Haití ha puesto de manifiesto nuestra ignorancia. No debería haber
sorprendido el hecho de que EEUU haya utilizado una
tragedia, provocada o no, a raíz del terremoto para
militarizar el país y visibilizar, de esta forma, la
simbiosis existente entre militares y cooperantes al calor
de la “ayuda humanitaria”. Sobre los aspectos geopolíticos
y geoestratégicos de la intervención militar
estadounidense se ha escrito mucho y con solvencia, pero no
se ha tenido en cuenta un hecho que se está revelando como
crucial en la nueva estrategia imperialista: el papel de las
llamadas Organizaciones No Gubernamentales y su alianza con
los militares.
Según la acepción que recoge el diccionario de la lengua española,
simbiosis es una “asociación de dos animales o vegetales
de diferentes especies, en la que ambos sacan algún
beneficio”. En este caso ya no se puede hablar con
propiedad de dos especies diferentes, sino de una misma con
dos cuerpos. Jekyll y Hyde. Para el sistema capitalista, hoy
son tan importantes los marines como los cooperantes, y
viceversa. No es algo nuevo y no debería sorprender como lo
ha hecho la constatación de ello en la tragedia haitiana. Y
si lo ha hecho es porque estamos cómodos en nuestra
cotidiana ignorancia o, para evitar herir susceptibilidades,
en nuestra cómoda subinformación. Nos sentimos cómodos en
nuestro papel de comparsas sensibleros de un primermundismo
bienpensante que no sirve para otra cosa que para imponer
como universales los valores occidentales y llevar adelante,
de otra forma, la política exterior de los gobiernos
capitalistas.
No se trata aquí de diseccionar el papel de las llamadas Organizaciones No
Gubernamentales –algo que han hecho otras fuentes más
autorizadas como Orlando Núñez Soto al referirse al caso
de Nicaragua o Andrés Solís Rada al hacer lo propio
respecto al papel de estas llamadas ONGs en Bolivia, por
citar sólo unos casos recientes- sino de completar lo que
ha dicho el haitiano Jean Lavalasse (1) al referirse a lo
que está sucediendo en su país tras el terremoto,
provocado o no. Y una forma de completarlo es repetir –y
la redundancia es un principio periodístico, ayuda a
comprender el mensaje- que las llamadas ONGs no tienen unos
intereses angelicales de ayuda a los demás, sino de
imposición de unos valores: los occidentales como imagen
superior e inmodificable.
Hace un tiempo, en un curso universitario, unas participantes respondieron
dolidas a una crítica que hice sobre la política
comunicacional de las ONGs y su enfermiza obsesión, y
dependencia, respecto a los medios de comunicación
burgueses y a que la mayoría de los “cooperantes”
tienen tan interiorizado el hecho de provenir del primer
mundo que no son capaces de ver la realidad de las
comunidades a las que, supuestamente, ayudan. Y cuando
elevas el tiro y catalogas este tipo de comportamientos como
propios de los seguidores del nefasto Samuel Huntington y su
“Choque de civilizaciones”, en el que considera a
Occidente como el paradigma de la civilización, el dolor se
transforma en indignación. Aquello fue como mentar a la
madre.
Explicar que hay que matizar, y mucho, a la hora de hablar de los valores de
Occidente como paradigmas universales no es fácil. Explicar
que en la misma época en que Aristóteles, en Grecia, por
ejemplo, defendía la libertad y la tolerancia (sólo para
hombres libres y no para las mujeres ni los esclavos) en
otra parte del mundo, como India, Ashoka iba mucho más allá
defendiendo eso mismo para todos, incluyendo a mujeres y
esclavos, y pretendía que esos valores saliesen de las
ciudades y llegasen “a la gente de la selva” -algo que
ni se planteaba Aristóteles- es como hablar con un muro. Y
ese muro es la frontera cultural que los occidentales ponen
–imponen- para rechazar todo lo que llega de fuera salvo,
siguiendo el ejemplo de India, el Kamasutra. Eso lleva a
aberraciones como las que se están produciendo en las
universidades de EEUU, donde se limitan las lecturas de los
estudiantes a las “grandes obras occidentales”. Es
decir, fuera de Occidente lo que hay no son más que
“salvajes” incapaces de producir nada, y menos a nivel
teórico. Si ello sucediese en universidades de otras
latitudes habría que oír lo que dirían estos defensores
de la libertad y la tolerancia occidental.
