón
de puestos de trabajo en el sector público y en el sector privado se pederán
como resultado directo de las medidas anunciadas por el ministro de finanzas.
Y lo que es potencialmente más desastroso aún, al encoger la demanda en la
economía, los recortes de Cameron y Osborne amenazan con devolverla a la
recesión en un momento en que los gobiernos de los principales países con
los que Gran Bretaña tiene intercambio comercial están haciendo exactamente
lo mismo.
El propio FMI, que el mes
pasado apoyó el programa de recortes de la coalición liberal-conservadora,
argumenta en cambio ahora que la austeridad fiscal británica podría acabar
yugulando drásticamente el crecimiento aun si se hiciera aisladamente. Y en
el contexto de la manía de austeridad a escala europea, lo más probable es
que el impacto deflacionario sea harto peor. Si eso se traduce luego en menor
recaudación fiscal y en mayor desempleo, entonces el gobierno tendrá que
proceder o a ulteriores recortes o a un giro de 180 grados, tan dramático
como humillante.
Por ahora, Cameron y Osborne
se están escorando hacia el sector privado, dispuestos a rescatarlo a lomos
de la falsedad mil veces repetida y públicamente aceptada, según la cual fue
la prodigalidad laborista la que creó el déficit que la coalición
liberal-conservadora se ve ahora obligada a enjugar. En realidad, la escalada
del déficit presupuestario no hace sino reflejar la del déficit medio de los
33 países más desarrollados entre 2007 y 2009 (del 1% del PIB en 2007 al 9%
en 2009), cuando la recaudación fiscal se desplomó y se dispararon los
subsidios en la estela de la crisis de 2008.
Pero la capacidad de los
laboristas para encabezar la creciente oposición pública a los recortes y
para ofrecer una alternativa de inversiones públicas y crecimiento está
destruida por sus propios compromisos de campaña electoral con una disminución
del déficit a ritmos temporales arbitrarios, y no según la evolución de la
economía. Que es lo que está haciendo ahora mismo
Osborne. Eso es lo que hay que enmendar y superar lo antes posible, si
se quiere que la loca política de clase puesta en marcha ayer por la coalición
liberal-conservadora descarrile.
(*)
Seumas Milne es un analista político británico que escribe en el diario The
Guardian. También trabajó para The Economist. Es coautor de “Beyond the
Casino Economy”.
1.- En
alusión a la pertenencia de ambos dirigentes políticos al Club Bullingdon,
una antiguo, famoso y exclusivo club para chicos juerguistas de clase alta
ligado a la Universidad de Oxford. (N. del T.)
El
proyecto de "gran sociedad" de
los conservadores
El trabajo
gratuito de las mujeres en lugar de
las políticas sociales
Por
Selma James (*)
The Guardian, 21/10/10
Sin Permiso, 24/10/10
El Estado de bienestar fue un
legado de la Segunda Guerra Mundial. Tras la miseria de la gran depresión y
la masacre que la sucedió, existía una fuerte demanda de cambio. El
bienestar de las personas, incluidas las de clase trabajadora, debía ocupar
un papel central en las políticas públicas. Millones aspiraban al
socialismo. Lo que se consiguió fue el Estado de bienestar. Entre 1951 y 1979
los tories se mostraron cautelosos. Algunos, incluso, abrazaron como propia la
influencia civilizadora de los "derechos". Todos los seres humanos
tenían derecho a no morir de hambre, al menos en el Reino Unido.
Los recortes anunciados ayer
por George Osborne pretenden, una vez más, convertir a las fuerzas de mercado
en prioridad social y económica absoluta, relegando a las personas y devolviéndonos
a los años de privación de entreguerras.
Las asignaciones familiares
universales (ahora conocidas como prestación por hijo) supusieron un claro
reconocimiento de que las mujeres tenían un papel vital como trabajadoras en
la reproducción de la especie. Tras la conquista del sufragio, la feminista
Eleanor Rathborne, procedente de una familia antiesclavista de Liverpool,
trabajó de manera incasable para conseguir que se reconociera a madres y niños
el derecho a un ingreso independiente al obtenido (o no) por los hombres. Con
ello se pretendía reconocer las necesidades de los niños y el trabajo y la
autonomía financiera de sus cuidadoras.
La asignación familiar
permitía reparar la clamorosa injusticia de unas madres condenadas a la
miseria y económicamente "desheredadas". Después de todo, madres e
hijos, aun no siendo asalariados, constituían la mayoría de la población.
Rathborne luchó para que este ingreso fuera universal: toda madre, con
independencia de su clase, tenía derecho a que se le pagase por su trabajo de
cuidado. Rathborne pensaba que este derecho –no caridad– aseguraría la
independencia financiera de las mujeres. Acabó profundamente decepcionada.
A medida que las mujeres se
fueron abriendo otras vías para conseguir la independencia económica, el
trabajo reproductivo dejó de verse como una prioridad social. Algunas
feministas consiguieron sobrevivir bastante bien en el mercado laboral, en un
mundo de hombres. Sus madres habían trabajado en la esfera doméstica. Ellas
habían conseguido trascenderla. Sus carreras les permitirían costear la
ayuda de otras mujeres (mal pagadas) como limpiadoras y cuidadoras de sus niños.
