Lo
que el “tsunami” se llevó
Uno
tras otro caen los líderes políticos europeos
Primero
les tocó a los progresistas, ahora a los conservadores
Los
electorados se van fragmentado y radicalizando
Por
Javier Valenzuela
El País, 13/0/05/2012
Silvio
Berlusconi, Gordon Brown, José Sócrates, Yorgos Papandreu,
Brian Cowen, José Luis Rodríguez Zapatero, Lars lokke
Ramussen, Nicolas Sarkozy... la mayoría de los dirigentes que
se reunían en 2008 y 2009 para intentar salvar a Europa de la
crisis, ya no salen en la foto. Derrotados en elecciones o por
apaños parlamentarios, han sido barridos por un terremoto
financiero y económico al que no tardó en sumarse un tsunami
político. Ellos se consuelan con la idea de que esta crisis
termina abatiendo a cualquiera, lo que les evita también el
ejercicio de la autocrítica.
Queda Merkel, la
superviviente de la extraña pareja Merkozy. Pero su fe en la
austeridad a toda costa y su programa de germanización
presupuestaria de Europa, indiscutibles entre las élites político–financieras
hasta hace bien poco, comienzan a ser cuestionados. No
funcionan: el estado del enfermo económico europeo continúa
agravándose, la recesión y el paro se disparan y ni tan
siquiera se apaciguan las dudas sobre el euro y los asaltos
contra las deudas soberanas. El pasado domingo, el triunfo de
Hollande en las presidenciales francesa abrió la primera
grieta de envergadura en lo que se había convertido en un
dogma berroqueño.
¿Seguirá Mekel
en la cancillería de Berlín en 2013? Ni tan siquiera eso es
seguro. Plantándole cara a Merkel, la izquierda germana (los
socialdemócratas del SPD, los Verdes y Die Linke) va
levantando la cabeza en elecciones parciales y en los sondeos.
El pasado martes, el socialdemócrata alemán Martin Schulz,
presidente del Parlamento Europeo, escribió en EL PAÍS:
“El fin del directorio Merkozy debería enterrar el “solo
austeridad” que está arruinando a las economías y
dividiendo a los países”. Y ni en las estrellas ni en ningún
libro sagrado está escrito que el SPD no pueda ganar los
comicios del año próximo o forzar a Merkel a un gobierno de
coalición.
Que la crisis se
lleva por delante a jefes de Estado y de Gobierno, es un hecho
obvio… y una patética coartada para los derrocados. Más
preciso sería decir que lo que desgasta de modo fulgurante y
profundo son las medidas crueles, injustas e impopulares con
que los Gobiernos la están afrontando. Lo está viviendo el
PP español: no lleva ni medio año en La Moncloa y empieza a
estar abrasado. “Europa hace daño pero no funciona, y
Nicolas Sarkozy es el undécimo líder europeo en pagar el
precio desde 2008”, escribe Polly Toynbee en “The Guardian”.
“Los recortes en solitario matan el crecimiento, y por eso
el mensaje de Hollande rebota en toda Europa”.
De los comicios
celebrados en Europa en los últimos años cabe asimismo
deducir algunas tendencias. Una primera sería que el ciclo de
victorias conservadoras de 2010–2011, que llevó a muchos a
certificar la defunción de la izquierda, presenta signos de
agotamiento. Es como si aquel cenit hubiera marcado también
el comienzo de un declive. Desde el pasado otoño y a lo largo
de lo que llevamos de 2012, una serie de elecciones generales
o parciales en diversos países sugieren que el viento político
e ideológico comienza a virar. Una segunda tendencia sería
la fragmentación y la radicalización, hacia la derecha o la
izquierda, de los electorados. El centroderecha y el
centroizquierda mayoritarios desde el final de la II Guerra
Mundial pagan en las urnas haber perdido su alma humanista
–los primeros– y socialdemócrata –los segundos–.
