Tambalea el Banco Central Europeo
“Independencia” para favorecer
los
negocios financieros
Por
Antoine Dumini y François Ruffin (*)
Le Monde diplomatique, edición Cono Sur,
noviembre 2011
Traducción de Teresa Garufi
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Una única prioridad
BCE, modo de empleo
Acotado desde su creación a velar por la
“estabilidad de precios”, el Banco Central Europeo
prioriza hoy la “estabilidad financiera”.
El Banco Central Europeo (BCE) nació en
junio de 1998, con una única prioridad: “mantener la
estabilidad de precios” (art. 282, § 2 del Tratado de
Funcionamiento de la Unión Europea). Sus otros objetivos están
subordinados a esta cláusula, situación que desentona con la
de la Reserva Federal (el banco central estadounidense), también
encargada oficialmente de maximizar el empleo. “Sin
perjuicio del objetivo de estabilidad de precios”, el BCE
debe pues esforzarse por “sostener las políticas económicas
generales en la Comunidad conforme al principio de una economía
de mercado abierta y de libre competencia”. La estabilidad
de precios se alcanza cuando, a largo plazo, el índice de
precios de consumo –la inflación– no excede el 2%.
El BCE también está encargado de la
creación monetaria: acuña la moneda contante y sonante que
circula en el seno de los 17 países de la zona euro: concede
los créditos donde abrevan los bancos de la región (1).
El Consejo –o board, en inglés–
constituye el principal órgano de decisión del BCE. Está
compuesto por los gobernadores de los bancos centrales
nacionales de los países de la zona euro y los seis miembros
del Directorio (nombrados de común acuerdo por los jefes de
Estado y de Gobierno). El Consejo se reúne dos veces al mes,
con el fin –particularmente– de fijar la “tasa
directriz” con la cual el BCE presta dinero a los bancos
comerciales; las actas de sus reuniones no se publican.
De la “estabilidad de precios”, el
BCE extendió su misión a la “estabilidad financiera”. En
la primavera boreal de 2010, el BCE compró títulos de las
deudas públicas griega e irlandesa, antes de hacer lo mismo
–a fines de 2010 y comienzos de 2011– con las obligaciones
portuguesas, españolas y –desde el verano boreal de 2011–
italianas. Dichas compras, realizadas en el marco del
“Security Market Program” (Programa del Mercado de
Valores), en octubre alcanzaban un monto total de 165.000
millones de euros (contra 74.000 millones a principios de
agosto). Eso provocó el enojo de los dirigentes alemanes,
quienes temen que el BCE se transforme en bad bank: un
vertedero de créditos basura. (A.D. y R.F.)
Nota:
1.
Véase “Le casse du siècle”, Manière de voir, Nº 119,
París, octubre–noviembre de 2011.
(*) Periodistas.
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La crisis económica y social que
vive la Unión Europea hace peligrar la estabilidad interna de
su Banco Central. A su vez, crecen los cuestionamientos al rol
de una institución que se mantenía alejada de las críticas
gracias a su discurso “científico” y “objetivo”.
En el primer piso del Banco Central
Europeo (BCE), en ocasión de su última conferencia de prensa
en Fráncfort, Jean–Claude Trichet entona –en inglés–
su estribillo sobre las “reformas estructurales”. Lo hace
de memoria, sin dudar: hace ocho años, en su primera
intervención como presidente del BCE ante los medios de
comunicación, ya abogaba por “reformas estructurales en el
mercado laboral”. Esa cantinela no tiene (casi) nada de
personal. Su antecesor, Wim Duisenberg, ya la salmodiaba todos
los meses. Y así, desde el lanzamiento del euro…
Pero este jueves 8 de septiembre de 2011,
el estribillo se vuelve más preciso; a pesar de un lenguaje
quizás abstruso: “Es necesario eliminar las cláusulas de
indexación automática de los salarios y potenciar los
convenios a nivel de empresa a fin de que los salarios y las
condiciones laborales puedan adaptarse a las necesidades específicas
de las empresas. Estas medidas deberían ir acompañadas de
reformas estructurales, particularmente en los servicios
–incluyendo la liberalización de las profesiones de acceso
restringido– y, en los casos en que resulte apropiado, la
privatización de los servicios suministrados actualmente por
el sector público, facilitando con ello el crecimiento de la
productividad y apoyando la competitividad”.
El diputado europeo verde, Pascal Canfin,
presente entre la asistencia, murmura: “Parece el Politburó
de la Unión Soviética unos meses antes de su caída. Es la
repetición de un mismo discurso, de la misma jerga,
desconectada de la realidad”.
