El gobierno de los banqueros:
la utopía
capitalista realizada
Por
John Brown
iohannesmaurus.blogspot,
13/11/11
"Dans
chaque république particulière, le gouvernement proprement
dit, c'est-à-dire le suprême pouvoir temporel, appartiendra
naturellement aux trois principaux banquiers"
(En cada república particular, el gobierno propiamente dicho,
es decir el supremo poder temporal, pertenecerá naturalmente
a los tres principales banqueros),
Auguste Comte, Catéchisme
positiviste
1. La respuesta del poder a la oleada de
resistencia contra las políticas dictadas por el capital
financiero tiene la gran virtud de no ser hipócrita. Frente a
quienes en las calles veníamos gritando "lo llaman
democracia y no lo es" o "no nos representan",
la oligarquía que está al mando del régimen ha decidido no
desengañarnos.
La reforma constitucional "de alta
velocidad" en España fue un primer hito que luego, en
una tremenda aceleración histórica, se ha visto seguido por
el nombramiento del hombre de Goldman Sachs que es Mario
Draghi como presidente del Banco Central Europeo, un banco
formalmente "independiente", pero que sólo es
independiente de cualquier órgano emanado de la voluntad
popular.
La sociedad que falsificó las cuentas públicas
griegas para que Grecia entrase en el euro, y que luego
especuló abiertamente contra la deuda griega, va a dirigir
los destinos financieros de la UE. En Grecia, tras el acoso y
deposición de Giorgos Papandreu por una troika (FMI, Comisión
Europea, BCE) que ha tratado a Grecia como un país colonial,
el nuevo primer ministro será otro exponente de la oligarquía
financiera, Lucas Papadimos, antiguo responsble del Banco
Central Europeo.
En Italia, Mario Monti, la persona
impuesta por "los mercados" y sus representantes en
la tierra y en Europa para suceder al infausto Berlusconi
también es, según fuentes de la Comisión Europea, además
de antiguo comisario... asesor de Goldman Sachs. En este
momento, el Banco Central Europeo y dos países de la UE están
dirigidos por personas abiertamente ligadas al capital
financiero y, en el caso de Draghi y Monti, a Goldman Sachs.
Parece verificarse la afirmación del
histriónico corredor de bolsa Alessio Rastani cuando decía
en su entrevista a la BBC que "Los gobiernos no gobiernan
el mundo, es Goldman Sachs quien gobierna el mundo".
Invirtiendo la fórmula de Marx, podemos decir para describir
lo que hoy ocurre que "la historia se repite dos veces:
una vez como chiste o farsa, la otra como
tragedia...griega".
2. El capitalismo siempre tuvo una relación
difícil con la democracia. Contrariamente a la historia
oficial que nos presenta capitalismo y democracia como términos
de un binomio inseparable, la democracia formal tardó mucho
en establecerse en el mundo capitalista y, según van hoy las
cosas, puede ya decirse que habrá durado poco.
Los regímenes liberales del siglo XIX y
de las primeras décadas del siglo XX no eran democráticos ni
siquiera en el sentido muy limitado que hoy damos a ese término:
en casi todos ellos el sufragio era censitario o estaba
fuertemente limitado y sólo votaban los hombres. La
representación política quedaba así abierta tan sólo a
quien tuviera unos ingresos y un patrimonio considerables y no
estuviese supeditado al poder patriarcal en la esfera
familiar. En cuanto al pluralismo político, siempre fue muy
limitado, estando las opciones anticapitalistas a menudo fuera
de la ley.
Las cosas cambiaron en el segundo decenio
del siglo veinte, en el convulso período comprendido entre la
revolución rusa y los años posteriores a la crisis del 29,
cuando, ante la amenaza de la revolución y de la crisis, fue
indispensable a las burguesías europea y norteamericana crear
un amplio consenso en torno al capitalismo que incluyese al
proletariado y a sus representantes. Con los gobiernos de
Roosevelt en los Estados Unidos o del Frente Popular en
Francia, pero también al margen de la democracia liberal, con
el fascismo y el nazismo, fue posible establecer un acuerdo
social hegemónico en torno al orden capitalista basado en el
intercambio de disciplina social y laboral por protección y
derechos sociales.
Después de la segunda guerra mundial y
la victoria sobre el fascismo, hasta los años 70 se
consolidan en la
Europa en reconstrucción regímenes capitalistas democráticos
con un importante contenido "social" y una
considerable influencia de las izquierdas, mientras que los
logros sociales y democráticos de la era Roosevelt se
mantienen a pesar de ciertos recortes en los Etados Unidos.
El capitalismo admite de este modo, en su
propio seno, un margen para la reivindicación de derechos
sociales y para cierto juego político pluralista y democrático,
contenido, eso sí, en los límites fijados por el sistema de
la representación, la "democracia de partidos" y la
preservación de las condiciones mínimas para el
funcionamiento del propio capitalismo.
