Millones de franceses han
perdido la paciencia estos últimos días, y se han puesto a la defensiva
protestando contra la reforma de las jubilaciones.
Por dos veces ya –en 1995 y
en 2003— parecidas osadías camufladas de proyectos de reforma naufragaron
en los bajíos de la protesta callejera de masas. Varias cabezas
representativas de la clase política rodaron por la arena. También Sarkozy
tiene ahora que temer por su supervivencia política. La cosa no ofrece duda:
si pierde esta batalla, puede ir despidiéndose de su reelección en 2012. Si
triunfa el movimiento de protesta, la izquierda tendrá mejores perspectivas
que hasta ahora para ganar las presidenciales.
La edad de jubilación legal
tendría que pasar de 65 a 57 años, y de 60 a 62 para una jubilación
anticipada con descuentos. En estos últimos años, el número de años de
cotización para conseguir una pensión máxima pasó ya de 37,5 a 41. Una de
las consecuencias: según las autoridades estadísticas de la UE, un 13% de
los jubilados se halla hoy en Francia bajo el umbral de pobreza (en Alemania,
un 17%; un 30% en Gran Bretaña). ¿Trabajar más tiempo para acceder a una
pensión menor, como los alemanes o como los británicos? De ninguna manera:
la mayoría de los franceses ha querido vetar esa demasía.
La ola de manifestaciones, la
serie de huelgas y bloqueos masivos, lejos de amenguar, no ha dejado de crecer
día a día. Hasta comienzos de esta semana, se han lanzado a la calle cada día
más de tres millones de personas. Los escolares y los estudiantes
universitarios se han unido al movimiento huelguístico. Más de 1.200
institutos de enseñanza media y muchas universidades han hecho huelga. La
clase política francesa tiene desde mayo de 1968 un pánico inveterado a la
alianza entre escolares, universitarios y obreros. Pues ahora se añaden los
jubilados…
También los camioneros
confluyen en el movimiento huelguístico, aun si, antes como ahora, se jubilan
con 55 años. Su acción de paso de tortuga paralizó las autopistas
francesas: el acceso a los depósitos de combustible y petróleo, a distritos
industriales enteros, quedó cerrado en muchas partes. Es evidente: en Francia
hubo y sigue habiendo solidaridad entre quienes aquí llamamos trabajadores
asalariados.
Sarkozy
sigue duro
Inimaginable en Alemania: a
pesar de todos los inconvenientes de tráfico, a pesar de la amenaza de
suspensión del suministro eléctrico, a pesar de la previsible escasez en la
provisión de alimentos, a pesar de alborotos y algaradas, una holgada mayoría
de franceses apoya da su apoyo al movimiento huelguístico nacional. Todas las
encuestas coinciden: entre un 70% y un 75% de la población total rechazan la
reforma de Sarkozy y sostienen la protesta. Para el 84% de los jóvenes entre
18 y 24 años, la pensión se ha convertido en la increíble
promesa de un futuro nebuloso. Por lo demás, dos tercios de los
franceses creen que las huelgas deberían haberse desarrollado desde el
principio de un modo harto más radical. ¿Por qué no pasar a una huelga
general indefinida? El 50% sería partidario de eso.
Nicolas Sarkozy se mantuvo
duro hasta el final. Trató por varios medios de dividir al movimiento,
apuntando sobre todo a los poco homogéneos sindicatos. Hubo pequeñas
concesiones –por ejemplo, para madres con más de tres hijos—, para
descolgar del frente huelguístico a algunas centrales sindicales. Al final,
todas esas manioibras quedaron en nada, aun si François Chérèque, jefe de
la socialista CFDT, llegó a entrar en negociaciones. Pero cuando se vio que
el primer ministro Fillon no tenía otra cosa que ofrecer sino retoques cosméticos
del proyecto de reforma, no tardaron en disiparse las dudas.
El Ministerio del Interior
hizo de las suyas y manipuló sin escrúpulos las cifras y las informaciones.
Tres millones y medio de huelguistas y manifestantes quedaron reducidos, como
en la semana anterior, a menos de un millón. Pero no se puede negar que el
recorte de pensiones afecta a todos. La paz y el orden han dejado de ser el
primer deber ciudadano.
Una mirada
a través del canal de la Mancha
Hay que mirar a la verdad de
frente, argüía el gobierno: si sigue aumentando la esperanza de vida, también
habrá que trabajar más tiempo; compárese con los que ocurre en otros países
de la UE, y tómese nota de lo que allí hacen. Pero poco pueden adelantar
Sarkozy y Fillon por esta vía, porque más de dos tercios de los franceses
consideran simple desfachatez la pretensión de convertir a las jubilaciones
en chivo expiatorio del déficit presupuestario. Que las arcas públicas estén
vacías, algo tendrá que ver con los actos de conciliación con y rescate de
los grandes bancos afectados, algo tendrá que ver con las deducciones
fiscales a las empresas y a las entidades financieras, muchas de las cuales se
hallan entre las causantes de la crisis financiera. Se habla de un "hiato
generacional"; manifiesto como es, no se entiende que no quiera hablarse
de un "hiato de justicia".
Hasta ahora venían decidiéndose
las huelgas en el día a día, y ello también en la certeza de que, luego de
su votación en el Senado, las cosas serían muy distintas y la reforma se
convertiría en ley. Con independencia de lo que piense la mayoría de los
franceses. Se sabía que, luego de la decisión, el 20 de octubre, habría que
hablar de interrumpir o continuar la huelga. Sabiendo también que una ley
como la del recorte de pensiones no será la última que apruebe un gobierno
conservador so pretexto de saneamiento presupuestario y reparto de cargas. Una
mirada a lo que ocurre al otro lado del Canal de la Mancha muestra ya a los
franceses todo lo que les puede venir encima. Más que nunca se precisa en
Francia de una izquierda unida: para el movimiento huelguístico presente, y
para todo lo que de aquí en más pueda venir.
(*)
Michael R. Krätke, miembro del Consejo Editorial de SinPermiso, es profesor
de política económica y derecho fiscal en la Universidad de Ámsterdam,
investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social de esa
misma ciudad y catedrático de economía política y director del Instituto de
Estudios Superiores de la Universidad de Lancaster en el Reino Unido.