Pues bien, este tipo de comportamientos son los que se están viviendo en
Haití y el tema del rapto de niños no es más que la
guinda de todo el pastel. Haití es la plasmación práctica
del nuevo diseño que los países capitalistas quieren
imponer como norma de política exterior, siendo asumido por
la ONU (2), y que no es otra cosa que una modernización del
viejo “derecho de injerencia”, un engendro diseñado por
Mario Bettati, profesor de Derecho Internacional Público en
la Universidad de París II, y por Bernard Kouchner, uno de
los fundadores de Médicos sin Fronteras (3), luego de Médicos
del Mundo, y hoy flamante ministro de Asuntos Exteriores
francés en el gobierno del derechista Nicolás Sarkozy.
Estos siniestros personajes, y hay que seguir muy especialmente a Kouchner
sin olvidar que durante todo este diseño teórico de
“imperialismo humanitario” (expresión de uno de sus críticos,
el belga Jean Bricmont) formaba parte de las llamadas
Organizaciones No Gubernamentales, pusieron mucho empeño en
eliminar del derecho internacional el concepto de soberanía
de los estados argumentando que es muy difícil obtener que
una jurisdicción internacional condene a un Estado que
viola los derechos humanos y que, de lograrlo, nada
garantizaría la ejecución de la condena. Luego, para
ellos, la soberanía resulta incompatible con la existencia
de una suerte de “policía internacional” a escala
mundial. El hecho de que esta doctrina injerencista
estuviese enfrentada al sistema jurídico internacional les
importaba un comino. Kouchner fue algo más allá y no dudó
en calificar de “formulismo jurídico” el andamiaje
internacional vigente, por lo que había que intervenir, con
o sin ese respaldo y, claro, sólo Occidente estaba
capacitado para exigir una protección mínima de los
derechos de la persona.
Las potencias occidentales, una vez desaparecida la URSS y en situación de
total debilidad de Rusia, lograron que el Consejo de
Seguridad de la ONU adoptase esta teoría –pese a sus
innumerables críticos, dentro y fuera del sistema de la
ONU- aunque el organismo multinacional se curó en salud y
presentó todos los casos de aplicación del “derecho de
injerencia” como “aplicaciones de los mecanismos jurídicos
existentes dentro de la misma Carta de la ONU”.
Así, en nombre del “derecho de injerencia” se diseñó una estrategia
para debilitar al gobierno de Saddam Hussein en Irak tras la
primera guerra contra este país, en 1991, con la excusa de
“proteger a los kurdos”. La famosa “comunidad
internacional” se las prometía muy felices con este
modelo de “intervención humanitaria” hasta que la
realidad se hizo presente donde menos lo esperaban: en
Somalia. El Consejo de Seguridad de la ONU autorizó la
operación denominada “Restablecer la Esperanza” en 1992
con el objetivo de “poner término a la anarquía” y
“restablecer condiciones mínimas de existencia”. Ya
sabemos cómo terminó la historia, con la salida de las
tropas estadounidenses con el rabo entre las piernas ante la
decidida resistencia del pueblo somalí frente a lo que
consideraron no una acción humanitaria sino una ocupación
militar.
Esta derrota provocó una reflexión en los ideólogos del “derecho de
injerencia” y desde Francia –de nuevo este país- se
incluyó el término “genocidio” para hacer más
justificable ante la opinión pública esa injerencia. Es así
como se diseña la intervención en Ruanda en 1994, las
operaciones militares en Haití (1994), en Bosnia y
Herzegovina (1994-95), en Sierra Leona (1997), en Albania
(1997) y en Kosovo (1999). En menor medida, y arropado de
“guerra preventiva”, se ejerció en Afganistán (2001)
con la excusa del terrorismo y, de nuevo, en Irak (2003) con
la de las inexistentes armas de destrucción masiva.
En todos estos casos existía la excusa de las “causas morales” para las
“intervenciones humanitarias”, pese al poco sustento que
tenían en el Derecho Internacional Público. Sin embargo,
toda esta fachada seudo-legal saltó por los aires en Haití
cuando el 29 de febrero de 2004 el Consejo de Seguridad de
la ONU aprobó la Resolución 1559 por la que autorizaba la
presencia en Haití de una fuerza multinacional, la MINUSTAH,
con lo que se permitía la intervención directa de tropas
en una situación que no se correspondía a las anteriores y
que se realizaba en un marco de crisis política interna,
curiosamente cuando Haití celebraba sus 200 años como nación
independiente.
