"Algunos
de los padres a los que apela la Policía estaban también allí",
dice uno de los participantes
"No
son gamberros sino trabajadores,
gente enfadada por los recortes sociales"
Por
Mohammed Abbas
Desde Londres
Agencia Reuters, 10/08/11
Los residentes
de una urbanización de protección oficial en Londres se
rieron cuando la Policía pidió por televisión a los padres
que llamaran a sus hijos y ayudaran a controlar a los jóvenes
que saquearon y quemaron los alrededores de la ciudad. No sólo
algunos de esos padres estaban en los disturbios, sino que
muchos de los que participaban no eran los delincuentes
juveniles encapuchados a los que muchos han culpado de las
peores revueltas que ha visto Reino Unido en décadas.
Después
de iniciadas en Tottenham, al segundo día las revueltas ya
desbordaban los alrededores de Londres.
Luego se extendieron a ciudades más lejanas como Manchester.
"Algunos de
los padres estaban allí. Para ellos no fue una gran sorpresa
que sus hijos estuvieran allí. Han pasado por esto toda su
vida", comentó un hombre afrocaribeño, de 22 años y
que se identificó como L, expresando la frustración y la ira
que sienten padres e hijos sobre las crecientes desigualdades
de riqueza y oportunidades. "Hoy estaba en el tren con mi
ropa y mis zapatos de trabajo", dijo. "El hombre a
mi lado estaba diciendo que todos los que hubieran estado en
las protestas deberían ser gaseados. Él nunca se habría
imaginado que yo estaba allí, que yo participé".
L estaba sentado
en la entrada de una urbanización estatal en Hackney, uno de
los barrios de Londres que sufrió más destrucción y
violencia en tres días de disturbios. A su lado había otros
jóvenes, sentados en un muro frente a los monótonos pisos típicos
de la viviendas protegidas donde viven muchos de los pobres
británicos.
Un hombre sostenía
un porro de marihuana, otro daba vueltas en una bicicleta con
la capucha cubriéndole el rostro, un estereotipo al que se ha
culpado de buena parte de la violencia.
"No eran
los típicos gamberros ahí fuera. Era gente trabajadora,
gente enfadada. Han subido los tipos, recortado los beneficios
por hijos. Simplemente todo el mundo lo usó como una
oportunidad para desahogarse", dijo L, refiriéndose a
las medidas de austeridad de David Cameron, que los pobres
afirman que les han golpeado con más fuerza.
En una
urbanización vecina, Jackie, de 39 años y muy tatuada, dijo
estar disgustada con el retrato de los disturbios en los
medios como violencia juvenil descerebrada. "Esto no
fueron chicos. Eran jóvenes y adultos juntos contra la
porquería que ha estado pasando desde la coalición",
dijo refiriéndose al Gobierno de mayoría conservadora, que
ha hecho grandes recortes de los programas sociales.
Afro-caribeños,
paquistaníes y blancos ingleses de toda la
vida
comparten indignación, bastones y cócteles molotov
Explosión
social en el Reino Unido:
muchos conflictos en uno solo
Por
Walter Oppenheimer
Corresponsal en Londres
El País, 10/08/11
No es la primera
vez ni será la última que Inglaterra padece un conflicto
como el que se vive estos días. En muchos sentidos tiene
puntos comunes con históricas batallas del pasado, evocadas a
menudo en las últimas horas. Desde los disturbios de Brixton
en 1981 a los de Tottenham en 1985, y muchos otros.
Como en aquellos
casos, la mecha que ha prendido el fuego ha sido un incidente
entre la policía y un joven de una minoría étnica. Esta vez
ha sido la muerte a manos de la policía de un joven negro en
Tottenham. Esa muerte y, al menos en esta ocasión, el torpe
comportamiento de la policía tras el suceso del jueves, es lo
que hizo que Tottenham estallara el sábado por la tarde,
provocando unos incidentes que rememoraban los de los años
ochenta.
Pero, a partir
de ahí, lo que ha ocurrido ahora parece muy distinto a lo que
solía ocurrir entonces. Los incidentes de los años ochenta
eran sobre todo el reflejo de la marginación y de la pobreza
de determinadas zonas del país o de determinadas comunidades
o grupos étnicos. Era, de alguna manera, una lucha política
provocada por razones sociales.