El vicepresidente de la Comisión
Especial sobre Crisis Financiera, Económica y Social del
Parlamento de Estrasburgo prosigue: “Se trata de una agenda
íntegramente ideológica, que no tiene ninguna relación con
las causas de la crisis. No veo de qué manera flexibilizar el
mercado laboral, desintegrar los servicios públicos o
privilegiar los acuerdos de empresa por sobre el derecho
laboral constituiría una respuesta a la desregulación
financiera. Los dirigentes del BCE despliegan el programa del
Fondo Monetario Internacional (FMI), con sus planes de ajuste
estructural, que fracasaron ampliamente. Pero poco importa, se
vuelve a empezar”.
Eterno discurso… Entonces, ¿nada nuevo
bajo el sol de Fráncfort? Sí. Pero no en las palabras, sino
en los hechos. Porque hoy el BCE dispone de los medios para
transformar sus ideas en realidad, mucho más allá de la política
monetaria. Sus expertos –junto con otros misioneros de la
amada “troika”, los del FMI y de la Comisión Europea–
se imponen como gobiernos bis en Atenas, Dublín, Lisboa.
Ponen a los ministerios bajo tutela, enuncian sus “quince
mandamientos”: extender el desempleo técnico, reducir las
jubilaciones agrícolas, disminuir el gasto público, etc.
Hasta esta carta, enviada por Trichet y su sucesor, Mario
Draghi, al presidente del Consejo Italiano, Silvio Berlusconi,
en la cual –según Le Figaro– “el BCE pide que se
flexibilicen los procedimientos de despido”, pero también
que “se privilegien los acuerdos en el seno de las empresas
por sobre los convenios sectoriales negociados a escala
nacional”, “se privaticen las sociedades municipales
(transporte público, servicios de limpieza, provisión de
electricidad)”. Para marcar su preocupación democrática,
ambos banqueros centrales recomendaron “proceder por
decreto, de aplicación inmediata, y no mediante proyecto de
ley, que el Parlamento siempre tarda en aprobar”. “De
facto, el BCE pone bajo tutela a Italia”, titulaba el periódico,
mientras el ex comisario europeo Mario Monti denunciaba un
“potestatis extranjero” (1).
En este caso, ya no se trata de
“consejos”, aun insistentes, ni de un simple “mensaje”
–como pretenden los dirigentes del BCE, profesionales del
eufemismo–. Sin embargo, ¿puede hablarse de “órdenes”
o de “diktats”? Se trata, para ser más precisos, de
condiciones.
“Hasta aquí, el BCE no tenía ningún
poder para pesar de verdad –analiza Clément Fontan,
investigador en Ciencias Políticas–. Básicamente, el banco
hablaba, los dirigentes políticos lo escuchaban a medias, más
o menos distraídos, pensando: ‘Bueno, es normal, es el BCE,
son conservadores, escuchémoslos, démosles el placer’.
Llega la crisis: los mercados financieros atacan países de la
zona euro. Al principio, el BCE se niega a ayudarlos,
inmovilizado por su dogma de independencia y de no intervención.
Ante la presión de los gobiernos y de los bancos, en medio
del pánico generalizado de los mercados, termina por
ceder.” Así, el banco se ve obligado a rescatar los bonos
del Tesoro de los Estados en dificultad. Pero impone sus
condiciones: los países afectados se verán obligados a
aplicar las “reformas estructurales” que el BCE siempre
preconizó. “Estamos en una situación tipo Argentina–FMI
a fines de los años 1990, en la que el prestamista ejercía
una fuerte presión sobre el prestatario para asegurarse de
que aplicara las reformas consideradas como ‘buenas y
necesarias’. Al final, la crisis fue una ventana de
oportunidad para el BCE”, concluye Fontan.
“Justicia social”
“Ventana de oportunidad”: expresión
que utilizan los analistas del Banco Central. Y todos, aun los
más críticos, consideran a Trichet “un gran político”.
De hecho, sus oponentes lo señalan como “el único
verdadero dirigente europeo”: supo aprovechar esta
“oportunidad”, deslizarse por esta “ventana” abierta
por la historia para extender su poder personal y el de su
institución.
Esperamos al gran tesorero en lo alto de
la Eurotower, con vista panorámica sobre los edificios aledaños
–la Commerzbank–tower, la Dresdnerbank–tower, las torres
gemelas del Deutsche Bank–, en esta capital del capital alemán,
la “ciudad de los bancos”, también llamada
“Bankfurt”. Donde no fue casual que se instalara el BCE.
