La prensa internacional ya está
saliendo de Port–au–Prince, y las imágenes seguramente
desaparecerán de las pantallas. Pero nada se ha resuelto
para el pueblo de Haití.
La
prensa internacional ya está saliendo de Port–au–Prince,
y las imágenes seguramente desaparecerán de las pantallas.
Pero nada se ha resuelto para el pueblo de Haití. Decenas
de miles abandonaron la ciudad para buscar asilo en los
pequeños pueblos de provincia cuya población en muchos
casos ya se dobló en cuestión de días. Estos refugiados
dependerán de la buena voluntad de sus parientes y vecinos,
mientras que los que siguen en la capital se apoyarán en la
solidaridad comunitaria como su única alternativa. Llega
ayuda, pero lentamente, y eso no sólo por culpa de la
burocracia y la corrupción, no de las dificultades
materiales que impiden la distribución.
Las
noticias en Europa y Estados Unidos siguen insistiendo en la
cuestión de la seguridad, como si
el problema principal fuera el mantenimiento del
orden público. De hecho, este argumento ha servido para
justificar la militarización de la sociedad haitiana, poniéndola
bajo el control del ejército norteamericano, cuyo
contingente pronto llegará a los 20.000 – y muy pocos de
ellos están por sus conocimientos o experiencia en materia
de la distribución de la ayuda humanitaria. Asumir el
control del aeropuerto e imponer un bloqueo naval
representan actos de ocupación. Los haitianos reconocerán
su parecido a la llegada de los Marines a la isla en 1915
(su presencia justificada también en aquella ocasión con
referencia a la necesidad de mantener el orden) o a la
presencia de tropas norteamericanas y cascos azules de
Naciones Unidas bajo mando brasileño, cuyo papel a partir
de 2006 resultó ser la represión de las protestas
populares.
Si
el fin de la ocupación de Haiti (y Cuba y Puerto Rico y
Nicaragua) a principios del siglo XX era asegurar el control
de Estados Unidos sobre su “patio trasero”, hay pruebas
poderosas de que su objetivo a principios del XXI sigue
siendo el mismo. El golpe de Honduras, la extensión de las
bases militares en Colombia y ahora Haití nos remontan al
la preocupación expresada por Obama durante su campaña
electoral de que “estamos en peligro de perder América
Latina”. Y encaja además con los intereses económicos
del imperio en la región y en Haití en particular. Siguen
faltando agua y alimentos, sin embargo algunas fábricas en
las Zonas de Procesamientos de Exportaciones donde laboran
los haitianos en condiciones ínfimas produciendo franelas
para Disney entre otros lograron poner en marcha sus máquinas.
Mientras tanto, en las zonas donde viven los trabajadores y
donde hoy sobreviven en carpas o bajo toldos de plástico no
hay electricidad.
Más
siniestro aún, un comité de acreedores ya se reunió para
preparar la “reconstrucción” del país, proceso cuyos
resultados ya vimos en el caso de Irak y de Nueva Orleans,
cuya población negra pobre, víctimas del huracán Katrina,
siguen viviendo en trailers y carpas desparramados por el país
mientras la ciudad renace con urbanizaciones y centros de
turismo. El modelo se ve ya en acción en las playas de lujo
del norte de Haití creadas por inversionistas
norteamericanos. Y cuando Ban Ki Moon, Secretario General de
las Naciones Unidas apareció en rueda de prensa en Haiti
junto con Bill Clinton en abril de 2009, su recomendación
conjunta era aumentar la cantidad de zonas de procesamiento
de exportaciones, reforzando el papel de Haití como
proveedora de mano de obra barata para el mercado
norteamericano. ¿Es ésta la reconstrucción que tienen
pensado para Haití sus acreedores, completando así la
devastación que sufrió su pueblo el 12 de enero?
¿Por
qué se ha obstaculizado la ayuda venezolana? ¿Por qué no
se ha respondido a las ofertas de ayuda de las demás
naciones caribeñas a través de CARICOM? Está claro que el
gobierno de Estados Unidos está controlando Haiti para
asegurar el dominio de sus intereses en el proceso de
reconstrucción. Pero existe una alternaiva a canalizar los
fondos y recursos a través de agencias bajo la
adminuistración directa o indirecta de Estados Unidos. El
papel de las onGs en Haití, que controlaban el 80% de los
recursos que llegaban a Haití aún antes del terremoto, ha
sido muy desigual y poco claro. Si va a nacer un nuevo Haití,
tiene que ser más democrático, más transparente y
organizado en beneficio de sus mayorías. Y esto se
determinará ahora mismo, aun antes de que se hayan
despejado los escombros. Las organizaciones comunitarias de
base que han sostenido al pueblo de Haití tanto antes como
después del desastre de enero deben tener el papel clave a
la hora de determinar dónde y cómo se distribuyen los
recursos. Y la forma en que se emplean los fondos donados
con amor y simpatía por millones de personas a través del
mundo tiene que ser igualmente transparente, lo debemos
exigir. Los gobiernos, por su lado, han sido mucho más
generosos, ante la escala de los daños. Pero para Haiti sería
una doble tragedia si lo que emerge de las ruinas resulta
ser otra versión de la misma sociedad desigual e injusta
que cayó en pedazos ese terrible día de enero.