Los
recortes actuales empujan a las economías
hacia recesiones más profundas
Por
Joseph E. Stiglitz (*)
El País, 07/12/11
Justo cuando
parecía que la situación no podía empeorar, la sensación
es que lo ha hecho. Incluso algunos de los miembros
ostensiblemente responsables de la zona del euro afrontan
tasas de interés más elevadas. Los economistas en ambos
lados del Atlántico no solo discuten si el euro sobrevivirá,
sino cómo garantizar que su desaparición cause la menor
agitación posible.
Es cada vez más
evidente que los líderes políticos europeos, a pesar de su
compromiso con la supervivencia del euro, no cuentan con los
conocimientos adecuados para lograr que la moneda única
funcione. La idea que prevalecía cuando se estableció el
euro era que lo único necesario era disciplina fiscal: ni el
déficit fiscal ni la deuda pública de los países debían
ser excesivos en relación a sus PIB. Pero Irlanda y España
tenían superávits presupuestarios y deudas reducidas antes
de la crisis, que rápidamente se convirtieron en grandes déficits
y deudas elevadas. Así que ahora los líderes europeos dicen
que son los déficits por cuenta corriente de los países
miembros de la zona del euro los que deben mantenerse
controlados.
En ese caso
parece curioso que, a medida que la crisis continúa, el
puerto seguro para los inversores globales sea Estados Unidos,
que ha tenido un enorme déficit en su cuenta corriente
durante años. Entonces, ¿cómo distinguirá la Unión
Europea entre los buenos déficits por cuenta corriente
—cuando un gobierno genera un clima de negocios favorable y
flujos entrantes de inversión extranjera directa— y los
malos? Evitar los malos déficits por la cuenta corriente
exigirá una intervención mucho mayor en el sector privado
que la postulada por las teorías neoliberales y de mercado único,
de moda cuando se creó el euro.
En España, por
ejemplo, el dinero fluyó al sector privado desde bancos
privados. ¿Debería esa exuberancia irracional forzar al
Gobierno a restringir caprichosamente la inversión pública?
¿Significa esto que el Gobierno debe decidir qué flujos de
capital —por ejemplo, los de inversiones inmobiliarias—
son malos y por lo tanto deben ser gravados o frenados de
alguna otra manera? Para mí esto es razonable, pero esas políticas
deberían resultar odiosas para los promotores del libre
mercado en la UE.
La búsqueda de
una respuesta clara y simple recuerda las discusiones
posteriores a las crisis financieras en todo el mundo. Después
de cada crisis surge una explicación que resulta equivocada
en la crisis siguiente, o al menos inadecuada. En la década
de 1980, la crisis latinoamericana fue causada por el
endeudamiento excesivo; pero eso no pudo explicar la crisis
mexicana de 1994, que fue atribuida a insuficiencias en el
ahorro.
Luego llegó
Asia Oriental, con altas tasas de ahorro, por lo que la nueva
explicación fue la gobernanza. Pero también esto tenía poco
sentido, ya que los países escandinavos —poseedores de la
gobernanza más transparente del mundo— habían sufrido una
crisis unos pocos años antes.
Existe,
curiosamente, una constante en todos estos casos, también
presente en la crisis de 2008: los sectores financieros se
comportaron inadecuadamente y no lograron evaluar solvencias
ni administrar los riesgos como se suponía que debían
hacerlo.
Estos problemas
ocurrirán con el euro o sin él. Pero el euro ha dificultado
más la respuesta de los Gobiernos. El problema no es
simplemente que el euro eliminara dos herramientas clave para
el ajuste —los tipos de interés y el tipo de cambio— sin
ningún tipo de reemplazo, ni que el mandato del Banco Central
Europeo sea enfocarse en la inflación, mientras que los desafíos
actuales son el desempleo, el crecimiento y la estabilidad
financiera. Sin una autoridad fiscal común, el mercado único
permitió gravar a la competencia, una competencia destructiva
para atraer inversiones e impulsar la producción que se podía
vender libremente en toda la UE.
Por otra parte,
la libre circulación de la mano de obra significa que las
personas pueden elegir pagar las deudas de sus padres o no:
los jóvenes irlandeses pueden sencillamente abandonar el país
y escapar del repago de las insensatas obligaciones de rescate
asumidas por su Gobierno. Por supuesto, se supone que la
migración es buena, ya que reasigna la mano de obra hacia
donde los rendimientos son mayores. Pero este tipo de migración
en realidad atenta contra la productividad.
La migración
es, por supuesto, parte del mecanismo de ajuste que logra que
Estados Unidos funcionen como un mercado único con una moneda
única. Aún más importante es el papel del Gobierno federal
al ayudar a los estados que afrontan, digamos, alto desempleo,
asignándoles ingresos impositivos adicionales (la así
llamada unión de transferencias, tan odiada por muchos
alemanes).
Pero EE UU también
está dispuesto a aceptar la despoblación total de los
Estados incapaces de competir (algunos destacan que esto
significa que las corporaciones estadounidenses pueden comprar
senadores de esos Estados a un precio menor). Pero, ¿están
dispuestos los países europeos con atrasos en su
productividad a aceptar la despoblación? Alternativamente, ¿están
dispuestos a enfrentarse el dolor de una devaluación interna,
un proceso que fracasó con el patrón oro y está fallando
con el euro?
Incluso si los
países del norte de Europa están en lo cierto al reclamar
que el euro funcionaría si se pudiera imponer una disciplina
eficaz sobre los demás (yo creo que están equivocados), se
están engañando a sí mismos con un drama de moralidad. Está
bien culpar a sus compatriotas sureños por su despilfarro
fiscal o, en el caso de España e Irlanda, por permitir el
reinado del libre mercado ilimitado, sin prever en qué
desembocaría. Pero eso no resuelve el problema actual: deudas
enormes, como resultado de errores de cálculo privados o públicos,
que deben ser gestionadas dentro del marco del euro.
Los recortes
actuales del sector público no resuelven el problema de los
despilfarros pasados; sencillamente empujan a las economías
hacia recesiones más profundas. Los líderes europeos lo
saben. Saben que es necesario el crecimiento. Pero, en vez de
ocuparse de los problemas actuales y encontrar una fórmula
para el crecimiento, prefieren sermonear sobre lo que debería
haber hecho algún Gobierno anterior. Esto puede ser
satisfactorio para quien sermonea, pero no resolverá los
problemas europeos... ni salvará al euro.
*
Joseph E. Stiglitz es catedrático en la Universidad de
Columbia, premio Nobel de Economía y autor de “Freefall:
Free Markets and the Sinking of the Global Economy” (Caída
libre: el libre mercado y el hundimiento de la economía
mundial).
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