Hay
que devolver el feminismo a las mujeres
Feminismo
y socialismo
Las
Rojas, Boletín Nº 6, agosto 2010
Las
Rojas creemos que hay que devolver el feminismo a las mujeres.
Es necesario volver a poner en pie un movimiento de mujeres,
capaz de luchar en las calles para conquistar nuestras
reivindicaciones y también capaz de cuestionar todas las
relaciones sociales de opresión y explotación. Las Rojas nos
inscribimos en el feminismo socialista, que tiene una larga
historia y, siempre ligado a los movimientos de lucha de las
mujeres por sus derechos, impulsó la participación de las
mujeres en todas las luchas sociales y cuestionó y cuestiona
no sólo tal o cual aspecto de la situación femenina sino
todas las relaciones sociales capitalistas patriarcales.
Pero
el feminismo está cruzado por debates y corrientes con
distintas posiciones teóricas, políticas y estratégicas.
Desde las que plantean que es posible reformar al capitalismo,
retocando aquí o allá la democracia burguesa para lograr la
igualdad entre mujeres y varones; las que no se consideran
feministas pero actúan dentro del movimiento de mujeres, y
las que planteamos que es necesario terminar con el sistema
capitalista para conseguir la liberación del género
femenino.
Feminismo
institucional, teoría queer y adaptación
El
feminismo institucional es aquel que se ha acomodado en
puestos de gobierno, ámbitos académicos y ONGs, muchas de
ellas subvencionadas por organismos internacionales de crédito.
Se trata del viejo feminismo que fue derrotado en los años
'80 y que en lugar de mantenerse contra la corriente del
"fin de la historia" que reinó en los '90, encontró
un nicho de subsistencia asesorando a gobiernos y cumbres del
imperialismo. Esta corriente plantea que lo posible es
reformar al sistema capitalista, porque el patriarcado es
definido como una desigual distribución de poder entre
hombres y mujeres. Habría un "techo de cristal" (el
patriarcado) que impide a las mujeres tener el mismo estatus
que los varones. Entonces, de lo que se trata es de luchar por
aumentar la representación política de las mujeres,
conseguir que más mujeres lleguen a altos puestos en empresas
y gobiernos. En estos análisis se sostiene que la pobreza y
la exclusión que afectan a millones de mujeres se podrían ir
resolviendo con "políticas activas" a través de lo
que llaman el "empoderamiento" de las mujeres. Las
acciones que propone este feminismo consisten en negociar con
funcionarios y parlamentarios para ver si por los
"intersticios del sistema" se puede colar algún
beneficio para las mujeres; su máximo logro ha sido el cupo
femenino. Una estrategia, además, reaccionaria: hay una mujer
presidenta en la Argentina que está contra el derecho al
aborto, mujeres soldados en Irak que masacran a mujeres,
hombres y niños, ministras israelíes que siguen con la política
de eliminar a la población palestina. Una estrategia que
conduce a desarmar el potencial revolucionario de miles de
mujeres en las calles luchando por sus derechos.
Por
su lado, la teoría queer, surgida de las universidades
norteamericanas, cobró fuerza con el retroceso del feminismo
de los '80 y se presenta como la superación del feminismo,
por eso también es llamado posfeminismo. Acorde con las modas
intelectuales del "fin de la historia" (fin de la
lucha de clases), el fin de los grandes relatos
(cuestionamiento del socialismo como alternativa al
capitalismo) y el fin de los sujetos (muerte de la clase
obrera), considera que el patriarcado se reduce a la
heteronormatividad. En estas posiciones, ser mujer o ser varón
es una construcción ideal que cada sujeto decide asumir. Así
las mujeres heterosexuales somos consideradas como parte de
los dos polos de la opresión heterosexual y el programa es la
disidencia sexual. Aunque la teoría queer intenta separarse
del feminismo anterior, comparte un punto fundamental: es una
teoría que no cuestiona las relaciones sociales capitalistas
de conjunto, sino que plantea que es posible subvertir
individualmente las imposiciones sexuales dentro del sistema.
(ver "La política trans y el feminismo sin
mujeres").
Coherentemente
con la adaptación al sistema, muchas de estas feministas y
posfeministas expresan un profundo desprecio hacia las
organizaciones de trabajadores y trabajadoras, como los
partidos de izquierda. Cualquier posición política que venga
desde las militantes de izquierda es arbitrariamente
descalificada como patriarcal. Aunque no consideran patriarcal
tratar de negociar con los parlamentarios del régimen. En
definitiva, es un feminismo de la adaptación al sistema
capitalista, convertido en politiquería de pasillo, pero con
mucho espacio en los medios masivos de comunicación (¡qué
casualidad!).
