La
"talla única" no le queda bien a nadie
Europa,
todo un disparate
Por
John Gray
BBC World, 28/08/11
No hay nada más
humano que los disparates y el mejor ejemplo actual de uno de
ellos es el drama que vive Europa, según el filósofo John
Gray, quien escribió este artículo para la BBC.
El ministro de
Finanzas de Grecia declaró que su gobierno hará un
"esfuerzo sobrehumano" por cumplir con las
condiciones del reciente rescate económico.
La declaración
suena algo inquietante, y no puedo avitar recordar una de las
más antiguas leyendas griegas.
Hay varias
versiones del mito del Caballo de Troya, pero la esencia de la
historia es clara: el desatino de los líderes de Troya de
permitir que un enorme caballo de madera entrara en la ciudad,
a pesar de que todo indicaba que era una estratagema concebida
por sus enemigos.
Aparentando ser
un trofeo que representaba el final de una guerra en la que
Troya había estado sitiada por una década, los griegos
dejaron al caballo a sus puertas.
Por encima de
todo, los dirigentes troyanos querían creer que los diez años
de asedio habían llegado a su fin. Por eso, desestimaron las
advertencias y metieron el caballo en la ciudad. Los soldados
escondidos en su interior salieron de noche y le abrieron las
puertas a las fuerzas griegas.
Como sabemos,
Troya quedó en ruinas.
Locura
clásica
En su libro
"La Marcha de la Locura", la historiadora
estadounidense Barbara Tuchman citó la historia del Caballo
de Troya como una muestra de que la humanidad, encarnada en
los troyanos, "es adicta a seguir políticas contrarias a
sus propios intereses". Para Tuchman, la caída de Troya
es sólo el primero de los muchos actos de locura de la
historia.
Describiendo la
clásica locura o disparate en el sentido de insensata
persistencia en una conducta claramente contraproducente, dice
que una política puede ser identificada como una sinrazón si
tiene tres características:
• Tiene que
ser percibida como contraproducente en el momento en el que se
adopta, no sólo en retrospectiva;
• Tiene que
haber habido una alternativa viable disponible;
• La política
debe ser de un grupo y extenderse por un período de tiempo;
no es el acto de un solo dirigente.
La guerra de
Estados Unidos contra Vietnam, argumenta, se ajusta a esta
definición de insensatez a la perfección.
La historia del
Caballo de Troya no cumple con la tercera de esas reglas pero
ilustra el elemento esencial de ceguera deliberada ante las
consecuencias autodestructivas de las decisiones que se toman.
Darse
contra la pared
Un disparate no
es un error, ni siquiera un error de tipo extremo. Equivocarse
implica la posibilidad de aprender de los errores, mientras
que la insensatez lleva a seguir políticas a sabiendas de que
son perjudiciales.
La invasión de
Irak demuestra que se pueden librar guerras cuyos objetivos
nunca fueron ni remotamente realizables. Sea que se declaró
la guerra para promover la democracia o para salvar al mundo
del terrorismo; o para asegurar bienes materiales como el
acceso al petróleo y materias primas, pienso que en el mejor
de los casos era dudoso que esos propósitos se pudieran
lograr por la vía militar.
Persistir en
esas guerras cuando sus efectos adversos son innegables sólo
puede ser descrito como un disparate.
No hay duda de
que se pueden encontrar muchos ejemplos, pero probablemente no
hay nada en este momento que ejemplifique el concepto del
disparate tan claramente como el drama que se está
desarrollando en Europa.
La
"talla única" no le queda a nadie
Una moneda
europea única del tipo que existe en el momento nunca iba a
funcionar. Cuando se planteó hipotéticamente por primera
vez, los economistas señalaron que una política monetaria
"de talla única" sería contraproducente. Fijar una
tasa de interés igual para países con economías tan
diferentes sobreestimularía a unas, mientras que otras se
estancarían.
Una unión
monetaria podría funcionar si estuviera combinada con una unión
en las políticas monetarias, un mecanismo para redistribuir
los impuestos y los gastos que armonizara las diferencias en
las economías. Los burócratas europeos están de acuerdo con
los economistas: una unión más profunda es la única solución
para los problemas del euro.
Pero esa solución
está basada en la falta de comprensión de la naturaleza del
problema que enfrenta Europa, que no es económico sino que
tiene que ver con la legitimidad política.
Las economías
de la eurozona pueden comerciar productivamente, como lo hacían
antes de que el euro fuera inventado. Pero no pueden lograr
una armonía que los lleve al punto de ser una sola economía.
Lo que los
entusiastas del proyecto europeo quieren es un gobierno
europeo, algo como unos Estados Unidos de Europa. Pero eso
nunca ha sido más que una fantasía.
