¿Grecia
será una Argentina o una Letonia?
Por
Dani Rodrik (*)
crisis–blogspot, 10/06/11
Cambridge –
Grecia ha ganado algo de tiempo con un nuevo paquete de ayuda
financiera, pero el país todavía no está fuera de peligro.
Aún está por verse si las políticas de austeridad trucadas
que prometió el gobierno del primer ministro George
Papandreou resultarán políticamente aceptables y
sustentables.
La historia
sugiere que hay motivos para el escepticismo. En una
democracia, cuando las demandas de los mercados financieros y
los acreedores extranjeros chocan con las de los trabajadores,
los pensionados y la clase media del país, suelen ser los
locales los que tienen la última palabra.
La salida de
Gran Bretaña del Patrón Oro en 1931 sigue siendo el hito
histórico. Tras haber cometido el error de restablecer la
paridad con el oro a un nivel que hizo que la economía
desesperadamente perdiera competitividad, Gran Bretaña tuvo
que luchar durante años contra la deflación y el creciente
desempleo. Las industrias como la del carbón, el acero y la
construcción de barcos se vieron muy afectadas, y los
conflictos laborales proliferaron. Aún cuando el desempleo
había alcanzado el 20%, el Banco de Inglaterra se vio
obligado a mantener altas las tasas de interés para impedir
una salida masiva del oro. Finalmente, la creciente presión
de los mercados financieros hizo que el país abandonara el
oro en septiembre de 1931.
No era la
primera vez que la probidad financiera había exigido que la
economía real sufriera bajo el Patrón Oro. Lo diferente era
que Gran Bretaña se había vuelto una sociedad más democrática:
la clase trabajadora se había sindicalizado, el sufragio político
se había cuadruplicado desde el fin de la Primera Guerra
Mundial, los medios de comunicación publicaban la situación
económica del ciudadano común y un movimiento socialista
esperaba al acecho. A pesar de sus propios instintos, los
banqueros centrales y sus amos políticos entendieron que ya
no podían mantenerse al margen de las consecuencias de la
recesión económica y el elevado desempleo.
Aún más
importante, los inversores también lo entendieron. Tan pronto
como los mercados financieros empiezan a cuestionar la
credibilidad del compromiso de un gobierno con un tipo de
cambio fijo, se convierten en una fuerza de inestabilidad.
Ante la más mínima insinuación de que las cosas salen mal,
los inversores y los depositantes levantan campamento y sacan
el capital del país, precipitando así el colapso de la
moneda.
Esta es una película
que se volvió a ver en la Argentina a fines de los años
1990. El eje de la estrategia económica de Argentina después
de 1991 fue la Ley de Convertibilidad, que legalmente anclaba
el peso al dólar estadounidense a un tipo de cambio de uno a
uno y prohibía las restricciones a los flujos de capital.
El ministro de
economía argentino Domingo Cavallo imaginaba la Ley de
Convertibilidad como un arnés y un motor para la economía.
La estrategia funcionó bien en un principio ya que trajo
aparejada la tan necesaria estabilidad de precios. Pero, a
fines de la década, la pesadilla argentina había regresado
sedienta de venganza.
La crisis
financiera asiática y la devaluación brasileña a principios
de 1999 hicieron que el peso argentino estuviera decididamente
sobrevaluado. Las dudas sobre la capacidad de la Argentina
para pagar su deuda externa se multiplicaron, la confianza
colapsó y, en poco tiempo, la solvencia de la Argentina se
derrumbó por debajo de la de algunos países africanos.
A la larga, lo
que selló el destino de la Argentina no fue la falta de
voluntad política de sus líderes, sino más bien su
incapacidad para imponer políticas cada vez más costosas
para sus ciudadanos. De hecho, el gobierno argentino estuvo
dispuesto a derogar contratos prácticamente con todos los
electores internos –empleados públicos, pensionados,
gobiernos provinciales y depositantes bancarios– para
cumplir con sus obligaciones con los acreedores extranjeros.
Sin embargo, los
inversores cada vez desconfiaban más de que el congreso, las
provincias y la gente común fuera a tolerar las políticas de
austeridad necesarias para seguir pagando la deuda externa. A
medida que se propagaron las protestas masivas, comprobaron
que tenían razón. Cuando la globalización choca con la política
interna, los inversores apuestan su dinero al equipo local.
El
caso de Letonia
Quizás haya
otro camino. Consideremos el caso de Letonia, que
recientemente experimentó dificultades económicas similares
a las de Argentina hace una década. Letonia había crecido
aceleradamente desde que se sumó a la Unión Europea en 2004,
gracias a un endeudamiento externo de gran escala y a una
burbuja inmobiliaria fronteras adentro. Había acumulado un déficit
de cuenta corriente y una carga de deuda externa que eran
literalmente de proporciones griegas.
Como era
predecible, la crisis financiera global y el cambio de rumbo
abrupto de los flujos de capital en 2008 dejaron a la economía
de Letonia en graves aprietos. Conforme los precios de los préstamos
y la propiedad colapsaron, el desempleo subió al 20% y el PBI
cayó el 18% en 2009. En enero de 2009, el país tuvo sus
peores disturbios desde la caída de la Unión Soviética.
Letonia tenía
un tipo de cambio fijo y flujos de capital libres, como la
Argentina. Su moneda ha estado amarrada al euro desde 2005.
Sin embargo, a diferencia de la Argentina, los políticos del
país lograron capear el temporal sin devaluar la moneda e
introduciendo controles de capital.
Lo que parece
haber cambiado el equilibrio de costos y beneficios políticos
fue la perspectiva de alcanzar la tierra prometida de un
eventual ingreso a la zona del euro, lo que obligó a los
estrategas políticos de Letonia a evitar cualquier opción
que pusiera en peligro ese objetivo. Eso, a su vez, aumentó
la credibilidad de sus acciones – a pesar de los altísimos
costos económicos y políticos de esas acciones.
¿Grecia será
una Argentina o una Letonia? La economía no es alentadora. A
menos que la economía griega se recupere, asumir más deuda
es un paliativo temporario que requerirá una austeridad aún
mayor más adelante. Y, mientras la demanda doméstica siga
deprimida, es improbable que las reformas estructurales
–privatización y liberalización de los mercados laborales
y los servicios profesionales– ofrezcan el crecimiento
necesario.
Es
la política la que determina el resultado
Como demuestran
las experiencias de Gran Bretaña entre las guerras –y, más
recientemente, de Argentina y de Letonia–, es la política
la que finalmente determina el resultado.
Para que el
programa griego tenga alguna posibilidad de éxito, el
gobierno de Papandreou debe implementar un esfuerzo monumental
para convencer a sus ciudadanos de que el dolor económico es
el precio que están pagando por un futuro más brillante –y
no sólo un medio para satisfacer a los acreedores externos.
(*)
Dani Rodrik, profesor de Economía Política Internacional en
la Universidad de Harvard (EEUU). Es
autor de “The Globalization Paradox: Democracy and the
Future of the World Economy”.
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