Para el haitiano que soy, en mi exilio voluntario, convertido en exilio
forzado desde el trágico 12 de enero 2010 (tenía previsto
la vuelta a mi tierra natal el 16 de enero), cualquier
actividad sobre Haití es una cuestión existencial.
Informarme sobre lo que ocurre allí se convierte en un tipo
de suplicio. Una obligación de soportar el racismo latente
que mi pueblo siempre ha sufrido. Una manera de morir a
fuego lento. En esta muerte lenta, escribir se impone como
una tentativa de despertarme. Reanudar la vida. Engañar el
vacío. Esquivar la impotencia… Siempre he preferido
escribir para que la vida florezca en vez de hacerlo para la
muerte… Las notas que presento hoy, no responden a ninguna
de mis preferencias, sino que han sido impuestas por la
fuerza de unas circunstancias dramáticas.
Para quienes se interesan por las cifras, hablemos claro: cerca de 250.000
muertos contabilizados oficialmente en Puerto Príncipe.
Aunque los diferentes recuentos no tienen en cuenta ni los
millares de muertos aún bajo los escombros, ni los que han
sido enterrados por sus propias familias.
Lo que
revelan las declaraciones de Bellerive
No se sabe si llorar leyendo las opiniones del jefe del Gobierno haitiano o
si rebelarse delante de las imágenes televisivas: “El
Gobierno constituido, no puede presentar resultados
(satisfactorios) ante esta situación.” Constatación: un
Gobierno incapaz de ejercer las funciones del Estado es,
claramente, un Estado que no existe.
Es exactamente de este modo que conviene interpretar las quejas de Jean-Max
Bellerive relativas a los problemas de infraestructuras en
el aeropuerto internacional de Puerto Príncipe, cuando
afirma que “impidieron la llegada de los aviones de
ayuda”. La dificultad es más humana que infraestructural,
pues los militares yanquis reabrieron el aeropuerto de
Puerto Príncipe para aviones comerciales desde el 19 de
febrero. Sin embargo, ellos permitieron solamente el
aterrizaje de los aviones de su compañía, la American
Airlines. Es que el gobierno de Bellerive, a pesar de
necesitar las tasas de impuestos, no tiene ningún control
sobre dicho aeropuerto: tanto Ballerive como el propio
Presidente, René Préval, entregaron rápidamente el
aeropuerto a los militares estadounidenses, cuyo
representante - el general P. Ken Keen, segundo comandante
del SouthCom (Comando del Sur) - estaba desde antes del 12
de enero en Puerto-Príncipe, “para coordinar las
operaciones de ayuda previsibles”.
El terremoto del 12 de enero afectó a Puerto Príncipe y otras ciudades del
mismo departamento del Oeste, también a una parte del
Sureste donde más que vidas humanas destruyó
construcciones. No sólo las fuerzas armadas estadounidenses
se apoderaron del aeropuerto de Puerto Príncipe, sino que
tomaron rápidamente el control de todo el país,
especialmente de los puertos y aeropuertos. En algunos
lugares, sustituyeron incluso´la bandera haitiana por la
suya. Y ocupan ostentosamente el malecón St-Nicolas
(Noreste), región que da una vista sobre Cuba, similar a
aquélla que ofrece sobre el mar una casa de vacaciones.
Nuestra información es demasiado limitada sobre las
cuestiones geológicas para poder proporcionar cualquier
explicación precisa. No obstante, la hipótesis de que uno
de los elementos de la rapidez de los Estados Unidos para
intervenir sería la existencia de reservas de petróleo y
minerales (en la medida en que Haití está en la intersección
de dos placas tectónicas), asume veracidad. Es decir, la
nueva oofensiva imperialista económica que, desde hace
tiempo se viene orquestando, aprovecha una catástrofe
natural para ocupar a Haití reforzando así su condición
de país neo-colonizado.
En las declaraciones del jefe del Gobierno haitiano al Parlamento, dos
elementos particulares merecen la atención.