Las cosas ahora
parecen diferentes. Los niveles de violencia son inferiores a
los de hace 25 o 30 años. Aunque ayer murió un joven de 26 años
que había sido herido de un disparo durante los disturbios de
la víspera en Croydon, parece un milagro que no haya habido más
víctimas mortales dada la facilidad con la que los revoltosos
hacen arder negocios y casas particulares. La protesta tiene
ahora más tintes de espontaneidad que en el pasado, a pesar
de que se canalice en parte a través de los nuevos sistemas
de comunicación. Y no tiene fronteras: ni geográficas, ni
comunitarias, ni raciales. Afro–caribeños, paquistaníes y
blancos ingleses de toda la vida comparten indignación,
bastones y cócteles molotov.
La protesta de
ahora parece menos ideológica, menos política, que las del
pasado. Las turbas se dedican sobre todo a asaltar comercios
para llevarse lo que pueden. No asaltan supermercados para
llevarse comida: el principal objetivo han sido las tiendas de
teléfonos móviles, las de electrodomésticos, las de ropa y
zapatillas deportivas. Eso denota quizá que es el ansia de
consumismo, la frustración por no tener dinero para comprar
lo que otros ya tienen, el principal motor de la protesta. O
al menos uno de los motores. No siempre ha sido así: la
violenta protesta del lunes por la tarde en Hackney tuvo sobre
todo tintes políticos, con más ansias de enfrentarse a la
policía que puro pillaje consumista o para revender el botín.
La crisis económica
puede haber sido un factor a tener en cuenta en la revuelta,
pero eso es algo que no está muy claro. A diferencia de lo
que ha ocurrido en los últimos meses en Grecia o en España,
donde son las clases medias las que se han echado a la calle,
aquí han sido los jóvenes de los barrios marginales. Sus
problemas no vienen de cuatro años de crisis. Su desencanto
tiene raíces más profundas.
También se dice
que los recortes del gasto público han alimentado la
revuelta. Parece difícil creer que esos recortes, que en este
país se están aplicando desde hace poco más de un año,
hayan tenido ya un impacto directo en la vida de esos jóvenes.
Otra cosa es su
papel como factor psicológico o mental que alimenta la furia
juvenil: la convicción de que las cosas no solo están mal,
sino que todo estará peor porque la biblioteca de la esquina
va a cerrar, el centro social va a ofrecer menos servicios,
las ayudas a la vivienda se van a ver reducidas. Y con la
paradoja añadida de que todo eso se va a perder porque ha
habido que ayudar a los bancos.
Sin embargo, no
han sido los bancos el principal objetivo de los pillajes. Han
sido las tiendas de gadgets. Y los revoltosos no han hecho una
elección politizada de sus objetivos: lo mismo les ha dado
destrozar una tienda dedicada a ayudar a los más necesitados
o un café macrobiótico que una casa de empeños, un almacén
de moquetas o una casa de muebles centenaria que había
resistido a los bombardeos de dos guerras mundiales, pero no a
la revuelta de los jóvenes de Londres en el verano de 2011.
“Los
jóvenes no consiguen trabajo, no tienen un
futuro,
y con el ajuste va a ser peor"
La
ira de una generación sin esperanzas
Por
Peter Apps
Agencia Reuters, 10/08/11
Londres.– Jóvenes,
sin oportunidades, furiosos con el sistema y fabulosamente
organizados a través de las redes sociales: los vándalos
londinenses exhiben algunas de las características de los
manifestantes prodemocráticos de la "primavera árabe".
Pero mientras
que en Medio Oriente los jóvenes salieron a las calles con la
esperanza de generar un cambio positivo, la violencia de Gran
Bretaña parece casi nihilista, enfocada en el saqueo y en un
rápido estallido de publicidad y poder que los jóvenes del
centro pobre de la ciudad sienten que se les niega desde hace
mucho.
La crisis
financiera despoja de oportunidades a una generación de jóvenes
de todo el mundo que no podrán satisfacer sus aspiraciones,
quizás hasta el punto de abandonar cualquier esperanza en el
futuro.
Para los jóvenes
del mundo desarrollado, la crisis implica que, casi
invariablemente, tendrán que aceptar primeros empleos peor
pagos y más escasos, ya sean profesionales recién graduados
u obreros de fábricas. Los beneficios y subsidios educativos
también están siendo recortados.
En el mundo en
desarrollo, es posible que las oportunidades económicas sigan
floreciendo, pero las expectativas pueden haber crecido aún a
mayor velocidad. Ahora, la recesión también dejará allí
sueños sin cumplir.
No importa si
ese desencanto alimenta protestas políticas, el extremismo o
el crimen indiscriminado y el menosprecio por la ley: lo
cierto es que la destrucción y el fuego en Londres sugieren
que tanto la política como las protestas pueden volverse más
cruentas en los próximos años.
