La
Unión Europea prepara un plan B
por si Grecia
sale de la zona euro
Por
Brian Blackstone y Matthew Dalton
Wall
Street Journal, 24/05/2012
Bruselas.– La zona euro está
acelerando la planificación para contener las repercusiones
de una posible salida de Grecia de la zona euro, pese a que
los líderes reunidos aquí el miércoles tuvieron
dificultades para acordar una solución común para resolver
la crisis.
Los ministros de Finanzas de los 17 países
que comparten el euro acordaron esta semana desarrollar planes
de "contingencia" en caso de que Grecia salga de la
zona euro, dijeron fuentes cercanas. Los planes tratan de
aliviar las probables turbulencias en la deuda soberana, la
banca y otros mercados financieros que producirían una salida
griega del euro. "Todos los planes de contingencia giran
en torno a lo mismo: ser responsable como gobierno significa
estar preparado para lo que esperas evitar", dijo el miércoles
Steven Vanackere, ministro de Finanzas belga, antes de asistir
a la cumbre de líderes de la Unión Europea.
Las autoridades europeas hicieron hincapié
en que quieren que Grecia permanezca en la zona euro y
advirtieron que las consecuencias de una salida serían
desastrosas. No obstante, crecen los temores de que Grecia no
está en condiciones de cumplir las estrictas medidas de
austeridad necesarias para que siga siendo parte de la zona
euro.
Los mercados financieros cayeron el miércoles,
una reacción de los inversionistas a la mayor probabilidad de
que Grecia abandone el euro, el escaso avance hacia una
resolución de la crisis y la falta de crecimiento económico.
El índice Stoxx Europe 600, que agrupa a
las principales empresas del continente, cayó 2,1% a 239,51
puntos, su segundo cierre más bajo del año. Las tasas de
interés de los bonos soberanos alemanes a 30 años cayeron a
1,995%, un mínimo histórico. La tasa de la deuda del
gobierno español a 10 años subió y la diferencia con las
tasas comparables de Alemania se amplió a su mayor nivel en años,
una señal del mayor riesgo del país.
Las autoridades europeas son cada vez más
temerosas del escenario que podría producirse después de las
elecciones del próximo mes en Grecia. Las encuestas muestran
a Syriza –el partido de izquierda que quiere renegociar el
acuerdo de rescate–, empatado en las encuestas con Nueva
Democracia, el partido conservador que ayudó a que las
medidas de austeridad fueran aprobadas por el Parlamento
griego.
Una victoria de Syriza arrojaría a
Grecia a una confrontación con sus acreedores
internacionales, el Fondo Monetario Internacional y los
gobiernos de la zona euro, que insisten en que Grecia cumpla
sus promesas. Un enfrentamiento a largo plazo podría dejar al
gobierno del país sin financiación y a sus bancos sin acceso
a los préstamos del Banco Central Europeo. Es probable que
después de eso Grecia no tarde en salirse del bloque.
La cumbre del miércoles tenía el
objetivo de trazar una hoja de ruta para la toma de
"decisiones firmes" sobre las medidas necesarias
para impulsar el crecimiento durante la cumbre de la UE del próximo
mes, dijo Herman Van Rompuy, presidente del Consejo Europeo,
en unas breves declaraciones televisadas antes de inaugurar
las negociaciones. "Nuestras discusiones esta noche deberían
estar enfocadas y ser francas. Estamos preparando el terreno
para las decisiones firmes de junio, dentro de cinco
semanas", señaló. Varios líderes dijeron que aún
estaban lejos de adoptar políticas más ambiciosas para
frenar la crisis, tales como emitir "euro bonos", o
deuda combinada garantizada por los gobiernos de la zona euro,
lo que permitiría a las economías más débiles acceder a préstamos
a tasas de interés más bajas. "Los euro bonos no
contribuirían al crecimiento", apuntó la canciller
alemana, Angela Merkel.
Los costos directos de una salida de
Grecia de la zona euro no serían tan catastróficos. La mayoría
de los bancos ya han asumido cuantiosas pérdidas sobre sus
activos griegos, aunque los gobiernos tendrían que rebajar el
valor contable de los créditos que ya concedieron a Grecia.
El
divorcio será millonario y
vertiginoso
Por Luisa Corradini
Corresponsal en Francia
La Nación, 25/05/2012
París.– ¿Cuánto costará el "Grexit",
es decir la salida de Grecia de la zona euro? La respuesta a
esa pregunta es: entre 150.000 y 350.000 millones de euros,
según estimaciones realizadas por economistas especializados
y gobiernos de la región. Pero no es todo. Si Atenas abandona
el euro para reemplazarlo por el dracma, que sufriría una
devaluación de 50% a 60%, el país experimentaría una brutal
recesión con una abrupta caída del PBI de 15% y una inflación
de 30%.