Primero: Bellerive define como problema que impide la distribución de la
ayuda el hecho de que “las personas sin hogar por el seísmo
estén mezcladas con las otras personas pobres que vivían
en la precariedad mucho antes de la catástrofe”. En su
razonamiento, eso “dificulta la distribución de la ayuda
y crea tensiones”.
Segundo: el principal problema es que la ayuda pasa por las ONGs en lugar
del Gobierno. Y la mayoría “de estas entidades no estaban
preparadas” para asumir tal responsabilidad. Como para
ridiculizar al Primer Ministro haitiano, la agencia de
noticias brasileña que informa sobre las declaraciones,
publicó, inmediatamente después, un número de cuenta
bancaria de la ONG brasileña "Viva Río", una de
estas entidades que están enriqueciendo a costa de las víctimas
en Haití. Una observación sobre "Viva Río": su
proyecto en Haití desde 2005 emplea a 130 trabajadores
haitianos por un salario mensual de 135 dólares. Uno de sus
dirigentes, Valmir Fachini, justifica este salario de hambre
con el siguiente argumento: “Si pagamos un céntimo de más
a estos trabajadores, estos últimos tendrían un nivel de
vida superior que causaría una inflación y rompería la
economía del país.”
Volveremos de nuevo sobre la participación de las ONGs en la construcción
socio-histórica del seísmo de Puerto-Príncipe y sus
consecuencias, ahora pongamos atención nuevamente en el señor
Bellerive. ¿Cuáles son las revelaciones contenidas en las
observaciones del Primer Ministro con respecto a las
personas sin hogar? Son múltiples. Indicaremos dos.
La primera: la presencia continua de personas sin hogar en las calles de
Puerto-Príncipe antes del 12 de enero, nunca constituyó un
problema a los ojos de los dirigentes haitianos. Muchos
pobres vivían en la precariedad mucho antes la última catástrofe,
pero eso era tan ordinario que no era un hecho a destacar.
Eso se consideraba como “natural”. La presencia de estas
personas sin hogar habituales se convierte en un problema
solamente a partir del 13 de enero de 2010. En efecto, ellos
también quieren recibir ayuda, una botella de agua o una
caja de sardinas. Estas personas eternamente sin hogar
dificultan, según Bellerive, la distribución de la ayuda a
las nuevas personas sin hogar de hoy - que pasaran a ser mañana
las nuevas personas sin hogar. “Naturalmente”.
Representan una clase de indigentes que impide el despliegue
de la bandera “de la solidaridad de espectáculo”, para
retomar una expresión preferida a Jn Anil Louis-Juste,
militante perseguido por los militares brasileños durante
2009 y, finalmente, cobardemente asesinado dos horas antes
del seísmo.
Segunda revelación del señor Bellerive: la “solidaridad de espectáculo”
que se despliega en Puerto-Príncipe no se propone en ningún
caso combatir el problema estructural de la vivienda en el
país, mucho más devastador que el propio seísmo. El
Primer Ministro deja las cosas en claro en sus
sobrentendidos: ya había personas sin hogar en Puerto-Príncipe
y era natural. ¿Por qué entonces la presencia de algunos
millares más de sin techo podrían ser un problema? Incluso
si llegan a un millón. Como lo observó la intelectual
brasileña Marilena Chaui, citando a Karl Marx: “el modo
de producción capitalista es el único en ser histórico de
ponta a ponta, en el cual no subsiste nada que sea natural.
Por esta razón en este modo de producción, la ideología
tiene una fuerza inmensa, ya que su función consiste en
hacer entrar lo natural en la historia, naturalizarse en lo
que es histórico.” (Chaui, 2007, p. 146).