"Es muy
triste de ver. Pero los jóvenes no consiguen trabajo, no
tienen un futuro, y con el ajuste va a ser peor", dijo
Adrian Anthony Burns, un electricista de 39 años de Hackney.
"Estos chicos son de otra generación que la nuestra y
nada les importa. Ya van a ver: esto recién empieza."
Esa especie de
amotinamiento casi espontáneo que se generó el sábado en
Tottenham no tiene nada de nuevo. Situaciones similares
ayudaron a encender la mecha de los enfrentamientos en los
suburbios pobres de París en 2005, disturbios "de
entrega inmediata" en barrios pobres de Sudáfrica y
alguna que otra protesta urbana ocasional desde China hasta América
latina.
Pero es posible
que la situación actual se potencie por la acción de dos
poderosos factores: el auge de las redes sociales, que permite
organizarse para llevarle la delantera al poder, y los
trastornos económicos, que agravan las penurias.
A principios de
este año, en el norte de Africa, los disparadores fueron el rápido
aumento del precio de los alimentos y luego la bronca contra
la autoridad, cristalizada en la inmolación de un verdulero
tunecino.
Cuando el
gobierno intentó aplastar la protesta y controlar Internet, sólo
logró avivar las llamas.
En Gran Bretaña,
a los problemas sociales se sumaron las nuevas medidas de
austeridad –como el cierre de servicios públicos "no
esenciales"–, a los que luego se agregó la furia por
el intento de encubrir un aparente caso de gatillo fácil. Un
temporal de incitación a través de las redes sociales y
luego la cobertura minuto a minuto de los medios parecen haber
desencadenado réplicas de los disturbios, del mismo modo en
que seguramente la televisión satelital y Twitter encendieron
protestas similares en otros lugares. "Es como si los
medios de comunicación estuvieran cambiando el equilibrio de
poder entre el Estado y el individuo, se manifieste como un
cambio de régimen en El Cairo o como vandalismo en Tottenham",
dijo John Bassett, ex alto funcionario de la agencia de
comunicaciones británica GCHQ.
En las décadas
del boom económico, los gobiernos solían responder a las
protestas con aumentos en el gasto en fuerzas de seguridad o
volcando dinero en las áreas afectadas.
Para muchos países,
esa ya no es una opción, ya que a su vez intentan satisfacer
las demandas de austeridad de los mercados. En Grecia, España,
Italia y otros países, los jóvenes estuvieron en la primera
línea de la protesta, aunque en ningún caso con los niveles
de violencia y destrucción vistos en Londres. Algunos señalan
que incluso se trataría de una escalada de resentimiento
generacional.
"Lo que
subyace a todos estos eventos es un mismo sentimiento de
descontento, particularmente entre los jóvenes, que son los
que tienen energía para salir a la calle y amotinarse. No
ocurre sólo en Gran Bretaña", dijo Louise Taggart, de
la consultora AKE. "El riesgo de que esto se repita es
muy grande."
Los funcionarios
británicos todavía tienen opciones. La policía de Londres
apeló a los padres de los jóvenes sublevados para que pongan
freno a sus hijos. Algunos expertos dicen que la opción más
esperanzadora sería trabajar con las estructuras familiares y
comunitarias preexistentes, pero que, de todos modos, es mucho
más que eso lo que hay que hacer.
Una de las
lecciones que dejó la "primavera árabe", al
parecer, es que reprimir la protesta social no funciona. Ni la
matanza de civiles a manos de las fuerzas de seguridad pudo
sofocar el levantamiento en Siria.
"El
gobierno debe enviar un mensaje de esperanza y compromiso.
Gran parte de los problemas actuales son reflejo de la falta
de una genuina integración socioeconómica y cultural, que ha
llevado a una situación de privación y aislamiento",
dijo el psicólogo social Peter Buzzi.
En lo inmediato,
será mejor que la policía, los comerciantes y los políticos
se preparen para un crecimiento de la violencia urbana.
Incluso eventos como los Juegos Olímpicos de 2012 deberán
tomar en cuenta el riesgo de una súbita ola de disturbios.
Tottenham
se queja de estar acorralada por los recortes
sociales y el acoso policial
Dicen
los protagonistas de los disturbios:
"No nos escuchan, solo nos reprimen"
"Se
sabe que se ha salvado a los bancos con el dinero público.
Esto es simplemente robar a los pobres para dárselo a los
ricos."
