La
Unión Monetaria Europea tiene un problema gravísimo de diseño
básico,
que no se resuelve con parches
Alemania viaja en primera clase del
Titanic
Por
Marshall Auerback (*)
New
Deal 2.0, 19/07/11
Sin Permiso, 24/07/11
Traducción de Casiopea Altisench
“Los mandamases de la UE siguen
limitándose a ganar tiempo, pateando el problema despeñadero
abajo. Al final, para sobrevivir, el sistema no puede sino
instituir una autoridad fiscal unificada y abandonar las
reglas fiscales incorporadas al Pacto de Estabilidad y
Crecimiento. O eso, a aceptar el fracaso definitivo del
experimento y disolver la Unión.”
Una vez llamé a la eurozona
“hotel–carpa”. Como casi siempre, me quedé corto ante
la capacidad del departamento italiano de diseño de metáforas:
Giulio Tremonti, el ministro italiano de finanzas, comparó la
semana pasada a Alemenaia y a su miope Cancillera, Angela
Merkel, con un pasajero que viaje en la primera clase del
Titanic. El mensajede fondo es, con todo, el mismo: no importa
que viajes en cubierta o en primera clase, todos se irán a
pique: lo mismo italianos, que griegos, irlandeses, españoles
o franceses. Todos los miembros de la eurozona tienen un gran
problema institucional, que es el de no ser capaces de
financiar los déficits, habida cuenta de que aceptaron
autoimponerse unas condiciones de patrón–oro al perder el
derecho a su libertad fiscal.
Repitámoslo: este no es un problema
exclusivo de la periferia. El problema del riesgo soberano
afecta lo mismo a los países centrales del núcleo, como
Alemania y Francia, que a los países pretendidamente
“manirrotos” del Mediterráneo. Una vez que arranca un
ataque a la moneda y pasa al sector bancario, ningún gobierno
es capaz de hacer otra cosa que observar el colapso financiero
y económico, mientras los violinistas de Bruselas y Francfort
tratan de hilvanar alguna historia sobre “circunstancias
especiales”, cualquier cosa menos admitir que es todo el
sistema que han impuesto al área lo que resulta causante de
la crisis.
Para decirlo con las palabras de
Stephanie Kelton:
“El riesgo para las autoridades
fiscales de cualquier país miembro es que la ‘triste aritmética’
de la restricción presupuestaria deja pocas alternativas
apetecibles. Si el interés exigido por los mercados a la
deuda pública de un país llega a rebasar el crecimiento
nominal del ingreso de ese país, entonces los gastos en
intereses de la deuda se convertirán en una carga
relativamente mayor (Jordan, 1997: 3).”
Diferencias entre los EEUU y Europa
En un país como los EEUU eso no causaría
nunca tensiones financieras; el gobierno estadounidense
siempre puede honrar puntualmente cualquier compromiso
denominado en dólares. Pero los mercados reconocen claramente
que las cosas funcionan de muy otra manera en una eurozona en
la que los Estados han renunciado a “imprimir dinero”. Por
consecuencia, los bonos emitidos por los Estados miembros se
parecen más ahora a los bonos emitidos por gobiernos
estatales o locales en los EEUU (o a bonos emitidos por
provincias canadienses o australianas), cuyos diferenciales de
rendimiento suelen ser considerables.
La Unión Monetaria Europea (UME) ha
logrado sobrevivir hasta ahora, porque, cuando las
circunstancias se han puesto feas, el BCE ha entrado en acción
suplantando al “ausente” agente fiscal y manteniendo a
raya a los mercados de bonos. Sigue “firmando los cheques”
cuando los mercados buscan abatir a los mercados individuales
por razones de inminente insolvencia.
Pero el ministro de finanzas Tremonti
lleva razón: la lógica subyacente al sistema monetario
garantiza que las crisis en curso seguirán difundiéndose por
toda la Unión. Las sucesivas “soluciones” son sucesivos
aplazamientos. Los mandamases de la UE siguen limitándose a
ganar tiempo, pateando el problema despeñadero abajo. Al
final, para sobrevivir, el sistema no puede sino instituir una
autoridad fiscal unificada y abandonar las reglas fiscales
incorporadas al Pacto de Estabilidad y Crecimiento. O eso, a
aceptar el fracaso definitivo del experimento y disolver la
Unión. A lo que las medidas–parche tomadas de manera
aparentemente ad hoc están llevando es más bien a una nada
halagüeña disolución, que podría terminar en una suerte de
“caso Lehman a escala europea”. Ello es que el iceberg está
ya a la vuelta de la esquina.
El matrimonio europeo, contratado por
corretaje financiero, está en graves dificultades. Los
contrayentes no han crecido a la una. Durante mucho tiempo, países
como Grecia y Portugal se beneficiaron de la ilusión de
convergencia económica gracias a los bajos tipos de interés
y a la estabilidad monetaria que el euro trajo consigo. Cuando
la economíaa europea crecía, los mercados sucumbieron ala
fantasía de que había poco que elegir entre la deuda griega
y la alemana. Pero eso ha cambiado, y Grecia tiene ahora que
pagar unos intereses considerables para su empréstitos; como
Portugal, y ahora, también España e Italia.
