Diario de un viaje - De Salónica a París pasando por
Belgrado y Berlín
Las
huellas de la historia
Por Roberto
Sáenz,
para Socialismo o Barbarie, 30/06/11
“«¡El
orden reina en Varsovia!», «El orden reina en París!», «El orden reina en Berlín!», es lo que proclaman los
guardianes del ‘orden’ cada medio siglo de un centro a
otro de la lucha histórico-mundial. Esos eufóricos «vencedores» no se percatan de que un
«orden» que periódicamente
ha de ser mantenido con esas carnicerías sangrientas marcha
ineluctablemente hacia su fin”
(Rosa
Luxemburgo, “El orden reina en Berlín”, texto escrito el
14 de enero de 1919, en la víspera de ser asesinada).
El autor de esta nota acaba de regresar de un viaje por
Europa. Estuvo en Grecia, Serbia, Alemania y Francia. El viaje
se llevó a cabo por razones políticas. Pero no por ello
dejamos de apreciar el enorme “espesor” histórico-cultural
de las urbes visitadas. Un “detalle” sobresaliente es cómo
la historia esta “sobreimpresa” en todos los
“pliegues” de la ciudad, a la vuelta de cada esquina. Las
mismas son una suerte de “libro abierto”, expresión viva
de acontecimientos que ocurrieron en sus calles, localidades y
suburbios:
sucesos histórico-universales, como señalara Rosa
Luxemburgo. Es que hay que comprender esta dimensión de la
historia europea: sus ciudades han sido sede no solamente de
eventos “nacionales” sino de acaecimientos que, ocurridos
“localmente”, no dejaron de tener trascendencia mundial:
guerras, crisis y revoluciones –por no olvidar, también,
las contrarrevoluciones- que transformaron definitivamente
la sociedad contemporánea.
De guerras, masacres y exterminios
Uno de los aspectos visibles en cualquier recorrida por
Europa tiene que ver con las consecuencias todavía omnipresentes
de la Segunda Guerra Mundial. Alguien nos decía: “se trata
de una guerra que aún no ha terminado”, dando cuenta de la
enorme dimensión de esta presencia.
Puerta
de Brandenburgo, 1914: las tropas del Kaiser marchan a la
conquista de Europa.
Esta guerra fue, en puridad, múltiples guerras en una:
guerra ínterimperialista entre el Eje (la Alemania Nazi, Japón
e Italia) y las “democracias” imperialistas (Inglaterra,
EEUU y Francia); guerra contrarrevolucionaria del nazismo
contra la ex Unión Soviética; guerras revolucionarias de
liberación nacional como la librada por la guerrilla
comunista de Tito contra el ejército alemán en la ex
Yugoslavia; guerras civiles, con la división al interior de
la propia resistencia entre las fuerzas inspiradas en los
partidos comunistas y las formaciones burguesas incluso de
tendencias monárquicas.
Puerta
de Brandenburgo, a fines de 1918 e inicios del 1919: ahora son
los revolucionarios los que desfilan.
Acerca de la naturaleza y complejidad de la Segunda Guerra
Mundial sigue abierto un enorme debate: hay todo un
“revival” con gran cantidad de estudios nuevos: autores
que van desde Nicolás Werth hasta Peter Friztsche, pasando
por Ian Kershaw, Enzo Traverso, Anthony Beevor y un
interminable etcétera.
Fines
de 1918: Karl Liebknecht habla a los trabajadores de Berlín
insurreccionados.
La presencia de la conflagración en la historia de cada
ciudad es impactante. En Belgrado aun se homenajea la
gesta antinazi: frente al cementerio más importante de la
ciudad está colocado un gran monumento en reivindicación de
la resistencia comunista contra el agresor. En París, en el
imponente Arco del Triunfo erigido por Napoleón a principios
del siglo XIX en “auto-homenaje” a sus victorias, figuran
no solamente las consabidas palabras de De Gaulle desde
Londres luego de la capitulación de Petain, sino una placa
recordatoria de una manifestación de estudiantes secundarios
en abierto desafío al ocupante nazi. Y en Berlín es
seguramente dónde la presencia de la guerra es más
omnipresente todavía: con solamente mencionar que aun se
continúan vendiendo “postales” con imágenes del Berlín
bombardeado bajo los nazis o destruido después de su caída
en manos soviéticas…
Puerta
de Brandenburgo, 1938: El nazismo ya domina Alemania desde
1933 y prepara la nueva guerra mundial.