Esta realidad nos pone en la obligación, a riesgo de ser repetitivo, de
demostrar el carácter socio-histórico del drama de
Puerto-Príncipe. Una manera de recordar que es el producto
de la acción humana, orquestada en circunstancias
conocidas. Lo que pondrá en evidencia que este drama era
evitable y que hay como evitar su repetición en el futuro,
puesto que no responde a ninguna necesidad vital, natural,
universal, inmutable o racional, si no que responde a las
necesidades de reproducción del modo de producción que lo
generó: el del Capital. No basta que la tierra tiemble (el
seísmo fue de magnitud 7 sobre la escala de Ritcher), para
que una catástrofe de este tipo se desate. Otras
condiciones sociales deben reunirse que, en el caso de Haití,
han sido forjadas históricamente por las potencias
dominantes del mundo.
Sexto
siglo de venas abiertas
No insistiré en que Haití sufrió dos colonizaciones al principio de la
era de la modernidad: una colonización española
(1492-1697) y una francesa (1697-1803). Recordaré, no
obstante, de forma resumida, que la administración colonial
francesa por sí sola destruyó sistemáticamente un 45% del
medio ambiente haitiano durante estos algo más de 100. ¿Quién
no escuchó hablar de esas obras maestras de los edificios
en Francia con la inscripción: “madera de Haití”? No
es una imaginación literaria prolífica que concedió a
Haití el título de “Perla de las Antillas”. Estos
laureles, el país los había ganado en reconocimiento del
volumen fuera de lo común de riquezas que Francia de alli
extraía. Tengo un reconocimiento particular por la
simplicidad con la cual Benoit Joachim resume las primeras
consecuencias de esta vena abierta de Haití:
“Si la explotación de la tierra y de los hombres en la colonia de Santo
Domingo [actual República de Haití] contribuyó enérgicamente
a enriquecer a la burguesía francesa y aceleró el
desarrollo del capitalismo en la metrópoli, por el
contrario, el trabajo esclavo del pueblo que había
permitido esta acumulación del capital en la metrópoli, sólo
heredó de suelos usados gran parte de superficies
calcinadas, de ruinas sin
fin.” (Joachim, 1979, p. 87)
Cuando la burguesía establece su explotación abierta, desvergonzada,
directa, brutal en un espacio, el resultado no podría ser
diferente.
Si la independencia (declarada el 1 de enero de 1804) hubiera cerrado esta
vena abierta, esta sangría, el medio ambiente haitiano se
habría curado ciertamente. Pero Haití debió firmar y
pagar a Francia una “deuda” que nunca contrató de 150
millones de francos-oro. La ley de la selva capitalista
sigue prevaleciendo aún, al punto que ningún Gobierno
francés asumió la decencia de devolver este dinero,
injustamente saqueado. El señor Nicolas Sarkozy, primer
presidente francés en visitar a Haití, el 17 de febrero
pasado, reconoció el crimen cuando dijo: “Nuestra
presencia aquí no dejó buenos recuerdos… Las heridas de
la colonización, y, quizá peor aún, las condiciones de la
separación dejaron rastros. […] Aunque mi mandato no
comenzó en el momento de Carlos X, soy a pesar de todo
responsable en nombre de Francia “. Recordemos: Carlos X
es el nombre del rey francés que saqueó los 150 millones
de francos-oro.
El pago de esta suma - evaluada en más de 21.000 millones de dólares en
2003 - tuvo sobre el medio ambiente haitiano un efecto
comparable al de la colonización de los siglos pasados. Ya
que las clases dominantes haitianas, que no pagaron un céntimo
hasta 1920, chuparon todo este dinero de la explotación de
los campesinos y las campesinas, principalmente de su
producción cafetal, forzándolos así, para garantizar su
subsistencia, a establecer en las superficies en pendiente
cultivos erosivos como el maíz, el boniato o la judía.
Mientras tanto, estas mismas clases dominantes, aliadas a
sus primas europeas y norteamericanas, hundieron la reserva
forestal del país. Demos una vez más la palabra a Benoit
Joachim:
“Todos los testigos destacaron el desarrollo sin precedentes de las
explotaciones forestales en Haití en el siglo XIX. Las
maderas de tinte, ebanistería, construcción… se
impusieron por su volumen creciente a la exportación. Todos
los navíos que levan anclas de los puertos haitianos se
llevaban del campeche (la madera roja). La variedad `de
madera de salina', cuyas cualidades tintóreas se ponían en
valor por su larga inmersión de tres semanas a dos meses
antes de llegar al puerto de embarque, iba principalmente a
Le Havre, mientras que la `madera de ciudad', de segundo
orden, se empleaba en Inglaterra, Alemania, los Estados
Unidos.” (Ibid, pp. 202-203)
Si el proceso se hubiera cerrado allí, Haití muy ciertamente no habría
sido lo que es hoy. Pero no. La situación no es tan simple.