Haití cerraba así el primer círculo de la estrategia elaborada por
Bettati y Kouchner: la desaparición de la soberanía de los
Estados y del principio de no intervención. Ambos, soberanía
y no intervención, son el fruto del combate histórico de
los pueblos contra el colonialismo y el imperialismo en el
siglo XIX y primera mitad del siglo XX, cuando estos pueblos
tuvieron que luchar duro por su independencia frente a unas
metrópolis que les sometían y saqueaban sus riquezas
argumentando que defendían “los valores de la civilización”.
Cerrado el primer círculo, había que dar el siguiente paso y este no es
otro que la reforma del “derecho de injerencia”. Es lo
que ahora se denomina “responsabilidad de proteger” y
que deja las manos libres a las potencias capitalistas para
intervenir en cualquier parte del mundo, con la aquiescencia
y empuje de las ONGs que, de esta forma, tienen más campos
de intervención.
El
laboratorio iraquí
La visualización a gran escala de la reforma en los modos de política
exterior de los países capitalistas que se ha puesto de
manifiesto en Haití, tanto con el envío de la MINUSTAH en
2004 como ahora tras el terremoto, provocado o no, es
consecuencia de la experiencia acumulada por dichos países
en todas estas experiencias de “intervención
humanitaria” imperialista y, de forma especial, en Irak y
Afganistán. Es decir, simbiosis, letal para los pueblos,
entre militares y cooperantes, y viceversa.
Es una estrategia que se ha venido perfeccionando desde finales de 2003,
cuando se puso de manifiesto el fracaso neocolonial en Irak
pese al relativo paseo militar que supuso la invasión del
23 de marzo de ese año. Pero la resistencia del pueblo
iraquí también puso de manifiesto que la decidida voluntad
de los pueblos por defender su tierra (ese “Avatar”
simple que ahora está de moda) es capaz de hacer frente a
los intereses expoliadores de las grandes corporaciones
capitalistas que hoy controlan los Estados.
La militarización de la ayuda exterior, de la cooperación, de la “ayuda
al desarrollo” es una realidad desde entonces y el
laboratorio fue Irak. Aquí comenzó a diluirse la débil
frontera entre los aspectos civiles y militares de la
estrategia capitalista. Es más, en Irak la cooperación
perdió su pretendido papel neutral porque se puso, de forma
abierta e incondicional, bajo la tutela militar. Esta fue la
gran lección aprendida en las experiencias anteriores. El
diseñador de esta estrategia, Stuart Bowen, entonces
Inspector General para la Reconstrucción de Irak, tenía
claro que “la ayuda de emergencia y la reconstrucción son
una extensión de las estrategias políticas, económicas y
militares” de EEUU. Así lo trasladó al gobierno de Bush
y quedó asumido de forma oficial en la doctrina militar con
el nuevo presidente, Barak Obama (4).
De esta forma, en el verano de 2009, la nueva teoría que se había
comenzado a poner en marcha sobre el terreno en Irak, de
forma experimental, adquirió carta oficial de naturaleza en
Afganistán. En este país, objetivo preferente de la
Administración Obama, el Ejército estadounidense cuenta ya
con civiles adscritos a todas y cada una de sus unidades,
incluidas las brigadas de combate, para cambiar la percepción
de la población civil sobre que están sometidos a una
ocupación militar. Se matan así dos pájaros de un tiro:
se deslegitima a la resistencia contra la ocupación si ésta
realiza ataques a los supuestos “civiles” y se facilita
la tarea contrainsurgente puesto que dichos “civiles” al
estar encuadrados en las unidades militares dependen
directamente de los mandos y es a éstos a quienes tienen
que presentar sus informes de análisis e información de
las zonas en las que trabajan. Los escépticos ante esta
información pueden remitirse al diario Financial Times que
el verano de 2009 publicaba una jugosa crónica del
desarrollo de la “Operación Panchai Palang” en Afganistán,
en la que se evidenciaba este extremo con todo lujo de
detalles (5).
