Cada
día un pequeño empresario y un trabajador se quitan la vida
agobiados
por las deudas y la falta de expectativa para superar las
dificultades
La
crisis cercena vidas en Italia
Por
Pablo Ordaz
Desde Roma
El País, 21/04/2012
Si hay una
palabra prohibida, esa es suicidio. Mucho más para las
sociedades —como la italiana, como la española— que desde
siglos han vivido a la sombra ética y estética de la religión.
A pesar de que a los suicidas siempre se les negó un lugar en
el cielo, en el camposanto y en los periódicos, los italianos
se están quitando la vida por motivos económicos. A un ritmo
de dos al día. Un pequeño empresario y un trabajador se
sienten empujados diariamente a las vías del tren o a la
horca por la desesperación que les provoca la crisis. No se
llega todavía al récord espantoso de los griegos —1.725
suicidios en los dos últimos años—, pero la progresión es
tan alarmante que hasta el primer ministro Mario Monti, tan
católico, nombró al diablo por su nombre. “Todos los días
luchamos para evitar caer en el dramático precipicio de
Grecia, con tantos empleos perdidos y tantos suicidios”,
dijo. No hablaba, por una vez, de la dichosa prima de riesgo o
del déficit de las cuentas públicas. Hablaba por fin del
coste humano. De Vicenzo, de 28 años, o de Roberto, de 62,
que se ahorcaron agobiados por las deudas. O de Mario, de 59,
que huyó de la crisis pegándose un tiro en el pecho.
La situación es
tan dramática que, la noche del pasado miércoles, pequeños
empresarios y trabajadores acudieron con velas al Panteón
para exigir en silencio: “No más suicidios”. Unas horas
antes, el propio Monti había admitido públicamente que la
crisis está imponiendo “un precio altísimo a las familias,
a los jóvenes, a los trabajadores… A veces con experiencias
que se cierran en la desesperación”. En los últimos meses,
raro es el día que los periódicos italianos no traen la
noticia de un pequeño empresario que se arroja a las vías
del tren, de un trabajador autónomo o de un desempleado que
se ahorcan agobiados por las deudas y la falta de salida. Según
Giuseppe Bortolussi, secretario general de Cgia di Mestre, una
asociación de artesanos y pequeñas empresas, “para muchos
de los que optan por quitarse la vida, el suicidio es un gesto
de rebelión contra un sistema sordo e insensible que no
acierta a entender la gravedad de la situación. Es un
verdadero grito de alarma lanzado por quien ya no puede más”.
Hay un dato que
a Bortolussi se le antoja dramáticamente representativo. De
los 23 suicidios de pequeños empresarios registrados desde
principios de 2012, el 40% pertenece al Veneto, la región del
noreste de Italia que siempre ha sido un motor de desarrollo
económico basado en la pequeña y mediana empresa. Los
llamados “suicidios económicos” están provocados por un
cóctel fatal formado por los rezagos de la vieja Italia y la
nueva crisis global. “La lentitud de la burocracia, la
dificultad para tratar con bancos y administraciones”, según
se puso de manifiesto a la vera del Panteón, “se unen ahora
a empresas endeudadas, pagos que se retrasan y jamás
llegan… El pequeño empresario se ve abocado a despedir a
personas con las que ha trabajado toda la vida, a verdaderos
amigos, incluso a familiares… Intenta aguantar hasta que un
día ya no puede resistirlo y…” Todo parece indicar que la
situación seguirá agravándose. De ahí que al menos cinco
asociaciones —desde Cáritas a organizaciones
empresariales— ya hayan puesto en marcha servicios de ayuda
psicológica a emprendedores y trabajadores en apuros. La más
representativa, la que solo con el título lo dice todo, se
creó el pasado lunes en Vigonza, en la provincia de Padua, a
25 kilómetros al oeste de Venecia. Su nombre: “Asociación
de familiares de empresarios suicidados”.
El horizonte es
muy oscuro. Sobre la mesa se van agolpando informes, el uno más
pesimista que el otro. En los últimos tres meses, 146.000
empresas italianas echaron el cierre. Y el temporal no ha
pasado. Según la asociación de comerciantes, 2012 será el
peor año de la crisis y, según el Gobierno, hasta 2013 no se
quebrará la tendencia. Desde el punto de vista del consumo,
no se estaba tan mal desde los años de la posguerra. La mitad
de las familias, dicho por el propio Monti, tienen problemas
para salir adelante. Si en junio de 2011, el 28% de los
italianos aún conseguía ahorrar algo al mes, ahora solo es
un 9%. El 87% ya ha recortado en la cesta del supermercado y
ya hay más de un millón y medio de familia abocadas a la
caridad. No sería extraño, por tanto, que los datos de
suicidios que arroja el último estudio de Eures —el portal
europeo de la movilidad profesional— se llegaran a agravar:
durante 2010 se suicidaron 362 desempleados y 336 empresarios
o autónomos. Y eso que, entonces, ni la economía estaba tan
mal ni existía todavía en Italia una nueva clase de
desheredados, esos que aquí llaman esodati.