Francia esclavista ella misma, considerándose perdedora,
pero siendo muy fuerte, había reclamado una rescate de 150
millones de francos-oro como “compensación” a cambio de
que firmó el reconocimiento de la independencia de Haití
en 1825, aliviando así algunos términos del embargo. Pero
los Estados Unidos esperaron hasta la década 1860 para
realizar este simple gesto. Ya que en el orden moderno, no
se preveía lugar para una República dirigida por negros
antes esclavizados.
Así pues, en el momento en que los dominadores abren el Siglo XX con una
primera gran guerra (llamada erróneamente Primera Guerra
Mundial), los Estados-Unidos aplican la doctrina de Monroe -
“América a los Americanos” -, es decir, para las élites
capitalistas de los Estados Unidos , Establecen entonces su
primera ocupación militar oficial de Haití (1915-1934). El
primer acto de esta invasión comienza por un hold-up sobre
el Banco Central haitiano. Toda la reserva de oro del Banco
de la República de Haití fue robada y llevada a
Washington. El acto dos consistió en expulsar a los
campesinos de sus tierras - estos mismos campesinos cuyo
duro trabajo pagó el saqueo francés, mal nombrado “deuda
de la Independencia”. “Se embarcó” a estos
campesinos, como en la época de los negreros, hacia las
plantaciones de caña de azúcar estadounidenses en Cuba y
la República Dominicana. Ya que, argumentaron los yankis:
“La mano de obra negra es más rentable y menos
costosa.” Las tierras robadas a los campesinos se
entregaron a compañías norteamericanas que no tardaron en
transformarlas en desierto, a la imagen de Savann Dezole (Gonaïves),
allí donde fallecieron la mayoría de las víctimas de la
tormenta tropical Jeanne en 2004.
Si Francia y los Estados Unidos están a la cabeza en la lista de los
saqueadores de recursos haitianos, se puede observar que son
bastante bien acompañados en la cumbre del cuadro. Países
como Inglaterra o Alemania nunca pensaron dos veces, durante
todo el Siglo XIX, antes de sitiar las cajas de la República
de Haití con sus navíos de guerra, exactamente como un
ladrón de calle clava su revólver sobre la sien de su víctima.
El “Asunto Luders” – un alemán condenado por haber
infringido nuestras leyes en 1897, y que sirvió de pretexto
para que el Gobierno alemán enviara dos navíos de guerra a
Puerto Príncipe y
de exigir un rescate de 20.000 dólares – se lo conoce
todo alumno haitiano.
Pero la estocada debía venir del gran vecino del norte. Hasta el final de
la década 70 del siglo XX Haití fue autosuficiente en su
alimentación, sobre todo en producción de arroz, que es la
base de la alimentación. Pero con la necesidad de aumentar
su mercado, los Estados Unidos definieron el mercado
haitiano como uno de sus patios ideales. Gozando de la
complicidad de la burguesía grandonárquica [1] haitiana y
sus gobernantes, procedieron a la matanza sistemática de
todos los puercos haitianos. El pretexto había sido que los
puercos haitianos estaban enfermos de peste africana. Para
entender el alto alcance criminal de este acto, basta
recordar que, en Haití, en la época, se llamaba al puerco:
“kanè bank peyizan" (cuenta bancario del campesino).
