Si
no se cambia, hay que salir del euro
Europa
en el abismo
Por
Juan Torres López (*)
Ganas de Escribir, 06/10/11
1. Europa
en el abismo
Las autoridades europeas, la
Comisión y el Banco Central Europeo, están llevando a Europa
al borde del abismo. Se habla todos los días de la situación
extrema de Grecia, pero no es solo ese país el que está
siendo literalmente saqueado y arruinado por las desastrosas
medidas que se están aplicando para salvar los intereses de
los grandes grupos financieros y empresariales europeos. Son
muchos más.
Las políticas “de
austeridad” son meros recortes en el gasto social y en los
salarios directos e indirectos y diferidos (sanidad, educación,
pensiones…) orientados a limitar el disfrute de derechos
sociales conquistados hace décadas con gran esfuerzo por las
clases trabajadoras en beneficio de los grandes capitales. Y día
a día estamos viendo que de esa manera no solo no se sale de
la crisis sino que, por el contrario, están provocando una
nueva recesión que incluso denuncian organismos
internacionales neoliberales como el FMI o Estados Unidos
porque no les conviene que Europa llegue a una situación de
impago generalizado como la que se nos viene encima.
Las autoridades europeas están
siendo incapaces de asegurar la financiación a las empresas a
pesar de haberles dado cientos de miles de millones a los
bancos, de modo que miles de ellas siguen cerrando y generando
más desempleo y una situación de deterioro productivo que
pronto puede llegar a ser irreversible.
Sin reformas que garanticen
una nueva forma de actuar del sistema financiero y sin impulso
público que sostenga a la actividad empresarial y al consumo
hasta que se recuperen por sí solos, las autoridades europeas
están generando un problema fatal de demanda.
Y cayendo día a día la
actividad y por tanto los ingresos, la deuda sigue aumentando
sin cesar mientras que la complicidad del Banco Central
Europeo con los bancos privados deja a los gobiernos en manos
de “los mercados”, encareciendo la ya de por sí
dificultosa y escasa financiación y provocando una gigantesca
amenaza que ya es prácticamente una realidad: Europa no puede
pagar la deuda que acumulan sus gobiernos y empresas y
familias. Es materialmente imposible que puede hacerse y mucho
menos con la pérdida de ingresos que se produce en los países
más endeudados como consecuencia de las políticas que se están
imponiendo.
Y para colmo, no solo no se
resuelven los gravísimos problemas económicos que se
extienden como una mancha de aceite por toda Europa, sino que
las instituciones resultan impotentes, incapaces de
coordinarse con efectividad, de transmitir liderazgo y
confianza a ciudadanos y empresarios y de tomar decisiones con
rapidez y eficacia. La inicial crisis financiera se ha
convertido finalmente en una auténtica crisis política que
paraliza a Europa que pone en peligro su estabilidad social y
que puede llevarnos a un conflicto de grandes proporciones.
2. No hay
solución en el marco político en el que quieren moverse los
dirigentes europeos
El empecinamiento en mantener
las políticas de recorte de gasto social y los privilegios a
la banca impide que los problemas económicos de las economías
europeas se puedan resolver, ni siquiera con los sacrificios
cada vez mayores que se les están imponiendo a la población.
Que nadie se engañe. Es
materialmente imposible salir del agujero en el que nos
encontramos con las políticas que se están aplicando.
Estrujar hasta la extenuación a los países y a los pueblos,
como en Grecia, Irlanda, Portugal, Rumanía u otros muchos de
la Unión solo están produciendo una destrucción fatal y
quizá permanente de sus aparatos productivos y una quiebra
social sin precedentes en nuestro continente. Abortando sus
mecanismos de generación de ingresos es una estupidez pensar
que los países endeudados puedan pagar la deuda y salir
adelante.
Hablemos claro. No se trata
solo de errores doctrinales. La insistencia de los grandes
grupos financieros en imponer a Grecia y otros países medidas
cada día más restrictivas y antisociales son ya conductas
sencillamente criminales que hay que repudiar por inútiles y
por salvajes. No hay derecho al ensañamiento vil de los
poderes financieros. No tienen derecho a destrozar las economías
y a arruinar a los pueblos de la manera en que lo están
haciendo y las autoridades Europas deben dejar ya de actuar
como sus siervos para imponerlas sin piedad.
