Un
capital que no entiende su propio enredo: ¿tiene Berlín
mercados en Marte?
Alemania,
la crisis de los otros
Por
Rafael Poch
Corresponsal en Berlín
La Vanguardia, 05/11/2011
El
país ve la crisis como un problema de otros pero, “se ha
convertido en el acelerador de una desolidarización que
afecta a toda Europa”, dice Jürgen Habermas, su filósofo
vivo más celebrado.
Hasta
hace poco las resoluciones de las cumbres europeas tardaban
dos o tres meses en quedar desfasadas. Desde el 26 de octubre
eso ya ocurre en cuestión de días. La última cumbre de
Bruselas fue presentada y celebrada por Merkel y Sarkozy como
un “paquete completo” enfocado al medio y largo plazo: por
fin se afrontaban los problemas en su raíz (siempre la falta
de austeridad y disciplina), se dijo. Pero su resultado,
confuso y mal cerrado, con importantes detalles aun por
negociar, se saldó con el más grotesco desbarajuste al más
corto plazo. Atribuido al amago de Papandreu con el referéndum,
el último fiasco ha malogrado la reunión del G-20 en Cannes
este fin de semana.
Diseñada
para abordar “problemas mundiales”, la simple realidad es
que en Cannes los jefes de Estado ni siquiera han resuelto lo
de Grecia, cuando el problema de Italia ya asoma con gran
claridad. La sensación de desbarajuste es completa. La
impresión de que los líderes políticos no entienden lo que
ocurre ni lo que hacen, es abrumadora.
Mientras
la canciller Merkel dice que se tardará una década en salir
de la crisis, los alemanes declaran – en la última encuesta
disponible- que su gobierno ha perdido el norte (59%) y que lo
peor de la crisis está por venir (82%), pero, al mismo
tiempo, los alemanes aprueban el papel de Merkel en Europa
(59%). La conclusión es algo esquizofrénica: mientras la
receta unilateral alemana de disciplina y austeridad complica
cada vez más la crisis (y las deudas), su líder logra
mantener en casa, de momento, un respaldo fundamental, lo que
actúa como fuerte estímulo para no corregir el curso.
¿Hay
un plan B?
El
establishment alemán, su gobierno y sus medios, avanzan
“paso a paso”, como dice Merkel, hacia la
institucionalización de la Europa de dos categorías. El
viejo plan que el año pasado se estudiaba en el ministerio de
finanzas, está ahora de plena actualidad. Bild dice que
“Grecia es un caos” que paraliza al G-20 y “debe salir
del euro”. El Frankfurter Allgemeine Zeitung constata que,
“ha caído el tabú de la salida del euro de un país”.
“Quienes no puedan adaptarse, tendrán que irse”, explica
el comentarista europeo del primer canal de televisión.
Es
obvio que si se abre la puerta de salida del euro, Grecia no
será la única. Europa podría acabar con un “euro
fuerte” en el norte (Alemania, Holanda, Finlandia, Austria y
otros) y un “euro blando”, como se decía el año pasado
–y continúan pregonando los euroescépticos- con Francia en
algún lugar en medio de ambos ¿Es ese el plan oculto que se
está urdiendo en Berlín, o todo no es más que una
atropellada improvisación presidida por la corteza de miras?
Porque
si el euro se descompone no es ni por el endeudamiento ni por
Grecia, sino por un obtuso liderazgo alemán en el diseño de
un mecanismo de salvación manifiestamente errado, observa el
periodista económico Robert von Heusinger. La zona euro está
menos endeudada que otros grandes países industriales como
Estados Unidos, Japón o el Reino Unido, y el 3% que Grecia
aporta a la potencia económica de la eurozona es ridículo,
dice.
¿Tiene
Alemania mercados en Marte?
Alemania,
afirma Jürgen Habermas, su filósofo vivo de mayor renombre,
“se ha convertido en el acelerador de una desolidarización
que afecta a toda Europa”. Sin fórmulas de justicia
distributiva que nivelen la extraordinaria orgía de
enriquecimiento y desigualdad protagonizada por la minoría más
favorecida en los últimos treinta años, la eurocrisis no
tiene una salida democrática, sugiere Habermas.