Es aquí, detrás de esta mesa redonda, en esta sala del piso
36, donde los diecisiete gobernadores de los bancos centrales
nacionales –francés, alemán, eslovaco, etc.– se
reunieron esta mañana y decidieron “mantener las tasas sin
cambio”. El presidente se sienta en el sillón que pronto
abandonará. Como para abrir una reunión del Consejo, agita
la campanilla delante de él.
—“Hace un rato, en una conferencia de
prensa, usted reclamó acuerdos empresa por empresa, la
privatización de los servicios públicos, la flexibilización
salarial… ¡Es un verdadero programa de gobierno! –le señalamos–
¿Es usted candidato a la presidencia?”
—“No, ciertamente no –sonríe
Jean–Claude Trichet–. Son simplemente los medios que mis
colegas y yo mismo creemos necesarios para el rápido
crecimiento en Europa y la creación de más empleos.”
—“Pero cuando se habla de ‘reformas
estructurales’ –insistimos–, se parece a los planes de
ajuste estructural del FMI de los años 1980: liberalización,
desregulación… Ese programa no funcionó ni en América
Latina ni en África. ¿Por qué debería funcionar hoy en
Grecia, en España, en Italia, en Francia?”
Lejos de recusar la analogía, el
presidente ofrece un argumento por lo menos inesperado: por el
contrario, los programas del FMI habrían funcionado bien. “¿Qué
países resistieron mejor a la crisis? –objeta Trichet–.
Los países emergentes, los países de América Latina que,
gracias a sus reformas estructurales, lograron posicionarse en
una situación de resistencia mucho más fuerte. Observamos un
notable comportamiento de África. Hay reformas que permiten a
las fuerzas productivas liberarse…”. Incluso el economista
Milton Friedman, antes de morir, ya no se atrevía a sostener
tan firmemente estas posiciones. En 2003, el gurú de los
liberales concedía, a propósito de la crisis argentina:
“La responsabilidad de los hombres del FMI es innegable”
(2). Y si Argentina hoy está mejor, es justamente porque no
siguió las recomendaciones del FMI (3).
—“¿Pero, por qué –preguntamos
otra vez a Trichet– no reclama usted un alza del impuesto
sobre las sociedades, que era del 50% en los años 1980,
cuando la tasa actual es del 33,3%, aunque en realidad es del
7% para las empresas del CAC 40 [índice bursátil francés]?”
—“Siempre es necesario contemplar el
interés superior –responde, un poco hastiado por nuestro
candor–. Si en Francia tuviéramos una tasa impositiva más
alta sobre las actividades, ¿qué pasaría? Las inversiones
se irían al extranjero y no habría empleos en Francia. La
justicia social es esencial, pero no es gravando más a las
sociedades que en los demás países, más que en los países
emergentes, como vamos a tener empleo en Francia”. Y no es
su culpa si –feliz casualidad– “el interés superior”
coincide con el de las clases superiores…
Así, por simple sentido común, se
enfurecía el 20 de febrero de 2011 en la radio Europe 1:
“Aumentar los salarios en Europa sería la última de las
tonterías posibles” –mientras que el alza de 13% de los
dividendos, superando los 40.000 millones de euros, no
provocaba su justa cólera–. Fue su preocupación por la
equidad la que lo llevó en 2006 a defender, a pesar de las
protestas de los jóvenes, el Contrato Primer Empleo (CPE) del
gobierno de Dominique de Villepin (4) –y a convertirse en
toda Europa en el defensor de “la flexibilización
laboral”– mientras, para los bonos, consideraba
“normal” que existiese una parte variable “más
importante cuando se realizan actividades terriblemente volátiles”
(¡ah, la “terrible” precariedad de los traders!). Fue su
sentido de la justicia social el que lo llevó a apoyar el
incremento de la edad de jubilación instaurado en Francia,
Irlanda, Portugal, etc., al tiempo que no consideraba
“deseable” una tasa sobre las transacciones financieras.
Pero tales comparaciones surgen de una
“grilla totalmente política”, se lamenta. Y nuestro
dirigente protesta: “No soy un hombre político”. Él
reivindica “el apoliticismo” del BCE, institución al
servicio de “17 gobiernos, de 332 millones de ciudadanos, de
todas las sensibilidades”. Por otra parte, insiste: “No
quiero que me pregunten sobre temas políticos”.
