¿Qué
hacer para liberarse de la trampa de las deudas públicas?
No
estamos ante una “crisis griega” sino europea
Por
François Chesnais
Viento Sur, 02/07/11
[Publicamos aquí
la entrevista completa realizada el 28 de junio entre François
Chesnais y Dominique Sicot, periodista en L´Humanité
Dimanche. Por falta de espacio, sólo algunos extractos
aparecerán en la edición de dicho semanario en la edición
del 7 de julio de 2011. Redacción de À l´encontre].
¿Cómo
definir la situación de las clases populares en Europa en
relación a la cuestión de la deuda?
En
mi libro (Les dettes illégitimes. Editions
Raisons d´Agir, mayo 2011) hablo del “doble castigo” que
las burguesías y los gobiernos están infringiéndoles. A
fines de 2008 y durante todo el año 2009, los asalariados y
asalariadas han sufrido de lleno el látigo de los efectos de
la crisis mundial bajo la forma de cierres de fábricas,
despidos, reducción de horarios y congelación salarial.
Luego, a partir de la primera fase de la crisis de la deuda
griega en mayo de 2010 y la entrada en escena de las agencias
de notación como portavoces de las exigencias de los bancos y
de los inversores financieros, los gobiernos europeos han
emprendido un ataque a las clases populares a todos los
niveles en nombre de la “obligación de pagar la deuda”.
Lo que el
gobierno Papandreu ha aceptado imponer a los ciudadanos
griegos en el marco del nuevo “plan de salvamento” puesto
a punto por la troika –UE, BCE y FMI– produce escalofríos:
* Subida de dos
puntos del IVA, del 19% al 21%, aumento de los impuestos sobre
el alcohol, el tabaco y los carburantes (0,008 euros sobre la
gasolina y 0,03 euros sobre el gasoil).
* Creación de
un “derecho de acceso” a la red eléctrica.
* Reducciones de
salarios y de jubilaciones en la función pública por 1,7
millardos de euros, es decir el 0,7 % del PIB.
* Congelación
de todas las jubilaciones públicas y privadas.
* Amputación
del programa de inversión pública.
* Medidas para
facilitar los despidos.
* Ola de
privatizaciones de una amplitud sin precedentes: los puertos,
los aeropuertos, los ferrocarriles, el agua, las
telecomunicaciones y el Banco Postal, etc.
En Portugal, las
medidas aceptadas por los dos partidos “mayoritarios” son
de la misma naturaleza.
En Irlanda, en
el contexto de un sistema económico y social a la
anglosajona, donde la protección social era ya débil, los
estragos del plan de austeridad como consecuencia de la
estatización de la deuda de los bancos son particularmente
fuertes en la salud pública y la enseñanza.
En mi libro,
recuerdo que la decisión del gobierno Sarkozy de acelerar de
repente la “reforma” de las jubilaciones y de imponerla a
cualquier precio es la consecuencia de una exigencia de las
agencias de notación, a fines de mayo de 2010. Los planes de
austeridad están ya en marcha en todas partes. No tienen aún
el grado de intensidad que la UE, el BCE y el FMI están
administrando a Grecia, pero también a Portugal e Irlanda.
Los asalariados y asalariadas y los jóvenes de la mayor parte
de los países europeos deben esperarse políticas que apuntan
a imponerles la misma amarga poción. Buen número de los
indignados que han ocupado las ciudades de España lo han
comprendido.
Se leen
llamamientos a que el pago de la deuda sea puesto en el centro
del debate de la campaña presidencial [francesa] de 2012. ¿Qué
piensas sobre este tema?
Es inevitable
que ocurra. Lo que está en juego es saber quién toma la
iniciativa y define sus términos. En Le Monde del 28
de junio, Stéphane Boujnah (que es delegado general del grupo
financiero Santander en Francia –tras haber sido una
“vedette” del Deusche Bank– y no solo presidente del
think tank: “En tiempo real”), escribe por supuesto que la
deuda francesa debe ser pagada. Desea la creación de un
“Consejo nacional para la recuperación de las cuentas públicas”,
que se estaría inspirado, dice, “en el legendario Consejo
Nacional de la Resistencia”. Esto equivale a decir que la
deuda pública francesa es legítima y que una especie de unión
sagrada debe permitir que sea “liquidada”.