En mayo de 2010,
los laboristas, dirigidos por un Gordon Brown que había
remplazado a Tony Blair, fueron derrotados en Reino Unido por
los conservadores y los liberales de David Cameron y Nick
Clegg. Terminaban así 13 años de Tercera Vía, esa fórmula
que asegura que el centroizquierda debe asumir que lo mejor es
que los mercados vayan a su libérrimo aire.
Esa misma
primavera, el conservador Viktor Orbán regresaba al poder en
Hungría y, un año después, ganaba por primera vez en
Finlandia el centroderecha de Jyrki Katainen. En junio de 2011
los socialistas de Sócrates eran derrotados en Portugal por
los conservadores de Pedro Passos Coelho, y, en noviembre, el
PSOE, con Alfredo Pérez Rubalcaba como cabeza de lista en
lugar de un Zapatero que rechazó presentarse una tercera vez,
sufrió un tremendo descalabro en España. Sin obtener muchas
más papeletas que en 2004 y 2008, el PP de Rajoy se hacía
con la mayoría absoluta.
Casos especiales
eran Italia, donde Berlusconi caía en noviembre de 2011 para
ser sustituido por el tecnócrata Mario Monti, y Grecia, donde
ese mismo mes el socialista Papandreu era remplazado por otro
tecnócrata, Padademos. En uno y otro caso sin elecciones; por
la presión de los mercados, Merkel y las instituciones
europeas.
Todo apuntaba a
que la derecha era la exclusiva beneficiaria del tsunami político.
Puestos a aplicar las políticas que exigían el capital
financiero y la ideología ultraliberal, ella era la más
indicada. La socialdemocracia, por su parte, era castigada con
la abstención de buena parte de sus electorados históricos.
Tanto en las vacas gordas como luego en las flacas, sus políticas
económicas no se habían distinguido demasiado de las
conservadoras. Se acuñó así la idea de que, puestos a
servir a los mercados, el original del centroderecha era mejor
que la mala copia del centroizquierda.
El viento, sin
embargo, comenzó a cambiar en el mismísimo 2011. Primero con
movimientos callejeros de protesta del que el 15–M español
fue pionero. Expresaban la irritación popular por las
deficiencias de las democracias occidentales y el injusto
reparto de los sacrificios de la crisis. Y señalaban una vía
que los partidos progresistas –socialdemócratas y a su
izquierda– podían explorar. Si dejaban de disputar el
partido en los términos planteados por la derecha y
desarrollaban su propio juego, podían no tardar en volver a
ser competitivos. Los conservadores se desgastaban a chorros,
eran derrotables.
¿Elucubraciones
progresistas? Para nada. En septiembre de 2011 llegaba al
gobierno de Dinamarca una coalición roja liderada por la
socialdemócrata Helle Thorning–Schmidt. En marzo de 2012 la
izquierda ganaba en Eslovaquia con Robert Fico al frente, y el
mes siguiente lo hacía en Rumanía con Victor Ponta. Y en
mayo el socialista Hollande desalojaba del Elíseo a Sarkozy.
Éste ni tan siquiera había llegado en cabeza en la primera
vuelta, toda una novedad en la V República.
El triunfo de
Hollande se produjo poco después de que la derecha británica
se descalabrara en provecho de los laboristas de Ed Miliband
en las municipales, y de que la izquierda (PSOE más Izquierda
Unida) levantara cabeza en las autonómicas de Andalucía y
Asturias. Y el mismo día en que, en unas municipales
parciales italianas, la derecha (Berlusconi y Liga Norte) se
daba un batacazo, la izquierda salvaba los muebles y
triunfaban las candidaturas antisistema como la del cómico
Beppe Grillo.
Incluso en el
mismísimo Reino Unido los dogmas ultraliberales están
envejeciendo velozmente. Encuestas recientes de los diarios
Mail on Sunday e Independent on Sunday muestran que hasta una
mayoría de los votantes tory rechaza el plan de Cameron y su
government of chums o amiguetes de aligerarles aún más los
impuestos a los ricos.