Un golpe de esa naturaleza desangraría a
las instituciones multilaterales que financiaron los planes de
rescate acordados desde 2010, pero sobre todo sería un mazazo
para los otros 16 países de la zona euro, teniendo en cuenta
la feroz desaceleración económica que afecta a toda Europa
(ver aparte).
Las simulaciones que circulan en
gobiernos, ministerios, bancos y fondos de inversiones
muestran que todos los actores políticos y económicos se
preparan febrilmente para un posible big one de la zona euro
provocado por la salida de Grecia. A pesar de las
instrucciones de secreto impartidas por Bruselas, la Unión
Europea (UE) también terminó por admitir que los países de
la unión monetaria preparan planes de emergencia para el caso
de que Grecia abandone la moneda única.
El Banco Central Europeo (BCE), por su
parte, puso en funcionamiento una célula encargada de
estudiar los diversos escenarios de crisis. Esa war room, que
funciona en la sede de vidrio y cemento del BCE, en Fráncfort,
fue confiada al alemán Jörg Asmussen, miembro del directorio
y ex consejero del ministro de Finanzas germano, Wolfgang Schäuble.
Alemania y Finlandia reconocieron que
trabajaban en un escenario de esa índole y hasta el
Bundesbank consideró en su último informe mensual que la
salida de Grecia era una hipótesis "manejable".
Esta es la primera vez que los planes de
contingencia incluyen estimaciones cifradas sobre el costo que
tendría el "Armagedón", como empiezan a decir los
analistas cuando aluden a la salida de Grecia.
La alternativa ideal sería un
"divorcio de común acuerdo", que tendría un costo
de 50.000 millones de euros, sobre todo para la UE y el FMI.
Pero esa hipótesis no entusiasma demasiado a los actores políticos
griegos que son partidarios de una "ruptura
completa". En la práctica, el cambio de signo monetario
equivaldrá a un default. Eso significa que –en el mejor de
los casos– Grecia suspenderá sine die el pago de la deuda
y, en la peor de las hipótesis, dejará de "honrar su
firma", como se dice en la jerga bancaria.
Los primeros afectados por la Grexit serían
la Comisión Europea, órgano ejecutivo de la UE, y el FMI,
que entre ambos prestaron 73.000 millones de euros en los
diferentes programas de rescate acordados al gobierno de
Atenas de 2010. El Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF),
creado especialmente en 2010 para acudir en ayuda de Grecia,
perdería en ese huracán financiero 40.000 millones de euros.
El costo psicológico
El BCE atesora en sus arcas títulos de
la deuda griega, comprados sobre todo en el mercado
secundario, por valor de 45.000 millones de euros. Esos bonos
probablemente se convertirán en papeles tan valiosos como los
títulos del empréstito ruso de 1906, repudiado por los
bolcheviques en 1918. Otros bancos centrales, incluyendo el de
China, acumularon bonos por 11.000 millones.
A esa cifra es preciso agregar los 62.000
millones de euros que poseen todavía los bancos privados y
que, en caso de default, deberán pasar a "pérdidas y
ganancias" o reducir su valor a una suma insignificante.
El costo total de la salida de Grecia
sumaría unos 335.000 millones de euros, cifra equivalente al
PBI de Bélgica.
Las simulaciones preparadas hasta ahora
son incapaces de cifrar los daños colaterales que causaría
esa decisión: la repercusión psicológica que tendría para
los 311 millones de habitantes que quedan en la zona euro, el
riesgo de un auténtico efecto dominó sobre los países más
endeudados –España, Portugal, Irlanda, Italia e incluso
Francia– y, sobre todo, la posibilidad de una corrida
bancaria.
Con el tiempo, la salida de Grecia del
euro podría convertirse en la envidia de la Eurozona
Por Arvind
Subramanian (*)
Financial
Times, 14/05/2012
Rebelión, 24–05–2012
La suspensión de pagos sería desastrosa
para Grecia y el consiguiente contagio sería perjudicial para
Europa. O así reza la sabiduría convencional. El debate ha
girado exclusivamente en torno a la fuerza del contagio y la
respuesta adecuada de los países vulnerables y del país que
escribe los cheques. Quizá el debate sea desacertado porque
falla la premisa.
Expulsada de la Eurozona, Grecia podría
ser más peligrosa para el sistema que cuando estuvo dentro,
al ofrecer un modelo de recuperación que tiene éxito. Hay un
escenario que se ha pasado por alto en el que la suspensión
de pagos no es un desastre para Grecia. Si éste es el caso,
la amenaza real, más existencial para la Eurozona podría ser
muy diferente, donde los griegos serían los últimos en reírse.
Se debe considerar este escenario. Traducido del inglés para
Rebelión por Christine Lewis Carroll
Las consecuencias inmediatas de la salida
o expulsión de Grecia de la Eurozona sin duda serían
devastadoras. La fuga de capitales se intensificaría, lo que
alimentaría la depreciación y la inflación. Todos los
contratos en vigor tendrían que expresarse en una nueva
moneda y renegociarse, lo que crearía un caos financiero.
