Los
indignados convocan marchas en 60 ciudades de España y en
otros países
Para
el sábado 15
Por
Naiara Galárraga
El País, 10/10/11
"Disculpen
las molestias, esto es una revolución”. Así empieza el vídeo
con el que el movimiento de los indignados llama a tomar este
sábado, día 15, plazas y calles repartidos por todo el
planeta. Habrá manifestaciones en Madrid (varias columnas que
saldrán de barrios y confluirán a las seis de la tarde en la
plaza de Cibeles) y en Barcelona (cinco de la tarde, plaza de
Catalunya). Y en Elda (Alicante), en Gran Canaria, en
Ourense... y otras 60 ciudades y pueblos españoles. Y en
Tijuana (México), Anchorage (Alaska, EEUU), Hong Kong
(China), Johanesburgo (Suráfrica)... Ya se han convocado 350
protestas en al menos 45 países de los cinco continentes. Un
mapa al que se van sumando manifestaciones; todas bajo el
lema, "Unidos por un cambio global". El objetivo es
mandar un mensaje contundente a los políticos y a las élites
financieras: "Los poderes establecidos actúan en
beneficio de unos pocos, desoyendo la voluntad de la gran
mayoría, sin importarles los costes humanos o ecológicos que
tengamos que pagar. Hay que poner fin a esta intolerable
situación", explica el manifiesto de la convocatoria
global (traducido a 18 lenguas, del japonés al hebreo). Los
movilizados prometen seguir manifestándose pacíficamente,
debatiendo y organizándose hasta lograr el cambio global que
persiguen.
Es una
convocatoria que nació en España. Los activistas del 15–M
anunciaron antes del verano que harían una convocatoria
europea en otoño. Buscaron en un calendario qué días 15 caían
en fin de semana. Y eligieron el 15O. Poco a poco, la
convocatoria fue creciendo hasta abarcar medio mundo. "Es
el arranque del curso y, ante la cercanía de las elecciones
[generales del 20–N], queremos recordarles a los partidos
que el 15–M sigue vigente", explica el portavoz de
Democracia Real Ya –uno de los grupos integrantes del
movimiento indignado– Jon Aguirre Such. "Queremos que
sirva también para relanzar las asambleas de barrio", añade.
El verano las hizo languidecer –"la afluencia disminuyó",
concede Aguirre– pero, recalca, se siguen celebrando
reuniones en los barrios en las que se debate y reflexiona
sobre economía, medio ambiente, etcétera. En la de su
barrio, Chamberí, en Madrid, el fin de semana pasado
reflexionaron sobre los lemas de la marcha del 15O.
Paralelamente, inspirados en las revueltas árabes y el 15–M
español, los indignados se han hecho oír en Israel, en
Chile, en Estados Unidos y en Bruselas.
Detalla Aguirre
que las manifestaciones son contra los cuatro poderes: el
financiero (incluidos los paraísos fiscales, la banca y las
agencias de calificación), el político (los dirigentes
aislados de la gente), el militar (los ejércitos y la OTAN) y
el mediático (grandes grupos y censores de Internet).
A los que
busquen lemas, un líder... cualquiera de los referentes clásicos
de las movilizaciones tradicionales, los organizadores de la
protesta mundial (una enorme masa amorfa que se coordina con
asombrosa eficacia por Internet) les dicen: "Si te
preguntan, ¿quién está detrás de esto? Respóndeles,
yo". Centenares
de personas están contando en las redes sociales sus motivos
para echarse a la calle el sábado bajo la etiqueta#soy15O
(con O de octubre): "Porque no quiero ser rico,
simplemente llegar a viejo para disfrutar de los míos, y de
un planeta limpio y sostenible", escribe Ro; "Porque
quiero trabajo, no caridad", dice Daniel Afonso. "No
somos ni de izquierdas ni de derechas, somos los de abajo y
vamos a por los de arriba", afirma Irene Sánchez.
El movimiento
15–M ha colgado en Internet un completísimo kit para que
las marchas del sábado 15O sean un éxito: incluye información,
propuestas para sensibilizar ("Habla con tus amigos,
vecinas, compas de curro o cola del paro… Cuéntales por qué
es importante salir a la calle, por qué no nos representan y
por qué no debemos pagar esta crisis") y para contar el
evento en Internet. Los convocantes han invitado al escritor
José Luis Sampedro y a Federico Mayor Zaragoza, ex director
de la Unesco, a explicar en sendos vídeos los motivos para
tomar el mundo el 15O "presencial o virtualmente".
El
debate sobre la convocatoria a una huelga
general
Sindicalismo
y 15–M
Por
Carlos Taibo
Diagonal, 29/09/11
La extensión de
la protesta al mundo del trabajo no es una necesidad sólo
para el 15–M: es una demanda general entre quienes aspiran a
cambiar radicalmente las reglas del juego. Y lo es tanto más
cuanto que el capitalismo que padecemos está retornando a
muchas de las fórmulas más abrasivas que utilizó en el
pasado. Cualquier proyecto consecuentemente anticapitalista
tiene que hacerse valer entonces, en lugar central, en el
mundo del trabajo, en el que hoy por hoy, y al amparo de lo
que hacen los sindicatos mayoritarios, falta dramáticamente
el espíritu de rebelión que nace de un impulso como el del
15 de mayo.
