Un debate
de fondo: ¿socialismo u “otro capitalismo”?
El mito de
la vuelta al "Estado del Bienestar": otro
capitalismo es imposible
El Estado
del Bienestar fue un proyecto contrarrevolucionario de una
clase que, atemorizada por las revoluciones del siglo XX,
sobornó a la clase trabajadora del Primer Mundo. (L.H.)
Red Roja /
La Haine, 05/04/2012
"El
Estado de los burgueses no es más que un seguro colectivo de
la clase
burguesa contra sus miembros individuales y contra la
clase explotada".
Karl Marx “La socialización del
impuesto”, Neue Rheinische Zeitung (1850)
El pasado
20 de febrero se hizo público un “Manifiesto en defensa del
Estado del Bienestar y de los servicios públicos”[1]
firmado por cuarenta organizaciones entre las que se
encuentran algunas organizaciones como CCOO [Comisiones
Obreras], CEAPA [Confederación Española de Asociaciones de
Padres y Madres de Alumnos] o la FADSP.
Su aparición
debe vincularse con el auge de un discurso que, coincidiendo
con la pérdida del poder político del PSOE en el gobierno
del Estado, comunidades autónomas (CCAA) y ayuntamientos,
propone como solución a la crisis la vuelta a una especie de
paraíso perdido, llamado “Estado del Bienestar”; una
treta, que lo único que persigue es precisamente mantener el
“bienestar” de toda la nebulosa que accedió a la gestión
del capitalismo en el estado español de la mano del PSOE en
lucha puramente interna de poder con los exfranquistas (hoy en
el PP) y en medio de una gravísima crisis sistémica que
amenaza por afectar a los propios equilibrios dentro del
bloque dominante recompuesto tras la Transición.
Efectivamente,
hay un cinismo en origen en plantear ahora, por parte de
organizaciones que se sitúan ideológicamente en la órbita
del PSOE –y que han sido generosamente subvencionadas–
unas políticas que han sido sistemáticamente negadas por los
gobiernos “socialdemócratas”, tales como fiscalidad
progresiva, gestión pública directa de los servicios públicos
o financiación suficiente de los mismos.
La
desfachatez alcanza cotas delirantes cuando se dice que “las
políticas de bienestar social y las propuestas relacionadas
con los servicios públicos han sido elementos esenciales en
el proceso de construcción europea” o que “la evolución
de los estados democráticos en Europa ha estado vinculada al
desarrollo del Estado de Bienestar Social, conocido como el
Modelo Social Europeo”.
Una de las
constantes en las declaraciones de este tipo de organizaciones
es incidir en los “recortes sociales” sin señalar el
objetivo esencial al que ha venido respondiendo durante muchos
años: las privatizaciones. Tanto en sanidad, como en educación,
como en los servicios sociales, con la complicidad necesaria
de todos los gobiernos –estatales, autonómicos y
municipales– se ha producido desde la Transición un proceso
continuado de penetración del capital privado en los
servicios sociales públicos. Ciertamente ahora, con la
profundización de la crisis sistémica, muchos “recortes
sociales” responden simple y llanamente a una política de
transferencias desde la esfera social a la financiera para
salvar y fortalecer a los mismos que han provocado la crisis;
una política de expropiación social, donde también la única
disputa real entre pepistas y “centroizquierdistas” gira
en torno a quién se lleva las prebendas por gestionar esa política.
En este
tipo de manifiestos, que mal encubren a quien defienden, se
oculta que los conciertos en educación con la enseñanza
privada –sobre todo religiosa– fueron obra de gobiernos
socialistas, que en sanidad –tras un proceso de
privatizaciones de servicios hospitalarios– la Ley 15/97
permite la entrada masiva del capital privado en la gestión
de los centros sanitarios (votada por PP, PSOE, CiU, PNV y CC)
y que los precarios servicios sociales han sido subcontratados
por ayuntamientos y CCAA de todo color político.
Lo que se
pretende enmascarar es que los diferentes gobiernos,
independientemente del color político, sirven –con los
correspondientes sobornos que pocas veces salen a la luz pública–
a una estrategia general del capitalismo. Su ocultación les
hace cómplices, no sólo por ocultar sus objetivos –que
conocen perfectamente– sino por contribuir con el poder económico
que reciben y con el acceso a los medios de comunicación que
les ofrecen, a debilitar la respuesta social ante tamaño
atropello.
