Notas
desde la Plaza Tahrir de Barcelona
La
rebelión de l@s indignad@s
Por
Josep Maria Antentasn y Esther Vivas (*)
ALAI, 16/05/11
Ya no hay dudas.
El viento que ha electrizado el mundo árabe en los últimos
meses, el espíritu de las protestas reiteradas en Grecia, de
las luchas estudiantiles en Gran Bretaña e Italia, de las
movilizaciones anti–Sarkozy en Francia...ha llegado al
Estado español.
No son estos,
pues, días de “business as usual”. Las
confortables rutinas mercantiles de nuestra “democracia de
mercado” y sus rituales electorales y mediáticos se han
visto abruptamente alteradas por la irrupción imprevista en
la calle y el espacio público de la movilización ciudadana.
Esta “rebelión de l@s indignad@s” inquieta a las élites
políticas, siempre incómodas cuando la población se toma en
serio la democracia...y decide empezar a practicarla por su
cuenta.
Hace dos años y
medio, cuando la crisis que estalló en septiembre de 2008 se
reveló de proporciones históricas, los “amos del mundo”
vivieron un breve momento de pánico alarmados por la magnitud
de una crisis que no habían previsto, por su falta de
instrumentos teóricos para comprenderla y por el temor a una
fuerte reacción social. Llegaron entonces las vacías
proclamas de “refundación del capitalismo” y los falsos
mea culpas que fueron evaporándose poco a poco, una vez
apuntalado el sistema financiero y ante la ausencia de un
estallido social.
La reacción
social ha tardado en llegar. Desde el estallido de la crisis,
las resistencias sociales han sido débiles. Ha habido un
sesgo muy grande entre el descrédito del actual modelo económico
y su traducción en acción colectiva. Varios factores lo
explican, en particular, el miedo, la resignación frente la
situación actual, el escepticismo respecto a los sindicatos,
la ausencia de referentes políticos y sociales, y la
penetración entre los asalariados de los valores
individualistas y consumistas.
El estallido
actual no parte, sin embargo, de cero. Años de trabajo a
pequeña escala de las redes y movimientos alternativos, de
iniciativas y resistencias de impacto más limitado han
mantenido la llama de la contestación en este periodo difícil.
El 29S abrió también una primera brecha, aunque la
desmovilización posterior de las direcciones de CCOO y UGT y
la impresentable firma del pacto social cerró la vía de la
movilización sindical y, ahondó aún más si cabe, el descrédito
y desprestigio de los sindicatos mayoritarios entre la
juventud combativa y quines ahora protagonizan las acampadas.
Indignados
e indignadas!
La “indignación”,
tan de moda a través del panfleto de Hessel es una de las
ideas–fuerza que definen las protestas en marcha. Reaparece
así, bajo otra forma, el “Ya Basta!” que entonaron los
zapatistas en su alzamiento del 1 de enero de 1994, entonces
la primera revuelta contra el “nuevo orden mundial”
proclamado por George Bush padre tras la primera guerra del
Golfo, la desintegración de la URSS y la caída del muro de
Berlín.
“La indignación
es un comienzo. Uno se indigna, se levanta y después ya
ve”, señalaba Daniel Bensaïd. Poco a poco, sin embargo, se
ha ido pasando del malestar a la indignación y de ésta a la
movilización. Estamos ante una verdadera “indignación
movilizada”. Del terremoto de la crisis, empieza a surgir el
tsunami de la movilización social.
Para luchar no sólo
se requiere malestar e indignación, también hay que creer en
la utilidad de la acción colectiva, en que es posible vencer
y en que no todo está perdido antes de empezar. Durante años
los movimientos sociales en el Estado español hemos conocido
esencialmente derrotas. La falta de victorias que muestren la
utilidad de la movilización social y hagan aumentar las
expectativas de lo posible ha pesado como una losa en la lenta
reacción inicial ante la crisis.