El movimiento
social francés debe oponerse con todas sus fuerzas a este
discurso que es absolutamente dominante en los medios y por el
momento en la mayor parte de los discursos políticos. Si la
deuda de Grecia tiene rasgos de deuda odiosa, todas las deudas
públicas europeas son ilegítimas, entre ellas la de Francia.
Por las condiciones políticas en las que los países han caído
bajo el dominio de los “mercados, y por la naturaleza de los
“préstamos” sobre los que se deben pagar intereses a los
bancos y asegurar su devolución.
El mandato moral
de pagar la deuda hecho a los ciudadanos se basa en dos ideas.
En primer lugar,
que éstos formarían parte consciente y consintiente de la
acumulación de la deuda. En mi libro, reúno un conjunto de
elementos puestos a la luz por sindicatos como el SNUI
(Sindicato de las finanzas públicas) y de Sud Trésor o
periodistas meticulosos como los de Médiapart, que muestran
hasta qué punto esto no ha sido así. El escudo fiscal es
solo la punta visible de un iceberg de bajada de los impuestos
del capital y de las altas rentas y de evasión fiscal.
La segunda
“falsa evidencia”, por utilizar la expresión de los
Economistas Aterrados, es que serían sumas, fruto de un
ahorro amasado por una dura labor, que habrían sido
prestadas.
No es sino muy
marginalmente así. Cuando los bancos y los fondos de inversión
“prestan a los estados”, activan mediante “el efecto de
palanca” un mecanismo de apropiación de una parte de los
impuestos pagados por quienes no pueden escapar a él (el IVA
en particular).
Estos “préstamos”
se basan en un tejido complicado de transacciones
interbancarias en buena parte ocultas (el “shadow banking
system” o “sistema financiero de la sombra”), cuyas
bases son tan frágiles que toda falta de pago, incluso de un
muy pequeño país (Grecia representa el 2% del PIB de la zona
euro) es una amenaza para los bancos.
Defiendo, igual
que lo hace Attac, la necesidad de proceder a una auditoría pública
de la deuda. En Grecia, un comité por la moratoria y la
auditoría de la deuda ha sido creado en enero de 2011. Sus
militantes han llevado a cabo ya un trabajo suficientemente
fuerte como para que un sector de los militantes de la plaza
Syntagma lo haya adoptado y que se haya podido oír en un
video de Dailymotion, a una joven portavoz del sindicato de
los empleados estatales, gritar al fin de la entrevista las
consignas de la pegatina que llevaba: “¡No debemos nada! ¡No
se venderá nada! ¡No se pagará nada!”.
En España, la
actividad de los bancos está en el punto de mira de los
indignados. Subrayo quizá más fuertemente de lo que lo hace
por el momento Attac, que dadas las tradiciones políticas
francesas, la auditoría puede verdaderamente tomar cuerpo
solo bajo la forma de una amplia campaña popular iniciada por
las asociaciones y partidos, de la que la campaña de los
comités por el No al Tratado Constitucional Europeo (TCE) de
2005 proporciona un perfecto ejemplo.
El caso griego
muestra el inmenso alcance democrático de una campaña por la
moratoria y la auditoría popular de la deuda. En Francia,
quienes han estudiado las centenares de páginas del TCE serán
perfectamente capaces de analizar los documentos públicos,
particularmente los informes parlamentarios, en los que son
detallados una amplia parte de los “regalos al capital”.
Tratándose de
los detentadores de los títulos de deuda, la cuestión de la
salvaguarda del pequeño ahorro en caso de anulación es a
menudo planteada. Cuando se hacen las declaraciones del
impuesto, los bancos calculan al céntimo los montantes
aferentes a diferentes formas de ahorro de los hogares. Les
sería garantizado, pues no representa sino una minúscula
parte de los “créditos” sobre el estado reclamados por
los bancos y los inversores financieros.
¿Así pues,
no estamos ante una crisis griega, sino ante una crisis
propiamente europea?