En todo caso, el hecho es que el debate sobre la naturaleza
del nazismo se ha venido renovando de generación en generación.
Caracterizaciones discutibles como las de “totalitarismo”
siguen rivalizando con la más clásica –pero menos
consensual entre los historiadores– de “fascismo”. Lo
mismo que está puesta sobre el tapete la discusión acerca de
la naturaleza de “las violencias” en el siglo XX, muchas
veces “desbordándose” en una intencionada e incorrecta
igualación entre los fenómenos del hitlerismo y el
estalinismo.
La
Puerta de Brandenburgo después de la última batalla de la
Segunda Guerra Mundial en Europa.
Acerca de la lógica de hierro de la guerra, sus
“leyes” e inevitabilidades, hay todo un debate. Lo propio
ocurre acerca de los eventos de “venganza social”. Hitler
produjo una masacre sin igual en territorio polaco y soviético.
La guerra tuvo un evidente costado “racial”: el relato de
la lucha de clases fue sustituido –en el imaginario
social– por el de la “lucha de razas”. En revancha a
esas masacres, las mujeres berlinesas fueron masivamente
violadas cuando el ingreso de las tropas rusas en la ciudad.
Tampoco hay que olvidar la justicia popular ejercida en París
mayormente también contra las mujeres que tuvieron
relaciones, favores y ejercieron la delación a favor del
invasor alemán.
Puerta
de Brandenburgo en 1989: caída del Muro de Berlín, principio
del fin de la Unión Soviética
y del pseudo "socialismo" burocrático en el Este de
Europa.
Dentro de la experiencia histórica de la Segunda Guerra
hay un capítulo de enorme importancia: el dramático caso del
Frente Oriental. La guerra nazi contra la ex URSS no fue
solamente una guerra “total” (en el sentido de involucrar
todas las fuerzas de la sociedad): fue una guerra socialmente
contrarrevolucionaria: la ex URSS era todavía un Estado
Obrero, aunque ya burocratizado hasta su límite lógico, o sólo
muy recientemente había dejado de serlo, transformándose en
Estado burocrático con restos proletarios–comunistas.
En todo caso, continuaba siendo una sociedad no capitalista.
Pero este “frente” no fue solamente eso: fue el teatro
de una guerra de exterminio, carácter que soldó la
resistencia del pueblo ruso contra el agresor nazi a pesar de
los desmoralizantes desastre iniciales del estalinismo (perdió
la friolera de 3.000.000 de soldados en pocos meses cuando el
inicio de la Operación Barbarroja).
Veamos sólo algunos datos para comprender la dantesca
dimensión de lo que estamos hablando. El costo humano para la
ex Unión Soviética totalizó 26.000.000 de personas.
Solamente 10 millones fueron soldados. El resto, población
civil. Aquí se dieron vuelta todas las relaciones de una
guerra “normal”: las bajas civiles fueron mayores –o
mucho mayores– que las militares. Además, la mayoría
de los soldados rusos no murieron en los campos de batalla: de
los ya señalados primeros 3 millones tomados prisioneros, prácticamente
ninguno volvió con vida a su hogar: fueron dejados
morir literalmente de hambre. Se pueden comparar estas cifras
con los 850.000 soldados franceses tomados prisioneros.
Digamos que el frente occidental fue, en ese sentido, más
normal: de los prisioneros franceses murió en cautiverio
solamente entre el 1 y 2%.
Prosigamos ahora con el tremendo drama del holocausto
judío. Auschwitz, Treblinka, Sobivor, Birkenau y decenas
de campos de la muerte más: una masacre industrial
planificada que aun hoy cuesta explicar en términos de
"racionalidad".
Las huellas del mismo, obviamente, también están
omnipresentes. No podría ser de otra manera. Pero apresurémonos
a decir que lo primero que queremos destacar aquí son, en
primer lugar, las manifestaciones de resistencia activa
al exterminio; oponer a la vergonzosa entrega en “cuotas”
a los nazis de decenas de miles de judíos organizadas por
parte de las “autoridades” de sus comunidades,
acontecimientos increíblemente heroicos como el levantamiento
del ghetto de Varsovia en 1943 en manos de nos más de 200 judíos
socialistas, comunistas, obreros y resistentes con conciencia
de clase.