Precisamente ahí
entra la gran contribución de las revoluciones en el mundo árabe
a las protestas en curso. Muestran que la acción colectiva es
útil, que “sí se puede”. De ahí que éstas, igual que
la menos mediática victoria contra los banqueros y la clase
política en Islandia, hayan sido un referente desde el
comienzo para las y los manifestantes y activistas.
Junto con el
convencimiento de que “es posible”, de que se pueden
cambiar las cosas, la pérdida del miedo, en un momento de
crisis y dificultades, es otro factor clave. “Sin miedo”
es precisamente uno de los eslóganes que más se han sentido
estos días. El miedo atenaza todavía una gran mayoría de
los trabajadores y los sectores populares y éste da alas a la
pasividad o a las reacciones xenófobas e insolidarias. Pero
la movilización del 15M y las acampadas expanden como una
mancha de aceite un poderoso antídoto para el miedo que
amenaza con desmontar los esquemas a una élite dirigente al
frente de un sistema cada vez más deslegitimado.
El movimiento
del 15M y las acampadas tiene un importante componente
generacional. Como cada vez que estalla un nuevo ciclo de
luchas, emerge con fuerza una nueva generación militante, y
la “juventud” como tal adquiere visibilidad y
protagonismo. Si bien este componente generacional y juvenil
es fundamental, y se expresa además en algunos de los
movimientos organizados que han tenido visibilidad estos días
como “Juventud Sin Futuro”, hay que remarcar que la
protesta en curso no es un movimiento generacional. Es un
movimiento de crítica al actual modelo económico y a los
intentos que la crisis la paguen los trabajadores con un peso
fundamental de la juventud. Precisamente el reto es que, como
en tantas ocasiones, la protesta juvenil actúe como factor
desencadenante y catalizador de un ciclo de luchas sociales más
amplio.
El
espíritu antiglobalización de vuelta
El dinamismo, la
espontaneidad y el empuje de las protestas actuales son las más
fuertes desde la emergencia del movimiento antiglobalización
desde hace más de una década. Irrumpido internacionalmente
en noviembre de 1999 en las protestas de Seattle durante la
cumbre de la OMC (aunque sus antecedentes se remontan al
alzamiento zapatista en Chiapas en 1994), la ola
antiglobalizadora llegó rápidamente al Estado español. La
consulta por la abolición de la deuda externa en marzo de
2000 (celebrada el mismo día de las elecciones generales y
cuya realización fue prohibida en varias ciudades del Estado
por la Junta Electoral) y la fuerte movilización para
participar en la contracumbre de Praga en septiembre del 2000
en contra del BM y el FMI fueron los primeros signos de
arranque, en particular en Catalunya. Pero su masificación y
ampliación llegarían con las movilizaciones contra la cumbre
del Banco Mundial en Barcelona en los días 22 y 24 de junio
de 2001, cuyo décimo aniversario está a punto de cumplirse.
Justo diez años después asistimos al nacimiento de un
movimiento cuya energía, entusiasmo y fuerza colectiva no habíamos
visto desde entonces. No será éste, pues, un décimo
aniversario nostálgico. Todo lo contrario. Vamos a celebrarlo
con el nacimiento de un nuevo movimiento.
Las asambleas
estos días en Plaza Catalunya (y, sin duda, en todas las
acampadas que recorren el Estado empezando por la de Sol en
Madrid) nos han dado momentos impagables, de aquellos que
suceden cada mucho tiempo y que marcan un antes y un después
en las trayectorias biográficas de quines participan en los
mismos y en la dinámica de las luchas sociales. El 15M y las
acampadas son auténticas “luchas fundacionales” y síntomas
claros que asistimos a un cambio de ciclo y que el viento de
la rebelión sopla de nuevo. Al fin. Una verdadera “generación
Tahrir” emerge, como antes lo hizo una “generación
Seattle o “generación Génova”.