Un intento desesperado de
legitimar la UE y la Constitución Española
Es
imposible que los redactores y firmantes de dicho Manifiesto
ignoren que las políticas neoliberales implementadas por el
capitalismo a escala mundial desde los años setenta[2] han
supuesto un sistemático recorte del gasto social público y
que en el Estado español, desde 1980, el desfase ha pasado de
ser de cinco a siete puntos en relación al PIB con respecto a
la media de la UE.
El
falseamiento deliberado que se hace obedece al objetivo de
insistir en el mito de un “modelo social europeo”, que tan
útil fue al PSOE en 1986 para vender la entrada a un paraíso
de derechos sociales y laborales, –ya en plena descomposición–
por el cual bien valía pagar el peaje de entrada en la OTAN.
Más grave
es, si cabe, la afirmación que se hace en el citado
Manifiesto de que: “La protección integral y la
universalización de la cobertura, parte indispensable del
Estado Social, han tenido su reflejo en las constituciones
democráticas como la española, lo que supone un mandato a
los poderes públicos para que desarrollen una política
redistributiva activa que garanticen de forma real y efectiva
los principios de igualdad, libertad y participación”.
Como
estamos comprobando de forma dramática, todos los artículos
de la Constitución Española que hacen referencia a derechos
como el trabajo, la vivienda, las pensiones públicas dignas,
la educación o la sanidad públicas de calidad son meros
“principios de política social y económica” que los
gobiernos de turno interpretan a su antojo. Son papel mojado
frente al derecho a la propiedad privad o a la libre empresa
que tienen carácter de derechos fundamentales y
reivindicables directamente ante la justicia. El Estado Social
y Democrático de Derecho fue un pobre plato de lentejas para
comprar la complicidad de una izquierda que vendió a los
derrotados en la Guerra contra el Fascismo y al potente
movimiento obrero y popular que se gestó en la lucha contra
la Dictadura.
El señuelo
del “modelo social europeo” es directamente una estafa.
Como cada vez se deja más a las claras, la Constitución
Europea es la herramienta privilegiada para imponer un modelo
de capitalismo salvaje, y principalmente al servicio de un núcleo
duro imperial en torno a Alemania, en la que los derechos
sociales, medioambientales y laborales, están en vías de
extinción y subordinados a la hegemonía de la banca y las
grandes multinacionales.
La famosa
“carta secreta” de Trichet (presidente del BCE) y del
“socialista” Fernández Ordóñez (gobernador del Banco de
España) dirigida a Zapatero exigiéndole reducir el gasto
social y privatizar, aún más, la sanidad y la educación, a
cambio de vulnerar el artículo 123 de la Constitución
Europea[3] para comprar deuda pública y evitar así que
aumentaran los intereses de la misma y evitar la quiebra del
Estado, es suficientemente explícita.
Tanto la
reivindicación del “modelo social europeo” como de los
“aspectos sociales” de la Constitución, son engañifas
destinadas a legitimar –ante unos pueblos progresivamente
esquilmados en sus derechos– instituciones básicas del
capitalismo europeo y español que han servido para legitimar
una Transición que perpetuó el poder de las clases
dominantes herederas de la Dictadura y de los nuevos ricos de
la “democracia” de la mano del PSOE y del PP.
Por eso,
aspirar a reformar la UE no es menos irreal que aspirar a
reformar la OTAN y, a despecho de IU (e incluso de una parte
de la izquierda extraparlamentaria), el primer paso que, de
alcanzar el poder, habría de tomar todo proyecto mínimamente
transformador sería el inmediato abandono de la Unión
Europea y del euro.
Lo que el
citado Manifiesto pone en evidencia una vez más, junto al
Pacto Social, mil veces reeditado, sobre la base de la primacía
de la aceptación de la competitividad como instrumento
supremo para generar riqueza y crear puestos de trabajo, es la
impagable –para el capital– función de este tipo de
organizaciones para legitimar el orden establecido y evitar
que la clase obrera y los pueblos descubran el expolio a que
se les somete y actúen en consecuencia.
El
imprescindible análisis histórico e internacionalista del
Estado del Bienestar
Sólo un
punto de vista internacional puede ayudarnos a comprender la
realidad, al constatar que fue la correlación de fuerzas a
nivel mundial la que, tras las revoluciones socialistas y los
movimientos de liberación nacional, obligaba a los
capitalistas a efectuar concesiones y políticas preventivas.
Ahora, una vez derribado el campo socialista, sobornados los
sindicatos y desarticuladas las organizaciones obreras en todo
el mundo, el capital ejecuta su contraofensiva.
Sin
embargo, la socialdemocracia, a pesar de estar recibiendo su
refutación más definitiva por parte de los propios hechos,
vuelve a ponerse de moda.