Hasta llegar aquí se recorrió un pequeño camino que comenzó con el
incremento, del 3’5% en 2003 al 26% en 2008, del
presupuesto que el Departamento de Defensa de EEUU destina a
Ayuda al Desarrollo (6). Sí, como suena, ayuda al
desarrollo dentro del presupuesto de los militares. Y así
está recogido en un manual militar, “US Army Field
Manual”, que recoge los tres aspectos que el Ejército de
EEUU tiene que tener en cuenta en todas y cada una de sus
operaciones: defensa, diplomacia y desarrollo (7). Y por
este orden. Ahí está Haití para escenificarlo.
Todo ello no es más que una nueva estrategia contrainsurgente y vamos a ver
cómo, además de Haití, se pone de manifiesto en Colombia
al calor de las bases y de los cuerpos civiles de paz
estadounidenses que ahora parece van a volver a ese país
con la aquiescencia y beneplácito del gobierno colombiano.
¿Cuál será la reacción de todo este sector oenegístico
si, pongamos por caso, cualquiera de estos integrantes de
los “cuerpos civiles de paz” estadounidenses es
capturado por las FARCal constatarse una relación directa
entre la presencia militar en las bases, la implicación
militar de EEUU en el conflicto colombiano –que no es
nueva- y ellos?
Por lo tanto, los cooperantes no son seres angelicales dedicados a mejorar
el nivel de vida de las poblaciones a quienes
pretendidamente asisten. Siempre se podrá decir que
generalizar es malo, pero las excepciones confirman la
regla. Dicen que en Haití hay en este momento “miles”
de ONGs trabajando. Si están allí, y en una situación de
ocupación militar, en último extremo dependen de los
militares. Al igual que en Irak o Afganistán, por continuar
con los casos anteriores. De ello son conscientes todas y
cada una de las ONGs -lenguaje que debería desaparecer para
hablar de Organizaciones Para Gubernamentales- y así se han
expresado, criticando la “excesiva” dependencia de los
Ejércitos ocupantes, la mayoría de las presentasen Irak y
Afganistán. La simbiosis entre cooperantes y militares es
ya total, se utiliza unos u otros en función de los
intereses, especialmente mediáticos, aunque son los
militares quienes diseñan e implementan los aspectos
“humanitarios”.
El
caballo de Troya
No se puede negar que algunas de las instituciones que surgen en los años
llamados del “tercermundismo y el desarrollismo”
(mediados de la década de los 70 y principios de los 80 del
siglo pasado) se plantean inicialmente “trabajar por un
mundo más justo” pero la mayoría se amoldan a las
estructuras políticas y económicas vigentes puesto que, a
fin de cuentas, su supervivencia financiera depende de
ellas. A medida que fueron creciendo, en gran parte con el
dinero de los gobiernos, se fue poniendo en marcha de forma
callada un contrapoder internacional que fue trabajando
hasta llegar a las máximas instancias internacionales, como
la ONU, donde se comenzó a cuestionar el papel de las
agencias del organismo multinacional ante situaciones como
las de Bosnia. Eso empezó a menoscabar el papel de la ONU y
se ponía en bandeja a las potencias occidentales el
“derecho de injerencia” como argumento ante situaciones
trágicas como las matanzas de Srebenica o Ruanda. El papel
jugado por Kouchner y Médicos sin Fronteras, como se ha
dicho anteriormente, es muy a tener en cuenta. Fueron los
primeros, pero no los únicos.
Las ONGs fueron, aquí, el caballo de Troya del imperialismo, una forma
“civil” de justificar la “intervención humanitaria”
militar. Ya no podía haber más Ruandas, más Bosnias, pero
sí más Palestinas, más Líbanos, más Iraks, más Congos.
Hasta aquí no llega la autonomía de estas grandes
corporaciones de la “solidaridad”. Su patético papel
como lobby ante la ONU para frenar las políticas
occidentales en estos países, por mencionar sólo algunos,
o para cuestionar el papel de la MINUSTAH (la fuerza militar
de la ONU en Haití, criticada por el pueblo haitiano en
numerosas ocasiones por su labor represiva) es tremendamente
esclarecedor.