A medida que el
impulso “antiglobalizador” fue recorriendo el planeta,
siguiendo a las cumbres oficiales en Washington, Praga, Québec,
Goteborg, Génova o Barcelona, miles de personas se sintieron
identificadas con estas protestas y una gran diversidad de
colectivos de todo el planeta tuvieron la sensación de formar
parte de un mismo movimiento, del mismo “pueblo”, el
“pueblo de Seattle” o de “Génova”, de compartir unos
objetivos comunes y sentirse partícipes de una misma lucha.
El movimiento
actual se inspira también en los referentes internacionales más
recientes e importantes de luchas y de victorias. Busca
situarse en la estela de movimientos tan dispares como las
revoluciones en Egipto y Túnez o la victoria en Islandia,
ubicando su movilización en un combate general contra el
capitalismo global y la élite política servil. Dentro del
propio estado español, las manifestaciones del 15M y ahora
las acampadas, en un ejemplo simultáneo de descentralización
y de coordinación, dibujan una identidad compartida y una
comunidad simbólica de pertenencia.
El movimiento
antiglobalización tuvo en su fase de ascenso en el punto de
mira a las instituciones internacionales, OMC, BM y FMI y las
firmas multinacionales. Después, con el inicio de la
“guerra gobal contra el terrorismo” proclamada por Bus
hijo, la critica a la guerra y a la dominación imperialista
adquirieron centralidad. El movimiento actual coloca en el eje
de la crítica a una clase política, cuya complicidad y
servidumbre ante los poderes económicos ha quedado más
expuesta que nunca. “No somos mercancías en manos de políticos
y banqueros” rezaba uno de los eslóganes principales del
15M. Se enlaza así la crítica frontal a la clase política y
a la política profesional y la crítica, no siempre bien
articulada y coherente, al actual modelo económico y a los
poderes financieros. “¿Capitalismo?
Game over”.
Hacia
el futuro
El futuro del
movimiento iniciado el 15M es imprevisible. A corto plazo el
primer reto es seguir ampliando las acampadas en curso,
ponerlas en marcha en las ciudades donde todavía no hay y
conseguir que, por lo menos, continúen hasta el domingo 22. A
nadie se le escapa que las jornadas del 21, día de reflexión,
y del día 22, día de las elecciones, van a ser decisivas. En
estos dos días la masificación de las acampadas es
fundamental.
Es necesario
también plantearse nuevas fechas de movilización, en la
estela del 15M, para seguir manteniendo el pulso. El reto
principal es mantener esta dinámica simultánea de expansión
y radicalización de la protesta que hemos vivido los últimos
días. Y, en el caso específico de Catalunya, buscar
sinergias entre la radicalidad y las ansias de cambio de
sistema expresados el 15M y en las acampadas, con las luchas
contra los recortes sociales, en particular en sanidad y
educación. La acampada de Plaza Catalunya se ha convertido ya
en un punto de encuentro, un poderoso imán, de muchos de los
sectores en lucha más dinámicas. Se trata de convertirla en
un punto de encuentro de las resistencias y las luchas, que
permita tender puentes, facilitar diálogos, y propulsar con
fuerza las movilizaciones futuras. Establecer alianzas entre
las protestas en curso, entre los activistas no organizados, y
el sindicalismo alternativo, el movimiento vecinal, los
colectivos de barrio...es el gran desafío de los próximos días.
“La revolución
empieza aquí...” coreabámos ayer en Plaza Catalunya.
Bueno, al menos lo que comienza es un nuevo ciclo de luchas.
De lo que no hay dudas ya es que, más de una década después
del ascenso del movimiento antiglobalización y dos años
después del estallido de la crisis, la protesta social ha
vuelto para quedarse.
(*)
Josep Maria Antentas es Profesor de Sociología de la
Universitat Autónoma de Barcelona (UAB) y Esther Vivas es del
Centro de Estudios sobre Movimientos Sociales (CEMS) de la
Universitat Pompeu Fabra (UPF). Ambos son autores de
“Resistencias Globales. De Seattle a la Crisis de Wall
Street” (Editorial Popular, 2009) y participantes en la
acampada de Plaza Catalunya.
|