Resulta obvio ahora que países como
Grecia, España, Italia, Irlanda y Portugal están bregando
por competir con una economía mucho más productiva como es
la alemana. Atrapados en una unión monetaria, no pueden salir
del problema devaluando. La única solución alternativa que
se les ofrece es un período de austeridad, tan largo como
penoso, para reducir sus costes a través de recortes en los
salarios y en los niveles de vida, la llamada “devaluación
interna”. Que no es, en realidad, sino una extraordinaria
reducción coordinada de salarios y precios, echados por la
borda. Como ya dejé dicho, es más bien una “devaluación
infernal”. Equivale a una deflación del ingreso interno
–los salarios son aplastados—, a fin de rebajar los
precios de los bienes exportable lo suficiente para que la
balanza por cuenta corriente aumente lo bastante como para
convertirse en el vector de la próxima ola de crecimiento.
Esa falta de convergencia económica ha
revelado una falta de convergencia política en torno a una
identidad europea compartida. Hay una asombrosa carencia de
simpatía hacia griegos e italianos en Alemania. Berlín sigue
zascandileando, mientras arden Roma y Atenas. Diríase que la
posición alemana nace de creer que la economías europeas más
débiles están pagando ahora el precio de haber sido menos
laboriosas y competentes que Alemania: o se amoldan a eso, o
tendrán que abandonar el euro.
Alemania, miope beneficiaria neta del euro
La sugerencia de que el subconsumo y la
adicción a la exportación de Alemania podrían tener algo
que ver con la crisis presente en la eurozona, les resulta de
todo punto vitanda a las autoridades alemanas. Algunos políticos
griegos han replicado a la presión alemana con airadas
referencias a la brutal ocupación nazi de su país durante la
II Guerra Mundial. ¡Menuda solidaridad europea!
En ese contexto, resultan interesantes
las declaraciones del antiguo Canciller alemán Helmut Kohl,
que ahora está aparentemente criticando a la actual
Cancillera Merkel, quien se habría revelado como una filistea
de cortas miras y a quien nunca habría de haberse confiado la
dirección política de una gran nación como Alemania.
Merkel, huelga decirlo, proclama estar
defendiendo los intereses del contribuyente alemán. Resulta
divertido escuchar a los alemanes hablar del “coste” que
para ellos tiene estar en la eurozona a causa de tener que
“financiar” a los “manirrotos” griegos e italianos.
Por lo pronto, la “financiación” viene del BCE, que crea
de la nada y a su arbitrio nuevos activos financieros netos
denominados en euros, no de los alemanes.
Lo cierto es que los alemanes han
soportado un coste cero. Han atrapado a los exportadores que
competían con ellos en una Unión Monetaria Europea que los
condena a tasas de cambio desesperadamente no competitivas.
Los impuestos alemanes no se han evaporado, no han recortado
sus generosos servicios sociales públicos (que son mucho más
grandes que los de Grecia, contra la creencia popular). Al
propio tiempo, los países periféricos han visto destruidas
sus economías por una austeridad forzosa, a trueque de la
cual obtienen financiación del BCE que —¡no os lo perdáis!—
les sirve para comprar más productos importados de Alemania.
De modo, pues, que el BCE mantiene vivo
el juego de facilitar la continuada expansión de las
exportaciones alemanas al resto de Europa (aun cuando esa
estrategia, según comienzan a percatarse el señor Tremonti y
otros, resulta al final autodestructiva), y los alemanes no
pagan nada por este privilegio. Ni más impuestos, ni más
austeridad, ni más amenazas competitivas a la base
exportadora de Berlín, mientras los PIIGS estén atrapados en
la camisa de fuerza del euro.
Ironía adicional: si Grecia, España y
otras naciones periféricas lograran imponerse a sí propias
una “devaluación interna”, no pocas empresas alemanas
emprenderían el camino de la relocaización mediterránea o
presionarían aún más a la baja a los salarios alemanes.
Giulio Tremonti lleva razón: Alemania
está en una cabina de primera clase del Titánic. Otro modo
de ver eso mismo: figuras como la Cancillera Merkel están
llevando a los PIIGS al matadero, sin percatarse de que se
hallan en el mismo corredor de la muerte. La tragedia
desencadenada por la presente crisis está entrando en su fase
crítica, y la mezquina mediocridad de la respuesta política
ofrecida no sólo podría traer consigo el final de una
moneda, sino el de toda una visión de la unificación de
Europa. El problema esencial es que la UE, fundada como un
proyecto político, se convirtió muy pronto en una
(prometedora) aventura económica. ¿No es irónico que sea
precisamente la falta de una genuina unión política –que
habría permitido una política fiscal unificada— lo que
termine matando a su economía?
(*) Marshall Auerback, uno de los
analistas económicos más respetados de los EEUU, es miembro
consejero del Instituto Franklin y Eleanor Roosevelt, en donde
colabora con el proyecto de política económica alternativa
new deal. 2.0.
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