La
izquierda y el cuco feminista
La
mayoría de los partidos de izquierda tiene dificultades a la
hora de autodefinirse como feminista. Se toma la reivindicación
del aborto, la lucha contra la trata de mujeres o la
equiparación salarial, como si se tratara de campañas
aisladas. Además, de ninguna manera se llevan los reclamos de
las mujeres a la clase trabajadora. De esta manera se separan
las luchas de las mujeres del programa general por la
emancipación del conjunto de la sociedad. Esto tiene que ver
con un temor reaccionario a aparecer como antihombres o asumir
posiciones que puedan parecer chocantes para la conciencia
actual de la clase trabajadora. En los materiales y periódicos
casi nunca aparece la crítica a la familia patriarcal
burguesa. En definitiva, es una concepción que parte de una
incomprensión profunda al equiparar feminismo con lucha
exclusivamente de mujeres. La lucha feminista no se trata sólo
de reivindicaciones femeninas, sino de luchar contra el
patriarcado capitalista como conjunto de relaciones que
oprimen a toda la humanidad pero fundamentalmente a la mitad
de la especie. Es tarea de las y los revolucionarios batallar
para que la clase trabajadora tome también las
reivindicaciones de las mujeres como parte de su propia
emancipación.
La
experiencia histórica de la Revolución Rusa y la posterior
contrarrevolución estalinista demostraron la importancia y la
especificidad de la lucha antipatriarcal. Si no se adopta el
feminismo, se ignora la existencia del patriarcado y se reduce
la opresión de la mujer a un derivado de la explotación.
La
estrategia feminista socialista
El
patriarcado implica que la dominación de las mujeres por los
hombres constituye un sistema, una relación social que se
vuelve orgánica. Y es muy anterior a la aparición del
capitalismo. La primera división social fue la división
sexual del trabajo, que con la aparición de la propiedad
privada pasó de ser una división cooperativa basada en
condiciones físicas a convertirse en una división opresiva.
Históricamente, la aparición del patriarcado está ligada a
la aparición de la propiedad privada, es decir a la apropiación
por parte de un sector social sobre el producto del trabajo de
otras y otros. Engels llamó al patriarcado la derrota histórica
del sexo femenino. Desde entonces, el patriarcado sobrevivió
a todas las sociedades. Donde hay un sector social que vive
del trabajo ajeno, existe también el patriarcado. Esto denota
la unidad dialéctica entre las relaciones de explotación y
las de opresión, las relaciones de unidad y a la vez de
especificidad entre una y otra problemática.
Ver
sólo al patriarcado o sólo al capitalismo es desconocer que
ambos son solidarios entre sí, ya que las mujeres estamos
obligadas a realizar una serie de tareas que no entran en la
esfera de la producción capitalista, pero que son necesarias
para su funcionamiento. Todo el trabajo realizado en el ámbito
de lo privado lo resolvemos las mujeres como género (sin
olvidar que las burguesas explotan a otras mujeres) en el ámbito
de la familia, y esta es la base material de la opresión de
las mujeres. Para esto, el patriarcado ha creado toda una
serie de dispositivos y atributos supuestamente naturales para
mantener a las mujeres en esa opresión: las mujeres seríamos
naturalmente cuidadoras, pacíficas, sumisas y maternales. La
presión sobre las mujeres a considerar que la maternidad es
el destino más perfecto y la familia nuestro objetivo en la
vida, se vuelve profundamente opresivo sobre la sexualidad, la
subjetividad y la vida toda de las mujeres.
Las
clases y los géneros tienen que desaparecer. Pero bajo el
capitalismo, esto une y no puede dejar de unir la lucha contra
la opresión de la mujer al destino histórico de la clase
obrera, terminar con la explotación capitalista y construir
el socialismo.
Hay
una rebeldía primaria contra las miserias de la vida, por
condiciones mínimas para una vida mejor, como la lucha por no
morir por aborto clandestino, por conseguir trabajo y por
aumento de salario. Al mismo tiempo, una lucha feminista que
sea verdaderamente revolucionaria se plantea en todos los órdenes
de la vida, en el combate frontal contra el sistema que es
capitalista y es patriarcal: para terminar con el hecho de que
la mayoría trabaja, vive y muere para disfrute de unos pocos
ricos. Y para que las mujeres no seamos más simple objeto de
satisfacción de las necesidades masculinas. Las feministas
socialistas peleamos entonces por construir un movimiento de
mujeres anticapitalista y antipatriarcal, independiente del
Estado y de todo sector patronal, capaz de levantarse y luchar
en las calles por sus derechos y por revolucionar todas las
relaciones sociales.
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