El suicidio económico de Europa
España, actual epicentro de la crisis
Por Paul Krugman (*)
New
York Times, 15/04/2012
El País, 22/04/2012
En su edición del sábado, The New York
Times informó sobre un fenómeno aparentemente creciente en
Europa: el "suicidio por crisis económica",
personas que se quitan la vida por la desesperación del
desempleo o la ruina en los negocios.
Una historia desgarradora. Pero estoy
seguro de que no fui el único lector, especialmente entre los
economistas, que se quedó pensando si la historia de fondo no
es tanto sobre personas individuales, sino sobre la aparente
decisión de los líderes europeos de acometer el suicidio
económico del continente en su conjunto.
Hasta hace un par de meses todavía me
quedaban algunas esperanzas con Europa. A fines del año
pasado, Europa parecía al borde de la debacle financiera,
hasta que el Banco Central Europeo (BCE) salió al rescate.
Les ofreció a los bancos europeos líneas de crédito de
final abierto a condición de que pusieran como garantía sus
bonos de las deudas soberanas, como una manera de ayudar de
forma directa a los bancos, de manera indirecta a los
gobiernos, y frenar el pánico.
La pregunta entonces era si esa medida
valiente y efectiva sería el principio de un replanteamiento,
y si los líderes aprovecharían ese momento de respiro para
reconsiderar las políticas que llevaron a la actual situación.
Pero no lo hicieron.
En cambio, redoblaron su apuesta por políticas
e ideas fracasadas. Y cada vez parece más improbable que algo
los haga cambiar de rumbo.
Consideremos, por ejemplo, la situación
en España, actual epicentro de la crisis. ¡Qué recesión ni
recesión! España está en plena depresión económica, con
un desempleo del 23,6%, comparable con Estados Unidos en lo más
profundo de la Gran Depresión.
Es insostenible, y como todos saben que
es insostenible, los intereses que debe pagar España para
endeudarse no dejan de aumentar.
Poco importa cómo llegó España a este
extremo, pero si de algo vale, la historia de España no tiene
semejanza alguna con las historias de moralinas que tanto les
gustan a los funcionarios europeos, sobre todo en Alemania.
España no fue fiscalmente dispendiosa:
hasta que se desató la crisis, tenía poca deuda y superávit
comercial. También tenía una gigantesca burbuja
inmobiliaria, que en gran parte fue posible por los créditos
que les otorgaron los bancos de Alemania a sus colegas españoles.
Cuando la burbuja estalló, la economía española se quedó
en banda; los problemas fiscales de España no son la causa de
esta depresión: son su consecuencia.
Y, sin embargo, las recetas que siguen
llegando desde Berlín y desde Frankfurt son de aplicar una
austeridad fiscal todavía mayor.
Ni más ni menos que una locura. Europa
tuvo muchos años de experiencia con programas de extrema
austeridad fiscal, y los resultados son los que cualquier
estudiante de historia diría: que esos programas hunden a las
economías deprimidas aún más en la depresión. Y como a la
hora de evaluar el estado de la economía de un país los
inversores se fijan en su capacidad de pagar sus deudas, los
programas de austeridad ni siquiera funcionaron para ayudar a
reducir la tasa de interés que deben pagar los países para
endeudarse.
¿Cuál es la alternativa? Bueno, en la década
de 1930 la condición esencial para la recuperación fue
salirse del patrón oro. En la actualidad, la jugada
equivalente sería salir del euro y recuperar las monedas
nacionales.
Se dirá que es inconcebible y que sería
un acontecimiento desestabilizante, tanto en lo político como
en lo económico. Pero lo verdaderamente inconcebible es
seguir imponiendo medidas de austeridad aún más feroces a países
que ya sufren una tasa de desempleo típico de una depresión.
Si realmente quisieran salvar el euro,
los líderes europeos deberían estar buscando un camino
alternativo. El continente necesita políticas monetarias
expansivas, que tomen la forma de una voluntad por parte del
BCE, de aceptar una inflación más alta.