La victoria de
Hollande ha sido asociada con el resurgir en Europa de las
ideas que priman el crecimiento frente a la austeridad,
proponen una reforma fiscal para que los ricos paguen más y
defienden un refuerzo, a nivel nacional y comunitario, de las
competencias de los poderes públicos frente a los mercados.
"Los recortes de gasto en una economía deprimida solo
hacen más profunda la depresión", ha vuelto a recordar
Paul Krugman. Veinticinco millones de europeos están
desempleados, el consumo y la inversión, bajo mínimos, y los
recortes salariales, en indemnizaciones y pensiones, en
derechos educativos y sanitarios, son el pan de cada día.
Así que las
elecciones en Francia y Grecia han supuesto una especie de
plebiscito sobre la política de Merkozy y sus amigos en Berlín,
Frankfurt, Bruselas y otras capitales. El resultado ha sido un
corte de mangas. Hollande abatió a Sarkozy, y en Grecia los
partidarios de la austeridad, los conservadores de Nueva
Democracia (19%) y los socialistas tradicionales del PASOK
(13’4%), obtuvieron mínimos históricos.
Se ha subrayado
en los últimos días la imposibilidad de formar un gobierno
estable partidario de la austeridad con un parlamento griego
tan fraccionado. Es cierto, pero cabe recordar asimismo otros
dos hechos: el partido que más subió –quedó el segundo–
fue la coalición de izquierdas Syriza (17%) liderada por
Alexis Tsipras; los cuatro partidos de izquierda que
obtuvieron representación parlamentaria cosecharon el 44% de
los sufragios frente al 36% de los tres partidos de derecha y
ultraderecha.
Grecia, un país
“con el agua al cuello”, como escribe su gran novelista
negro Petros Márkaris, es el ejemplo más evidente de la
atomización electoral producida por el tsunami político.
Pero fíjense también en la primera vuelta de las
presidenciales francesas. Ni los socialistas de Hollande (29%)
ni los conservadores de Sarkozy (27%) llegaron a cosechar un
tercio de los votos. Y otras dos fuerzas, los ultraderechistas
de Le Pen (18%) y el Front de Gauche de Melenchon (12%),
obtuvieron excelentes resultados. O recuerden los resultados
de las autonómicas andaluzas y asturianas: ninguna produjo
una mayoría inmediata, se hicieron precisos gobiernos de
coalición.
Tal fragmentación
y radicalización de los electorados se produce en detrimento
del centroderecha y el centroizquierda tradicionales. Tiene su
explicación. El europeísmo y el Estado de bienestar son
hijos del inteligente matrimonio formado tras la II Guerra
Mundial por el humanismo de la derecha democristiana y
gaullista y el progresismo socialdemócrata. Pero con su
conversión a la Tercera Vía, la socialdemocracia empezó a
dejar de ser distinguible y atractiva para buena parte de su
electorado. Ahora, al abrazar el ultraliberalismo anglosajón,
al centroderecha le ocurre lo mismo.
Es muy revelador
analizar los resultados franceses: Hollande ganó entre los jóvenes,
los asalariados y las profesiones liberales; Sarkozy, entre
los jubilados y los empresarios, informa Le Monde. Y es que la
victoria de los socialistas de Hollande no es solo fruto del
deterioro de Sarkozy, sino también de unos deberes bien
hechos: democratización interna, reconciliación con el
peuple de gauche con primarias abiertas, programa nuevamente
socialdemócrata de veras. El PS francés recuperó así
credibilidad entre la izquierda y, en la noche de la primera
vuelta, el Front de Gauche de Melenchon y los ecologistas de
Eva Joly le expresaron su apoyo incondicional para la segunda.
Sarkozy no consiguió nada semejante con los centristas de
Bayrou o los ultras de Le Pen.
En estos tiempos
oscuros e inciertos, la gente quiere claridad y autenticidad.