La canilla de la liquidez
Si Trichet hubiese seguido siendo asesor
del Elíseo, tras haberlo sido de Valéry Giscard d’Estaing
en 1978, o director del gabinete del Ministerio de Economía y
de las privatizaciones, cargo en el que fue nombrado por
Edouard Balladur (en 1986), se lo consideraría fácilmente de
derecha. Pero, superior por su “independencia”, al
revestir sus veredictos con las virtudes de la “ciencia”,
el discurso del BCE escapa la mayor parte de las veces a la crítica
pública. Hasta la manifestación internacional contra el
poder financiero del pasado 15 de octubre, que vio al grupo
“Ocupar Fráncfort” reunir varios miles de contestatarios
frente a la Eurotower, fueron escasas las marchas que
desfilaron bajo las ventanas del 29 Kaiserstrasse. Como lo
expresa el sociólogo Frédéric Lebaron, “el BCE construyó
su invisibilidad. Está en una posición de experto, por
encima de los partidos y de los Estados” (5). Y su
alejamiento geográfico, la complejidad aparente –y
cultivada– de los temas que trata, lo ponen al abrigo de los
ciudadanos.
Es así: las orientaciones monetarias
–un euro fuerte, la lucha contra la inflación– ya no
competen a la política. He aquí, a su vez, que las
decisiones presupuestarias, fiscales, sociales, confluyen
junto con la moneda en las manos de técnicos, sobre todo en
Fráncfort, quienes toman esas decisiones asegurándonos
justamente que “no tienen elección”.
Sin embargo, Trichet tiene que afrontar
una “oposición”. Que no proviene de los trabajadores; es
interna a las finanzas. Reunidos frente a él, los periodistas
económicos se mimetizan con los traders, y no importunan a
nadie con el índice de desempleo en Portugal, los
medicamentos contra la diabetes que ya no serán reembolsados
en Grecia, las jubilaciones que se recortan en Irlanda, etc.
No, la pregunta que hace enojar al presidente, la hizo el
pasado 8 de septiembre el enviado del periódico económico
alemán Börsen Zeitung: al rescatar obligaciones de Estados
en dificultad, ¿el BCE no cambia su estatuto de “ancla de
estabilidad” por el de “bad bank”? Al día siguiente de
este intercambio, el alemán Jürgen Stark, economista en jefe
del BCE y portavoz de los ortodoxos, anunciaba su dimisión
del Directorio. El pasado febrero, Axel Weber había declarado
que abandonaba su cargo de presidente del Bundesbank (Banco
Central de Alemania), y por lo tanto su asiento en el Consejo
de Gobernadores del BCE, para manifestar su desacuerdo con la
estrategia –juzgada laxista– de la institución de Fráncfort.
También se negaba a ser el sucesor de Trichet, cuyo mandato
finalizaba el 31 de octubre. Por cómico que pueda parecer, se
le reprocha al banquero central europeo su falta… ¡de
ortodoxia!
Alcanza una acreditación escaneada para
que, en el primer piso de la Eurotower se abra delante nuestro
la sala de los mercados. Nada prestigioso, un simple salón
con un centenar de computadoras. Detrás de los teclados,
hombres en traje y mujeres en tailleur. En un televisor
desfilan las cotizaciones bursátiles. Es aquí que se
“organiza la concesión de créditos a los bancos
comerciales”, explica Paul Mercier, asesor principal de las
operaciones de mercado. Es aquí –en buen romance– donde
se emite la moneda en Europa. “Cada martes se realizan
grandes adjudicaciones de créditos. El board [Consejo de
Gobernadores] decide cuánto se volcará al mercado” (ver
“BCE, modo de empleo”).
Enseguida, el responsable precisa:
“Aunque, en las circunstancias actuales, hemos decidido
permitir que los bancos determinen ellos mismos cuánto
quieren pedir prestado. Son medidas especiales que tuvimos que
tomar debido a la crisis financiera”. “En este momento
–añade Ivan Fréchard– es muy simple: proveemos toda la
liquidez que demanden los bancos. Es la política del full
allotment [adjudicación total]”.
¿Full allotment? Podría traducirse como
“hasta no tener más sed”. Ya que, si para los Estados los
préstamos se otorgan bajo condiciones –y de las más
severas–, en cambio para los bancos el crédito circula en
libre servicio. Trichet y Draghi no enviaron ninguna carta a
los patrones de la Société Générale, del HSBC, del
BNP–Paribas exigiéndoles –dado que el BCE corre en su
auxilio– que sus establecimientos abandonen los paraísos
fiscales, dejen de especular con las deudas soberanas,
financien la economía real. Ningún “hombre de negro” del
BCE se trasladó a la sede del Crédit Agricole o del
Commerzbank para analizar sus cuentas –con el mismo ardor
que aquellos que visitaron el Ministerio de Salud en Atenas–
y librar intimaciones con idéntica arrogancia.