También, los casos de evasiones de los campos de la
muerte, que si no fueron muchos, hubo ejemplos exitosos
igualmente, mostrando destellos de resistencia activa a la
barbarie nazi en oposición al llamado a la pasividad que
emanaba de las autoridades judías.
Y esto por no olvidar los innumerables casos de personas de
origen judío que se sumaron a las Brigadas Internacionales en
la guerra civil española o a los partisanos yugoeslavos.
La masacre nazi barrió con familias enteras. Sus
propiedades fueron apropiadas. En sus camas todavía calientes
fueron alojadas familias alemanas relocalizadas desde el Este.
Miles de tumbas familiares quedaron abandonadas en los
cementerios sin nadie que las reclame. Las vidas y las
historias partidas, quebradas, borradas ferozmente de la faz
de la tierra no importando la edad, condición o el sexo de
los masacrados.
Veamos el caso de la ciudad de Tesalónica, en Grecia. Históricamente
de tránsito entre Occidente y Oriente. Ocupada por el Imperio
Otomano entre el 1.400 y finales del 1.800, y que llegó a
tener la característica que en determinado momento del siglo
XIX el 60 por ciento de su población era judía. Para 1943,
deportaciones nazis mediante, no quedaban judíos en la
cuidad…
En el mismo sentido, hay un recorrido aleccionador en
Belgrado (actualmente capital de Serbia). Desde el centro de
la ciudad hasta una fosa común que contiene 80.000 cuerpos de
judíos y partisanos en la ladera de la montaña, hay
solamente 15 minutos de viaje en automóvil.
Suficientes para producir un asesinato planificado que en
pocas semanas, utilizando "camiones de la muerte"
Daimler Benz,
y haciendo uso del monóxido de carbono de sus motores, liquidó
prácticamente la totalidad de la población judía de la
ciudad. Esto ocurría a comienzos de 1942 cuando la jerarquía
nazi decide la "solución final".
El agujero negro del mundo
Hay otra experiencia excluyente en lo que tiene que
ver con la historia contemporánea europea: la importancia
del balance de las experiencias “socialistas” del Este
europeo.
Acerca de esta estratégica cuestión hay también un
intenso debate que se renueva expresado en la multiplicación
de estudios e investigaciones. Uno de los temas en debates es
el problema de los Balcanes y las razones y consecuencias del
estallido de la ex Yugoslavia. Otra discusión tiene que ver
con el balance de la ex RDA (República Democrática Alemana),
la experiencia vivida en ella a partir de 1949 y hasta la caída
del Muro de Berlín. También la ex Checoslovaquia, por no
hablar de Polonia o Hungría. Y, sobre todo, el tema mayor: la
experiencia de la ex URSS desde la revolución de 1917,
pasando por los alcances de la contrarrevolución burocrática
de los años 30 y las razones de la histórica victoria soviética
en la Segunda Guerra, para luego caer en el estancamiento crónico
y la restauración capitalista a finales de los años 80.
A lo largo del viaje nos fuimos formando algunas hipótesis
de trabajo sobre la experiencia no capitalista en esta región
a ser confirmadas por el estudio ulterior. Una: el estallido
de la ex Yugoeslava destaca sobre el trasfondo del derrumbe de
su economía. La progresiva unidad federativa soldada sobre la
base de la lucha antinazi (una verdadera conquista democrático–nacional),
termina estallando en pedazos bajo el peso de la escasez
económica, del bajo desarrollo de las fuerzas productivas, de
los insolubles problemas del “socialismo en un solo país”
y de la planificación burocrática. Esto ocurrió, para
colmo, de la peor manera posible: con la fracción
mayoritaria de la burocracia titoísta serbia haciéndose de
extrema derecha chauvinista.
Diametralmente opuesto es el caso de la ex RDA: un
verdadero “engendro”. Es que en ella no hubo
ninguna tipo de revolución. Más bien, los cambios fueron
forzados por la presencia del Ejército Rojo estalinista. Esta
claro que el debate no es simple. Se derrotó al invasor
imperialista alemán. Pero ningún tipo de socialismo puede
surgir a punta de pistola de un ejército que no dejaba de
ser, en gran medida, de ocupación.