Vincenzo Sgroi
es uno de ellos. Su caso ilustra muy bien la angustia de
muchas familias. Es uno de los 500 prejubilados de La Posta,
el servicio de correos que también actúa como caja de
ahorros. Aceptó renunciar a la indemnización de 70.000 euros
que le ayudaría a llegar hasta la jubilación a cambio de que
uno de sus hijos tuviera la oportunidad de colocarse, fijo, en
la empresa pública. Un sistema muy discutido por los
sindicatos, que lo consideran medieval. En tanto, fueron
llegando la crisis primero y el Gobierno de Monti después.
Vincenzo se encontró con que el puesto fijo de su hijo es
solo a tiempo parcial —15 días trabajando y 15 en casa— y
que el sueldo no llega a los 700 euros. Pero lo más grave es
que la reforma de las pensiones puesta en marcha por el nuevo
Gobierno le ha alejado el horizonte de la jubilación. Cuando
aceptó la prejubilación, solo le quedaba un año para
jubilarse; ahora le quedan cuatro… Toda la impotencia se
refleja en su rostro, en su pregunta: “¡¿Qué hago yo
ahora?!”
Él y otros
65.000 prejubilados —350.000 según los sindicatos— creían
que habían llegado por fin a la orilla de la tranquilidad y
ahora se encuentran a tres o cuatro años de la costa, en
aguas más frías y más profundas que nunca, sin fuerzas para
aprender a nadar, con la vida arruinada. Todo el sufrimiento
que se reúne en las ojeras de Vincenzo, toda la sensación de
haber sido estafado, se convierte en un factor de riesgo. Es
el grito de Italia contra la crisis. Un grito dramático. El
disparo de una escopeta puesta del revés. El silbido de un
tren que se acerca en medio de la noche.
Presentaron
un alarmante informe
Se
mata un desocupado italiano cada día
Por
Elisabetta Piqué
Corresponsal en Italia
La Nación, 18/04/2012
Roma.– Parece
un boletín de guerra. Pero no, es el dramático impacto que
está teniendo en Italia la crisis económica. Desde
principios de este año se registraron por lo menos 24
suicidios por motivos económicos. Pero, según un informe que
se difundió ayer, esta dramática oleada viene de más atrás.
Un documento
titulado "El suicidio en Italia en tiempos de crisis, el
último grito de los sin voz", elaborado por Eures, la
red creada por la Comisión Europea para facilitar la
movilidad laboral en la Unión Europea, indicó que en 2010
hubo un suicidio por día entre los desocupados o, peor, un
promedio de dos suicidios por día por la crisis económica,
sumando a desempleados por un lado y empresarios, comerciantes
y trabajadores autónomos, por otro.
En 2010, de
hecho, en Italia –donde la desocupación alcanza el 9,2%–
hubo 362 suicidios entre personas sin empleo, superando los
357 casos de 2009, que ya indicaban una fuerte suba respecto
de los 270 registrados en promedio en los tres años
anteriores. Según Eures, sin embargo, la situación económica
no sólo impacta entre las personas sin trabajo, sino también
entre empresarios y trabajadores autónomos, empujando al
suicidio a muchos artesanos, comerciantes y profesionales: en
2010, en esta categoría, hubo 336 suicidios, contra los 343
de 2009.
El mismo estudio
define "más alto el riesgo de suicidio" de
desocupados y empresarios que el de los empleados. Tomando en
consideración el índice de riesgo específico (suicidios
cada 100.000 habitantes en la misma condición), son los
desocupados quienes ostentan el índice más alto (17,2%),
seguidos por los empresarios y los trabajadores autónomos
(10%), golpeados por las fluctuaciones del mercado y por los
retrasos en los pagos de bienes y servicios prestados y por la
consiguiente dificultad de acceso al crédito.
Dramático
incremento
Aunque el riesgo
de tomar una decisión extrema acecha sobre todo a los
denominados esodati , esa franja de personas entre los
45 y 64 años que abandonó el mercado de trabajo italiano a
través de canales de protección social (jubilaciones
anticipadas, en su mayoría), que con la actual reforma del
sistema de pensiones del gobierno tecnócrata de Mario Monti
se quedó sin trabajo y sin derecho a jubilación. Según el
gobierno, los esodati son 65.000, pero, según los
sindicatos, son al menos 130.000. Eures calculó que en esta
categoría hubo en 2010 un incremento de casos de suicidio del
12,6% respecto del año anterior.
Según la trágica
fotografía de Eures, por otra parte, los suicidios aumentaron
en las regiones del centro–norte de Italia, con la región
de Lombardía (cuya capital es Milán), seguida por la del Véneto,
en la cabeza del ránking.
"Se trata
de datos dramáticos que señalan el clima de incertidumbre y
desaliento que hay en nuestro país. Toda la clase dirigente
es responsable y debe reflexionar", dijo Raffaele Bonanni,
secretario general de uno de los principales sindicatos de
trabajadores, al comentar el alarmante informe.
Para
sensibilizar a la opinión pública sobre este drama y sobre
la crisis que están atravesando las pequeñas y medianas
empresas –que se encuentran en su mayoría en el
centro–norte de Italia–, hoy tendrá lugar una marcha de
antorchas silenciosa en la plaza del Panteón, en el centro
histórico de Roma. Allí, pequeños empresarios y
trabajadores marcharán juntos para recordar, en silencio, a
todos aquellos que, estrangulados por deudas con bancos, con
el fisco o con proveedores, decidieron quitarse la vida.
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