Los
planes que se aplican están creando una trampa deflacionaria
de
elevado endeudamiento
La
caída de la eurozona
Por
Nouriel Roubini (*)
crisis–economica.blog,
noviembre 2011
Nueva York.–
La crisis de la eurozona parece a punto de alcanzar el clímax:
Grecia está al borde de la cesación de pagos y de una salida
deshonrosa de la unión monetaria, mientras que Italia está
al borde de perder acceso a los mercados. Pero los problemas
de la eurozona no terminan allí. Son problemas estructurales
que afectan gravemente a por lo menos otras cuatro economías:
Irlanda, Portugal, Chipre y España.
Durante la última
década, los países del grupo conocido como PIIGS (Portugal,
Irlanda, Italia, Grecia y España) fungieron como principales
consumidores de la eurozona, al gastar una cifra superior a
sus ingresos y mantener un déficit de cuenta corriente cada
vez mayor. Entretanto, los del núcleo de la eurozona
(Alemania, los Países Bajos, Austria y Francia) fungieron
como principales productores, con gastos inferiores a los
ingresos y un superávit de cuenta corriente cada vez mayor.
Estos
desequilibrios externos también se apoyaron en la fortaleza
del euro desde 2002 y la divergencia de tipos de cambio reales
y niveles de competitividad dentro de la eurozona. En Alemania
y otros países del núcleo, el costo laboral unitario se
redujo (porque los salarios crecieron menos que la
productividad) y esto condujo a una depreciación en términos
reales y a un aumento del superávit de cuenta corriente;
mientras que en los PIIGS (y Chipre) ocurrió lo contrario y
se produjo una apreciación en términos reales y un aumento
del déficit de cuenta corriente. En Irlanda y España, el
ahorro privado se derrumbó y la presencia de burbujas
inmobiliarias impulsó el exceso de consumo, mientras que en
Grecia, Portugal, Chipre e Italia, el factor que agravó los
desequilibrios externos fue un déficit fiscal excesivo.
La consiguiente
acumulación de deuda privada y pública en los países
deficitarios se volvió inmanejable cuando estallaron las
burbujas inmobiliarias (en Irlanda y España) y en toda la
periferia de la eurozona el déficit de cuenta corriente, el déficit
fiscal o ambos se hicieron insostenibles. Además, el abultado
déficit de cuenta corriente de los países periféricos, al
estar impulsado por un exceso de consumo, fue acompañado por
estancamiento económico y pérdida de competitividad.
Entonces,
¿qué podemos hacer ahora?
La mejor opción
para recuperar el crecimiento y la competitividad en la
periferia de la eurozona, mientras se emprenden las medidas de
austeridad y las reformas estructurales necesarias, es la
reflación simétrica. Esto supone una política monetaria
considerablemente expansiva por parte del Banco Central
Europeo; ayuda ilimitada en carácter de prestamista de última
instancia a las economías con falta de liquidez pero
potencialmente solventes; una rápida depreciación del euro,
que convierta los déficit de cuenta corriente de la
actualidad en superávit; y políticas de estímulo fiscal en
los países del núcleo de la eurozona, si a los de la
periferia se les impone austeridad.
Por desgracia,
Alemania y el BCE se oponen a esta opción, por temor a la
perspectiva de un ligero aumento temporal de la inflación en
los países del núcleo en comparación con los de la
periferia.
La medicina
amarga que Alemania y el BCE quieren recetar a la periferia
(que es la segunda opción) es deflación recesiva: austeridad
fiscal, reformas estructurales que impulsen un crecimiento de
la productividad y reduzcan el costo laboral unitario y
depreciación en términos reales por medio del ajuste de
precios, en vez del ajuste de tipo de cambio nominal.