Rathborne, en cambio, sabía bien que "un pueblo acostumbrado a medir el
valor de las cosas en términos monetarios, pensará indefectiblemente, aunque
ello contradiga su evidencia inmediata, que cualquier servicio al que se pone
un precio, por más bajo que sea, es más valioso que aquél que se presta a
cambio de nada".
El dictum thatcheriano según
el cual "la sociedad no existe", y su aversión por "la cultura
de los derechos", ha marcado la política social británica desde 1979.
Cuando Blair llegó al gobierno, decidió que las madres solteras "no tenían
trabajo" y recortó severamente las prestaciones para familias
monoparentales. El trabajo de criar a los hijos pasaba a considerarse una pérdida
de tiempo. Esta concepción ha marcado la reciente Ley de reforma del
bienestar, que abolió el ingreso de apoyo, una prestación que reconocía el
trabajo no pagado de las madres. También ha informado algunos aspectos
cruciales de la reforma en curso. La laborista Harriet Harman fue la encargada
de justificar públicamente los recortes de prestaciones a familias
monoparentales. Su compañera partido, Yvette Cooper, la contrarreforma del
bienestar. ¿Con qué autoridad pueden oponerse ahora a los ajustes del
Partido conservador?
Como bien se ha señalado,
serán las familias con niños las que más sentirán el peso de los ajustes,
que no alcanzarán del mismo modo a las familias sin hijos que cuentan con dos
ingresos. En realidad, la carga más pesada recaerá sobre las personas
responsables de las tareas de cuidado. Y no sólo de los menores, que verán
afectada su educación y perderán otras asignaciones, sino también de
parientes con discapacidad o de padres jubilados cuyos servicios de atención
también acabarán eliminados o subcontratados a trabajadoras y trabajadores
pagados con salarios miserables para alcanzar objetivos productivo, no para
cuidar de otros.
Muchas madres habían
conseguido escapar a la dependencia al obtener empleos como maestras,
bibliotecarias y otros trabajos en el sector público. Un 60,3% de los dos
millones de madres y padres solteros, por su parte, habían podido salir al
mercado laboral (frente a un 44,7% en 1997). Incluso madres que todavía dan
el pecho a sus hijos acababan por someterse a entrevistas de trabajo. A
resultas de esta realidad, el número de madres que se quedan en casa había
alcanzado mínimos históricos, aunque las familias tenían que luchar con
denuedo para llegar a fin de mes. Si los recortes las envían de nuevo a casa,
¿qué ocurrirá?
Con sorprendente falta de
realismo, las contrarreformas actuales no tienen en cuenta el vínculo entre
el destino de madres e hijos y apenas se preocupan por el bienestar de estos
últimos. Como bien plantea Jamie Oliver, nadie parece preocuparse por lo que
los niños vayan a comer; por el aumento del abandono escolar o por los
menores que acabarán convirtiéndose en cuidadores de padres con
discapacidades o de sus hermanos, cuando los adultos salgan a trabajar. Sólo
la ignorancia del trágico escándalo que supone la pobreza infantil explica
que el empobrecimiento creciente al que asistimos no cause la conmoción que
debería.
Las políticas de ajuste
estructural, esto es, la privatización y los recortes de derechos que
devastaron al mundo desarrollado en los años 80 y 90, contaban con que las
mujeres se hicieran cargo de una mayor cantidad de trabajo no pagado o se
quedaran sin él, incluso si ello suponía morirse de hambre. De manera
similar, el proyecto conservador de "gran sociedad" contempla que
las mujeres reemplacen unos servicios públicos destruidos, haciéndose cargo
de trabajo no pagado. Una vez más, nuestro trabajo como cuidadoras se da por
descontado, pero no se hace cuenta alguna para remunerarlo.
Los recortes en marcha
descansan en la absurda idea de que las fuerzas de mercado están más allá
de todo control humano ¿Qué se ha hecho de la promesa de mayor tiempo libre
gracias a los avances tecnológicos que tanto desempleo e inseguridad laboral
causaron? Nosotras, en realidad, rechazamos el ethos dominante con arreglo al
cual unos padres que destinan su tiempo y una sociedad que destina sus
recursos al cuidado, constituyen un lujo inaccesible, mientras los salarios
obscenos de los ejecutivos de empresas, sus bonificaciones o la venta de armas
están a la orden del día ¿No será hora de defender nuestros intereses como
en Francia?
(*)
Selma James es una veterana activista socialista y feminista nacida en
Brooklyn, Nueva York. Es coautora, junto a Mariarosa Dalla Costa, de una obra
clásica sobre trabajo doméstico, “Power of Women and the Subversion of the
Community”, aparecida en 1972, impulsora de la Campaña internacional por la
Remuneración del Trabajo Doméstico y coordinadora de la Huelga Mundial de
Mujeres.
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