Ya que, junto a la agricultura de subsistencia, la cría de
puerco se había revelado la principal fuente de
sobrevivencia en el medio rural haitiano. Numerosos pequeños
campesinos van a encontrarse drásticamente empobrecidos. Es
entonces, una vez cortado el ganado porcino, que el Estado
haitiano firmó con el Estado dominicano un acuerdo en
virtud del cual aquél se compromete a proporcionar a éste
“el excedente de brazos”, para ser empleado como mano de
obra semi-esclava en la caña de azúcar, en las
plantaciones de caña de la región fronteriza
haitiano-dominicana.
Cómo
hicieron pagar la lucha por la abolición de la esclavitud
Escritores muy a favor de Haití, como el teólogo de la liberación Frei
Betto, constatan que “para el Occidente `civilizado y
cristiano', Haití siempre ha sido un negro inerte en un
escaparate, abandonado a su propia miseria” [2].
Por compasiva que sea esta afirmación, sólo indica un aspecto del
problema. Haití nunca fue abandonado. Fue rapiñado sistemáticamente
por el Occidente “civilizado y cristiano”
moderno/colonial. Su saqueo no es producto de la casualidad:
desde Hegel y la publicación "La razón en la
historia", el Occidente se encuentra en la obligación
de probarse a sí mismo que los negros no son humanos; no
forman parte de la civilización; que están al límite máximo
de la historia, pero no pueden entrar en la historia sin la
intervención del colonizador esclavista europeo; que por lo
tanto, la abolición brutal de la esclavitud es un grave
error. Es cierto que “la esclavitud es una injusticia en sí
y para sí, ya que la esencia humana es la libertad. Pero,
para llegar a la libertad, el hombre debe en primer lugar
adquirir la madurez necesaria. Por lo tanto, la eliminación
gradual de la esclavitud es más conveniente y justa que su
abolición brutal.” (Hegel, 2006, p. 260)
Claramente, para Hegel como para el Occidente moderno/colonial, el pueblo
haitiano cometió un error gravísimo suprimiendo
violentamente la esclavitud en vez de esperar su eliminación
gradual. Es este error que paga el pueblo haitiano, el error
de ponerse de pie solo y suprimir violentamente la
esclavitud. Ya que, afirma el pensador de la modernidad,
“la esclavitud contribuye a suscitar un mayor sentimiento
de humanidad en los negros. [...] es un momento de progreso
[...], un momento de educación, una especie de participación
en una vida ética y cultural superior” (Ibid, pp.
259-260).
Pero los negros haitianos llevados por Boukman, Jean-Jacques Dessalines y
demás, han rechazado sencillamente este momento de paso a
un grado superior. Sus descendientes deben pagar las
consecuencias. Desde que Hegel escribió: “El negro
representa al hombre natural en toda su crueldad y carece de
disciplina. [...] No se puede encontrar nada en su carácter
que corresponde al humano” (Ibid. p. 250-251), el
Occidente se encontró en la obligación de fabricar en
todas partes la tesis de que el negro es incapaz de
auto-gobernarse. De ahí, el discurso malicioso que salió
del imaginario occidental para justificar en 2004, la
tercera invasión militar oficial de Haití, esta vez por
tropas latinoamericanas.
La lectora o el lector habrá observado que no me detuve en la descripción
de los actos de saqueo imperialistas sobre la economía
haitiana. Considerado que no es difícil deducir como estos
saqueos participaron activamente en la construcción del seísmo
del 12 de enero y sus efectos trágicos. Otra observación
se impone, a pesar de todo. Puerto Príncipe, la capital de
Haití, es una ciudad construida inicialmente para albergar
a 250.000 habitantes. Según el Censo general de la población
y la vivienda realizado en 2003, la población de la región
metropolitana de Puerto Príncipe se acercaba a casi los 3
millones. No es necesario ser urbanista, arquitecto o
ingeniero, para imaginar en qué condiciones los seres
humanos expulsados del medio rural son tirados en las
ciudades. Se comprende, fácilmente, el por qué todo fenómeno
“natural” que afecta a Haití gene una hecatombe.
