El
BCE (Banco Central Europeo)
El
banco central que no quería serlo
Por
Alejandro Nadal (*)
La Jornada, 23/11/11
La destrucción
de la unión monetaria europea no es resultado de una inverosímil
combinación de factores improbables. Es la consecuencia lógica
de un diseño equivocado y de un modelo económico fracasado.
Lo único que
puede salvar al euro es la intervención directa del Banco
Central Europeo (BCE) para apuntalar la deuda de los países
de la unión monetaria en su calidad de prestamista de última
instancia. Pero eso va en contra de la letra del Tratado de la
Unión Europea (art. 101) que prohíbe al BCE comprar
directamente bonos de países miembros.
Es cierto que el
BCE ha estado interviniendo en el mercado secundario de deuda
soberana desde mediados de 2010. Para evitar incrementar la
base monetaria, ha procedido a operaciones de esterilización.
Esta intervención indirecta le ha permitido dar la vuelta a
los tratados y dar un respiro a países como España e Italia.
Sin embargo, la
polémica subsiste. El país clave en esto es Alemania, donde
impera el dogma de que la única función del banco central es
la lucha contra la inflación. Como si la inestabilidad
financiera no fuera importante. Además, la mayoría de los líderes
políticos alemanes considera absurdamente que respaldar la
deuda italiana equivale a transferir riqueza a los vecinos
indolentes del Mediterráneo. También piensa que la presión
de los mercados financieros es la única forma de obligar a
estos países irresponsables a caminar por la senda de la
virtud presupuestaria. Por estos prejuicios es probable que el
BCE nunca adopte el papel de prestamista de última instancia
que requeriría el salvamento del euro. Renunciar a esta función
es casi equivalente a renunciar a ser banco central.
Cuando la crisis
comenzó a golpear a los bancos europeos a finales de 2008, el
BCE inyectó fuertes cantidades de liquidez al sistema
bancario para respaldar a los bancos europeos. Pero cuando el
peso de la crisis se trasladó a los bonos soberanos en 2011,
el BCE no mostró el mismo entusiasmo para intervenir. Anunció
que haría intervenciones puntuales en los mercados de deuda
soberana, pero que estas operaciones le repugnaban y las
terminaría tan pronto fuera posible. Es como si Patton
hubiera declarado voy a la batalla, pero no utilizaré mi
artillería y retrocederé lo antes posible.
El Banco Central
Europeo estuvo dispuesto a desempeñar el papel de prestamista
de última instancia en el sector bancario, pero no quiere
hacerlo en el mercado de bonos soberanos. Por ese motivo se
creó el Fondo europeo de estabilidad financiera (FEEF),
instrumento que no tiene los elementos de que dispone el BCE y
nunca los tendrá. Ahora que fracasó el plan para aumentar
los recursos del FEEF a través del apalancamiento, las cosas
han quedado claras: no hay prestamista de última instancia.
Uno de los
grandes problemas en la construcción del euro es que los
gobiernos de la eurozona pueden emitir deuda en una divisa que
no controlan. Es como si emitieran deuda denominada en la
divisa de una potencia extranjera. Este es el problema de
cualquier unión monetaria. Esto significa que un país
miembro de la unión monetaria no puede garantizar que siempre
tendrá la liquidez necesaria para solventar sus pagos.
Los gobiernos
que no forman parte de la unión monetaria pueden emitir deuda
en su propia divisa. Desde esa perspectiva, siempre pueden
garantizar que tendrán la liquidez necesaria para enfrentar
sus compromisos de deuda soberana. El banco central en estos
países que mantienen su soberanía monetaria puede fungir
como prestamista de última instancia en el mercado de bonos
de esos gobiernos.
Claro que los
tenedores de bonos de esos países tienen que enfrentar el
riesgo de que la moneda en la que se les va a reembolsar esté
devaluada por la inflación. En ese sentido, el país deudor
también tiene el recurso de reducir la deuda a través de la
inflación. En contraste, insertado en la unión monetaria y
sin un verdadero banco central a quien recurrir, el único
camino para el deudor es la recesión y el desempleo.
Sin prestamista
de última instancia, los gobiernos de la eurozona han quedado
a merced de los mercados financieros. Aquí hay círculos
viciosos desagradables y una gran volatilidad. Si los agentes
financieros piensan que un gobierno puede pagar, mantienen
bajas las tasas de interés. Por el contrario, si piensan que
no podrá pagar, la prima de riesgo será muy alta y el costo
financiero de la deuda terminará por hacerse insoportable.
Las profecías de los agentes financieros llevan implícitas
las condiciones de su cumplimiento. Lo único que puede frenar
la dinámica perversa de estos mercados es un banco central
capaz de desempeñar la función de prestamista de última
instancia.
En la construcción
del euro se rompió el vínculo entre la política fiscal y la
monetaria. Además, los miembros de la unión monetaria
depositaron su soberanía monetaria en una entidad que rehúye
el desempeño de su función más importante. Hoy es lógico
que la moneda común esté amenazada.
(*)
Alejandro Nadal es economista, profesor investigador del
Centro de Estudios Económicos, El Colegio de México, y
colabora regularmente con el diario mexicano de izquierda La
Jornada.
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