Pero esta opción
traería muchos problemas. Si bien la austeridad fiscal es
necesaria, implica una profundización de la recesión en el
corto plazo. Lo mismo puede decirse de las reformas
estructurales, porque obligarán a despedir trabajadores,
cerrar las empresas deficitarias y reubicar gradualmente mano
de obra y capital hacia nuevas industrias emergentes. De modo
que para prevenir una espiral recesiva en aumento, la
periferia necesita aliviar su déficit externo por medio de
una depreciación real. Pero aunque los precios y los salarios
cayeran un 30% en los próximos años (algo que sería casi
con certeza insostenible en términos sociales y políticos),
el valor real de la deuda aumentaría acusadamente y se
agravaría la insolvencia de los Estados y de los deudores
privados.
En resumen, la
periferia de la eurozona se enfrenta a la paradoja de la
frugalidad: un gran aumento del ahorro con excesiva rapidez
conduce a más recesión y hace todavía más difícil de
sostener la carga de la deuda. Y esa paradoja ya está
afectando también al núcleo de la eurozona.
Si los países
periféricos quedan atrapados en una trampa deflacionaria de
elevado endeudamiento, caída de la producción, pérdida de
competitividad y déficit externo estructural, en algún
momento encontrarán atractiva la tercera opción: cesación
de pagos y abandono de la eurozona. De ese modo, podrían
revitalizar el crecimiento económico y la competitividad por
medio de una depreciación de sus nuevas monedas nacionales.
Por supuesto,
una ruptura caótica de la eurozona provocaría un cimbronazo
similar al de la caída de Lehman Brothers en 2008, o tal vez
peor. Para evitarlo, las economías del núcleo de la eurozona
tendrían que recurrir a la cuarta y última opción: sobornar
a la periferia para que se quede en un estado de crecimiento
lento con poca competitividad. Esto obligaría a aceptar
grandes quitas de deuda pública y privada, y a transferir
enormes sumas de dinero para impulsar los ingresos de la
eurozona mientras su producción siga estancada.
Es lo que en
cierto modo viene haciendo Italia hace ya décadas: usar la
ayuda de las regiones septentrionales del país para subsidiar
al Mezzogiorno comparativamente más pobre. Pero un mecanismo
de transferencia fiscal permanente de ese estilo es políticamente
imposible en la eurozona, donde los alemanes son alemanes y
los griegos son griegos.
Otra
consecuencia de lo que antecede es que Alemania y el BCE no
tienen tanto poder como parecen creer. A menos que renuncien
al ajuste asimétrico (deflación recesiva), que concentra
todo el sufrimiento en la periferia, y busquen una solución más
simétrica (austeridad y reformas estructurales en la
periferia, combinadas con reflación en el conjunto de la
eurozona), el derrumbe incipiente de la unión monetaria se
acelerará, conforme los países periféricos vayan cayendo en
cesación de pagos y abandonen la moneda común.
Los caóticos
episodios ocurridos recientemente en Grecia e Italia pueden
ser el primer paso del proceso. Está claro que la eurozona ya
no puede seguir tirando para adelante, como vino haciendo
hasta ahora. A menos que la región avance hacia una mayor
integración económica, fiscal y política (siguiendo una
hoja de ruta que sea compatible con la recuperación a corto
plazo del crecimiento, la competitividad y la capacidad de
financiamiento, elementos sin los cuales es imposible resolver
el problema del endeudamiento insostenible y reducir los déficit
externos y fiscales crónicos), es indudable que la deflación
recesiva conducirá a una ruptura caótica.
Italia es
demasiado grande para quebrar y demasiado grande para un
rescate, y ya está cerca del punto sin retorno; el final de
juego para la eurozona ha comenzado. El primer paso será una
seguidilla de reestructuraciones de deuda obligadas, y luego,
abandonos de la unión monetaria que, en algún momento,
llevarán a la desintegración de la eurozona.
(*)
Nouriel Roubini es presidente de Roubini Global Economics,
profesor de economía en la Escuela Stern de Administración
de Empresas de la Universidad de Nueva York y coautor de
Crisis Economics [Cómo salimos de ésta, Ediciones Destino,
Barcelona, 2010; traducción de Eva Robledillo y Betty
Trabal].
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