Con estas experiencias –de origen contrapuesto pero final
similar– se puede ver cómo no es una mera casualidad que
los países del Este europeo sean, por lo menos hasta hoy, verdaderos
agujeros negros desde el punto de vista de la perspectiva
socialista. La pudrición nacional-chovinista que domina
en muchos de los segmentos de la población explotada y
oprimida serbia (o húngara, por ejemplo), está ligada a una
pérdida de perspectivas que trasciende las miserias del
presente: es un poco como que sus poblaciones se
quedaron sin un relato coherente de su historia.
En varios de los países del Este europeo parece predominar
una confusión generalizada acerca de elementales
puntos de referencia políticos con los cuales orientarse.
Hay un dramático problema que tiene que ver con cómo ha
sido procesada esa experiencia en su conjunto. En el caso
ex yugoslavo, a pesar de prestigio inicial por la derrota del
nazismo, la decadencia del “titoísmo” fue la que dejó
sin puntos de referencia y con una crisis de alternativas dramática.
Por eso, no ha de ser casual, que en el caso de Serbia (en
Hungría también crecen movimientos de extrema derecha), bajo
el peso de este dramático desprestigio del socialismo, las
tendencias políticas estén bien “a la derecha del dial”.
La movilización reaccionaria detonada por la detención del
ex general serbo bosnio Madlic –responsable de la masacre de
Srebrenica, principal evento de limpieza étnica en Europa
desde la Segunda Guerra– es un ejemplo de ello.
El autor de esta nota pudo observar una movilización de
unos 300 jóvenes de extrema derecha protestando por la
detención del "héroe de Serbia que luchó por nuestro
país"… El autor paró a uno de esos jóvenes fascistas
para preguntarle de qué se trataba la manifestación y lo que
obtuvo por respuesta fue lo siguiente: “La democracia es una
mentira; nos persiguen por llevar la bandera nacional; el
comunismo y Tito fueron una mierda; queremos el retorno del
Rey”.
Les comento a los lectores que la ex Yugoslavia no tiene
rey desde los años de la entre guerra y que las huestes monárquicas
tuvieron un rol de cómplices bajo la ocupación alemana: el
general Mihailovich, al mando de las fuerzas monárquicas,
hizo un permanente doble juego, y fue condenado a muerte en
1946 por colaboración con los ocupantes.
En síntesis: sobre la experiencia no capitalista del
Este europeo el balance es muy complejo. Un verdadero
rompecabezas.
Volviendo al caso de la ex Yugoslavia, la pelea contra el
nazismo fue una gesta histórica, inmensa y enormemente
progresista. Pero la clase obrera como tal no tuvo arte ni
parte de la misma, lo que tendría profundas consecuencias a
posteriori. Fue una proeza, sobre todo, de bases sociales
campesinas, en ese sentido muy parecida a la China de 1949.
Luego, estuvo la pelea de Tito con Stalin: las pugnas de los
"muchos socialismos en un solo país" entre ellos
(en vez de la solidaridad y el internacionalismo socialista).
Y, finalmente, el hundimiento de la Federación bajo el peso
insoportable del atraso económico, cuestión que termina
frustrando la promesa socialista y desatando la emergencia de
una fracción ultra derechista chovinista en el PC serbo
encarnada por Slobodan Milosevic.
En total, el balance de la experiencia de la ex Yugoslavia
y los países del Glacis deben ser integrado al de las
experiencias no capitalistas como totalidad para tener un
cuadro de conjunto.
Curso
acelerado de “urbanismo político”
Pasemos ahora a otra cuestión. Señalemos que ciudades
como Berlín o París pueden ser observadas cual gigantesco
curso de “urbanismo político”. ¿A qué nos
queremos referir con esto? Sencillo: al hecho que en ambas
ciudades las huellas de la historia contemporánea se hacen
presentes a cada paso.