Las
ONGs: nuevas administradoras coloniales en Haití
La industria de la deshumanización de la vida del pueblo negro haitiano no
cuenta solamente con los saqueos económicos y las
invasiones militares. Como lo había señalado Talleyrand,
no se construye una soberanía solamente con bayonetas. Es
necesario generar la idea que algún pueblo no forma parte
de la historia, que no son seres humanos. Es decir la lógica
de la colonialidad no se limita (no podría satisfacerse) a
apropiarse de la tierra, a explotar la mano de obra y a
establecer su control político. Le es necesario controlar
todo el ser social, hasta la sexualidad de la gente. Más
importante aún, debe controlar la propia subjetividad de la
gente a través de sus conocimientos y creencias. Lo que se
constató en Haití, es que todo el peso de la Iglesia Católica
no consiguió impedir el desencadenamiento de la revolución
de 1791 (iniciada con Boukman) que triunfó el 1 de enero de
1804 (con Jean-Jacques Dessalines). Los saqueos y otros
asaltos de las potencias imperialistas occidentales durante
todo el Siglo XIX no consiguieron modificar la capacidad de
resistencia de las clases populares haitianas, especialmente
del campesinado, que nunca dejó de reclamar el derecho a la
tierra.
La invasión de lHaití por la mayor potencia imperialista (EEUU) al
principio del Siglo XX debió enfrentarse a una resistencia
popular. Los
nombres de Charlemagne Péralte y Benoit Batravaille son el
símbolo. Por
ello, junto a las Iglesias llamadas evangélicas que pululan
en aceleración de la miseria de las masas, a partir de la
segunda mitad del Siglo XX, la misión de administrar la
neocolonialidad en Haití se ha confiado a las famosas
organizaciones mal llamadas "no gubernamentales",
que actúan como los gobiernos coloniales del nuevo milenio.
Su trabajo consiste en impedir que la matriz colonial que
estructura las relaciones capitalistas salgan a la luz. O si
salen, hacer creer que se pueden corregir con la "ayuda
al desarrollo", de la "democracia" o de una
economía más fuerte (Mignolo, 2007).
Desde hace algunas décadas, desde 1948 para ser preciso, Haití experimenta
programas de desarrollo. En la región de Cochon-Gras (Marbial,
sureste), una región campesina, obviamente. Ya que en Haití,
un país mayoritariamente rural y esencialmente agrícola,
se identificó a los campesinos como el primer sector que
debía ser controlado. El papel del desarrollo comunitario,
introducido en el medio rural, consistió en la difusión de
nuevas técnicas agrícolas destinadas a convencer a los
campesinos de que el fracaso de rendimiento de las tierras
resultaba de su ignorancia de las técnicas culturales y no
de la confiscación de las tierras fértiles por los
grandons-bourgeois.
Haití iba a conocer un verdadera invasión de las ONGs a partir de la década
1970 por dos razones. En primer lugar, con la reestructuración
productiva del capital y la imposición de la economía
dicha de mercado, a nivel internacional; y, a nivel local,
con la exterminación de los militantes comunistas
haitianos, luego que el agente de la CIA, Frank Eyssalem,
los hubiera inflitrado. Desde entonces, la dicha APD (Ayuda
Pública al Desarrollo) se privatizó en manos de las
famosas ONGs. De ahí toda la veracidad de los reproches
dirigidos por el Primer Ministro Bellerive a los proveedores
de fondos: “Son ellos quienes permiten a las
organizaciones no gubernamentales hacer lo que quieren. Y
son ellos quienes no exigen de estas ONG que den cuentas al
Gobierno.”
La primera ley por la cual se regula el funcionamiento y la implantación de
las ONG se remonta a 1982. Estas “Organizaciones no
gubernamentales de ayuda al desarrollo”, para retomar el
nombre que se les dio, tenían por obligación, en conexión
con los Consejos de acción comunitaria jean-claudistes
(Conajec - Jean-Claude Duvalier), “de proponer programas y
proyectos susceptibles de mejorar las condiciones de vida de
las comunidades rurales o urbanas”. En 1987, un año después
del final oficial del Gobierno dictatorial, la Unidad de
coordinación de las actividades de ONGs (UCAONG) ya había
contabilizado a más de 950 ONGs que ejercían legalmente en
el territorio haitiano. Antes del seísmo, eran más de
4000, en particular, en las regiones más desamparadas.
