La
reacción de Estados Unidos de militarizar la parte haitiana
de la isla luego del devastador terremoto del 12 de enero,
debería enmarcarse dentro del contexto generado a raíz de
la crisis financiera y económica y el ascenso de Barack
Obama a la presidencia. Las tendencias de fondo ya estaban
presentes pero la crisis las ha acelerado de modo que han
ganado visibilidad. Se trata de la primera intervención de
envergadura de la IV Flota, restablecida poco tiempo atrás.
Con
la crisis haitiana, la militarización de la relaciones
entre Estados Unidos y América Latina avanza un paso más,
como parte de la militarización de toda la política
exterior de Washington. De ese modo, la superpotencia en
declive intenta retardar el proceso que la convertirá en
una potencia entre otras seis o siete en el mundo. La
intervención es tan desembozada, que el periódico
oficialista chino Diario del Pueblo (21 de enero) se
pregunta si Estados Unidos pretende incorporar a Haití como
un estado más de la unión.
El
diario chino recoge un análisis de la prestigiosa revista
Time, donde se asegura que “Haití ya se ha convertido en
el 51º estado de los Estados Unidos, y aún cuando no lo
sea es por lo menos su patio trasero”. En efecto, en
apenas una semana el Pentágono había movilizado hacia la
isla un portaaviones, 33 aviones de socorro y numerosas
naves de guerra además de 11 mil soldados. La MINUSTAH,
misión de la ONU para la estabilización de Haití, tiene
apenas 7 mil soldados. Según Folha de Sao Paulo (20 de
enero) Estados Unidos desplazó a Brasil de su lugar de
dirección de la intervención militar en la isla, ya que en
pocas semanas tendrá “doce veces más militares que
Brasil en Haití”, llegando hasta los 16 mil efectivos.
El
mismo Diario del Pueblo, en un artículo sobre el “efecto
estadounidense” en el Caribe, asegura que la intervención
militar de ese país en Haití tendrá influencia en su
estrategia en el Caribe y en América Latina donde mantiene
una importante confrontación con Cuba y Venezuela. Esa región
es, en la lectura de Beijing, “la puerta de su patio
trasero”, a la que busca “controlar estrechamente”
para “continuar alargando el radio de su influencia hacia
el sur”.
Todo
esto no es demasiado nuevo. Lo importante es que se inscribe
en una escalada que se inició con el golpe militar en
Honduras y con los acuerdos con Colombia para la utilización
de siete bases en ese país. Si a eso se le suma el uso de
las cuatro bases que el presidente de Panamá Ricardo
Martinelli cedió a Washington en octubre, y las ya
existentes en Aruba y Curaçao (islas próximas a Venezuela
pertenecientes a Holanda), existen un total de trece bases
rodeando el proceso bolivariano. Ahora, además, consigue un
enorme portaaviones en el medio del Caribe.
Según
Ignacio Ramonet, en Le Monde Diplomatique de enero, “todo
anuncia una agresión inminente”. No parece ese por cierto
el escenario más probable, aunque sí pueden concluirse dos
cuestiones: que Estados Unidos optó por el militarismo para
paliar su declive y que necesita del petróleo de Colombia,
Ecuador y sobre todo de Venezuela para afianzar su situación
hegemónica o, por lo menos, hacer más lento el declive.
Sin embargo las cosas no son tan simples.
Para
el mensuario francés, “la clave está en Caracas”. Sí
y no. Sí porque, en efecto, el 15% de las importaciones de
petróleo de Estados Unidos provienen de Colombia, Venezuela
y Ecuador, porcentaje que iguala la cantidad importada de
Oriente Medio. Además, Venezuela va camino de convertirse
en la mayor reserva de crudo del planeta luego que se
certifiquen las reservas de la Faja del Orinoco descubiertas
recientemente. Según el Servicio Geológico de Estados
Unidos, serían el doble de las de Arabia Saudí. Todo esto
sería suficiente para que Washington deseara, como desea,
sustituir a Hugo Chávez al frente del proceso bolivariano.
A mi
modo de ver, el problema central para la hegemonía
estadounidense en el “patio trasero” es Brasil. El petróleo
bajo tierra es una riqueza importante. Pero hay que
extraerlo y transportarlo, lo que demanda inversiones, o sea
estabilidad política. Brasil es ya una potencia global, el
segundo de los países del BRIC (Brasil, Rusia, India,
China) en importancia detrás de China. De los diez mayores
bancos del mundo, tres son brasileños (y cinco chinos),
pero ya ninguno procede de Estados Unidos ni de Inglaterra.
Brasil tiene las sextas reservas de uranio del mundo (cuando
sólo el 25% de su territorio ha sido investigado) y estará
entre las cinco mayores reservas de petróleo cuando se
termine la prospección en la cuenca de Santos. Las
multinacionales brasileñas figuran entre las mayores del
mundo: Vale do Rio Doce es la segunda minera y la primera en
mineral de hierro; Petrobras es la cuarta petrolera del
mundo y la quinta empresa global por su valor de mercado;
Embraer es la tercera aeronáutica detrás solo de Boeing y
Airbus; JBS Friboi es el primer frigorífico de carne vacuna
del mundo; Braskem es la octava petroquímica del planeta. Y
se podría seguir largo rato.
A
diferencia de China, Brasil es autosuficiente en materia de
energía y será un gran exportador. Su mayor
vulnerabilidad, la militar, está en vías de ser superada
gracias a la asociación estratégica con Francia: en la década
que acaba de comenzar, Brasil fabricará aviones caza de última
generación, helicópteros de combate y submarinos ya que
Francia le transferirá las tecnologías necesarias. Hacia
2020, si no antes, será la quinta economía del planeta. Y
todo eso sucede en las narices de Estados Unidos.
Allí
Brasil ya controla buena parte del Producto Bruto Interno de
Bolivia, Paraguay y Uruguay, tiene una presencia muy firme
en Argentina, de la que es un socio estratégico, así como
en Ecuador y Perú, que le facilitan la salida al Pacífico.
Ahí está el hueso más duro para la IV Flota. Véase que
el Pentágono ha diseñado para Brasil la misma estrategia
que le aplica a China: generarle conflictos en sus fronteras
para impedirle despegar. Corea del Norte, Afganistán y
Pakistán, además de la desestabilización de la provincia
de mayoría musulmana de Xinjiang.
En
Sudamérica, un rosario de instalaciones militares del
Comando Sur rodea Brasil por la región andina y el sur. La
tenaza se cierra con el conflicto Colombia–Venezuela y
Colombia–Ecuador. Ahora contará con el portaaviones
haitiano, desplazando de esa isla la importante presencia
brasileña al frente de la MINUSTAH. Es una estrategia de
hierro, fríamente calculada y rápidamente ejecutada.
El
problema que enfrentan las naciones y los pueblos de la región,
es que las catástrofes naturales serán la moneda corriente
en las próximas décadas. Esto es apenas el comienzo. La IV
Flota será la porción militar más experimentada y mejor
preparada para intervenciones “humanitarias” en
situaciones de emergencia. Haití no será la excepción
sino el primer capítulo de una nueva serie pautada por el
posicionamiento militar en toda la región. Dicho de otro
modo: los latinoamericanos estamos en serio peligro, y es
hora de que vayamos tomando nota.
(*) Raúl Zibechi es analista
internacional del semanario “Brecha” de Montevideo,
docente e investigador sobre movimientos sociales en la
Multiversidad Franciscana de América Latina, y asesor a
varios grupos sociales.