El resultado natural del creciente
descontento que se ha ido acumulando
Estallido de protestas en Rusia
Por
Boris Kagarlitsky (*)
Links, 21/12/11
Sin Permiso, 08/01/12
El estallido de las protestas callejeras
en Rusia este diciembre ha sido el resultado natural del
creciente descontento que se ha ido acumulando a través de
los años y que no ha encontrado hasta ahora forma de
expresarse. Era difícil predecir, sin embargo, que estallaría
una crisis como consecuencia de los resultados electorales a
una Duma estatal esencialmente decorativa, que no tiene poder
alguno (los diputados, incluidos los de la oposición, son
meras marionetas).
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Marcha de
protesta en Moscú |
Hace unas semanas, cuando discutía con
los colegas de nuestro Instituto para la Globalización y los
Movimientos Sociales la crisis política que se avecinaba, no
éramos capaces de identificar cuales podrían ser los
detonantes de la explosión. La conclusión general a la que
llegamos los participantes en la discusión fue que la excusa
para las protestas de masas serían ridículas, algunas de las
innumerables agresiones cotidianas de las autoridades.
Las elecciones jugaron ese papel. La
naturaleza fraudulenta de todo el proceso y la confrontación
abierta entre las autoridades y la oposición en la Duma no
eran ningún secreto para la población, en especial para el
sector que se sumó a las manifestaciones. Pero el fraude
masivo, absurdo y sin ningún tipo de disimulo fue percibido
no como un acto político como una nueva dosis de
aburrimiento. Era como si la sociedad simplemente buscase una
excusa para rebelarse, y lo encontró cuando de manera
inesperada un procedimiento rutinario de fraude electoral se
convirtió en el tema de discusión general.
Pero el significado político del drama
que se está interpretando va más allá de la cuestión de la
composición del pseudo-parlamento ruso e incluso de las
normas electorales que rigen su elección. La única función
política de las elecciones de 2011 a la Duma ha sido preparar
las elecciones presidenciales. Pero a su vez, estas no decidirán
quien será el futuro dirigente del país, cuyo nombre se sabrá
mucho antes.
Una élite burocrático-burguesa
Las decisiones de este tipo no las toman
en Rusia los electores, ni los congresos de los partidos políticos,
sean del gobernante Rusia Unida o de cualquiera de sus
predecesores históricos, sino las reuniones de la élite
burocrático-burguesa, que discute sin engorrosos formalismos
ni ostentaciones. La información que consideraron necesaria
fue comunicada al público el 24 de septiembre en el congreso
de Rusia Unida y dieron por cerrado el asunto. El papel de las
elecciones a la Duma era legitimar las decisiones que ya se
habían adoptado y formalizarlas en términos y relaciones
legales que ya existían.
La crisis de diciembre ha puesto patas
arriba el escenario preparado por las autoridades. El rápido
declive de popularidad de Rusia Unida, acompañado del
crecimiento de las protestas y el completo descrédito de los
procedimientos electorales han creado una nueva situación
cualitativamente en la que el proceso electoral nacional no
solamente es incapaz de servir su objetivo básico
–legitimar la elección de las élites- sino que se ha
convertido él mismo en un problema. Ello no presupone que las
elecciones presidenciales vayan a ser “auténticas”. No
habrá un solo candidato opositor, pero si apareciera uno, la
sociedad sería para él el peor problema. Hoy, la “oposición”
en Rusia consiste de grupos escindidos de las actuales
autoridades o de fuerzas marginales de distinto pelaje, en su
mayoría liberales y nacionalistas.
La “oposición”
El rechazo popular de las autoridades,
tal y como se manifestó en diciembre con toda claridad, no
significa en modo alguno que exista la menor simpatía por la
“oposición”. Ni el programa que quieren difundir entre la
gente los organizadores de las manifestaciones
antigubernamentales refleja en nada las causas actuales del
descontento de masas. Los dirigentes liberales de la oposición
no quieren plantear temas sociales, ni siquiera aquellos que
han aireado sus seguidores. Un grupo amplio de comentaristas
de izquierdas defiende apasionadamente lo correcto de esta
orientación de los políticos liberales y explican a sus
lectores que si se agitan reivindicaciones sociales se corre
el riesgo de “estrechar” la base social de las protestas.
Esta posición podría parecer lógica: la exigencia de
elecciones limpias es más “amplia” que la reivindicación
de una sanidad pública gratuita. El problema, sin embargo, es
que hoy en Rusia hay mucha más gente preocupada por el futuro
de su hospital local que por las elecciones.
El 10 de diciembre unas 250.000 personas
participaron en las manifestaciones en todo el país. En 2005,
cuando estallaron las protestas contra la política social del
gobierno, 2,5 millones de personas salieron a la calle a pesar
de las heladas de enero. La base de masas para las protestas
sociales es diez veces mayor que el apoyo con el contaron los
organizadores de las últimas manifestaciones.