Aunque políticamente devastadora, la austeridad fiscal quizá
deba intensificarse puesto que Grecia todavía tiene déficit
primario que tendría que corregir si faltaran los fondos de
la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional.
Pero este proceso generaría también un
tipo de cambio considerablemente depreciado (¿A alguien le
parecen bien 50 dracmas por euro?). Y esto pondría en marcha
un proceso de ajuste que pronto daría una nueva orientación
a la economía y le colocaría en la senda del crecimiento
sostenible. De hecho el crecimiento griego seguramente
aumentaría vertiginosamente, posiblemente durante un periodo
prolongado, si se adoptaran políticas sensatas con el fin de
restaurar rápidamente y sostener la estabilidad macroeconómica.
¿En qué nos basamos para afirmar esto?
Durante las crisis financieras de los años 90 hubo países
que declararon suspensión de pagos y devaluaron su moneda.
Inicialmente todos padecieron recesiones severas. Pero sólo
duraron uno o dos años y luego hubo recuperación. Corea del
Sur registró nueve años de crecimiento con una media de 6%.
Indonesia, que padeció una ola de suspensiones de pago que
tumbó casi todos los bancos del sistema, registró un
crecimiento por encima de 5% durante un periodo similar;
Argentina cerca de 8% y Rusia por encima de 7%. El historial
demuestra claramente que hay vida después de las crisis
financieras. Esto sería verdad también en Grecia, aun
teniendo en cuenta las particularidades de la situación allí.
Se dice a menudo que la baja relación entre las exportaciones
y el PIB de Grecia excluye la posibilidad de un alto
crecimiento encabezado por las exportaciones. Pero dicho
argumento no está blindado porque las crisis pueden conducir
a nuevas y dramáticas orientaciones de la economía. Por
ejemplo, India consiguió doblar la relación igualmente baja
entre las exportaciones y el PIB una década después de la
crisis de 1991, doblándola de nuevo durante la siguiente década
sin una gran depreciación de la moneda.
Además, Grecia experimentaría una
mega–depreciación, igual que los países mencionados, no
una depreciación modesta. Un cambio de este tipo crearía
necesariamente nuevas oportunidades para las exportaciones y
convertiría las actividades que son marginalmente no
comerciables en comerciables. La naturaleza de estas
exportaciones será, por definición, impredecible. Pero las
fuertes iniciativas que crearía un tipo de cambio muy
competitivo son innegables.
Supongamos que a mediados de 2013 la
economía de Grecia se recupera mientras el resto de la
Eurozona sigue en recesión. Los efectos para España y
Portugal, podridos por la austeridad, e incluso Italia serían
poderosos. A los electores de esos países no se les escaparía
la mejoría de su vecino griego, hasta ahora desdeñado.
Empezarían a preguntar por qué sus gobiernos no siguen el
camino emprendido por Grecia y pedirían salirse de la
Eurozona. En otras palabras, la experiencia griega podría
alterar de manera fundamental los incentivos para estos países
de quedarse dentro de la Eurozona, sobre todo si las
condiciones económicas siguiesen siendo sombrías.
En esta fase, la política de Alemania
también se vería afectada. Hoy Alemania hace a regañadientes
lo mínimo imprescindible para mantener intacta la Eurozona.
Si la salida del euro, para emular a Grecia, se convierte en
una proposición atractiva, Alemania se verá en un aprieto y
la magnanimidad que demuestre en lugar de su tacañería
actual podría ser la última prueba de cuánto valora la
Eurozona. La respuesta podría sorprender. Quizá el pueblo
alemán se dé cuenta de repente de que la Eurozona dispensa a
Alemania no uno, sino dos “privilegios excesivos”: tipos
de interés bajos como refugio para el capital europeo y un
tipo de cambio competitivo al estar enganchada a socios más débiles,
en cuyo caso Alemania tendría que ofrecer a sus socios un
trato mucho más atractivo para mantenerlos dentro de la
Eurozona.
Un escenario de este tipo sería muy irónico.
A Grecia se le ve como el paria que contamina la Eurozona; su
expulsión podría convertirla en una amenaza mucho mayor para
la supervivencia de la moneda única. Si la salida de uno de
los países de la Eurozona crea las condiciones para una
recuperación en Grecia, podría resultar un modelo
contagioso. La tragedia griega en curso todavía podría no
salirles tan mal a los griegos. Pero bien podría ser una
tragedia para la Eurozona y quizá para el proyecto europeo.
* Arvind Subramanian es miembro sénior del Peterson
Institute for International Economics y autor de “Eclipse:
Living in the Shadow of China’s Economic Dominance”.
|