Vivimos
en un proceso de continuado debilitamiento de la democracia
formal
Al
capitalismo no le sienta bien la democracia
Por
Juan Torres López (*)
Ganas de Escribir, 24/02/2012
El filósofo
alemán Jürgen Habermas ha escrito en su último libro y
repite en varias declaraciones públicas que en Europa se está
desmantelando la democracia (Ver Georg Diez, A Philosopher's
Mission to Save the EU). Un juicio muy fuerte del que se hacía
eco compartiéndolo alguien nada sospechoso de radicalismo y
que conoce bien el continente como el ex canciller alemán
Helmut Schmidt (L'Allemagne dans et avec l'Europe, L'Economie
politique n° 053 – janvier 2012).
Un
espectáculo cada vez más frecuente en la Europa del ajuste
Los gobiernos de Madrid, Barcelona y Valencia contestan así
los reclamos de los estudiantes
por la liquidación de la educación pública: "la letra
con sangre entra..."
No creo que se
trate de palabras vacías sino de un proceso real, ya
innegable aunque desearía que no llegue a ser imparable a
corto y medio plazo.
Bastó con que
el ex presidente Papandreu amagara con la convocatoria de un
referéndum para que se le hiciese dimitir, o que Berlusconi
sacara la cabeza frente a Bruselas para que igualmente saliera
por la puerta chica de donde le habían puesto, para mayor o
menor fortuna, los electores italianos.
Han sido dos auténticos
golpes de estado de los que nadie quiere hablar y que se ha
conseguido hacer pasar como si nada en los medios de
comunicación y en los debates políticos. Y el reciente
acuerdo con Grecia (si es que se le puede llamar así) es el
punto final al régimen democrático en aquel país, toda vez
que autoridades extranjeras se han hecho ya definitivamente
con el poder de facto para decidir lo que les conviene a ellas
y a los poderes financieros y económicos a los que
representan, sean cuales sean la opinión o las preferencias
de los ciudadanos griegos. ¿Quién puede decir hay democracia
en aquel país?
No es la primera
vez que hemos podido comprobar que la democracia, por limitada
que sea, es un escollo a veces insalvable para poner en marcha
las medidas que aseguren beneficios al capital. Las políticas
neoliberales que ahora sufrimos en todo su esplendor fueron
puestas por primera vez gracias a golpes de estado militares
que sirvieron de experiencias para ir validando el tempo de
las medidas de represión social y económica que iban a ser
necesarias para consolidar el nuevo régimen de competencia y
beneficio en las economías capitalistas. Y eso se hizo para
frenar el poder creciente que el pleno empleo y el Estado de
Bienestar habían dado a los trabajadores del mundo
occidental.
Desde entonces
vivimos en un proceso de continuado debilitamiento de la
democracia formal que cada vez más se convierte en un remedo
del sistema político que garantiza que las decisiones sobre
las cosas sociales y los intereses generales se tomen en función
de lo que piensa y determina la mayoría de la población
consultada a través de las urnas.
A ello han
contribuido varias circunstancias pero creo que algunas de
ellas son especialmente importantes y han tenido una
particular incidencia en la crisis que estamos viviendo.
La primera es la
consolidación de un poder monetario privado, al margen
efectivo del debate político, que condiciona y encuadra al
resto de las políticas económicas. La independencia de los
bancos centrales y el fortalecimiento de la capacidad de
maniobra de los fondos y entidades financieras han sido los
factores que principalmente han contribuido a este fenómeno
contemporáneo que hace que, en la práctica, los gobiernos
tengan completamente atadas las manos frente a los mercados y
los grandes propietarios de capital.
La segunda es el
incremento voluntariamente planificado del desempleo y el
empleo precario. De esa forma, como ya advirtiera Michal
Kalecki hace ochenta años, los grandes empresarios obtienen
menos beneficios (puesto que les sería económicamente más
rentable el pleno empleo) pero gracias a la sumisión y a la
debilidad que esas condiciones laborales generan en las masas
trabajadoras, pueden disponer de más poder político que a la
postre es lo que les asegura su posición de dominio social. Y
a ello ha contribuido en los últimos años de modo decisivo
el incremento del negocio de la deuda que los bancos han
impulsado imponiendo modelos de crecimiento basados en el
suministro de bienes de inversión y duraderos que generan
demanda de crédito (como la vivienda o los automóviles). El
crecimiento extraordinario del endeudamiento familiar no solo
es una selecta fuente de ganancias para la banca sino una auténtica
esclavitud contemporánea: los individuos viven para consumir
y para pagar los créditos que les permiten salir adelante.
La tercera es la
mixtura también creciente entre el poder económico y
financiero y el mediático que el impulso de las
concentraciones de capital está llevando hasta extremos
realmente insospechados: uno o dos grupos empresariales, o
uno, o incluso simplemente alguna persona aislada, controlan
la totalidad de la oferta de medios (sobre todo audiovisuales)
en muchos países, uniformando la opinión pública e
imponiendo, se quiera o no, el pensamiento único que domina
las decisiones económicas.
Otra
circunstancia que me parece decisiva como fuente de degeneración
democrática en el ámbito económico es que los partidos y
las autoridades públicas están llegando a ser materialmente
irresponsables. Hoy día es prácticamente imposible pedirle
cuentas, sobre todo, de los incumplimientos constantes de la
oferta electoral de naturaleza económica con que se presentan
a las elecciones. Y es tanto el poder que ejercen sobre los
medios de adoctrinamiento y tan estrechas las vías que se
abren para el debate social que no es posible que los
electores tomen nota de ello, lo que les impide acudir a las
elecciones con la información que les permitiera algo más
que optar entre opciones políticas que terminan por hacer lo
mismo en materia económica.
Tan molesta está
llegando a ser la democracia para los grandes poderes económicos
y financieros y tanto incordio les supone la intermediación
de las instituciones públicas que parece que han decidido
tomar ellos mismos las riendas de los poderes públicos. Y en
esta crisis se está produciendo con mucha mayor fuerza que
nunca antes, la fusión entre unos y otros, por la vía
incluso de la participación directa en los gobiernos que
igual termina, como ya ha pasado en algún país, con la
entronización en la vida pública de empresarios populistas
que permitan a la clase empresarial más poderosa deshacerse
de los políticos profesionales que, a veces, incluso le salen
demasiado caros.
Es gracias a
todo ello que las medidas que se están aplicando frente a la
crisis no sean realmente las que podrían permitir mejorar la
situación económica y que apenas pase nada. Es es una
evidencia clamorosa: las economías europeas no están mejor
que cuando se empezaron a aplicar las políticas que dicen que
solucionan la crisis sino mucho peor. Crecen menos y tienen más
deuda. Y es así porque estas políticas no se destinan a
mejorar las condiciones económicas en general sino a aumentar
el beneficio y el poder de decisión de los grandes
propietarios de capital y de los financieros. Por eso el
debate social plural y transparente, la igualdad de medios y
condiciones para exponer opiniones, la democracia, se está
convirtiendo en una incómoda piedra en el zapato del
capitalismo neoliberal de nuestra época porque es lo único
que podría poner en claro lo que está pasando. Y por eso se
la quieren quitar de encima cuanto antes.
(*)
Juan Torres López, catedrático de Economía Aplicada de la
Universidad de Málaga.
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