Es verdad, con
todo, que las dos instancias que estarían llamadas a
relacionarse –el propio 15–M y los sindicatos– arrastran
problemas no precisamente menores. Por lo que al movimiento se
refiere, lo suyo es recordar que exhibe una condición
interclasista –en sus filas se dan cita ante todo miembros
de las clases medias eventualmente desclasados, con una
ausencia llamativa de trabajadores asalariados– y que su
presencia en fábricas, oficinas y comercios resulta menor.
Parece innegable, aun así, que con el paso de los meses en el
15–M ha ido perdiendo terreno el discurso ciudadanista en
provecho de fórmulas que beben con claridad de la protesta
activa, y con vocación de permanecer, del capitalismo. El
“se va a acabar, se va a acabar, se va a acabar la paz
social”, tantas veces coreado en las manifestaciones,
retrata bien esa deriva.
Por lo que
respecta a los sindicatos, es sencillo zanjar la cuestión si
estamos pensando en lo que suponen CCOO y UGT: dramáticamente
instalados en la lógica del sistema, dependientes del erario
público y burocratizados, los sindicatos mayoritarios
muestran hoy una nula capacidad y una nula voluntad de
respuesta ante agresiones sin cuento. No puede decirse lo
mismo, por fortuna, del sindicalismo resistente, empeñado a
menudo en superar muchas de las cortedades de miras características
de las propuestas estrictamente sindicales. En ese
sindicalismo resistente, que tiene una condición minoritaria,
no falta, con todo, cierto conservadurismo encaminado a
preservar los logros orgánicos alcanzados y remiso a grandes
aventuras que puedan poner aquéllos en peligro. Ello es así
por mucho que sea cierto que mantiene con el 15–M una sintonía
general que bebe de la común defensa de la asamblea y la
autogestión.
Aunque las
disonancias no escasean, conviene subrayar, sin embargo, que
hay también vías de acercamiento: el espíritu del 15–M se
hace valer, sin duda, en determinados segmentos del mundo del
trabajo, al tiempo que el sindicalismo resistente transmite al
movimiento una dimensión obrera y anticapitalista. En estas
horas el principal instrumento de permeabilización mutua lo
aporta, sin duda, la posibilidad de convocatoria de una huelga
general. Aunque uno entienda el proyecto de “sindicalismo
sin sindicatos” que defienden determinados sectores del
15–M, el criterio más extendido sugiere que al respecto, y
descartada por completo la sintonía con CCOO y UGT, parece más
razonable ir de la mano del sindicalismo resistente.
No está de más
que prestemos atención a un puñado de elementos que rodean
esa eventual convocatoria que acabo de mencionar. El primero
es el hecho, palpable en los últimos meses, de que dentro del
sindicalismo resistente se están registrando esperanzadoras
aproximaciones entre fuerzas que tiempo atrás se daban la
espalda. Ello sucede ante todo en el mundo anarcosindicalista,
que configura a buen seguro un núcleo importantísimo de la
resistencia sindical. Sobran las razones para concluir, por lo
demás, que esta última tiene mucho que ganar y poco que
perder. Lo que hoy por hoy parece indiscutible es que el
sindicalismo alternativo sólo pierde si no mueve pieza y no
aprovecha una tesitura tan singular como la que atravesamos.
En un terreno próximo
hay que recordar que la convocatoria de una huelga general
colocaría en una situación delicada, e interesante, a los
sectores críticos que trabajan dentro de CCOO y UGT,
obligados a asumir decisiones contra la posición que con
certeza defenderán –también en situación delicada– las
direcciones de esos dos sindicatos. No se olvide al respecto
que todo hace pensar que, habida cuenta de las agresiones que
padecen muchos derechos laborales y sociales, hay una mayoría
de la población que simpatizaría con la perspectiva de una
huelga general, tanto más cuanto que parece evidente que
nuestros gobernantes no van a abandonar en ningún momento el
guión que nace de su supeditación al capital y sus
intereses.
No parece
razonable, en fin, valorar el éxito o el fracaso de una
huelga general sobre la base exclusiva del número de
trabajadores asalariados que se suman a aquélla. Tanto
relieve como ese número tienen otros dos factores: el efecto
disruptivo de la actividad económica que puede derivarse de
la acción de muchos de los jóvenes desempleados o precarios
que se mueven en la órbita del 15–M, por un lado, y el
horizonte de que la huelga, a tono con muchas de las
querencias de este último, lo sea también de consumo, por el
otro.
Las cosas como
fueren, y dado que las huelgas anteriores no se han
caracterizado precisamente por éxitos rutilantes, es difícil
que la palabra fracaso tenga que aplicarse, una vez
verificada, a la que ahora nos ocupa. Ya he adelantado que lo
que a los ojos de muchos sería un fracaso es no convocar esa
huelga. No olvidemos que estamos hablando de un fenómeno de
dimensión fundamentalmente simbólica que constituye antes el
inicio de un proceso que su objetivo final. Un proceso, dicho
sea de paso, en el que el movimiento del 15 de mayo debe
cimentar su expansión orgullosa en el mundo del trabajo y,
con ella, un horizonte que los más ambiciosos tienen, sin
duda, en la cabeza: el de una huelga general indefinida.
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