Este idilio del capitalismo con la
democracia no dura más de 30 años (los treinta "años
gloriosos" de crecimiento posteriores a la IIa Guerra
Mundial) y entra en crisis cuando las conquistas populares en
los países del centro capitalista y las independencias de los
países del Tercer Mundo reducen drásticamente la tasa de
ganancia del capital al hacer aumentar respectivamentre
salarios y precios de las materias primas. El capitalismo
democrático se encuentra así frente a un límite. Estamos
ante lo que la Comisión Trilateral definirá como "La
Crisis de la democracia" y caracterizará como una crisis
de "gobernabilidad". La solución a esa crisis será,
como se sabe, la contrarrevolución liberal con sus diversos
hitos: Pinochet, Reagan, Thatcher, Felipe González-Solchaga
etc. Sus instrumentos serán la desregulación financiera, el
monetarismo, la sustitución del contrato laboral y la
contratación colectiva por el contrato mercantil y la
contratación individual, y la liquidación progresiva de los
derechos sociales
3. En el régimen neoliberal inicial se
mantienen las formas democráticas: los gobiernos son elegidos
por la mayoría parlamentaria y los intereses privados se
diferencian aún del interés público, aunque este último
tiende a traducirse cada vez más en términos de eficacia y
rentabilidad mercantil. La democracia pierde, con todo, sus
contenidos, al implantarse la divisa de Margaret Thatcher
"TINA" (There Is No Alternative – No hay
alternativa) y hacerse casi imposibles las políticas
socialdemócratas.
Sin embargo, cuando a partir de 2008 y la
crisis de los "bonos basura", el capital financiero
se convierte en acreedor despiadado de los mismos poderes que
salvaron a la banca de su seguro hundimiento, el margen de
negociación de los derechos e intereses de las categorías
sociales mayoritarias desaparece
por completo. La única prioridad de los Estados es el
pago de la deuda y la salvaguardia de su credibilidad ante los
mercados. A partir de ese momento, los representantes políticos
no pueden mantener la ficción del "interés
general" y se convierten abiertamente en marionetas en
manos del capital financiero.
Las patéticas imágenes y declaraciones
de Papandreu, Zapatero y, en diversos grados, de los demás
dirigentes de nuestras democracias en estos últimos meses dan
buena muestra de esta completa supeditación del poder político
formal a un poder privado. En cierto modo, el capitalismo,
tras haber conocido una bastante breve fase democrática está
regresando a su constitución liberal y oligárquica inicial.
El gobierno de los distintos regímenes
capitalistas se encuentra hoy cada vez más directamente en
manos de quienes administran el capital. Los sueños de la
soberanía popular, de la representación, de la mediación de
intereses, se disipan y queda la realidad de un régimen que
nunca tuvo mucho que ver con una democracia que no fuera la
directa plasmación de las dinámicas de mercado con que soñaran
Hayek y Friedman.
4. El capitalismo está haciendo realidad
su utopía. No es la de una democracia de mercado –anárquico–
donde, como sostenía Hayek, mi dinero es mi papeleta de voto,
sino la de un capitalismo de la deuda, donde quien gobierna es
el capital financiero a través de sus agentes. A finales del
siglo XIX este sueño que hoy se hace realidad
fue descrito por Auguste Comte en varios de sus textos.
Para el fundador del positivismo, toda constitución política
debe ajustarse al estado de la civilización que le
corresponde. Conforme a la ley de los tres Estados, la
humanidad habría conocido un primer estado
teológico (con sus tres momentos: fetichismo,
politeismo y monoteismo), un segundo estado dominado por las
representaciones abstractas de la metafísica y un tercer
estado de madurez dominado por la ciencia y la industria, el
estado positivo.
En este último estado de la civilización,
la observación de los fenómenos naturales y, en particular,
de los sociales debe ser la base de toda organización política.
La base del orden político es la "sociocracia", el
poder de las leyes de la sociedad que enuncia la sociología.
En esto, Comte es un directo heredero de los fisiócratas, que
ya propugnaron un gobierno basado en la naturaleza
(fisiocracia o gobierno natural).
La democracia queda para Comte relegada
al orden de las antiguallas del estado metafísico, pues se
basa en abstracciones como la soberanía popular o la igualdad
de derechos que no coinciden con las conclusiones de la
observación científica de la sociedad y las leyes que de
ella se infieren. "Todo está fijado en política
–sostendrá Comte– conforme a una ley realmente soberana,
reconocida como superior a todas las fuerzas humanas, puesto
que deriva en último análisis de nuestra organización,
sobre la cual no se podría ejercer ninguna acción. En una
palabra, esta ley excluye, con la misma eficacia, la
arbitrariedad teológica, o el derecho divino de los reyes, y
la arbitrariedad metafísica o la soberanía de los
pueblos" (Plan des travaux scientifiques nécessaires
pour réorganiser la société –Plan de los trabajos científicos
necesarios para reorganizar la sociedad– 1822, negrita
nuestra).