Estas medidas no pueden
resolver los problemas que hay sobre la mesa sencillamente
porque estos derivan de fallos estructurales en la construcción
de la unión monetaria, o mejor dicho de fallos “estratégicamente”
estructurales porque responden a un diseño deseadamente
imperfecto desde el punto del equilibrio y la justicia global
pero que garantizan unas condiciones inmejorables para el
capital europeo. Me refiero, por ejemplo, a la falta de
mecanismos de coordinación de las políticas económicas, a
la ausencia de una hacienda europea y de un presupuesto
suficiente, a la renuncia de disponer de un auténtico banco
central que financie a los estados cuando estos lo necesiten
para no hacerlos esclavos de la banca privada, a la falta de
supervisión financiera centralizada que hubiera impedido los
desmanes de las entidades financieras, o de instituciones que
garanticen la gobernanza democrática y el control efectivo de
los poderes informales que se superponen sobre las
instituciones representativas. Y eso por no hablar de la falta
de pluralismo y del fundamentalismo que guía las políticas
que se vienen llevando a cabo a pesar de que la realidad
muestra día a día que no son las adecuadas para mejorar el
rendimiento económico y mucho menos para aumentar la equidad
y los equilibrios territoriales y personales en los distintos
países y en el conjunto de la Unión.
3.
El mal diseño del euro produce más inconvenientes que
ventajas
Los daños que está
produciendo en los últimos años el defectuoso diseño de la
unión monetaria, o mejor dicho, su diseño orientado
simplemente a proporcionar un área de óptima rentabilización
a los capitales, están empezando a ser ya insoportables.
Es verdad que la pertenencia
al euro ha conllevado muchos beneficios. Ha proporcionado
sinergias, ahorro de muchos costes, intercambios muy fructíferos,
empuje acelerado y modernidad a estados más atrasados,
referencias inexcusables para mejorar estándares de vida, de
emprendimiento e innovación, e ingresos para poder abordar en
muy poco tiempo transformaciones que hubiera costado decenios
llevar a cabo sin el euro. Y es cierto también que ha
proporcionado un encuadre más seguro a las economías más
atrasadas que se han podido aprovechar de la seguridad que da
“viajar” de la mano de economías tan potentes como la
alemana o incluso la francesa en el seno de una zona que
estaba llamada a ser uno de los grandes ejes del desarrollo y
la prosperidad mundial.
Pero la realidad es que esas
ventajas palidecen si se tienen en cuenta otros problemas
derivados, como acabo de señalar, de haber puesto la unión
monetaria al servicio de los grandes capitales y de su
renuncia a avanzar hacia la conformación de un espacio auténticamente
integrado y equilibrado.
Los países de la periferia
hemos perdido nuestros mejores activos y el control de
nuestras principales empresas y redes, que hemos tenido que
vender a los capitales europeos más potentes, y así,
nuestras economías son ahora mucho menos competitivas y está
mucho más concentradas en torno a grupos de poder y decisión
cuyos intereses nada tienen que ver con el desarrollo de
nuestras capacidades productivas o con el aumento de nuestros
ingresos.
Nuestras grandes empresas se
han beneficiado de formar parte del espacio común que les ha
dado alas para saltar al global pero eso ha supuesto pérdida
de empleos, extraversión de ingresos y renuncia a nuestra
capacidad de decisión sobre intereses nacionales estratégicos.
Hemos recibido muchos
ingresos de Europa pero no han servido para reducir
significativamente nuestros deficits sociales ni para reducir
nuestras desigualdades. Todo lo contrario. Hemos perdido
capacidad de maniobra y ahora hemos de nadar con las manos y
pies atados justamente cuando las aguas se ponen más bravas y
difíciles.
Es verdad que todo ello ha
sido también por culpa nuestra. No podemos responsabilizar de
todo a Europa. Pero no lo es menos que en el marco en el que
actualmente se mueven las políticas europeas resulta muy difícil
hacer otra cosa. El discurso oficial precisamente se basa en
difundir la idea de que “lo impone Europa” y que es
“imposible” llevar a cabo otras políticas que nos sean
las que dictan sus autoridades.