“Los
alemanes han impuesto a todos una estrategia que funcionó con
ellos: la orientación unilateral a la exportación y el
crecimiento en el mercado exterior, lo tonto es que pasaron
por alto que mientras no haya comercio con Marte el superávit
de todos en la Tierra es imposible”, dice von Heusinger. La
solución es todo aquello que el dogmatismo alemán
estigmatiza como bestia negra: la “unión de
transferencias”, el eurobono, y el control político sobre
el Banco Central Europeo. Sin ello, desde luego, se saldrá de
la crisis porque todas las crisis acaban un día u otro, pero
mucho más tarde, y habrá que ver a qué precio.
Delors
y el aterrizaje de Merkel
Desde
el principio la crisis ha sido vista en Alemania como un
problema de otros. Se ha presentado a la opinión pública
como un asunto injusto consistente en el precio que Alemania
debe pagar por errores y excesos ajenos. Se perdió de vista
la perspectiva de una realidad interrelacionada. Eso cambió
algo hace cuatro semanas, cuando, a la luz de la fuerte
corrección a la baja de los pronósticos de crecimiento alemán
para este año y el que viene, la canciller Angela Merkel
aterrizó.
“Merkel
comprendió entonces que si al euro le iba mal de verdad, eso
tendrá consecuencias muy malas para Alemania”, explica
Jacques Delors, 86 años y patriarca de la Unión Europea, en
una entrevista con el Stuttgarter Zeitung. “Hasta
entonces”, dice, “no estoy muy seguro de que Merkel
comprendiera esa relación”. Ese cambio determinó que
Merkel presentara su ofensiva europea: la concepción del
“paquete completo” con un horizonte de reforma de los
tratados de la Unión en clave única de disciplina
presupuestaria, lo que amenaza con romper la zona euro en dos.
“El
triunfo total de la Señora Merkel” en Bruselas sustituyó
definitivamente el tradicional sistema de toma de decisiones
con la Comisión Europea en el centro y lo sustituyó por un
consenso franco-alemán en el que la posición francesa
consiste en plegarse a la alemana, se queja Delors, que
recuerda que con el método anterior, “Europa alcanzó sus
progresos”. “Merkel prefiere el consenso entre países, lo
que es un regreso a la monstruosa manera de hacer política
del siglo XIX”, dice.
El
aterrizaje de Merkel aún empeora más las cosas, pues su tardía
consciencia de que hay que hacer algo por Europa – pues de
lo contrario la propia Alemania se va al garete- le ha llevado
a la peregrina idea de una quimérica germanización del
continente vía la reforma de los “tratados de la Unión”.
Bajo ese concepto, la canciller tiene en mente
institucionalizar la austeridad, meter en todas las
constituciones el límite de endeudamiento, crear un nuevo
comisario fiscal europeo, un “Mister Austerity”, y cosas
así.
Que
el ama de casa suaba baile sevillanas
El
simplismo de la canciller es asombroso: la crisis reducida a
un problema de virtud denota una mentalidad “cateta” y
provinciana de Europa, como ha dicho Felipe González. Merkel
y Alemania no dejan de hablar del modelo del “ama de casa
suaba”, el tópico de la “schwäbische Hausfrau”.
Pretender convertir a griegos, españoles, portugueses,
irlandeses, italianos y franceses, es decir a católicos y
ortodoxos, en amas de casa suabas, denota una mentalidad
corta, perfectamente homologable con el “España va bien”
que el postfranquismo -incluyendo en él a sus ayudantes
socialistas- construyó sobre ese desastre medioambiental de
nuevo rico que designamos como “ladrillo” y que ha
destrozado, literalmente, el aspecto de España.
El
ama de casa suaba es todo lo contrario del espíritu
meridional: es una administradora que cuida hasta el último céntimo
de su presupuesto y que nunca gasta más (en realidad siempre
mucho menos) de lo que puede. No hay duda de las virtudes
generales de la “schwäbische Hausfrau”: si nuestros
alegres hipotecados meridionales tuvieran algo de “schwäbische
Hausfrau”, nunca se habrían metido a comprar pisos sin
disponer ni siquiera de una fracción de su coste en el
bolsillo. La reflexión tiene dos problemas muy serios.