Por
Juan Miguel Muñoz
Enviado especial a Londres
El País, 11/08/11
Bobby, nombre
ficticio, esboza una sonrisa cuando habla de la tentación.
"Es difícil pasar por delante de un comercio que está
siendo saqueado y no llevarse un ordenador que sabes que no te
podrás comprar...". Bobby tiene 24 años. Es negro,
abandonó los estudios universitarios –aunque habla de
economía y de política con fundamento– y reside en el
barrio londinense de Tottenham. Admite que estaba presente en
los disturbios que sacudieron el pasado fin de semana este
barrio en el que cualquier joven hablaba de un número 10 que
no es el de Downing Street. Así llamaban al centro juvenil al
que acudían, que cerró en junio debido al drástico recorte
presupuestario. Lo dirigía un hombre nacido en la Guyana hace
más de 50 años al que todos conocen como Uncle (tío)
Berkeley. "Este pillaje no es fruto de un conflicto
racial. En Enfield [otro barrio de la capital británica], la
gran mayoría de los saqueadores son blancos", explica.
No es cosa solo
de africanos o caribeños de origen, la comunidad negra que no
esconde su furia en Tottenham. Sí es asunto de gente joven,
aunque algunos tipos entrados en años también hayan sido
filmados por las cámaras en los saqueos. "La gran mayoría
son hombres jóvenes, desempleados, alumnos adolescentes
problemáticos que piensan que a ellos no les servirán los
estudios. Además, ahora están de vacaciones y no tienen dónde
ir por la noche", precisa Berkeley. "Pero lo que más
irrita", prosigue, "son los registros aleatorios que
casi siempre afectan a los negros. Porque ahora, además,
vienen agentes de otros distritos o ciudades que no conocen a
nadie. Ni siquiera a mí, que trabajo con la policía".
La crisis económica
está causando estragos y los subsidios a los estudiantes y
para el transporte se han reducido o eliminado. Pero Berkeley,
que se apresura a condenar el vandalismo que vive Reino Unido
desde hace cinco días, apunta otra queja muy extendida.
"Las autoridades no nos escuchan ni quieren saber por qué
ocurre lo que ocurre. Solo dicen que el vandalismo no tiene
justificación y que los jóvenes implicados en la violencia
serán reprimidos".
La comunidad
negra se siente estigmatizada. Cuando el periodista extranjero
interrumpe su conversación con un tendero indio por la
presencia de un cliente negro, este espeta al foráneo:
"No dejes de hablar porque soy negro".
La ira es
palpable. Junto a la cinta que precinta High Road, un hombre
en la cuarentena habla furioso a berridos, sin dar su nombre,
pero arremetiendo contra la discriminación policial, a tres
metros de varios uniformados que vigilan esta calle de
Tottenham, muy cerca de la comisaría donde un grupo de
mujeres reclamó el pasado jueves, sin éxito, explicaciones
sobre la muerte de Mark Duggan, el chispazo que desató la orgía
de violencia en Londres.
"Aquí se
droga todo el mundo. Pero sólo a nosotros nos detienen. Los
ricos también lo hacen, pero no son detenidos. Mira
Amy Winehouse. No voy a recriminar a los chavales
porque ataquen a la policía y su brutalidad. Si hasta los
jueces nos discriminan porque reconocen el slang que
hablamos". El hombre recibe una llamada y corta su retahíla
de agravios.
El alquiler de
un pequeño apartamento cuesta alrededor de 1.000 euros al mes
en este barrio que forma parte del municipio de Haringey, el
lugar de Europa en el que más lenguas se hablan –alrededor
de 300– y el que sufre el mayor desempleo de Londres y uno
de los más elevados de Reino Unido.
Hay niños
implicados en los altercados: al menos uno de los detenidos
tiene 11 años. La protección familiar se desvanece. A Thomas
Johnson, a punto de acabar los estudios de periodismo a sus 24
años, no le sorprende que niños se den al pillaje. "No
sería extraño que una madre y su hijo se fueran a robar
juntos. Algunas chicas son madres a los 14 años, demasiado jóvenes.
El Estado les ayuda y no necesitan padre, y no se les atiende
debidamente".
Tottenham no
prospera. "En solo una milla de High Road han sido
reemplazadas 10 tiendas de comida por 10 casas de apuestas.
Muchos creen que no hay otra salida", comenta Donovan, un
estudiante de música de 19 años, mitad jamaicano mitad inglés.
Y quienes consiguen recursos se largan a vecindarios
acomodados en el mismo municipio de Haringey.