Por eso hay que acabar con
aseveraciones que solo son verdades a medias. Se podría haber
avanzado por otros caminos sin necesidad de haber roto con
Europa: incrementando la justicia fiscal, modificando nuestras
prioridades y especialidades productivas, aumentando la
inversión en el gasto público y social necesario para
impulsar la actividad productiva y la vida empresarial
creadora de empleo y, sobre todo, se podría haber actuado con
mayor independencia respecto a los centros de poder de Europa
levantando nuestra voz en lugar de limitarnos a ser siervos
obedientes de los grupos de poder económico y financiero que
dominan las instituciones europeos.
Dicho de otro modo: los dos
partidos que se han alternado en el gobierno en estos últimos
años podrían haber sido más fieles a los intereses
nacionales y haberlos defendido en Europa en lugar de ceder
España al capital extranjero, como han hecho de la manera más
explícita mediante privatizaciones y aplicación de normas en
su beneficio. Y el resto de las fuerzas sociales deberíamos
haber estado más acertados a la hora de impulsar la lucha
contra todas las injusticias y daños que ha provocado nuestra
inadecuada entrada en el euro y los efectos que hemos venido
padeciendo por culpa de ello.
4. Ha
llegado el momento de hacerse oír
La situación europea que está
creando la crisis política que se añade a la financiera y
económica es de emergencia.
A punto de entrar en otra
recesión, con una deuda gigantesca que es imposible pagar,
como he señalado, y sin capacidad efectiva de decisión política
por parte de las autoridades europeas (como demuestran las
idas y venidas, las contradicciones y retrasos continuos en la
toma de decisiones y en su aplicación) solo queda como
alternativa a corto plazo para evitar el derrumbe definitivo
de Europa tomar medidas urgentes como las siguientes:
a) Que el Banco Central
Europeo se haga cargo de la financiación de la deuda de los
estados. Que se organice una quita o reestructuración
generalizada de toda ella y que se planee un plan de pagos a
medio y largo plazo que no lleve consigo la ruina de Europa
sino que garantice la generación de ingresos en todos los países.
Dicho con palabras que todo el mundo entiende: tal y como
salvaron antes a los bancos, tienen que salvar ahora a los
pueblos, a las pequeñas y medianas empresas y a los autónomos
que crean empleo y a las economías en general.
b) Debe crearse una institución
pública financiera en Europa que inmediatamente garantice
recursos a empresas y consumidores.
c) Ha de ponerse en marcha un
plan urgente de reactivación de la actividad basado en el
impulso de nuevas líneas productivas. Una especie de “Plan
Marshall” europeo que posiblemente debería contar con el
apoyo internacional en el marco de acuerdos globales sobre
nuevos estilos de gobernanza, política y justicia global.
d) Igualmente, es imperioso
llevar a cabo un plan urgente de fortalecimiento democrático
de las instituciones europeas y de coordinación de las políticas
que permitan aplicar todo lo anterior, sobre todo, limitando
el poder financiero y la influencia decisiva que viene
teniendo las operaciones especulativas.
Soy consciente de la
dificultad de poner en marcha planes como estos. Mejor dicho,
estoy completamente seguro de que no se van a llevar a cabo
mientras predominen los intereses que hoy día gobiernan
Europa y mientras que los poderes que la dominan no tengan
enfrente, en la calle y en las instituciones, contrapesos
contundentes y de suficiente envergadura.
Por eso creo que a estas
alturas ya no basta con reclamar estas medidas y ni siquiera
con esperar o confiar en que la sensatez o el duro
enfrentamiento con la realidad obligue a modifique su actuación
a las autoridades europeas. No creo mucho en los milagros.
Hay que forzar la situación
y al mismo tiempo hay que evitar que el tsunami que están
provocando las desastrosas políticas de los poderes europeos
nos arrastren. Por eso creo que la mejor alternativa para la
economía española es salir del euro. Se que se trata de una
posibilidad ni siquiera contemplada en los tratados pero que,
en ese caso, se puede adoptar sencillamente como una
alternativa de facto. No es ninguna opción irreal ni nos
llevaría al desastre. De hecho, si no cambia la orientación
de las políticas actuales (y no cambiarán sin medidas de
presión como la amenaza de que países como España digan ¡Basta
ya!) terminaremos todos fuera del euro. Pero saliendo deprisa
y corriendo, con el rabo entre las piernas y huyendo de la
quema.
* Juan Torres López es
catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de
Sevilla.
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