Exacto. Se trata
de una crisis europea, porque bancos europeos, alemanes y
franceses en particular están amenazados más o menos
seriamente por una suspensión de pagos del estado debido a su
gestión arriesgada y oculta. Mucha gente ha dicho que la
crisis de los bancos estaba acompañada por una crisis de la
“gobernanza europea”. Estamos más bien ante un ensayo de
puesta en marcha de lo que Naomi Klein llama “la estrategia
del shock”.
Las rivalidades
entre las élites europeas, la independencia del BCE, la
pesadez de las instituciones de la UE hacen su montaje
complicado. Pero si se toman las propuestas ya antiguas del
luxemburgués Jean–Claude Juncker, presidente del Eurogrupo,
los discursos de Ángela Merkel y de Nicolas Sarkozy y el
“Pacto por el Euro” que endurece drásticamente el
“Pacto de estabilidad” y, en fin, el reciente discurso de
Jean–Claude Trichet defendiendo una “gobernanza” aún más
centralizada y autoritaria de la zona euro, estamos claramente
frente a una tentativa de utilizar la “crisis de la deuda”
para someter de nuevo a las clases populares al “talón de
hierro” del capital.
Esta
“estrategia del shock” tiene por contexto, en el plano
mundial, el callejón sin salida de la acumulación
financiarizada y del modelo de crecimiento por endeudamiento.
Los Estados
Unidos han sido su clave de bóveda. Estuvieron en el
epicentro del krach del NASDAQ en 2001 y de los bancos de
inversión en septiembre de 2008. No conocen otro modelo e
intentan por tanto perpetuarlo. Sin embargo el gobierno estadounidense
está en casi suspensión de pagos.
Los países de
Europa, entre ellos los de la zona Euro, han copiado los
mecanismos del modelo de crecimiento por endeudamiento en
combinaciones diferentes. Irlanda y España han construido una
prosperidad ficticia sobre booms inmobiliarios insensatos. En
todas partes las empresas han aprovechado las oportunidades de
la liberalización para hacer jugar la competencia entre
asalariados de países de trayectoria histórica y niveles de
salario y de protección social muy diferentes. La demanda
interna ha decaído y no ha sido sostenida más que por el
endeudamiento de las familias.
En todas partes
los gobiernos, tanto de “izquierdas” como de derechas, han
bajado los impuestos sobre el capital y sobre las altas rentas
y han compensado la bajada de la fiscalidad mediante un
recurso creciente al préstamo.
La tasa de
endeudamiento de Francia se acerca ahora al 90% del PIB. Pero
en el otoño de 2008, antes del rescate de los bancos y de los
grupos del automóvil, estaba ya al 63%. Lo mismo es cierto
para otros países. Pero Francia es también la sede de tres
de los grupos financieros (se les llama aún “bancos” pero
el término es falso) muy implicados en el apoyo al boom
inmobiliario en España y en la compra de títulos de la
deuda.
Se oye a los
dirigentes europeos repetir que si el pueblo griego lograra
impedir el nuevo plan de austeridad, ello podría desencadenar
quiebras bancarias en cascada.
La realpolitik
de la finanza quiere efectivamente que los pueblos acepten
inmolarse para que la dominación del capital perdure. El
primer acto de la toma de posesión de la nueva directora del
FMI (Christine Lagarde) ha sido pues, de forma completamente
natural, hacer un llamamiento al parlamento griego a ser
“responsable” y a votar unánimemente las leyes
correspondientes al nuevo “plan de rescate”.
Volvamos sobre
los “bancos”. Con la ayuda de la concentración, los
bancos se han transformado en grupos financieros para los que
las operaciones de lejos más provechosas son las de
valorización de las carteras de los ricos (la “banca
privada”) y sobre todo las operaciones de especulación
sobre los títulos de la deuda pública y de refinanciación
de los préstamos de las sociedades inmobiliarias y de los
bancos hipotecarios.
Desde su
salvamento en 2008, los “bancos” no han depurado todos los
activos tóxicos de sus cuentas. Han continuado haciendo
inversiones de alto riesgo en las dos esferas de actividad
mencionadas. Han reencontrado su nivel de hacer ganancias de
antes de la crisis. Sus accionistas han recibido dividendos y
los dirigentes stock–opciones elevadas. Sus títulos (cerca
del 20% del CAC40) han dopado el curso de las bolsas.