Pero para ejemplificar todo lo que está sucediendo en el campo de la
solidaridad y la cooperación, pongamos el caso de la USAID,
la agencia para el desarrollo de EEUU. Hablar de ella sería
baladí puesto que su papel en la política exterior
estadounidense es conocido, pero lo que no es tanto es que
la USAID marca el camino de la moda en “cooperación” y
lo que allí se adopta es copiado, con mayor o menor
entusiasmo, por el resto de agencias estatales para el
desarrollo en los países capitalistas aliados de EEUU. Y de
las agencias estatales se pasa a las supuestamente no
gubernamentales, hasta que la moda uniforma mentes y
comportamientos.
En consonancia con el cambio táctico del Pentágono, la USAID decidió, en
2008, crear una Oficina de Asuntos Militares para facilitar
su “coordinación” con el Ejército y que está
compuesta por 120 “cooperantes” expertos en cuestiones
militares. Según el Instituto Rand para la Investigación
de la Defensa Nacional (8), en este campo de relación entre
“cooperantes” y militares “la USAID está mucho más
avanzada en comparación con otras agencias de desarrollo de
los demás gobiernos de la OTAN, puesto que ha reconocido
que tiene un papel significativo que jugar en contribuir a
la seguridad nacional de EEUU”. No en vano la USAID ha
aumentado de 5.000 millones de dólares en 2003 a 13.200
millones de dólares en 2009 su presupuesto (9), algo que ha
ido en paralelo al aumento del presupuesto del Pentágono
para “ayuda al desarrollo”.
El instituto Rand habla de algo que suele pasar desapercibido y es a lo que
me refería anteriormente con lo de “marcar moda”: el
papel de la OTAN en la política exterior capitalista
mundial, de forma especial a raíz del acuerdo alcanzado con
el secretario general de la ONU (10) en septiembre de 2008
–sin consulta previa a los miembros del organismo- y en
virtud del cual “la cooperación [entre la OTAN y la ONU]
seguirá contribuyendo de manera significativa a abordar las
amenazas y desafíos que enfrenta la comunidad internacional
a los que está llamada a responder”.
La guerra de España (y de la OTAN)
Pues bien, al menos otros cinco países de la OTAN (Gran Bretaña, Holanda,
Canadá, Italia y España) han comenzado a asumir estos
criterios simbióticos militares-cooperantes, aunque con
matices diferentes en cada uno de ellos. Mientras Canadá
copia miméticamente lo que hace su vecino del sur –y ahí
está el destacado papel canadiense en Afganistán para
ponerlo de manifiesto- los otros lo hacen con alguna
diferencia.
Es el caso de la Agencia Española de Cooperación Internacional y
Desarrollo (AECID), que tiene también 20 expertos, así
como un diplomático del Ministerio de Asuntos Exteriores,
trabajando codo con codo con los militares españoles en
Afganistán. Por el momento, ambos actúan con los mismos
objetivos pero con estructuras diferenciadas. Esto es algo
que no gusta mucho a los militares españoles y reconocen
que son ellos quienes mantienen “relaciones de trabajo
sobre cuestiones políticas” (sic) con el consejo
provincial afgano en la provincia de Qala-e-Naw (11). En ese
momento era la Brigada Paracaidista (BRIPAC) quien
controlaba la zona y tenía el mando del Equipo de
Reconstrucción Provincial en Qala-e-Naw. La BRIPAC puede
considerarse como tropas de élite. La reciente acción de
la resistencia afgana contra un convoy militar español que
supuestamente transportaba alimentos pone de manifiesto este
hecho.
España tiene la provincia de Badghis como área de operaciones y el pasado
mes de octubre, tras una reunión entre el presidente José
Luis Rodríguez Zapatero y Barak Obama, se decidió dar a
las tropas españolas “responsabilidades adicionales de
combate” al tiempo que entrenan a un kandak (batallón)
del Ejército afgano. Eso contrasta con la postura,
difundida hasta la saciedad por los medios de comunicación
de la burguesía, sobre el papel español en la
“reconstrucción” del país aunque la primera orden es
“no tomar la iniciativa” en la lucha contra la
resistencia. Pero el reciente ataque va a servir para romper
el espejismo y dejar patente el papel de la “cooperación”
española, bien sea a través de la AECID o de cualquier
otra ONG, gubernamental o no. El gobierno español difunde
que el trabajo es construir carreteras, mejora del
suministro de agua y construcción de hospitales y escuelas,
entre otras cosas, para las que ha alcanzado acuerdos con
ONGs internacionales –de forma especial de Bangladesh, que
se encargan de las estructuras de salud en la zona “española”-
pero, al mismo tiempo, habla ya de una “zona roja” en
Qala-e-Naw que cada vez se extiende más y donde los
proyectos pasan a control exclusivo de los militares. La
reciente acción de la resistencia afgana hay que enmarcarla
en este hecho. Luego la simbiosis militares-cooperantes
queda expuesta de forma palmaria, así como el objetivo de
la “cooperación” y su papel dentro de la estrategia
contrainsurgente.