El populismo de derecha extrema no salvó a un Sarkozy
supuestamente heredero del gaullismo. Su discurso contra los
inmigrantes, su islamofobia, su canto a la seguridad a
ultranza (más retórico que real, puesto que la violencia
aumentó en Francia bajo su presidencia) le alejaron de la
burguesía republicana (el centrista Bayrou terminó pidiendo
el voto para Hollande), sin apasionar a la ultraderecha (los
de Le Pen también prefieren el original a la copia).
Nadie dice que
Hollande lo tenga fácil, ni tan siquiera que pueda
conseguirlo. El poderío del capitalismo financiero, al que
Hollande designó en Le Bourget como su enemigo, es notorio,
al igual que el de la derecha política y mediática (una de
sus biblias, The Economist, ha tildado de “peligroso” al
socialista francés). Pero los hechos son aún más tozudos
que la ideología derechista: la estrategia de Berlín y
Bruselas no funciona. Los europeos quieren un cambio de rumbo.
El
turno de Merkel
Fuerte
derrota en el land de Renania del Norte–Westfalia
El
SPD (Partido Social Demócrata) obtiene un 39% de los votos
Por
Juan Gómez
Desde Berlín
El País, 13/05/2012
El Partido
Social Demócrata (SPD) ha vencido este domingo en las
elecciones regionales de Renania del Norte–Westfalia, el
estado más poblado de Alemania. Según los sondeos a pie de
urna, el SPD obtuvo el 39% de los votos. Sumado al 11,5% de
Los Verdes, el centro–izquierda ha obtenido una mayoría cómoda
en el Estado más poblado, variopinto e industrializado de
Alemania. La Unión Demócrata Cristiana (CDU) de Angela
Merkel encajó un revés en las urnas sin precedentes. Norbert
Röttgen, Ministro de Medio Ambiente y hombre de confianza de
Merkel, solo cosechó el 26,3% de los apoyos. El candidato
asumió “toda la responsabilidad” y dimitió pocos minutos
después de conocerse los sufragios. Respecto a las elecciones
regionales celebradas hace solo dos años en ese land, el SPD
ha sumado casi cinco puntos porcentuales. En 2010 la CDU ganó
al SPD por una décima de punto, pero tuvo que quedarse en la
oposición. Ayer, perdió casi nueve puntos.
Hasta las
elecciones de 2005 y durante casi cuatro décadas, Renania del
Norte–Westfalia fue un land eminentemente socialdemócrata.
Aún así, el inusitado varapalo sufrido por la CDU de Röttgen
también es un revés para Merkel. A poco más de un año de
los comicios generales de 2013, Röttgen intentó que las
elecciones del domingo se centraran en la política de
austeridad que la CDU propone para Alemania y para el resto de
Europa.
Para consternación
de muchos dirigentes federales, el candidato democristiano
vinculó su elección con “la política que la canciller está
proponiendo” para la Unión Europea. Röttgen fue obligado a
retractarse y Merkel puso inmediatamente la distancia con su
correligionario político, pero la sombra de la austeridad
sobrevoló de todos modos la recta final de la campaña. La
derrota de Renania del Norte–Westfalia debilita a la CDU,
que encabeza aún todas las encuestas federales de intención
de voto, pero también debilitan a Merkel dentro de su propio
partido.
Los problemas
con las cuentas públicas desencadenaron un adelanto electoral
en Renania del Norte–Westfalia. La ganadora de ayer, la
socialdemócrata Hannelore Kraft, tuvo que convocar elecciones
tras fracasar en su intento de sacar adelante los presupuestos
que proponía su Gobierno de minoría junto con Los Verdes. No
se habían cumplido ni dos años desde que desbancaron en
Dusseldorf a una coalición de centro–derecha análoga a la
de Merkel en Berlín. Tanto la CDU como sus socios liberales
han acusado a Kraft de no ajustar los gastos suficientemente.