Necesita también políticas fiscales más
expansivas, con presupuestos en Alemania que compensen la
austeridad de España y los otros países periféricos en
problemas. Lo que estamos presenciando, por el contrario, es
la intransigencia absoluta. En marzo, los líderes europeos
firmaron un pacto fiscal que encierra en la austeridad fiscal
la respuesta a todos los problemas.
Mientras tanto, el BCE enfatiza que
elevará las tasas de interés ante el menor signo de inflación.
Es difícil no desesperar. Antes que admitir que están
equivocados, los líderes europeos parecen decididos a empujar
por el acantilado a sus economías, y a sus sociedades. Y el
mundo entero pagará el precio.
* Premio Nóbel de Economía en 2008.
Sin
la reanudación del crecimiento, los
desequilibrios se harán aún más insostenibles
Las breves vacaciones de Europa
La reacción social y política terminará
por ser abrumadora
Por
Nouriel Roubini (*)
Crisis-economica.blogspot, 15/04/2012
Nueva York - Desde el pasado mes de
noviembre, el Banco Central Europeo, bajo su nuevo presidente,
Mario Draghi, ha reducido sus tipos de interés y realizado
dos inyecciones de más de € 1 billón de liquidez al
sistema bancario de la eurozona.
Esto condujo a una reducción temporal de
las tensiones financieras que enfrentan los países endeudados
y en peligro de su periferia (Grecia, España, Portugal,
Italia e Irlanda), redujo drásticamente el riesgo de una
corrida de liquidez en el sistema bancario de la eurozona, y
bajó los costes de financiación para Italia y España con
respecto a sus insostenibles niveles del otoño pasado.
Al mismo tiempo, se evitó que Grecia
cayese en el impago técnico, y el país implementó una
exitosa (si bien coercitiva) reestructuración de su deuda pública.
Un nuevo pacto fiscal (y nuevos gobiernos en Grecia, Italia, y
España) generó la esperanza de un compromiso creíble con la
austeridad y las reformas estructurales.
Y la decisión de combinar el nuevo fondo
de rescate de la eurozona (el Mecanismo Europeo de
Estabilidad) con el antiguo (el Fondo Europeo de Estabilidad
Financiera) aumentó significativamente el tamaño del
"muro de contención financiera" de la zona euro.
Pero la luna de miel subsiguiente con los
mercados resultó ser breve. Los diferenciales de tipos de
interés de Italia y España se están ampliando de nuevo,
mientras que los costes del endeudamiento para Portugal y
Grecia se han mantenido altos todo el tiempo.
Inevitablemente, la recesión en la
periferia de la eurozona se está profundizando y pasando al núcleo,
es decir, Francia y Alemania. De hecho, se agravará a lo
largo de este año, por varias razones.
En primer lugar, las bruscas reformas de
austeridad fiscal -con todo lo necesarias que eran- están
acelerando la contracción, ya que los mayores impuestos y el
menor nivel de gasto público y transferencias reducen la
renta disponible y la demanda agregada.
Más aún, a medida que se profundice la
recesión y genere un déficit fiscal aún más amplio, se hará
necesaria una nueva ronda de austeridad. Y ahora, gracias al
pacto fiscal, incluso el núcleo de la eurozona se verá
obligado a adoptar drásticas medidas de austeridad recesiva.
Por otra parte, mientras que la "über-competitiva"
Alemania puede soportar un euro a $ 1,30 (e incluso más
fuerte que eso), en la periferia de la eurozona, donde los
costes laborales unitarios subieron un 30-40% la última década,
el valor del tipo de cambio tendría que caer a la paridad con
el dólar estadounidense para recuperar la competitividad y el
equilibrio externo.
Después de todo, puesto que el doloroso
desapalancamiento (gastar menos y ahorrar más para reducir
las deudas) ha deprimido la demanda interna privada y pública,
la única esperanza de recuperar el crecimiento es que mejore
la balanza comercial, lo que requiere un euro mucho más débil.
Mientras tanto, se está intensificando
la contracción del crédito en la periferia de la eurozona:
gracias a los préstamos baratos y de largo plazo del BCE, los
bancos no tienen problemas de liquidez en estos momentos, pero
sí sufren una masiva escasez de capital. Ante la dificultad
de cumplir con el requisito de un 9% de capital, lo lograrán
con la venta de activos y la contratación de crédito, no
precisamente un escenario ideal para la recuperación económica.
