Atrapado el país en una posición exterior insostenible
de deuda y déficit,
sin solución posible por la vía del ajuste interno
El ajuste de Krugman
Por Pedro Montes (*)
socialismo21.net, noviembre 2010
Hace algún tiempo el Nobel Krugman, refiriéndose a la
economía española y tras observar el gran déficit de la balanza por cuenta
corriente que había acumulado, que revelaba su débil posición competitiva,
sostuvo que nuestro país se enfrentaba a un dilema. O bien recurría a la
devaluación para abaratar las exportaciones y encarecer las importaciones, o
bien producía un ajuste interno de precios y salarios con los mismos
objetivos. Pero llegaba, inicialmente, a la conclusión que la devaluación no
era posible por la pertenencia a la moneda común del euro, al cual lo
consideraba como algo irreversible, decantándose, en consecuencia, por el
ajuste interno.
Posteriormente cambió de opinión y vino a decir que
aunque la operación de abandonar el euro era costosa y compleja, al final la
estimaba como la opción más lógica, pensando en los interrogantes de los
efectos y en las dificultades de un ajuste interno. En todo caso, hasta ahora
la salida del euro no se ha producido, no se vislumbra en lo inmediato a pesar
de que la economía española y otras economías integradas en la moneda única
no acaban de digerir la pertenencia al euro y en ocasiones ha habido momentos,
como en mayo pasado, en que todo parecía posible.
Se puede afirmar, pues, que la opción por el ajuste
interno es la que prima por el momento. Y no tanto porque haya sido la
alternativa elegida ante el dilema como porque se está imponiendo hasta el
momento por la vía de los hechos. No hay un pacto social como postulaba
Krugman para abordar el problema –cosa que podía considerarse imposible–,
pero la realidad es que los salarios, fundamentalmente, están ajustándose a
la baja, ya sea por las condiciones socioeconómicas, el paro masivo, la
paralización de la negociación de los convenios o el recorte por la vía
legal ,como ha sucedido con los sueldos de los funcionarios.
Frente a la devaluación, es decir la salida del euro, el
ajuste interno tenía dos inconvenientes. El primero es que con él no se
lograba el efecto general de abaratar exportaciones y encarecer importaciones
como ocurre cuando un país devalúa su moneda: todas las mercancías y todos
los servicios que se intercambia con el exterior recogen de inmediato el
impacto de la variación del tipo de cambio. Un ajuste interno, por el
contrario, como es producto de las circunstancias particulares de los
distintos sectores productivos y de la casuística que se da en las empresas,
desde situación económica de ellas, la posición defensiva de los
sindicatos, y reacciones empresariales para obtener beneficios, origina un
cambio muy desigual en los precios de los distintos bienes y servicios, y por
tanto un ajuste también muy irregular en los precios de las exportaciones,
con efecto más difíciles de evaluar en los intercambios exteriores.
Por otro lado, una devaluación de la moneda no tiene
efectos depresivos sino más bien lo contrario, ya que favorece las
exportaciones y la demanda interna frente a las importaciones, mientras que el
ajuste interno de salarios, en la medida en que no se acompaña de un ajuste
inmediato y semejante de los precios (en ese caso todos los precios relativos
internos no se modificarían, pero sí con respecto a los precios exteriores,
lo que sería equivalente a la devaluación), tiene un impacto recesivo sobre
la actividad y la demanda, lo que si bien puede resultar beneficioso para
corregir el problema del déficit exterior de una economía, agrava otros
problemas como pueden ser una mayor desigualdad en la distribución de la
renta, el aumento del déficit público por el impacto de la depresión en la
recaudación impositiva y, sobre todo, lleva aparejado un incremento del paro,
que en el caso de la economía española no se puede considerar como una
secuela secundaria.
El déficit por cuenta corriente de la balanza de pagos
española se ha corregido de un modo acusado a lo largo de 2009 y 2010. Desde
el 9,7% del PIB que se registró en 2008, quedó reducido al 5,4 % en 2009, y
estará en torno al 4,7% en este año. Se podría pensar, por tanto, que la
opción del ajuste interno está produciendo los efectos deseados y que cuando
la economía se encamine a una recuperación no lo hará ya con la rémora de
un desequilibrio exterior insostenible. De hecho el Gobierno de los brotes
verdes, proclive a ver en el canto de un pajarillo, en cualquier dato
insignificante, un anuncio de que lo peor de la crisis ya se ha superado, no
deja pasar ocasión de resaltar y apuntarse como un éxito que el déficit
exterior ha disminuido considerablemente.