El ataque de la resistencia afgana contra las fuerzas de ocupación españolas
se ha vendido como no podía ser menos: enfatizando que los
militares españoles escoltaban una caravana de alimentos.
Puede que fuese así, pero lo que no dicen es que la
simbiosis militares-cooperantes en total entre EEUU, Italia
y España, los tres países que desde la base de operaciones
avanzadas “Todd” –y el nombre de la base es
significativo, puesto que es el de un soldado estadounidense
muerto en combate- organizan convoyes supuestamente
“humanitarios”.
La simbiosis militares-cooperantes que introducen en su estrategia los países
de la OTAN forma parte del diseño imperialista ante el que
hay que estar muy atentos y combatir: los militares se
encargan de la “ayuda al desarrollo” para eliminar la
imagen, que se interioriza en los pueblos, de que están
sometidos a ocupación militar. Pero, se mire como se mire,
los militares, aunque repartan sacos de arroz, son
ocupantes. Y a los ocupantes no se les recibe con flores. Es
algo que reconoce el propio derecho internacional cuando
sanciona, como hace la IV Convención de Ginebra, el derecho
de los pueblos sometidos a ocupación militar de resistir
esa ocupación con todos los medios a su alcance, incluyendo
el uso de la fuerza armada, siempre que dicha fuerza no se
emplee contra objetivos civiles. Y un vehículo militar, es
eso, un vehículo militar.
España ostenta este primer semestre de 2010 la presidencia de turno de la
UE. Y dentro de la UE hay una fascinación enfermiza con el
presidente estadounidense, Barak Obama, mucho más popular
en Europa que en su propia casa. Este hecho, unido a la
reciente reincorporación de Francia a la estructura de
Mando Militar Integrado de la OTAN, augura un reforzamiento
de la simbiosis militares-cooperantes en Afganistán y, como
consecuencia, en todo el mundo. De hecho, desde la UE ya se
ha anunciado (el mes de marzo de 2009) un “impulso” a la
Guía Política General que se aprobó en la reunión
OTAN-UE de Riga (Letonia) en 2006 y en la que se reafirma la
presencia europea en las operaciones de la OTAN así como
“la de otras organizaciones internacionales
gubernamentales y no gubernamentales para estimular una
mayor cooperación y coordinación práctica con la OTAN”.
Obsérvese que hablan expresamente de las llamadas ONGs.
La
subinformación
Nos movemos en un mundo intelectualmente subinformado, pese a creer lo
contrario. Aquí hay una crítica que hacer a la dejación
de los institutos de estudios y análisis, por no hablar de
los vinculados a las cancillerías de Asuntos Exteriores, en
países donde hay un cambio social en marcha. No se
adelantan acontecimientos, no se elaboran teorías
alternativas y se sigue la estela marcada por los buques de
los países capitalistas.
Y para salir de la subinformación hay que romper la dependencia –similar
a la de los drogadictos- respecto a los llamados medios de
información. No es algo nuevo, ya lo dijo en los años 60
del siglo pasado un filósofo alemán, Herbert Marcuse,
cuando hablaba de los conflictos visibles y los invisibles,
de aquellos que habitualmente tienen reflejo en los llamados
medios de información , es decir, que interesan a los
detentadores del poder, y de los que no y de que no hay
mensajes inocentes puesto que si se quiere hacer un análisis
real del problema de la comunicación a fondo hay que partir
del sistema social concreto en donde se desarrolla esa
comunicación, es decir, estudiar los códigos que circulan
dentro de esa misma sociedad, los mensajes que se transmiten
en ella y sobre todo cuáles son los “ruidos” o
“interferencias” que dificultan la comunicación tal y
como la pretende la burguesía..
Marcuse hablaría hoy de los medios alternativos como “los ruidos y las
interferencias” del sistema que sería necesario
fortalecer para hacer frente a la subinformación que llega
desde arriba. Pero, curiosamente, no es en los medios
alternativos donde las ONGs quieren verse reflejadas, sino
en los “oficiales”. Por lo tanto, consciente o
inconscientemente se sitúan al otro lado de la barricada y
defendiendo unos valores y una política exterior concreta.