Sentado en un banco delante de la
“euroboutique” –que vende pañuelos, paraguas, tazas,
chocolates, etc.– el diputado Pascal Canfin resume: “Para
salvar el sistema, el BCE abrió la canilla de la liquidez.
Pero el problema es que el caño está agujereado: el dinero
que fluye por allí no llega a la economía real. Porque en el
medio están los bancos comerciales que, aun hoy, prefieren
especular antes que invertir. El rol del BCE es hacer que el
agua escurra en la dirección correcta, y hace dos años que
no toma ninguna medida para ello”.
Esta postura adoptada por el BCE es
observada desde primera fila por el diputado [portugués]
Miguel Portas, de la Izquierda Unitaria Europea (IUE): “A
Portugal se le impuso un plan de salvataje. Pero de los 78 mil
millones de euros que le prestó el BCE, 54 mil van
directamente a los acreedores. Se nos dijo: ‘Prioridad a los
bancos que detentan las deudas soberanas’. Y para financiar
eso, se recortan los salarios –aun cuando nuestro sueldo mínimo
es de 485 euros–, las jubilaciones –cuando el promedio no
supera los 300 euros–. El agua, el gas y la electricidad
aumentaron un 17, 18, 20%. El IVA actual alcanza el 23%. Y
todo mientas el gran capital está completamente a salvo, en
nombre de la necesidad de atraer a los inversores”.
En Irlanda, el BCE se hizo presente.
“Durante las elecciones celebradas en la primavera boreal,
el Partido Laborista repitió el eslogan ‘It will be
labour’s way, or Frankfurt’s way” (Será a la manera de
los trabajadores, o a la manera de Fráncfort) –relata el
diputado europeo Paul Murphy (también del grupo de la
IUE)–. Prometían que los bancos y los acreedores privados
serían obligados a contribuir, y no sólo los ciudadanos.
Pero el BCE insistió para que ningún acreedor fuera
penalizado. Y poco después del escrutinio, la pretendida
socialdemocracia irlandesa, al igual que la socialdemocracia a
través de Europa, capituló. Se arrodilló ante los mercados,
ante el BCE y ante la troika”.
En su comunicación, el Banco Central
Europeo no deja de subrayar su “independencia”. Con
frecuencia recuerda el artículo 107 del Tratado de
Maastricht: “Ni el BCE ni los bancos centrales nacionales,
ni ninguno de los miembros de sus órganos rectores podrán
solicitar o aceptar instrucciones de las instituciones u
organismos comunitarios, ni de los Gobiernos de los Estados
miembros, ni de ningún otro órgano”. Por lo tanto, una
independencia total respecto del poder político. Draghi, el
nuevo presidente del BCE, no debería asustar al poder
financiero más que Trichet: fue vicepresidente de la rama
europea de Goldman Sachs, a cargo en particular de las deudas
soberanas cuando el banco de negocios maquillaba las cuentas
de Grecia.
Otmar Issing, economista jefe del BCE
entre 1998 y 2006 y padre espiritual del euro, recorrió el
camino inverso, convirtiéndose en asesor internacional de
Goldman Sachs. Weber, ex presidente del Bundesbank y
representante de Alemania en el Consejo de Gobernadores del
BCE, también hizo su elección. Antes que volver a la
Universidad, aceptó la vicepresidencia del banco suizo UBS
–sospechado de favorecer evasiones fiscales– por 1.700.000
euros y otras stock–options.
En cambio, ninguno de sus dirigentes
decidió hasta ahora unirse a un sindicato francés, alemán o
italiano. Esa “independencia” está a salvo.
Notas:
1.
Richard Heuzé, “La BCE met de facto l’Italie sous
tutelle”, Le Figaro, París, 8–8–11.
2.
“Le triomphe du libéralisme”, Politique Internationale, Nº
100, París, verano boreal de 2003.
3.
Cécile Raimbeau, “En Argentine, les ‘piqueteros’
s’impatientent”, Le Monde diplomatique, París, octubre de
2011.
4. Creado en marzo de 2006 en el marco de
la ley por la igualdad de oportunidades y suprimido el mes
siguiente tras una importante protesta social, el Contrato
Primer Empleo destinado a los menores de 26 años instauraba
entre otras cosas un período de dos años durante el cual el
asalariado podía ser despedido sin motivo.
5.
Frédéric Lebaron, Ordre monétaire ou chaos social?: La BCE
et la révolution néolibérale, Editions du croquant, colección
“Savoir/Agir”, Bellecombe–en–Bauges, 2006.
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