Comencemos por París. Quizás los lectores no sepan que el
lado este de París, siempre el más plebeyo, fue, no
casualmente, sede de la resistencia comunista durante la
Segunda Guerra Mundial. Se pueden ver, por ejemplo, imágenes
de la lucha antinazi en torno al famoso Hotel de Ville
(hoy sede del municipio de la ciudad) cuando el levantamiento
de la Resistencia en agosto de 1944. Al mismo tiempo, no ha de
ser casual que el lado oeste, el más burgués y aristocrático
de la ciudad –el del Arco del Triunfo y los Champs Elyses–
haya sido sede de las autoridades nazis: “(…) uno puede
bosquejar los límites de un París de la Resistencia al
noreste de una línea que vaya desde la puerta de Clichy a la
puerta de Vincennes pasando por la estación Saint–Lazare,
la República y la Bastilla, un París que se desborda
ampliamente sobre los suburbios, de Saint–Ouen y
Gennevilliers a Montreuil e Ivry (…) El otro París, el de
los alemanes y los colaboracionistas, corresponde
estrechamente a aquello que podríamos llamar los ‘barrios
bellos’ (…) Los Campos Elíseos fueron el eje mayor del
París de la colaboración”.
Otro ejemplo: es también en el lado este de la ciudad dónde
se encuentra el increíble cementerio de Père Lachaise,
lugar dónde está el Muro de los Federados, y dónde
se libró uno de los últimos combates en defensa de la comuna
obrera parisina: allí fueron fusilados miles de comuneros.
Las urbes confirman lo que decía Marx: la historia hasta
nuestros días no es más que la historia de la lucha de
clases. Y lo “increíble” es que esto está “impreso”
en todos los pliegues de la ciudad.
Veamos ahora el caso de Berlín. Arrasada al final de la
guerra, y luego partida entre la ex URSS y los EEUU,
Inglaterra y Francia, y que vio erigirse el Muro en 1961, sigue
aun hoy en proceso de reconstrucción. Esta parece ser una
característica propiamente "berliniana": la
constante reescritura “arquitectónica” de su historia.
Pero detrás de esta reconstrucción –a priori–
puramente “física” de la ciudad, se esconde una
“reescritura” política de la historia. Los
planificadores urbanos tratan de soslayar las tradiciones de
izquierda revolucionaria, como el levantamiento espartaquista
de enero de 1919. No es que Rosa Luxemburgo o Liebknecht no
tengan sus calles o avenidas. Pero las más simbólicas, céntricas
o representativas –por ejemplo las que están en torno al
Reichstag– obviamente llevan el nombre de un Friedrich Ebert
(presidente socialdemócrata bajo la republica de Weimar, y
responsable último de sus asesinatos) u otras figuras
socialdemócratas, que no directamente “demócratas”
burguesas como Conrad Adenauer u otros personajes
capitalistas.
La ex Karl Marx Platz, enorme plaza del tamaño de
varias Plazas de Mayo en Argentina, establecida durante la época
de la ex RDA, con un monumento en homenaje a Marx y Engels
incluido, está hoy en plena “reconstrucción”: ha sido
rebautizada con su nombre anterior de Stadtschloss y el
monumento recordatorio de Marx y Engels apartado abusivamente
a la otra orilla del río: “Han pasado ya cien años desde
que Karl Scheffler enunció la conclusión más precisa sobre
Berlín: una ciudad condenada a ‘transformarse siempre y
nunca llegar a ser’. Los últimos veinte años de historia
no han hecho sino confirmar la justeza de las palabras de
Scheffler. Desde la publicación de su libro “Berlin: Ein
Stadtschicksal”, la ciudad se rehizo muchas veces”.
Insistimos: se trata de una reconstrucción que no tiene
nada de “ingenua” y que pretende destacar el pasado
imperial–capitalista de Berlín, borrando sus tradiciones
socialistas. Su “monumentalidad”, y la baja proporción de
habitantes por metro cuadrado, al menos en las partes mas céntricas,
nos dieron la impresión de ser una de las ciudades más
“aristocráticas” de Europa, más allá de lo
absolutamente impactante y atractiva –en todo sentido de la
palabra, en primer lugar, culturalmente– que la misma es.
Este operativo se lleva a cabo detrás de un relato que
asimila el socialismo a las más burdas manifestaciones
represivas de la ex RDA: el “Charly Check Point”, dónde
en las épocas del Muro se pasaba del lado estadounidense al
“soviético”, es uno de los lugares hit (y un verdadero
fiasco) de atracción turística.