Para empeorar las cosas, la eurozona
depende de las importaciones de petróleo incluso más que
Estados Unidos, y los precios del crudo están aumentando
mientras que el ambiente político se está deteriorando.
Francia puede elegir a un presidente que
se opone al pacto fiscal y cuyas políticas pueden asustar a
los mercados de bonos. Las elecciones en Grecia -donde la
recesión se está convirtiendo en una depresión-, pueden dar
un 40-50% del voto popular a los partidos que favorecen el
impago y la salida inmediata de la eurozona.
Los votantes irlandeses pueden rechazar
el pacto fiscal en un referéndum. Y hay señales de fatiga en
España y Italia, donde crecen las manifestaciones, las
huelgas y el resentimiento popular contra la dolorosa
austeridad.
Incluso las reformas estructurales que
finalmente elevan la productividad, pueden ser recesivas en el
corto plazo. El aumento de flexibilidad del mercado laboral
mediante la reducción de los costes de prescindir de
trabajadores dará lugar (en el corto plazo) a más despidos
en los sectores público y privado, agravando la caída de los
ingresos y la demanda.
Finalmente, después de un buen comienzo,
el BCE ha dejado en espera el estímulo monetario adicional
que la eurozona necesita. De hecho, los funcionarios del BCE
están comenzando a expresar su preocupación por el aumento
de la inflación debido a la crisis del petróleo.
El problema es que la eurozona tiene una
estrategia de austeridad, pero no una de crecimiento. Y, sin
eso, todo lo que posee es una estrategia antirecesiva que
vuelve contraproducentes la austeridad y las reformas porque,
si la producción se sigue contrayendo, las relaciones de déficit
y deuda seguirán aumentando hasta niveles insostenibles. Más
aún, la reacción social y política terminará por ser
abrumadora.
Por eso los diferenciales de los tipos de
interés en la periferia de la eurozona están volviendo a
crecer. Los países periféricos sufren de serios
desequilibrios de fondos y flujos. Los desequilibrios de
fondos se expresan en una gran y creciente deuda pública y
privada como proporción del PIB.
Los desequilibrios de flujos se
manifiestan en una profundización de la recesión, pérdida
masiva de competitividad externa y grandes déficits externos
que los mercados hoy no están dispuestos a financiar.
Sin una política monetaria mucho más
flexible y un modo de austeridad fiscal menos abrupto, el euro
no se debilitará, la competitividad externa no se recuperará
y la recesión se profundizará. Y, sin la reanudación del
crecimiento -no varios años en el futuro, sino en 2012- los
desequilibrios de fondos y flujos se harán aún más
insostenibles. Más países de la eurozona se verán obligados
a reestructurar sus deudas y, finalmente, algunos decidirán
abandonar la unión monetaria.
(*) Nouriel Roubini es presidente de
Roubini Global Economics y Profesor de la Escuela de Negocios
Stern, NYU.
Return of the
euro crisis
-
April showers on the euro
The euro crisis is back, and resolving it is not getting
any easier
The Economist, April 21st, 2012
Like
Brussels, with its fickle weather, the euro crisis enjoyed a
hint of summer but has now returned to wintry gloom. The sun
shone after the European Central Bank took action to avert a
credit crunch. Now the storm clouds are blowing in from Spain.
Yields on Spanish bonds are rising dangerously, and Italian
ones are close behind. Like Spain, Italy will miss its deficit
target this year and next. Portugal may also need fresh
support.
For
Eurocrats, these are but passing squalls. Summer will come,
they say, so long as everybody sticks to the plans for deficit
reduction. Spain is on track, insists Jean-Claude Juncker,
head of the euro group of finance ministers. The IMF this week
revised up its growth projections: the euro zone’s recession
this year will be milder than it previously thought. So why
the renewed panic?
One
reason is that markets are shifting their concern from
deficits to growth. They fear that budget cuts are pushing
countries ever deeper into recession. Investors may be as
fickle as the weather, but the IMF, too, is warning against
over-zealous austerity. Another reason is political
mismanagement. The Spanish government delayed its budget for
2012 because of an election in Andalusia, created suspicions
about the accuracy of its statistics, was cack-handed in its
negotiation with the EU over a revised deficit target and
messed up a bond sale just before Easter.