Para Comte, el estado positivo es el fin
de la arbitrariedad representada por el pensamiento teológico
y el abstracto-metafísico. El principio único de gobierno es
el respeto de las leyes científicas, naturales e inviolables
descubiertas por la sociología. La política queda
completamente naturalizada y supeditada, como la propia
naturaleza a un saber científico y una intervención técnica.
Por ese motivo, no tiene sentido
cuestionar el orden positivo, pues se impone no mediante la
arbitrariedad de la voluntad humana, sino por la fuerza de los
hechos identificada a un despotismo no arbitrario: "Si
algunos quisieran ver en el imperio supremo de esta ley una
transformación de la arbitrariedad existente, habría que
instarles a que se quejasen también del despotismo inflexible
ejercido sobre toda la naturaleza por la ley de la gravedad
"(Ibid.)
Para Comte, el fin de la arbitrariedad se
traduce en un nuevo tipo de gobierno, basado en la política
científica, en el que dejen de gobernar los hombres y pasen a
hacerlo las cosas: "En esta política, la especie humana
se condierada como sujeta a una ley natural que puede
determinarse por la observación y que prescribe para cada época,
de la manera menos equívoca, la acción política que puede
ejercerse. La arbitrariedad cesa pues necesariamente. El
gobierno de las cosas sustituye al de los hombres"
(Ibid.–negrita nuestra). El problema es que el gobierno de
las cosas sobre los hombres necesita siempre de unos
intermediarios entre las cosas y los hombres que formulen e
interpreten las leyes positivas dictadas por las cosas.
Los banqueros ocupan en la escala de la
industria un puesto privilegiado, pues, en la clase de los
empresarios, su función es la más abstracta y general y la
que mejor permite conocer la leyes fundamentales de la
sociedad y aplicarlas. La jerarquía social de los empresarios
se eleva, en efecto, "de los agricultores a los
fabricantes, de estos a los comerciantes, para ascender por último
hasta los banqueros, fundándose cada clase en la precedente.
Unas operaciones más indirectas que se confían a agentes más
selectos y menos numerosos, requieren así concepciones más
generales y más abstractas, al igual que una más amplia
responsabilidad" (Catecismo positivista. CP).
Por ese motivo, debe un triunvirato de
banqueros asumir el poder temporal en cada una de las repúblicas
que configuran el orden mundial positivista: "En cada república
particular, el gobierno propiamente dicho, es decir el supremo
poder temporal pertenecerá naturalmente a los tres
principales banqueros" (CP.).
Se perfila así una utopía de un gobierno mundial del
capital a través de sus agentes: "dos mil banqueros,
cien mil comerciantes, doscientos mil fabricantes y
cuatrocientos mil agricultores me parecen suficientes jefes
industriales para los ciento veinte millones de habitantes que
componen la población occidental. En este pequeño número de
patricios se encuentran concentrados todos los capitales
occidentales cuya activa aplicación deberán dirigir
libremente, bajo su constante responsabilidad moral, en
beneficio de un proletariado treinta veces más
numeroso". (CP).
5. La idea de que quien gobierna
realmente el mundo no son los gobiernos sino Goldman Sachs
pudo considerarse un chiste e incluso se creyó durante unos días
que la entrevista de Alessio Rastani a la BBC era una broma de
los Yes Men.
El psicoanálisis nos ha enseñado, sin
embargo, que un chiste es mucho más que un chiste, pues tiene
una relación estrecha con el inconsciente. El chiste (Witz)
como manifestación del inconsciente, nos abre, según Freud,
a un saber que no se sabe a sí mismo por resultar
insoportable.
En las formas liberales y democráticas
que hasta hoy había asumido el capitalismo, afirmar que
vivimos en la dictadura del capital parecía una exageración
que sólo podía expresarse a través del humor. Se podía
objetar a quien afirmase esto que en nuestros países hay
elecciones y que el pueblo puede cambiar la línea del
gobierno, lo cual era además cierto dentro de determinados límites
que siempre coincidieron con los del propio capitalismo. En un
capitalismo democrático, todo podía cambiarse menos el
propio capitalismo.
Sin embargo, la evolución del sistema
nos ha llevado, en primer lugar, a un completo vaciamiento de
los contenidos de la política en la primera fase
(monetarista, desreguladora) de la contrarrevolución
neoliberal, y, en su segunda fase dominada por lo que denomina
Maurizio Lazzarato "la economía de la deuda", a una
abierta desaparición de las formas democráticas, a un estado
de excepción permanente.
Los peores chistes y los más
descabellados sueños utópicos se hacen realidad ante
nuestros ojos. Nunca ha sido más descarnada la crisis de la
representación política en el capitalismo, nunca más
urgente ni más sentida la necesidad de refundar la democracia
sobre una base distinta del capitalismo.
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