"Hace 30 años
estalló un conflicto que fue racial. Ahora es diferente. La
gente tiene más información y sabe que la gran corrupción
es la de Rupert Murdoch [el magnate de la prensa] o la del
sistema financiero. Y también sabe que se ha salvado a los
bancos con el dinero público. Esto es simplemente robar a los
pobres para dárselo a los ricos", concluye Bobby.
Para colmo, ya
con poco pan, también se pueden quedar en este suburbio sin
circo. El club de fútbol Tottenham Hotspur, al que se ha
impedido construir un centro comercial en las inmediaciones de
su estadio de White Hart Lane, se instalará en otro barrio de
Londres. La Premier League decidirá además hoy si el partido
que este fin de semana tiene previsto disputará el Tottenham
con el Everton se podrá celebrar finalmente.
La
policía cuestionada
Scotland
Yard, acéfala y golpeada por
la corrupción y el desprestigio
Agencia
EFE, 10/08/11
Londres.–
Cuando sólo falta un año para los Juegos Olímpicos de
Londres, Scotland Yard vive la mayor crisis de su historia, acéfala,
sospechada de corrupción y enfrentada a una ola de violencia
callejera sin precedente en varias ciudades británicas.
Los disturbios
que comenzaron el fin de semana en el barrio de Tottenham, en
el norte de Londres, a causa de una protesta contra la policía,
se extendieron a las zonas más deprimidas de la capital,
protagonizados por bandas juveniles que saquean, incendian y
destruyen tiendas, edificios y autobuses.
Policías
antidisturbios y agentes a caballo se enfrentaron con ellos en
una lucha desigual, sin usar métodos expeditivos como cañones
de agua, balas de goma o gases, y se mostraron incapaces de
contener el saqueo y la violencia indiscriminada al punto de
que Scotland Yard pidió ayuda a cuerpos y policías de otras
ciudades. Toda una humillación para la veterana policía
metropolitana de Londres, una fuerza con un total de 32.500
efectivos, que presume de buenos métodos y relaciones con la
comunidad desde su nacimiento, en 1829.
"Los policías
nunca estuvieron tan desbordados", admitió uno de sus
responsables, Stephen Kavanagh. "Simplemente, no teníamos
más unidades para enviar", reconoció otro agente, Paul
Deller, mientras los revoltosos pudieron saquear durante
varias horas las tiendas de Londres antes de que la policía
pudiese actuar en los últimos días.
Los permisos de
los miembros de las fuerzas de seguridad fueron suspendidos.
Agentes de otras regiones del país, especialmente de
Lancashire y de Great Manchester (noroeste de Inglaterra),
formados en el mantenimiento del orden, habían sido enviados
ayer a la capital del reino. Irlanda del Norte, escenario
habitual de conflictos político–religiosos, propuso enviar
20 Land Rover blindados.
La ministra del
Interior, Theresa May, descartó, al menos por el momento,
recurrir al ejército o a los cañones de agua tal como
reclamaron algunos políticos locales para devolver la calma a
las calles londinenses. Gran Bretaña dispone de seis cañones
de agua, pero todos están desplegados en Irlanda del Norte,
que sufrió altercados en julio.
La configuración
de Londres, donde las viviendas sociales están repartidas por
toda la ciudad, incluidos los barrios más acomodados, también
es propicia para la propagación de los disturbios, lo que
obliga a la policía a dispersar sus fuerzas, con el riesgo de
que su actuación sea totalmente ineficaz.
Sospechas
La actual crisis
encuentra a Scotland Yard descabezada desde la renuncia, a
mediados de julio, de su jefe y su número dos por el escándalo
de las escuchas telefónicas de los medios de Rupert Murdoch,
cuya investigación demostró sobornos a policías para lograr
exclusivas.
Paul Stephenson,
comisario, y John Yates, su adjunto, dimitieron por su
estrecha relación con un periodista implicado en las escuchas
de News of the World , que luego fue detenido. Sin sustituto aún
en el puesto de máximo responsable, Tim Godwin es quien
dirige la fuerza de manera interina.
Hace unos meses,
la policía metropolitana ya había sido fuertemente criticada
por su gestión de las manifestaciones estudiantiles que
tuvieron su epicentro en Londres y que llamaron la atención
mundial cuando fue atacado el auto del príncipe Carlos,
heredero de la corona. La moral de los agentes tampoco está
en su mejor momento, después de que el presupuesto de la
policía sufrirá un recorte progresivo del 20% hasta 2015.
Los
problemas de Scotland Yard se producen cuando falta menos de
un año para la inauguración de los Juegos Olímpicos de
Londres.
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