No sólo los
Estados que ya existen en Europa tienen diferentes historias,
culturas y sistemas políticos, sino que también tienen
diferentes niveles de desarrollo económico, y si alguna vez
se estableciera una una unión fiscal, tendría que ser
permanente. Pero eso requiere de un tipo de solidaridad en la
eurozona que no puede ser creada por decreto desde Bruselas.
En Estados
Unidos ha habido una unión fiscal al menos desde la época de
Roosevelt, que funciona porque EE.UU. es una nación moderna,
algo en lo que se convirtió tras una devastadora guerra
civil. No hay manera de que los líderes nacionales puedan
cederle el poder a una burocracia transnacional para poder
hacer algo similar en Europa.
Los que tratan
de hacerlo, rápidamente se tornan ilegítimos. Eso es lo que
seguramente le pasaría a la canciller alemana Angela Merkel
si aceptara un sistema de transferencias económicas
permanentes a los países de la periferia sur, y algo parecido
está ocurriendo ya con Grecia, que está haciendo las veces
de receptor en esa transferencia.
Desesperanza
sin fin vs. dolor finito
Ningún pueblo
que viva en algo que se parezca a una democracia se aguantaría
el colapso de sus niveles de vida en nombre de beneficios
hipotéticos que recibiría en algún momento del futuro
remoto.
Pacientes que no
son atendidos porque no pueden pagar en los hospitales que solían
atenderlos sin cobrarles, graduados sin posibilidades de ningún
tipo de empleo y propietarios de pequeños negocios forzados a
dormir en la calle cuando sus empresas fracasan no van a
aceptar un período indefinido de pobreza y desesperanza.
Con la contracción
inexorable de la economía, el consenso político de
austeridad se desmoronará. Tarde o temprano surgirán líderes
que aceptarán que Grecia tendrá que abandonar el euro,
aunque que el proceso sea extremamente traumático.
Estoy seguro de
que una vez Grecia se salga de la trampa, otros países le
seguirán. Mejor un período finito de reajuste agonizante
bajo una gobierno propio que una falta de esperanza sin fin
bajo un gobierno controlado por una burocracia europea
distante.
Pasar a un
gobierno europeo único no es sólo difícil, como aceptan los
que abogan por el proyecto. Es imposible. El proyecto es
manifiestamente contraproducente. Persistir con la idea no sólo
inflamará el nacionalismo, tanto en los países que están
siendo rescatados al costo de una austeridad humillante, como
en aquellos que tienen que cargar con el costo del rescate.
Sin embargo, eso
no significa que los entusiastas del proyecto lo abandonarán.
Todo lo contrario. Todo lo que demuestra –dicen– es que
tenemos que redoblar los esfuerzos. Es difícil pensar en un
mejor ejemplo de disparate.
Mejor
renunciar
Cuando un
experimento científico falla, sabemos que tenemos que
encontrar una teoría distinta. No decimos: "tememos que
intentarlo de nuevo con más ganas. Si hacemos un esfuerzo
sobrehumano, el experimento funcionará la próxima vez".
Eso es lo que
los líderes europeos están diciendo hoy. En vez de buscar
maneras constructivas de posibilitarle a algunos países la
salida de la moneda única, están comprometidos con la idea
de preservarla de la manera en la que existe. El resultado sólo
puede ser un proceso de desintegración en el cual la eurozona
que conocemos pasará a la historia.
Es aquí donde
volvemos a Tuchman. Políticas contraproducentes del tipo que
ella trata no son excepcionales en los asuntos humanos. En la
política, la sinrazón es normal. Lo que ella no explica del
todo es porqué es así.
Algunas de las
razones son obvias. Los políticos terminan identificándose
con sus políticas, y es difícil para ellos admitir errores.
Sus empleos y carreras están en riesgo, y puede ser más
ventajoso el insistir con un proyecto que seguramente fracasará
que hacer el esfuerzo de inventarse algo nuevo.
Pero esos cálculos
prosaicos son sólo una parte de la historia. Hay algo más
profundo que nos afecta a todos.
Volvamos al
caballo de madera. Los troyanos querían creer que el asedio a
su ciudad había terminado. Tras aguantar por tanto tiempo, no
podían soportar la idea de que esos diez años de
dificultades habían sido en vano.
Hoy en día, no
somos diferentes. Los humanos hacemos lo imposible para darle
sentido a nuestras vidas. Nos aferramos a proyectos que le han
moldeado a nuestra identidad, incluso a costo de perder todo
lo que nos importa.
Confrontados con
dificultades inextricables, lo más sensato quizás sea dejar
el pasado atrás e improvisar. Pero eso implica olvidar
nuestras convicciones, y preferimos arruinarnos a enfrentar
los hechos.
Esa
es la persistencia perversa que podemos llamar disparate, y no
hay nada más humano que eso.
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