¿Para qué
socializar los medios de producción, intercambio y distribución?
Basta con resucitar el “modelo social europeo” (como
sugiere el Manifiesto citado), incrementar los impuestos
directos así como su progresividad (como propone Vicenç
Navarro) y, como mucho, crear “una” banca pública –sin
nacionalizar, faltaba más, la privada– o alguna especie de
Tasa Tobin (como sugiere ATTAC).
La misma lógica
proponen los economistas de Izquierda Unida, que hablan
literalmente de que “hay alternativas” dentro del
capitalismo. Una IU que, actualmente, ha abandonado las
propuestas marxistas, adoptando plenamente las ideas
neokeynesianas (es decir, una adaptación a la actualidad de
las ideas de un economista cuyo objetivo declarado era salvar
la sociedad de clases).
¿Problema?
Que, en un capitalismo globalizado, los neoliberales tienen la
razón: si haces eso, Moody’s rebaja tu rating, tu deuda se
incrementa automáticamente y las empresas, simplemente, se
deslocalizan y se van a otro país donde encuentren
condiciones más ventajosas, hundiendo tu economía.
La
socialdemocracia, sencillamente, ha devenido imposible. Por
eso hoy día los reformistas son más utópicos que los
revolucionarios: una salida de izquierdas para la crisis es
imposible desde un punto de vista estrictamente técnico y sin
abandonar el sistema económico capitalista. Máxime en países
como el nuestro, que, al haber estallado en el mismo centro
del sistema una crisis que durante años se ha venido
retardando en la periferia “tercermundista”, devienen
ellos mismos la periferia de unos estados imperialistas mucho
más fuertes que exigen que nos “neoliberalicemos” a
marchas forzadas.
Y es aquí
que enlazamos precisamente con el aspecto principal a tener en
cuenta en toda esta cuestión. El proyecto del Estado del
Bienestar no puede separarse de su carácter imperialista, ya
que las concesiones en las metrópolis del Primer Mundo están
estrechamente ligadas a la sobreexplotación histórica de las
neocolonias. Dicha explotación ha financiado, en última
instancia, la “economía social de mercado”, al producirse
una redistribución internacional de salarios entre los
explotados.
A
consecuencia de dicha redistribución, los trabajadores del
Primer Mundo se han beneficiado objetivamente de la explotación
de sus equivalentes en el Tercer Mundo. Ya lo dijo el Che
Guevara en “El socialismo y el hombre en Cuba”: “Cabría
aquí la disquisición sobre cómo en los países
imperialistas los obreros van perdiendo su espíritu
internacional de clase al influjo de una cierta complicidad en
la explotación de los países dependientes y cómo este
hecho, al mismo tiempo, lima el espíritu de lucha de las
masas en el propio país”.
Si el nivel
de vida no se calculara dividiendo el PNB de un país únicamente
por el número de habitantes del mismo, sino que en el
denominador ubicásemos a todos los habitantes de otros países
que, de un modo u otro, han contribuido a su riqueza, las
estadísticas de los países imperialistas no serían tan
halagüeñas. Por eso, abandonar la perspectiva mundial del
proceso de explotación capitalista supone enmascarar el
funcionamiento real del sistema.
La escuela
mercantilista afirmaba que “el enriquecimiento de una nación
sólo se puede hacer a costa del empobrecimiento de otras”.
En realidad, el mercantilista concebía la riqueza únicamente
en forma de metales preciosos, que, obviamente, sólo podían
incrementarse atesorándolos en el extranjero. Sin embargo, el
concepto de riqueza actual no sufre una menor escasez que el
de los mercantilistas. De hecho, en la siguiente dirección
– www.footprintnetwork.org/newsletters/gfn_blast_0610.html
–, puede descargarse en lengua castellana un estudio del
Global Footprint Network (California) que analiza la Huella
Ecológica del ser humano. Este estudio concluye que el nivel
de consumo por habitante promedio de Estados Unidos y Europa
es imposible de generalizar a toda la población del planeta,
porque serían necesarios, respectivamente, 5,3 (EEUU) y 3
(UE) planetas Tierra para ello.
La genealogía
de esta situación de privilegio tampoco es ningún misterio,
ya que figura en los libros de historia. Los países que
experimentaron la revolución industrial acudieron a los países
precapitalistas por necesidades comerciales, para extraer sus
materias primas y para absorber mano de obra barata. A pesar
del transcurrir de los siglos, las antiguas colonias, siempre
retrasadas en la carrera tecnológica, sólo han logrado
especializarse en las líneas de producción que eran
desmanteladas en las metrópolis, generando una nueva
dependencia del equipo extranjero.