The
EU is more worried about its own credibility. Its new system
of economic governance to impose fiscal discipline is coming
into force. It cannot just look the other way when Spain
wildly misses its target (with a deficit of 8.5% of GDP in
2011 instead of 6%). A compromise has given Spain a looser
target this year, while keeping the objective of cutting the
deficit to 3% of GDP next year. But that looks unachievable.
The EU thinks sticking to targets is essential to restoring
market confidence. Yet stubbornly chasing an implausible
objective may also sap credibility.
Beyond
such economic worries, there is renewed political uncertainty.
The election in Greece on May 6th is unpredictable, and a
strong showing by anti-austerity parties could cast doubt on
Greeks’ commitment to reforms. Even more important is the
French presidential election, in which the rhetoric of both
leading candidates may be a harbinger of fresh EU turmoil.
Most Eurocrats had thought that the re-election of Nicolas
Sarkozy, difficult as he may be, was preferable to the
election of his challenger, François Hollande. The Socialist
front-runner wants to renegotiate the euro’s fiscal compact.
Few think the compact will solve the crisis, but at least it
preserves German support and provides cover for the ECB to
keep providing liquidity. The ECB has issued €1 trillion
($1.3 trillion) of cheap loans to banks which, in turn, have
bought high-yielding bonds from troubled countries. This
Sarkozy trade, as it is sometimes known in the markets, was an
indirect (if inefficient) means for the ECB to support
sovereigns.
Yet
as the election has neared, Mr Sarkozy has switched from
saviour to scourge of the EU and the euro, talking of
reimposing border controls and trade protection and, most
recently and most distressingly, leading an assault on the ECB’s
hallowed independence. He has demanded that it focus on
promoting growth as well as fighting inflation, and that it
devalue the currency to boost exports. This is a breach of
last year’s pact of silence, in which European leaders
stopped exerting public pressure on the ECB. Mr Sarkozy may
have delighted in leading the EU with the German chancellor,
Angela Merkel. But he now talks wistfully of Charles de Gaulle’s
1965 “empty chair” boycott of European institutions. This
may just be electioneering, but if the ECB is called upon to
help once again, it may be less obliging.
In
some ways the crisis may have become more serious now, as
today’s policy tools lose some of their edge. Spain is a far
larger problem than Greece, and it could drag down Italy and
perhaps even France. The euro’s financial firewall has been
strengthened, but it remains inadequate. The effect of the
Sarkozy trade is fading fast. And it has loaded banks’
balance sheets with even more dodgy sovereign bonds,
reinforcing the potential for a cycle of weak banks and weak
governments to drag each other down. More austerity will
damage both banks and sovereigns, in turn pulling down the
economy.
In
search of summer
What
the euro zone needs is the means to break one or all of these
feedback loops. The IMF says the euro zone should use its
rescue funds to recapitalise weak banks in countries that
cannot do so (ie, Spain), or bring in joint Eurobonds to
reduce borrowing costs and create a safe asset. The ECB should
loosen monetary policy to help growth (and keep using its
liquidity and bond-buying tools). Strong countries should do
more to boost demand. This is all good advice, but it is not
going to be heeded soon.
The
logic of the crisis requires the euro zone to become a more
coherent economic unit. But national politics is often pushing
countries apart. For now Germany will not hear of a European
banking union, let alone a full-fledged system of fiscal
transfers. And even if it were prepared to think of these
things, France, whether run by Mr Sarkozy or by Mr Hollande,
will resist the closer political union that Germany might
demand as its price.
Perhaps
leaders will change their minds when confronted with the
dreadful prospect of a break-up; perhaps the ECB will bend the
rules again rather than face extinction. Or perhaps the time
will come when the world imposes adjustment on the whole euro
zone, and not just on its most troubled members. By even the
most optimistic view, matters will get worse before they
slowly and painfully get better. A recent presentation by
Goldman Sachs speaks of Europe’s long march to recovery. But
unless the politicians deal with the euro’s underlying flaws,
it could become a long and painful death march.
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