Del 13 de enero a hoy, su número ya se habría duplicado, según
observadores en Haití. Es con muchas charangas que los
grandes medios de comunicación anuncian cada vez las
promesas de ayuda a Haití. Las conferencias de prensa de la
embajada estadounidenses en Haití - tres por semana - son
misas a las cuales asisten religiosamente los periodistas
haitianos que luego repiten el discurso. Pero la verdad es
que ni un céntimo de estas colosales sumas para la
"ayuda" va al Gobierno haitiano. Cada país
distribuye su ayuda a sus ONGs activas en el territorio
haitiano. Pero, nunca se dice una palabra sobre los
esfuerzos titánicos de los 400 médicos cubanos que
prodigan sus cuidados a los heridos. En 2004, habían estado
durante mucho tiempo solos para ocuparse de los heridos del
huracán en Gonaïves. Nunca una palabra sobre Sudáfrica,
que envió todo un contingente sanitario. Nunca una palabra
sobre la República Democrática del Congo, que envió una
subvención de 2,5 millones de dólares. O sobre la
contribución de 1 millón de dólares de Gabón; de 1 millón
de dólares de Senegal; de Marruecos que envió dos aviones
de medicamentos, y de otros países africanos cuya ayuda
llega directamente al Gobierno haitiano.
Para saber como se utiliza el dinero llegado en Haití en el nombre del
pueblo haitiano, es necesario escuchar al señor Michel
Chancy, actual ministro de Agricultura que dirigió una ONG
durante 10 años. La llamada "cooperación
internacional" se dispersa en centenares de pequeños
proyectos que, muy a menudo, no son coherentes. “Esta forma de cooperación despilfarra los recursos.
"En el Ministerio de Agricultura [por ejemplo], no se
pueden coordinar estos proyectos porque allí hay
demasiados. Si tomo la vacunación de los animales. Tengo
quizá siete o ocho proyectos de vacunación. Podría tener
un programa global de vacunación, pero como cada agencia
internacional tiene sus fondos, se separa nuestro programa
nacional de vacunación en cinco, seis o siete proyectos.
Cada proyecto tiene sus procedimientos diferentes, cada
proyecto tiene su cuenta en banco, su administrador. Con el
resultado que nuestro tiempo es gastado por la administración.
Les digo todo eso para decirles que hay todo un conjunto de
problemas que hacen que la capacidad de gestión de los
propios haitianos sea muy afectada.”
Los grandes medios de comunicación hacen un concierto de la ayuda de
urgencia a los haitianos. Y muestran muertos de hambre que
se pelean por una bolsita de agua. Pero no hay una palabra
sobre la (re) construcción de hospitales, escuelas o
universidades públicas. Hay muchos discursos sobre las
tiendas para refugios provisionales, pero no hay una palabra
sobre la construcción de alojamientos sociales duraderos.
Muchas promesas de grandes sumas, cuyo pago estará a cargo
de la población del país, ya que se contabilizan como préstamos
(a reembolsar) con el fin de mantenernos aún en la
dependencia. No hay una palabra en favor de la anulación de
toda deuda. Muchos soldados para reforzar la violencia y la
ocupación, ¿pero a cuánto médicos, enfermeras,
ingenieros permanecen?
En 2009, la clase obrera haitiana experimentó de una manera muy particular
el significado de la presencia de las tropas militares
latinoamericanas). Después de seis años de negación de
sus obligaciones legales, el Parlamento finalmente había
reajustado el salario mínimo, haciéndolo pasar de 70 a 200
gourdes (1 euro = 60 gourdes). Los estudiantes de la
Universidad de Estado de Haití lucharon durante cuatro
meses (de junio a septiembre) para forzar la promulgación
de la ley por el jefe del Estado. La Minustah (Misión de
las Naciones Unidas para la Estabilización en Haití,
comandada por el ejército brasileño) reprimió a sangre y
fuego. Incluso el Hospital de la Universidad de Estado de
Haití – el hospital de los pobres – se regó de gas
lacrimógeno. En distintas ocasiones, la Minustah había
intentado invadir la Universidad, en busca de militantes,
especialmente del profesor Jean Anil Louis-Juste, indicado
como el principal responsable de las reivindicaciones. Luego
asesinado, alrededor de dos horas antes del seísmo.