Primero:
el ladrillo no es únicamente resultado del cretinismo del
consumidor celtíbero. No olvidemos que fue (es) un negocio
para una minoría social de facinerosos inmobiliarios que no
habría podido actuar sin un marco económico-legislativo
concreto, en cuyo diseño el hipotecado consumidor no tuvo
arte ni parte. Segundo: las virtudes y los defectos son
siempre algo relativo.
Quien
abrace por ejemplo la figura del ama de casa suaba, debe ser
consciente de que su naturaleza podría ocasionarle verdaderas
arcadas culturales. Se trata de algo tan básico como las
diversas lecturas que un mismo rasgo merece en diferentes
culturas. Lo que en Alemania y Holanda es elogiosa virtud
ahorrativa, es el sur se lee como una garrapería miserable.
En la tradición grecolatina –y no olvidemos que fue ella la
que inventó el metro, el sentido de la mesura- el ama de casa
suaba es un ser ruin e impresentable, por razones muy
parecidas a las que en Alemania desagradan los hábitos económicos
y sociales meridionales. Pretender imponer lo uno a los otros
es, pura y simplemente, cargarse Europa. Y eso es lo que
apunta la Señora Merkel: que el ama de casa suaba baile
sevillanas, pero al revés.
Su
idea de Europa no es muy diferente de la que ciertos políticos
catalanes manifiestan sobre Andalucía y los andaluces (y
estos, probablemente, sobre los marroquíes), con una falta de
pudor extraordinaria que refleja su nivel: espíritu obtuso,
provincialismo, limitación mental e incapacidad de ponerse en
el lugar del otro… Con esos ladrillos, España, Europa y la
simple convivencia humana son imposibles. En esta crisis podría
estar en juego todo eso, ni más ni menos. Esa actitud no
tiene, en cualquier caso, nada que ver con la idea que en los
años cincuenta animó a los padres fundadores de la Unión
Europea.
Principios
en lugar de mercado
Aquella
“Unión del carbón y del acero” transformó los
materiales de la guerra en instrumentos de paz y reconciliación
entre Francia y Alemania. Un veterano político alemán de
aquella generación recordaba la semana pasada que entonces,
cinco años después del fin de la guerra, “Alemania no se
merecía nada”, pese a lo cual, “Francia nos tendió la
mano con grandeza de miras”.
Hoy
la mentalidad es otra: la quimera de implantar al ama de casa
suaba en Sevilla, Roma, Dublin o el Epiro. Y en el norte de la
operación, una estrategia puramente nacional: que Alemania
salga fortalecida de esta crisis, como repite Merkel. Los
principios de la Europa social y ciudadana, han sido
definitivamente sustituidos por la Europa de los mercados, la
visión universalista francesa por un patoso provincianismo
alemán, cuyos ecos se imitan en Barcelona. Que el Presidente
de Francia se haya apuntado a ese discurso de la ejemplar
virtud alemana –en su última entrevista televisada-
recuerda que el problema no es nacional. Y ahí está el
asunto.
En
lugar de reconocer la enfermedad del sistema y sus complejas
interrelaciones en las que nadie sale bien parado (el ladrillo
español o americano financiado por la especulación
internacional, con gran capital de la Europa virtuosa), se
proponen ridículos cuentos de rollizas lecheras suabas e
invitaciones a la ancestral pelea chovinista europea.
En
medio de esta confusión, los alemanes ven claras dos cosas,
de acuerdo con la última encuesta de Infratest: el 59% opina
que el gobierno conservador ha perdido el norte, y el 82%
declara que lo peor de la “crisis de endeudamiento” está
por venir. Un 44% se siente personalmente afectado por la
crisis. La opción de, “un control más fuerte sobre los
bancos y mercados financieros” es la que tiene mayor apoyo:
92%. Esas opiniones no impiden una buena valoración de papel
de Merkel en la crisis: un 58% cree que la canciller ha
defendido bien los intereses de Alemania en Europa. Ese
ambiguo aprobado en casa actúa como estímulo para mantener
en Europa la “línea alemana”, que es la línea de un
capital que no entiende su propio enredo.
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