De ninguna manera debe concluirse de ello
que los rusos no quieren elecciones limpias. Pero la inmensa
mayoría de la gente solo se sumará a las protestas contra
los actuales pucherazos, exponiéndose a las porras de la
policía, cuando estén convencidos que las elecciones pueden
significar un cambio positivo en sus vidas, que pueden ayudar
a preservar el estado social que quiere la mayoría de los
ciudadanos. Sin embargo, la “oposición” no solamente no
comparte estas reivindicaciones de la gente, sino que, por el
contrario, se alinea en el mismo campo que las autoridades.
Los mercados bursátiles reaccionaron a
las protestas en Rusia con una caída de sus valores, mientras
la prensa económica explicaba el pesimismo de los inversores
con el argumento de que, dada la amplitud de las
manifestaciones, el gobierno vacilaría a la hora de llevar a
cabo “reformas imprescindibles” como el fin de la educación
y la sanidad públicas. La verdadera razón de la confrontación
entre la sociedad y las autoridades es precisamente la
resistencia de los que menos tienen a las políticas
anti-sociales de las élites. Esta resistencia es lo que
provocó el colapso de la tramoya en la que se desarrollaban
las elecciones a la Duma y la que ha bloqueado la capacidad de
actuación de las autoridades contra la oposición. Pero la
propia oposición no teme menos que las autoridades, sino más,
que estas señales de cambio.
El problema de los dirigentes de las
actuales protestas y de sus acciones es bastante distinto del
hecho de que no sean de izquierdas y que, consecuentemente, no
puedan ir más allá de defender elecciones limpias,
rechazando cualquier reivindicación social. El problema
estriba en el hecho de que su posición inevitablemente lleva
al fracaso a la hora de agrupar una base social
suficientemente grande como para obtener las reivindicaciones
“generales democráticas” que defienden. O bien
construimos un movimiento de verdad de masas, poderoso, unido
entorno a un programa auténticamente democrático, que
incluya las reivindicaciones que reflejan los intereses básicos
de la mayoría del pueblo ruso, o la actual revuelta se
extinguirá sin haber sido capaz de conseguir los objetivos
limitados que tanto los liberales como sus compañeros de
viaje en la “izquierda” están dispuestos a apoyar.
La “izquierda”
Los llamamientos de la “izquierda
moderada” rusa a apoyar y seguir pasivamente a los liberales
parten de la supuesta necesidad de “trabajar entre las
masas”, de ir a donde la gente está. Pero ¿cómo y con quién
tienen las fuerzas de la izquierda que partir a la búsqueda
de las añoradas masas? ¿Con panfletos mal impresos llenos de
consignas abstractas? Los militantes de la izquierda vienen a
las manifestaciones con panfletos arrugados, impresos en mal
papel y con una letra minúscula que parecen sacados de un
museo de la Revolución de 1905. Y como no se atreven a
repartirlos a la gente en general, se los pasan a los
conocidos. Los anarquistas agitan entre los estalinistas y
estos entre los trotskistas, que a su vez pasan su material a
los social-demócratas, que vuelven a distribuir sus panfletos
a los anarquistas. Todo en un círculo cerrado.
La oposición es incapaz de proponer a
sus seguidores otra cosa que reuniones interminables cuya
ineficacia es obvia para cualquiera. Si a pesar de ello el
Kremlin es incapaz de controlar la situación es simplemente
porque la gente del Kremlin no tiene la menor idea de que
hacer con Rusia. Cuando creen que la tensión disminuye, las
autoridades anuncian de nuevo otro paquete de medidas que
vuelve a echar gasolina al fuego de la crisis.
La situación conduce a un callejón sin
salida inevitable. Un triunfo real de la democracia supondría
también el completo colapso de la oposición existente. Las
autoridades se niegan a dar marcha atrás y la oposición
tiene miedo a ganar. Ambas partes preferirían, sin duda,
llegar a un acuerdo.
Pero en Rusia a la política se juega
ahora en público. Un acuerdo secreto entre las dos partes ya
no sería una verdadera solución. En ajedrez esta situación
se llama “tablas”. Pero la vida no es una partida de
ajedrez, en la que se retiran del tablero las piezas y el
juego puede volver a comenzar colocándolas una vez más en su
casilla de partida. Antes o después la situación escapará
al control de las autoridades y se abrirá una nueva fase más
crítica. Y ello ocurrirá cuando las protestas políticas
amplíen su base social y nuevos jugadores entren en escena.
No tendremos que esperar mucho para verlo.
(*) Boris Kagarlitsky es sociólogo
y teórico marxista, tras haber sido uno de los más jóvenes
disidentes en la URSS. Autor de obras de análisis sobre la
transición al capitalismo en Rusia, es director del Instituto
de Estudios sobre la Globalización y los Movimientos Sociales
de Moscú y editor de la revista “Levaya Politica” (Políticas
de Izquierda).
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