Los 250.000 muertos del seísmo del 12 de enero son víctimas sobre todo de
la injusticia agraria cometida y no reparada desde hace 204
años. En 1987, el impulso popular había llevado a los
constituyentes a crear en la Constitución un Instituto
Nacional de la Reforma Agraria (Inara). Pero era,
precisamente, para dejar sin tocar la cuestión de la
propiedad de la tierra. Ya que toda reforma agraria pasará,
indefectiblemente, por la (re)apropiación de las tierras
robadas y llamadas hoy “propiedad privada”. Una
redistribución de la tierra implica que los beneficiarios
sean sus verdaderos propietarios: los campesinos. Sin
necesariamente confundir distribución de tierra y reforma
agraria. Eso incluirá las tierras fértiles de Ouanaminthe,
transformadas en "zonas francas", las tierras fértiles
robadas por las empresas brasileñas y establecidas
actualmente en Jatropha, etc.
En efecto, se comprende que mientras el orden socio-metabólico del capital
siga reinando en Haití, no habrá medio de evitar
calamidades del tipo del 12 de enero de 2010 o 21 de
septiembre de 2004. Por esta razón es necesario comenzar
inmediatamente por levantar nuevamente nuestras demandas y
reivindicaciones:
• Anulación inmediata y total de la deuda (multilateral y bilateral) de
Haití, y esto, sin ninguna condición.
• ¡Pago de las reparaciones! Restitución inmediata por el Gobierno francés
de los 900 millones de euros de la fortuna Duvalier; dinero
robado por el dictador al pueblo haitiano (así como el
dinero de Duvalier tenido por los bancos suizos).
• Reembolso de los 150 millones de francos-oro (21 mil millones de euros)
pagados después de su independencia por los haitianos
“para compensar” a los esclavistas francés.
• Que el dinero pagado y otros recursos estén bajo control de los
trabajadores haitianos y de sus organizaciones.
• Basta de ocupación militar: salida de las todas las tropas
(norteamericanas y del Minustah).
(*)
Franck Seguy es sociólogo y miembro de la organización
revolucionaria ASID (Asociación Universitaria
Dessaliniana). Cursó una maestría en servicio social en la
Universidad Federal de Pernambuco, Brasil.
Notas:
[1] El concepto de grandonarcho-burguesía o burguesía grandonárquica
designa las prácticas patrimonialistas de los que llamamos
en Haití los grandons-bourgeois (literalmente burgueses
latifundistas). Este último concepto es de nuestro camarada
Jn Anil Louis-Juste (brutalmente asesinado dos horas antes
del terremoto), para llamar la atención sobre la
especificidad de la burguesía haitiana. Es una burguesía
de grandes latifundistas (grandon, en lengua haitiana) pero
que no invierten en la producción. Sus tierras, que no se
insertan en la producción directamente capitalista, se confían
a campesinos que las hacen fructificar a continuación para
pagar el grandon en renda – operación a la cual el
grandon se lleva la parte del león mientras que lo que
recibe el campesino ni siquiera cubre los gastos que había
realizado para la producción. Este mismo grandon, como
burgués, invierte principalmente en las actividades
comerciales de importaciones/exportaciones. Componen en Haití
una clase de grandonarquia, es decir, una familia (un poder)
muy de poca gente que controla la parte fundamental de la
economía nacional.
[2] Frei Betto, "O Haiti existe?". Alainet, 29 de enero 2010.
Bibliografía:
CHAUI, Marilena. A história no pensamento de Marx, in Atilio A. Boron et.
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