En mi opinión, sin embargo, no sólo hay que ser más
precavidos sino que sostengo que la importante cuestión de si la economía
española podrá sobrevivir en el euro no se ha resuelto y está pendiente. Es
indiscutible: el déficit se ha reducido sensiblemente, pero también hay poca
duda de que esa reducción es resultado ante todo del grave hundimiento que ha
sufrido la economía en los dos últimos años, como consecuencia de la crisis
financiera internacional y la recesión generalizada posterior, del estallido
de la burbuja inmobiliaria y del estrangulamiento del crédito que ha tenido
lugar. Lo ocurrido en la balanza de pagos no es una mejora atribuible en lo
fundamental a un ajuste interno de precios y salarios sino a la conmoción
sufrida por la economía desde que se inició la crisis internacional en la
segunda mitad de 2008.
Sería un error imputar a un ajuste interno la disminución
del déficit exterior puesto que, sin perjuicio de que ese ajuste se haya
visto facilitado por la depresión de los últimos dos años, esa mejora no
cabe proyectarla en el futuro. Estamos hablando de una mejora que ha sucedido
con una destrucción de 2 millones de puestos de trabajo, con una evolución
del paro cuya tasa casi se ha duplicado hasta llegar al 20% de la población
activa, con una caída acumulada a lo largo de 2009 y 2010 del 8% en la
demanda interna y del 25% en la formación de capital bruta. De repetirse algo
parecido, podría pensarse en una reducción aún mayor del déficit de la
balanza por cuenta corriente, pero al precio ya de una catástrofe económica.
Sin que suponga anunciar la recuperación de la economía
–problemas acumulados como el que se comenta y riesgos agudos impiden tal
pronóstico–, cabe imaginar que se adentrase en un moderado crecimiento, el
mínimo siquiera para evitar un aumento del paro. Es decir, una economía
avanzando en torno al 2%, mínimo crecimiento estimado para generar algún
empleo. Ello supondría que se detendría la disminución del déficit
exterior y que comenzaría de nuevo a aumentar, desde un nivel nada
despreciable, sin paragón con los registrados en otros momentos históricos
con la peseta como moneda, y en unas condiciones en que el peso de la deuda
exterior de la economía española es aún insoportable, en un país bajo
sospecha de quiebra y con unos mercados financieros enrarecidos.
A este respecto hay que destacar que la reducción del déficit
no se ha traducido en una mejora de la posición exterior de la economía,
puesto que todo déficit implica lo contrario. Los pasivos financieros brutos
de nuestro país frente al exterior –lo que se debe y nos pueden reclamar–
ascendían a finales de junio de este año a 2,3 billones de euros, casi el
230% del PIB. Descontando los activos frente al exterior, que alcanzan 1,4
billones de euros, la posición deudora neta de la economía española frente
al resto del mundo es de 0,9 billones de euros, una cifra casi equivalente a
la del PIB, que es de 1,05 billones de euros. Esa posición deudora origina un
saldo neto desfavorable de pago de intereses y rentas de inversión, que fijándolo
sólo en un tipo de interés del 3% (los tipos de interés son más altos y
tienden a aumentar por la desconfianza en la solvencia del país), significa
que cada año la economía española inicia el ejercicio con el hándicap de
un déficit exterior de la balanza por cuenta corriente de casi 3% del PIB.
Como es normal, una recuperación económica por modesta
que sea implica un empeoramiento de la balanza de cuenta corriente, por el
incremento que se produce de las importaciones, tanto más cuanto que en esta
ocasión la recuperación no vendrá del estímulo a las exportaciones, como
sucedió en la crisis de 1992/93 cuando las devaluaciones sucesivas de la
peseta permitieron un crecimiento considerable de ellas, a las que cabe
atribuir el papel catalizador de salida de aquella crisis. El panorama se
enturbia algo más por el hecho de que la crisis de la economía española ha
llevado a una destrucción considerable de tejido productivo, que se traducirá
en una mayor dependencia de las importaciones en el futuro. Por otro lado,
nuestro país estará en el ojo del huracán de toda crisis financiera general
o particular de la zona del euro, por la simple razón de que es uno de los países
más endeudados del mundo.
En las condiciones descritas, cabe poner muy serias
reservas a la opinión de que la crisis exterior de la economía española está
resuelta, que sólo debemos preocuparnos de algunos problemas internos (las
reformas estructurales pendiente en el lenguaje dominante) para que la
recuperación se inicie y que una vez puesta en marcha todo el camino se
encuentra despejado.
Nada más lejos de la realidad, como he tratado de
exponer. La crisis económica ha venido para quedarse, atrapado el país en
una posición exterior insostenible de deuda y déficit, sin solución posible
por la vía del ajuste interno que alguna vez, fugazmente, pensó Krugman. La
izquierda, toda, debe tomar nota para preparar su estrategia.
* Pedro Montes es miembro de la Coordinadora Federal
de Socialismo 21.
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