Hay un debate
incesante en los periódicos especializados para apreciar, se
puede decir incluso adivinar, la situación de su balance y
por tanto el grado en que una suspensión de pagos “haría
temblar el sistema financiero mundial” realmente.
En lo que
concierne a la deuda griega, la mayor parte de los grupos
financieros han tomado sus disposiciones. Se pueden
interpretar así las informaciones relativas a las iniciativas
tomadas por el BNP Paribas sobre Grecia. Pero un “efecto
dominó” sigue siendo posible. Lo que inquieta
verdaderamente a las finanzas es la situación española,
cuarta economía de la zona euro, donde el marasmo económico
es profundo en un momento en que la juventud y sectores
sociales se movilizan.
En tu libro,
privilegias la cuestión de la anulación de la deuda y la
puesta de los bancos bajo control social, ahí donde otros se
focalizan en la salida del euro.
Hay diferentes
formas de posicionarse en relación a la crisis del euro. Se
puede ver el euro como una cortapisa (algunos lo han pensado
desde el comienzo) y por tanto la crisis actual como la ocasión
de volver a una moneda nacional, cuyo gobierno podría
relanzar el crecimiento por la devaluación de la tasa de
cambio. Quienes tienen esta posición hablan poco o nada en
absoluto de la deuda. Piensan quizá que el aumento de los
ingresos fiscales ayudaría a resolverla en buena parte.
Olvidan la experiencia de la devaluación competitiva de
finales de los años 1980, con una deuda bastante menos
elevada y una base industrial bastante más sólida.
Se puede ver la
crisis del euro como algo inscrito en los hechos en razón de
la probabilidad, incluso la ineluctabilidad, de una suspensión
de pagos de Grecia. La deuda griega era del 133% del PIB en
2010. Va a acercarse al 160% en 2011 y rozar, según algunas
proyecciones, el 180% de aquí a dos años. Las medidas
brutales no hacen sino retardar el momento en que habrá que
dar “un salto a lo desconocido”, es decir, reestructurar
la deuda, alargar los plazos, borrar una parte. Es
completamente posible que el efecto dominó sea entonces tan
fuerte que la zona euro estalle. Ciertos bancos no lo resistirían,
de forma que la cuestión de su puesta bajo control social se
plantearía.
No se les podría
sin embargo evitar la quiebra una vez más de forma gratuita.
Los trabajadores se encontrarían más que nunca confrontados
a la pregunta: ¿hay que desangrarse para que el estado
asegure un servicio de la deuda pública aplastante –¡en
Francia, a la altura de 50 millardos de euros, absorbe la
totalidad de lo que es recaudado a título del impuesto sobre
la renta!– de forma que se les permitiera a los bancos
continuar pagando dividendos y remuneraciones alucinantes a
sus dirigentes?
Lo que yo
defiendo es que el movimiento social, ayudado si es posible
por algunos partidos, se prepare para no ser tomado por
sorpresa en una nueva crisis bancaria y para poder responder a
ella con la ayuda de la consigna de “tomar los bancos”.
Esta consigna
tiene un “carácter algebraico”. El grado de radicalidad
de su puesta en marcha depende del estado de la correlación
de fuerzas políticas, es decir, en buena parte, de la
importancia de la preparación política ciudadana anterior.
Es posible que la resistencia de las clases populares y de la
juventud, como en España, sea un factor desencadenador de las
quiebras bancarias. Pero es el propio sistema bancario el que
se ha puesto en esa situación. La creación de una red de
comités por la auditoría de la deuda permitiría al
movimiento social prepararse para esa eventualidad. Estaría
dispuesto a movilizarse contra todo nuevo anuncio
gubernamental de la necesidad de “salvar a los bancos”. Es
el primer paso evidentemente hacia consignas más radicales.
Es lo que muchos militantes esperan de las asociaciones
altermundialistas y de los partidos de izquierda y de extrema
izquierda.
El
combate político por la moratoria y la anulación, tras la
auditoría popular, de la mayor parte de la deuda pública no
es de los que pueden ser “delegados”. Lo que ocurre en
Atenas nos concierne en Francia. Si la deuda de Grecia tiene
rasgos de “deuda odiosa”, todas las deudas europeas son
ilegítimas.
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