Francia

Dos tercios de los franceses creen que las huelgas deberían haberse desarrollado de un modo harto más radical

Millones han perdido la paciencia

Por Michael R. Krätke (*)
Freitag, 21/10/10 octubre 2010 
Sin Permiso, 24/10/10
Traducción de Amaranta Süss

Millones de franceses han perdido la paciencia estos últimos días, y se han puesto a la defensiva protestando contra la reforma de las jubilaciones.

Por dos veces ya –en 1995 y en 2003— parecidas osadías camufladas de proyectos de reforma naufragaron en los bajíos de la protesta callejera de masas. Varias cabezas representativas de la clase política rodaron por la arena. También Sarkozy tiene ahora que temer por su supervivencia política. La cosa no ofrece duda: si pierde esta batalla, puede ir despidiéndose de su reelección en 2012. Si triunfa el movimiento de protesta, la izquierda tendrá mejores perspectivas que hasta ahora para ganar las presidenciales.

La edad de jubilación legal tendría que pasar de 65 a 57 años, y de 60 a 62 para una jubilación anticipada con descuentos. En estos últimos años, el número de años de cotización para conseguir una pensión máxima pasó ya de 37,5 a 41. Una de las consecuencias: según las autoridades estadísticas de la UE, un 13% de los jubilados se halla hoy en Francia bajo el umbral de pobreza (en Alemania, un 17%; un 30% en Gran Bretaña). ¿Trabajar más tiempo para acceder a una pensión menor, como los alemanes o como los británicos? De ninguna manera: la mayoría de los franceses ha querido vetar esa demasía.

La ola de manifestaciones, la serie de huelgas y bloqueos masivos, lejos de amenguar, no ha dejado de crecer día a día. Hasta comienzos de esta semana, se han lanzado a la calle cada día más de tres millones de personas. Los escolares y los estudiantes universitarios se han unido al movimiento huelguístico. Más de 1.200 institutos de enseñanza media y muchas universidades han hecho huelga. La clase política francesa tiene desde mayo de 1968 un pánico inveterado a la alianza entre escolares, universitarios y obreros. Pues ahora se añaden los jubilados…

También los camioneros confluyen en el movimiento huelguístico, aun si, antes como ahora, se jubilan con 55 años. Su acción de paso de tortuga paralizó las autopistas francesas: el acceso a los depósitos de combustible y petróleo, a distritos industriales enteros, quedó cerrado en muchas partes. Es evidente: en Francia hubo y sigue habiendo solidaridad entre quienes aquí llamamos trabajadores asalariados.

Sarkozy sigue duro

Inimaginable en Alemania: a pesar de todos los inconvenientes de tráfico, a pesar de la amenaza de suspensión del suministro eléctrico, a pesar de la previsible escasez en la provisión de alimentos, a pesar de alborotos y algaradas, una holgada mayoría de franceses apoya da su apoyo al movimiento huelguístico nacional. Todas las encuestas coinciden: entre un 70% y un 75% de la población total rechazan la reforma de Sarkozy y sostienen la protesta. Para el 84% de los jóvenes entre 18 y 24 años, la pensión se ha convertido en la increíble  promesa de un futuro nebuloso. Por lo demás, dos tercios de los franceses creen que las huelgas deberían haberse desarrollado desde el principio de un modo harto más radical. ¿Por qué no pasar a una huelga general indefinida? El 50% sería partidario de eso.

Nicolas Sarkozy se mantuvo duro hasta el final. Trató por varios medios de dividir al movimiento, apuntando sobre todo a los poco homogéneos sindicatos. Hubo pequeñas concesiones –por ejemplo, para madres con más de tres hijos—, para descolgar del frente huelguístico a algunas centrales sindicales. Al final, todas esas manioibras quedaron en nada, aun si François Chérèque, jefe de la socialista CFDT, llegó a entrar en negociaciones. Pero cuando se vio que el primer ministro Fillon no tenía otra cosa que ofrecer sino retoques cosméticos del proyecto de reforma, no tardaron en disiparse las dudas.

El Ministerio del Interior hizo de las suyas y manipuló sin escrúpulos las cifras y las informaciones. Tres millones y medio de huelguistas y manifestantes quedaron reducidos, como en la semana anterior, a menos de un millón. Pero no se puede negar que el recorte de pensiones afecta a todos. La paz y el orden han dejado de ser el primer deber ciudadano.

Una mirada a través del canal de la Mancha

Hay que mirar a la verdad de frente, argüía el gobierno: si sigue aumentando la esperanza de vida, también habrá que trabajar más tiempo; compárese con los que ocurre en otros países de la UE, y tómese nota de lo que allí hacen. Pero poco pueden adelantar Sarkozy y Fillon por esta vía, porque más de dos tercios de los franceses consideran simple desfachatez la pretensión de convertir a las jubilaciones en chivo expiatorio del déficit presupuestario. Que las arcas públicas estén vacías, algo tendrá que ver con los actos de conciliación con y rescate de los grandes bancos afectados, algo tendrá que ver con las deducciones fiscales a las empresas y a las entidades financieras, muchas de las cuales se hallan entre las causantes de la crisis financiera. Se habla de un "hiato generacional"; manifiesto como es, no se entiende que no quiera hablarse de un "hiato de justicia".

Hasta ahora venían decidiéndose las huelgas en el día a día, y ello también en la certeza de que, luego de su votación en el Senado, las cosas serían muy distintas y la reforma se convertiría en ley. Con independencia de lo que piense la mayoría de los franceses. Se sabía que, luego de la decisión, el 20 de octubre, habría que hablar de interrumpir o continuar la huelga. Sabiendo también que una ley como la del recorte de pensiones no será la última que apruebe un gobierno conservador so pretexto de saneamiento presupuestario y reparto de cargas. Una mirada a lo que ocurre al otro lado del Canal de la Mancha muestra ya a los franceses todo lo que les puede venir encima. Más que nunca se precisa en Francia de una izquierda unida: para el movimiento huelguístico presente, y para todo lo que de aquí en más pueda venir.


(*) Michael R. Krätke, miembro del Consejo Editorial de SinPermiso, es profesor de política económica y derecho fiscal en la Universidad de Ámsterdam, investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social de esa misma ciudad y catedrático de economía política y director del Instituto de Estudios Superiores de la Universidad de Lancaster en el Reino Unido.