Los más de 13 millones de votantes convocados a las urnas han
expresado otra opinión. Con ello, el tándem SPD–Verdes ha
obtenido un espaldarazo muy significativo para 2013 y, también
para negociar con Merkel el precio de su apoyo parlamentario
al pacto fiscal europeo. El Gobierno necesita una mayoría de
dos tercios en el Bundestag (Cámara baja) para aprobar el
pacto que Merkel y Nicolas Sarkozy, el presidente francés
saliente, impusieron a sus socios europeos a finales del año
pasado.
Los liberales
celebraban ayer el 8,4% obtenido como si hubieran ganado
ellos. Los votantes les han expulsado de cinco parlamentos
regionales desde que formaron Gobierno con Merkel en 2009.
Ahora, esperan que los resultados en las regionales de ayer en
Renania del Norte–Westfalia y en las de Schleswig–Holstein,
la semana pasada, supongan un punto de inflexión. Lideró la
campaña el ex secretario general del partido, Christian
Lindner, que ha atraído una considerable atención mediática
como posible “salvador” del maltratado partido.
Los del domingo
fueron los cuartos comicios regionales consecutivos en los que
el partido de Los Piratas logra superar (con un 7,7%) el 5%
necesario para entrar en los Parlamentos alemanes. El de
Dusseldorf es uno de los más importantes del país. Se
confirma, si quedaba alguna duda, que el joven partido fundado
en 2006 es una fuerza política a tener en cuenta, al menos
durante los cinco años que quedan para las próximas
regionales renanas. El partido, que se define como
“transversal”, atrae a muchos votantes jóvenes con sus
propuestas de educación gratuita, Internet sin barreras o
reforma de la protección de los derechos de autor. Obtuvieron
su primer gran éxito en las regionales de Berlín, a finales
de 2011, con un programa electoral de izquierda. Sus
dirigentes repiten que no tienen “aún” posturas concretas
en muchos asuntos internacionales o financieros cruciales,
como el de la crisis de la deuda.
Los Piratas han
atraído parte de los votos descontentos que acaparaba el
partido Die Linke (La Izquierda). El domingo se quedaron fuera
del land de Düsseldorf. También ha contribuido a esto el
perfil izquierdista de Hannelore Kraft, que ha logrado
distanciar su imagen de las políticas de recortes que el SPD
aplicó durante el mandato del canciller Gerhard Schröder
(1998–2005).
La
austeridad de Merkel pincha en elecciones en
el Rin
Por
Rafael Poch
Corresponsal en Berlín
La Vanguardia, 13/05/2012
Tras los griegos
y franceses, ahora son los propios electores alemanes quienes
rechazan la política europea de austeridad de la canciller
Angela Merkel. Su partido, la CDU, recoge el peor resultado de
la historia en la importante región de Renania del Norte
Westfalia, la más poblada de Alemania: un 26%. Es una señal
para Europa y, ahora sí, también para Alemania.
Los dos
vectores, el europeo y el nacional, no van juntos, o aún no
van juntos, en este país, pero en Renania del Norte–Westfalia
es diferente. Esta es una región industrial veterana del carbón
y del acero, el Ruhr pertenece a ella. Aquí ya hay
localidades con bolsas de desempleo como las de Alemania del
Este, mucho menos alejadas de España, de una España
asturiana, de lo que se cree. Ayuntamientos endeudados que han
cerrado bibliotecas, teatros y piscinas. En la región hay un
pasivo acumulado durante décadas de 130.000 millones de
euros. Muchos jóvenes talentos emigran hacia las ricas
regiones del sur, Baden–Württemberg o Baviera.
Aquí los
recortes sociales y la austeridad tocan fibra nerviosa y el
candidato de la CDU, Norbert Rötgen, el ministro del medio
ambiente de Merkel, planteó las elecciones de ayer,
precisamente, como una consulta sobre la austeridad.