Como su pretensión es “trabajar” en zonas de conflicto
–al calor de la presencia de las tropas- saben y asumen
que tienen que ir de la mano de los gobiernos y de los Ejércitos.
Irak, Afganistán y Haití, en menor medida, son un buen
ejemplo de ello. En el país caribeño ha sido tan evidente
lo ocurrido con las tropas de EEUU que ha habido una tímida
crítica sobre ello que ha cesado cuando cada una ha
conseguido su parcelita concreta de actuación.
Hay muchos ciudadanos y ciudadanas que, de buena fe o por esa subinformación,
ofrecen aportaciones a este tipo de ONGs y dan credibilidad
a lo que llega de ellas. No. Llega el momento de hacer
frente a esta pretensión uniformadora, a esa simbiosis
entre militares y civiles en aspectos supuestamente
“humanitarios” y darse de baja en ellas. Hay que
desbrozar el grano de la paja, hay que alejarse y criticar
especialmente aquellas que trabajan de la mano de los Ejércitos
en “zonas de conflicto” (neolengua orwelliana para
eludir hablar de guerra, ocupación militar, etc.) puesto
que de no hacerlo sólo se refuerza un mismo papel
interpretado a dos voces: tanto Ejércitos como ONGs se
convierten, por una parte, en instrumentos para manipular
información que justifique o deplore el uso de la fuerza en
defensa de aparentes causas nobles, con costos humanos
presumiblemente bajos y, por otra parte, en conductores de
la opinión pública para apoyar o rechazar decisiones
gubernamentales que pueden traer consecuencias impredecibles
o irreparables para un país.
Resulta sonrojante el papel de las ONGs en el “conflicto visible” de
Haití y en el silencio sobre el “conflicto invisible”
de Gaza, por ejemplo, sometida la población a un bloqueo
inmisericorde con el beneplácito y aquiescencia de los muy
“democráticos” países que con tanta diligencia se han
movilizado con Haití. Hasta Israel, el principal
responsable de ese bloqueo a Gaza, ha enviado equipos de
socorro y cooperantes, el colmo del sarcasmo.
Los mexicanos tienen un término que define a la perfección lo que hace el
sistema capitalista con los críticos: ningunear. Hagamos lo
mismo con este tipo de Organizaciones Para-Gubernamentales y
sus altavoces mediáticos si queremos salir de la ignorancia
o de la subinformación para no volver a caer en el ridículo
que se ha hecho con Haití. No demos crédito a lo que llega
de ellas y boicoteemos este tipo de organizaciones cómodas
con la simbiosis militares-cooperantes, y viceversa.
(*)
Alberto Cruz es periodista y escritor. Este artículo ha
contado con las aportaciones de Agustín Velloso, Ignacio
Gutiérrez de Terán y Toni Solo.
Notas:
(1) Entrevista a Jean Lavalasse, “El papel de las ONG en Haití plantea
muchas cuestiones”, www.michelcolon.info
(2) Alberto Cruz, “La ONU se reforma en círculo: la responsabilidad de
proteger” http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article625
(3) Mario Bettati y Bernard Kouchner, “Le Devoir d’ingérence” (París,
1987).
(4) Comisión de Contratación en tiempos de guerra en Irak y Afganistán,
Congreso de los Estados Unidos, 2 de febrero de 2009. Los
documentos referentes al Ejército de EEUU en lo referente a
la “ayuda de emergencia” pueden verse en http://www.dtic.mil
(5) The Financial Times, 3 de julio de 2009.
(6) Comité de Relaciones Exteriores del Senado de EEUU, 31 de julio de
2008.
(7)
US Army Field Manual, 2009. www.globalsecurity.org
(8) Rand, “Operaciones de estabilidad y reconstrucción”, 2009.
(9) Comité para las Relaciones Exteriores del Senado, 20 de mayo de 2009.
(10) Alberto Cruz, “La ONU se reforma en círculo: la responsabilidad de
proteger”
(11) Rafael Roel, “La contribución del Provincial Reconstruction Team (PRT)
español de Qala e Naw a la reconstrucción y desarrollo de
Afganistán” http://www.realinstitutoelcano.org