Está claro: los “pliegues urbanos” pueden tanto
revelar como ocultar. Es el caso de Rosa Luxemburgo
nombrada, no casualmente, ya varias veces en esta nota.
No nos fue fácil encontrar el lugar dónde fue arrojada luego
de ser asesinada. Se trata de uno de los canales del Río
Spree que se encuentra en medio de un gran bosque llamado Tiergarden
(tipo bosques de Palermo en Buenos Aires): sorprendentemente,
la indicación para encontrar este memorial no está nada
clara.
Inmigrantes e indignados, o la emergencia de una nueva
clase trabajadora "multicolor"
Tomemos ahora un costado mucho más actual –y vivo– de
la “geografía” urbana: el de la composición
“nacional” de sus poblaciones trabajadoras. Ciudades
cosmopolitas como París, lo mismo que Londres o Nueva York, destacan
por ser una muestra categórica de la riqueza en la
configuración de la nueva clase trabajadora. El carácter
“global” de estas ciudades viene de ser sedes de históricos
imperios: la onda colonizadora vuelve –de generación en
generación– con el flujo migratorio que va de las colonias
–o ex colonias– a los centros económicos en busca de
posibilidades laborales.
Esta composición “nacional” diversa de la nueva
clase trabajadora se puede observar a simple vista, por
ejemplo, en el metro (subterráneo): las formaciones
literalmente se “transforman” cuando se dirigen hacia los
suburbios: la composición social–“nacional” de las
mismas cambia completamente cuando son “tomadas” por los
trabajadores y trabajadoras inmigrantes: varían los
lenguajes, varían las vestimentas, varían los colores, y
también las preocupaciones.
En París, la presencia de población inmigrante del norte
de África es evidente. Árabes y personas de color se hacen
presentes por doquier, sobre todo dónde las condiciones de
trabajo son de las más explotadas, o dónde el trabajo es más
eventual.
Aquí hay como una división del trabajo. Gobiernos como el
de Zarkozy, amparándose en la supuesta “legitimidad” que
le da al tema, las altas expectativas de voto en el derechista
Partido Nacional de Marie Le Pen, aunado al discurso hipócrita
del Partido Socialista, refuerzan la política antiimigratoria.
Pero al mismo tiempo, es obvio que son los propios grupos
capitalistas los que se benefician de una mano de obra barata
a la que, en definitiva, se la deja entrar pero en condiciones
cada vez más precarias, hecho funcional a poder, lisa y
llanamente, “esclavizarlos”. Esa misma precariedad es la
que fija un piso salarial, y unas condiciones de trabajo y
existencia bien por debajo del promedio de la clase obrera
“nacional”. Estas condiciones son “aprovechadas” por
la patronales para redoblar el “torniquete” sobre el
conjunto de la clase obrera. Y por las fuerzas políticas de
extrema derecha, para llevar adelante su campaña demagógica
contra los inmigrantes “que le quitan el trabajo a los
franceses”, discurso que tiene impacto, sobre todo, entre
las generaciones más viejas y golpeadas de trabajadores
franceses.
Desde otro ángulo, no se trata de otra cosa que el de la
configuración de una nueva clase trabajadora que, de
manera creciente, combina nativos e inmigrantes de manera inextricable.
Hay otro componente de esta nueva clase trabajadora que no
tiene que ver con el origen nacional. Estamos hablando de la
composición generacional que emerge con movimientos
como los “indignados” de España. Se trata de jóvenes con
título universitario a los que las deterioradas condiciones
económicas niegan su promesa de ser la llave portadora de un
futuro de progreso. Es la negación de esa promesa la que
convierte, socialmente, a la masa de esta juventud (en Grecia,
España o Portugal, así como también en Túnez o Egipto), en
una juventud trabajadora, parte en gran medida de la nueva
clase obrera y que, además, están en el núcleo vital de
muchas de las rebeliones populares que están jalonando el
“mundo mediterráneo” hoy.
"¡Fui, soy y seré!"
Por fin, si hay algo imposible de ocultar en París, Berlín
y otras ciudades europeas, aunque los rectores del “orden”
lo pretendan, es la rica historia de las revoluciones que
ocurrieron en sus calles. Lucha de clases, grandes urbes y
revoluciones históricas se entrecruzan inevitablemente.