La herencia
histórica del imperialismo ha conllevado la expoliación de
los recursos naturales de las neocolonias por parte de compañías
extranjeras, que además evaden los beneficios obtenidos y los
reinvierten en la metrópolis; la distorsión de la estructura
económica mediante la imposición del monocultivo; el
intercambio desigual, debido a que los precios de los
productos que exportan los países subdesarrollados tienden a
deteriorarse, mientras los precios de sus manufacturas
importadas crecen sin cesar; la deuda externa, a base de créditos
con elevados tipos de interés y condicionados a las
privatizaciones que fija el FMI…
Por eso,
observando las fronteras y las leyes de extranjería, los
ministros de economía europeos proponen que nos encerremos en
fortalezas, protegidos por vallas cada vez más altas, donde
poder literalmente devorar el planeta sin que nadie nos
moleste ni nos imite. Es nuestra solución final, un nuevo
Auschwitz invertido en el que en lugar de encerrar a las víctimas,
nos encerramos nosotros a salvo del arma de destrucción
masiva más potente de la historia: el sistema económico
internacional
Pese a la
obviedad de estos hechos, no sólo ya Izquierda Unida, sino
incluso una parte de la izquierda extraparlamentaria está
cayendo en esta trampa, generando un peligroso confusionismo.
Una cosa es oponerse a los recortes sociales que se produzcan,
y otra muy distinta enunciar el “Estado del Bienestar”, así,
de ese modo, como proyecto. Por las siguientes razones:
1º El
Estado del Bienestar fue un proyecto contrarrevolucionario de
una clase dominante que, atemorizada por las revoluciones del
siglo XX, sobornó a la clase trabajadora del Primer Mundo
para que siguiera callando ante la explotación del Tercero,
abandonando toda perspectiva revolucionaria y los principios
del internacionalismo.
2º Su
formulación, que hizo correr ríos de tinta, perseguía
objetivos ideológicos esenciales para el capitalismo. El
Estado del Bienestar, el capitalismo con rostro humano, había
logrado “unir el capitalismo y lo mejor del socialismo”:
salarios suficientes y derechos laborales y sociales. Era el
fin de la historia, enterraba la lucha de clases y debería
perdurar por los siglos de los siglos. Duró 30 años, hasta
que fue barrido por las políticas neoliberales, pero su función
de alienación destinada a engrasar la inútil maquinaria
“socialdemócrata”, el mito de que el capitalismo es
reformable, aún perdura.
3º Lo que
entonces era un crimen, hoy es directamente una quimera. El
imperialismo –que no el eufemismo de la globalización–
determina que, si no acabamos con el capitalismo, la ley de
hierro de la competitividad nos impondrá las mismas
condiciones laborales y sociales de esclavitud que rigen en
los países a los que deslocalizan las empresas y la guerra
para el saqueo de sus materias primas.
4º
Reivindicar la vuelta al Estado del Bienestar es una
inaceptable trampa para que el movimiento obrero y popular
adopte la entelequia de unos objetivos, hoy más imposibles
que nunca, que le aparten de su tarea esencial y la única que
puede resolver sus problemas: destruir el capitalismo, cambiar
de raíz las relaciones de poder y construir una sociedad en
la que las riquezas y el poder estén en manos del pueblo: el
socialismo. Sólo así, manteniendo la perspectiva
revolucionaria, y tal como se ha demostrado históricamente,
se conseguirá además una mejor defensa de los derechos y
conquistas alcanzados y una mayor consecución de reformas
sociales. Efectivamente, hoy más que nunca cabe decir: “sé
revolucionario y al menos mantendrás y conseguirás reformas;
sé reformista, y terminarás por perderlas”.
Notas:
1. CEAPA
(Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres
de Alumnos),
24/02/12.
2. El
aumento del gasto social público entre 1977 y 1980 que pasó
del 12 al 18% del PIB tiene una relación directa con el
objetivo de legitimar la Transición.
3.
El artículo 123 de la Constitución Europea prohíbe que el
BCE venda dinero a los Estados y sólo puede hacerlo a los
bancos privados. Estos compran dinero a un interés del 1,25%
y lo venden a los Estaos, comprando deuda pública al precio
de mercado. La elevación de los tipos de interés impuestos a
los Estados (el 6 o el 7 %) , si no son fiables es la forma de
imponer contrarreformas laborales, privatizaciones,
“rescates” a la banca privada, etc.
|