A la
ministra–presidenta socialdemócrata, Hannelore Kraft, una
mujer capaz y de carisma tranquilo como la propia canciller, Rötgen
la señalaba como “la reina de las deudas”. Kraft ha
gobernado dos años la región con un gobierno en coalición
con los verdes en minoría que ha mantenido una línea económica
mucho menos rigorista que la que Merkel apunta. “Hemos
puesto a las personas en el centro”, dijo ayer. “Ha sido
una derrota clara, indiscutible y sin paliativos”, dijo Rötgen.
Con el 39% de los votos, una subida de más de cuatro puntos,
los electores permiten ahora a Kraft y al SPD gobernar con una
mayoría holgada junto con los verdes (12%). Pero la crisis de
identidad del SPD está lejos de superarse.
Durante cuarenta
años esto fue el bastión electoral del SPD por excelencia.
La situación cambió radicalmente después del gran recorte
socio–laboral que el SPD acometió en 2003 con la llamada
Agenda 2010, un típico ajuste neoliberal. En 2005 el partido
se desplomó: del 52% obtenido en 1985 se pasó al 37% y a
perder el gobierno, recuperado por la CDU por primera vez
desde1958. Ahora las elecciones lanzan una señal favorable
para una coalición entre SPD y verdes a nivel federal, en
2013. Algunos sugieren posibilidades como rival de Merkel a
Hannelore Kraft, que no pertenece al más bien gris
triunvirato de líderes del SPD.
Los otros tres
datos de la jornada son la confirmación del ascenso de los
Piratas (más del 7%), un partido aún en formación y muy
poco definido en las cuestiones esenciales que recoge el
descontento y el voto de protesta, robándoselo un poco a todo
el mundo, la caída de Die Linke (menos del 3%), la izquierda
socialdemócrata y postcomunista que pierde su representación
parlamentaria por segunda vez desde las elecciones del día 6
en Schleswig–Holstein, y el mantenimiento de los liberales
del FDP (8%) que se recuperan ligeramente.
A nivel federal
la CDU de Merkel mantiene en los sondeos una ventaja de diez
puntos sobre el SPD (36% contra 26%), la canciller es, con
mucho, la política mejor valorada y los alemanes siguen
apoyando su énfasis contra el gasto (59%), lo que sugiere una
posición desahogada para los conservadores. Pero algo está
cambiando. El principal activo de Merkel es que su oposición
no cuestiona su línea en lo fundamental, ni explota sus
puntos flacos, pero cada derrota regional de la canciller es
una invitación al SPD a superar su actual papel de comparsa.
Lo mismo pasa con la victoria de Hollande en Francia y con el
voto griego, que no se entiende, o no se ha querido entender.
El 78% de los
griegos quieren que su país se mantenga en el euro y un 66%
han votado por opciones contrarias a la actual política
europea. Es un mensaje, claro y democrático, que invita a una
revisión de la actual política europea, pero en Berlín y
Bruselas no se acepta esa invitación, se presenta a los
griegos como radicales asilvestrados, desentendiéndose de los
tres años de pesadilla que han cambiado sus vidas y
comportamientos políticos, y se responde con amenazas de
castigo con una salida del euro de diversa acritud por haber
votado incorrectamente. La situación lanza un desafío a la
dignidad civil de los europeos, cada vez más gobernados por
personajes e instituciones no electas al servicio de la banca,
y por decisiones extranjeras que eluden toda soberanía.
Es sencillamente
inimaginable que el SPD alemán se ponga al frente de las
ilusiones regeneradoras, de revisión y corrección que ha
despertado François Hollande, que viene mañana a Berlín a
entrevistarse con Merkel, pero es innegable que todo eso
sumado, lo regional alemán y lo europeo, favorece una mayor
decisión de los socialdemócratas alemanes. Su jefe, Sigmar
Gabriel, ha dicho que no quiere saber nada de una coalición
con Merkel. La canciller los necesita para aprobar en Alemania
su pacto fiscal. Habrá que ver.
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