Francia es, obviamente, sinónimo de revolución. Omnipresente
en París la revolución francesa de 1789. Pero también las
de 1830, 1848, y, sobre todo, la Comuna de París de 1871,
aunque ésta también sea una historia negada.
Esto por no olvidar la huelga general de 1936, el
levantamiento antinazi en agosto de 1944, el Mayo del ’68.
Pocos países tienen pergaminos tan revolucionarios como
Francia.
Pero no se trata solamente de ella. La historia de la ex
Yugoslavia está partida al medio por la resistencia partisana
durante la Segunda guerra. Y esto por no nombrar otra sede de
grandes revoluciones contemporáneas: la revolución del 9 de
noviembre de 1918 que derribó al Káiser Alemán; el ya señalado
heroico levantamiento espartaquista de enero de 1919 en Berlín.
La historia revolucionaria no terminó ahí. No nos podemos
olvidar, por ejemplo, de la guerra civil española, otro
acontecimiento bisagra no sólo de la historia europea sino
mundial.
En la segunda posguerra se vivieron en los países del Este
europeo otro tipo de revoluciones: revoluciones antiburocráticas,
revoluciones antiestalinistas. El increíble y
“tempranero” levantamiento en Berlín Oriental en 1953
contra la carestía de la vida y la burocracia del SED,
aplastado por los tanques estalinistas. También fue aplastada
la revolución húngara de 1956, y la “Primavera de Praga”
en Checoslovaquia en 1968.
Revoluciones “políticas”, revoluciones sociales,
revoluciones antiburocráticas: son las huellas de las múltiples
expresiones de la revolución en el siglo XX; huellas que
deben ser rastreadas en esta búsqueda de la revolución
socialista en el siglo XXI que se esta comenzando a expresar
en esta profunda oleada de rebelión popular en el “Mundo
mediterráneo”: Egipto, Túnez, Grecia, España, y un
creciente etcétera. Rebeliones que de madurar, podrían
terminar alumbrando las primeras revoluciones sociales del
nuevo siglo.
Tras las huellas de esas revoluciones históricas,
en el laboratorio de las luchas obreras y populares del nuevo
siglo, y con el balance de los fracasos y límites de las
anteriores experiencias anticapitalistas, surgirá la fragua
de las nuevas revoluciones socialistas del siglo XXI. Decía
Rosa: “«¡El orden reina en Berlín!» ¡Esbirros estúpidos!
Vuestro orden está edificado sobre arena. La revolución ya
mañana «se levantará de nuevo con fragor hacia lo alto»
y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas:
¡Fui, soy y seré!”.
Notas:
No faltan en París placas recordando el asesinato de algún
miembro de la resistencia durante la Segunda Guerra
Mundial; o, de setenta años antes, algún caído en la
lucha por la Comuna de París.
Sobran ejemplos al respecto: la conocida foto de Hitler
frente el Arco del Triunfo (l’Etoile) en París, o,
cambiando completamente “el ángulo de la información”,
la ametralladora pesada de los obreros berlineses,
cuando el levantamiento espartaquista en enero de 1919,
colocada sobre la famosa Puerta de Brandenburgo (histórica
puerta de acceso al Berlín más o menos medieval).
Este fue el caso de la ex Yugoslavia, o mismo del caso
griego. Este último se terminó saldando –en la guerra
civil de 1946-1949– con la derrota de las formaciones
comunistas por responsabilidad de Stalin.
Obras, como la de años atrás, “El libro negro del
comunismo” son un ejemplo de lo que venimos diciendo
aquí: al estalinismo no solamente se lo igual con el
nazismo, sino que se intenta “probar” su origen en el
leninismo y la revolución de Octubre de 1917, el
acontecimiento más profundamente emancipador de la
historia hasta nuestros días.
Algo aleccionador al respecto: en una muestra en París
pude observar la foto del filosofo estalinista Louis
Althusser como soldado francés preso en Alemania durante
la guerra; lo mas sorprendente fue saber que luego de
finalizada la guerra volvió sano y salvo a su país (de
esto también hay fotos). Que sepamos, no hubo muchos
“althusseres” rusos que lograran sobrevivir...
