La
crisis del euro
El
agujero en el cubo de Europa
Por
Paul Krugman (*)
New
York Times, 23/10/11
El País, 25/10/11
Si no fuese tan
trágica, la actual crisis europea tendría gracia, vista con
un sentido del humor negro. Porque a medida que los planes de
rescate fracasan estrepitosamente uno tras otro, las Personas
Muy Serias de Europa –que son, si ello es posible, aún más
pomposas y engreídas que sus homólogas estadounidenses– no
dejan de parecer cada vez más ridículas.
Me referiré a
la tragedia en un minuto. Primero, hablemos de los batacazos,
que últimamente me han hecho tararear aquella vieja canción
infantil de "Hay un agujero en mi cubo".
Para los que no
conozcan la canción, trata de un granjero perezoso que se
queja del mencionado agujero y a quien su mujer le dice que lo
arregle. Pero resulta que cada acción que ella propone,
requiere una acción previa y, al final, ella le dice que
saque un poco de agua del pozo. "Pero mi cubo tiene un
agujero, querida Liza, querida Liza".
¿Qué tiene
esto que ver con Europa? Bueno, a estas alturas, Grecia, donde
se inició la crisis, no es más que un triste asunto
secundario. El peligro claro y actual proviene más bien de
una especie de pánico bancario respecto a Italia, la tercera
economía más grande de la zona euro. Los inversores,
temiendo una posible suspensión de pagos, están exigiendo
tipos de interés altos en la deuda italiana. Y estos tipos de
interés elevados, al aumentar la carga del pago de la deuda,
hacen que el impago sea más probable.
Es un círculo
vicioso en el que los temores al impago amenazan con
convertirse en una profecía que acaba cumpliéndose. Para
salvar el euro, hay que contener esta amenaza. ¿Pero cómo?
La respuesta tiene que conllevar la creación de un fondo que,
en caso necesario, puede prestar a Italia (y a España, que
también está amenazada) el dinero suficiente para que no
necesite adquirir préstamos a esos tipos elevados. Dicho
fondo probablemente no tendría que usarse, puesto que su mera
existencia debería poner fin al ciclo del miedo. Pero la
posibilidad de un préstamo a una escala verdaderamente
grande, sin duda por valor de más de un billón de euros,
tiene que estar ahí.
La pega es esta:
las diversas propuestas para la creación de dicho fondo
siempre requieren, al final, el respaldo de los principales
Gobiernos europeos, cuyas promesas a los inversores deben ser
creíbles para que el plan funcione. Pero Italia es uno de
esos Gobiernos importantes; no puede conseguir un rescate
prestándose dinero a sí misma. Y Francia, la segunda economía
más grande de la zona euro, se ha mostrado vacilante últimamente,
lo que ha hecho surgir el temor de que la creación de un gran
fondo de rescate, que en la práctica se sumaría a la deuda
francesa, simplemente sirva para añadir a Francia a la lista
de países en crisis. Hay un agujero en el cubo, querida Liza,
querida Liza.
¿Ven a qué me
refiero cuando digo que la situación tiene gracia vista con
un sentido del humor negro? Lo que hace que la historia sea
realmente dolorosa es el hecho de que nada de esto tenía que
pasar.
Piensen en países
como Gran Bretaña, Japón y Estados Unidos, que tienen
grandes deudas y déficits pero siguen siendo capaces de
adquirir préstamos a intereses bajos. ¿Cuál es su secreto?
La respuesta, en gran parte, es que siguen teniendo sus
propias monedas y los inversores saben que, en caso de
necesidad, podrían financiar sus déficits imprimiendo más
moneda. Si el Banco Central Europeo respaldase de un modo
similar las deudas europeas, la crisis se suavizaría
enormemente.
¿No provocaría
eso inflación? Probablemente no: a pesar de lo que Ron Paul y
otros como él puedan creer, la creación de dinero no es
inflacionista en una economía deprimida. Además, lo que
Europa necesita de hecho es una inflación general
moderadamente más alta: una tasa de inflación general
demasiado baja condenaría a los países del sur de Europa a años
de deflación demoledora, lo que prácticamente garantizaría
un paro elevado continuo y una cadena de impagos.
Pero esa medida,
nos dicen una y otra vez, está fuera de toda discusión. Los
estatutos en virtud de los que se creó el Banco Central
Europeo supuestamente prohíben este tipo de cosas, aunque uno
sospecha que unos abogados inteligentes podrían encontrar el
modo de resolverlo. El problema más general, sin embargo, es
que el sistema del euro en su conjunto se diseñó para
combatir en la última guerra económica. Es una Línea
Maginot construida para evitar una repetición de la década
de 1970, lo cual es peor que inútil cuando el verdadero
peligro es una repetición de la década de 1930.
Y este giro de
los acontecimientos es, como he dicho, trágico.
La historia de
la Europa de posguerra es profundamente inspiradora. A partir
de las ruinas de la guerra, los europeos construyeron un
sistema de paz y democracia, y de paso, unas sociedades que,
aunque imperfectas –¿qué sociedad no lo es?– son
posiblemente las más decentes de la historia de la humanidad.
Pero ese logro
se ve amenazado porque la élite europea, en su arrogancia,
encerró el continente en un sistema monetario que recreaba la
rigidez del patrón oro y que –como el patrón oro en los años
treinta– se ha convertido en una trampa mortal.
A lo mejor los
dirigentes europeos dan ahora con un plan de rescate
verdaderamente creíble. Eso espero, pero no confío en ello.
La amarga verdad
es que cada vez da más la impresión de que el sistema del
euro está condenado. Y la verdad todavía más amarga es que,
dado el modo en que ese sistema se ha estado comportando, a
Europa le iría mejor si se hundiese cuanto antes mejor.
(*)
Paul Krugman es profesor de economía en Princeton y premio
Nobel 2008.
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