Esas mismas autoridades que después impulsaron la creación
de un Estado de Israel armado hasta los dientes, sobre la
base del desplazamiento de la población Palestina y bajo
la justificación del Holocausto.
En el museo judío en Belgrado está destacado en fotos
esta última cuestión: el de los resistentes activos y
con conciencia de clase a la masacre.
Por una razón personal el autor de esta nota hizo este
recorrido durante el reciente viaje.
En este sentido, se actualiza la bibliografía acerca de
la complicidad de los más grandes grupos capitalistas
alemanes con el nazismo, independientemente de que el régimen
nazi no haya sido una directa y mecánica expresión de
los mismos, régimen que sin embargo gozó rápidamente de
su anuencia como mejor antídoto contra el peligro de la
revolución socialista.
Este es un tema a estudiar, cosa que es una tarea que
tenemos por delante, incluso revisando los debates históricos
del trotskismo al respecto. Hasta dónde pudimos ver, el
relato “legitimador” del estalinismo es que lo que se
produjo con la ocupación de Alemania era la “liberación”
de la misma. Pero lo que está claro es que los destellos
de autoorganización que surgieron inmediatamente después
de la derrota nazi fueron acallados instantáneamente por
la ocupación, y ni hablar del levantamiento obrero de
Berlín Este en 1953 reprimido por los tanques de la
burocracia rusa. En todo caso, para que el estudio sea
completo, también debe encararse el de la Alemania
Federal (lado capitalista) y totalizar la cosa de
conjunto, hasta volviendo sobre el progresivo pero
contradictorio proceso de unificación en 1989.
Como nota al pié, señalemos que fue muy instructiva una
charla con un familiar que trabajó en una oficina estatal
de aprovisionamiento de materiales para la construcción
en las décadas de los años 60 y 70. Me relató que vivió
"frustrado” porque siempre recibía pedidos –o
daba asignaciones- de cosas que no hacían falta y carecía
casi completamente de aquello que sí era necesario: esto
se llama planificación burocrática con nombre y
apellido.
Eric Hazan, La invención de París, Edition du
Seuil, París, 2002, pp. 300-303.
Las fotos de la masacre obrera cuando la derrota de la
Comuna son aleccionadoras acerca de lo que luego fue la
contrarrevolución burguesa en el siglo XX: el desafío
socialista y anticapitalista fue respondido, por parte de
la burguesía, con furia asesina y vengativa (en ese
cuadro también entra el frió asesinato de Luxemburgo y
Liebknecht): no otra cosa se puede esperar cuando se
cuestiona el derecho de propiedad y el poder burgués.
“Berlín 1900”, Peter Fritzsche, Siglo XXI
Editores, Argentina, 2008.
Decimos no casualmente, porque es una de las figuras
representativas del marxismo revolucionario europeo no
rusas por así decirlo más importante de las primeras décadas
del siglo XX (obvio que la otra gran figura, quién también
sufrió dramáticamente los rigores del fascismo. fue
Antonio Gramsci).
Lo anterior no niega que en Berlín Este, Rosa “tenga”
su calle (una bastante pequeña, por cierto) y también
una pequeña plaza. El propio Marx “tiene” una amplia
avenida, lo mismo que Karl Liebknecht, herencias de la ex
RDA. Pero igualmente nos llevamos toda la impresión que,
precisamente, esta parte de la historia de Alemania, esta
parte de sus tradiciones revolucionarias, busca
intencionalmente ser soslayada.
También están
las huellas de las contrarrevoluciones: es conocido que la
famosa iglesia Sacré-Coeur – Sagrado Corazón-, erigida
en las alturas de Montmartre, barrio de los artistas y
pintores de París. Fue erigida a modo de reivindicación
de la religión contra el ateismo profesado por la Comuna de
Paris.
Una de las guías turísticas dice lo siguiente sobre la
Comuna: “En 1871 una nueva página triste en la historia
de París: la Comuna (18 de marzo – 28 de mayo). Se
perdieron muchos edificios ricos de historia y de belleza
durante aquellos días de revueltas e incendios...”
Rosa Luxemburgo, Obras Escogidas, Editorial Antídoto-Gallo
Rojo.
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