La polarización del debate
sobre WikiLeaks en realidad es bastante simple. De todos los gobiernos del
mundo, el gobierno de EE.UU. es la mayor amenaza para la paz y la seguridad
mundiales. Es obvio para cualquiera que considere los hechos con un poco de
objetividad. La guerra de Iraq se ha cobrado cientos de miles, y muy
probablemente más de un millón, de vidas. Fue totalmente innecesaria e
injustificable, y basada en mentiras. Ahora Washington se orienta hacia una
confrontación militar con Irán.
Como señaló hace poco
Lawrence Wilkerson, ex jefe de gabinete de Colin Powell, en la preparación de
una guerra contra Irán, estamos más o menos al nivel de 1998 en la preparación
para la guerra de Iraq.
A partir de esto, incluso si
se ignora el tremendo daño que Washington causa a los países en desarrollo
en áreas como el desarrollo económico (mediante instituciones como el Fondo
Monetario Internacional y la Organización Mundial de Comercio) o el cambio
climático, es obvio que cualquier información que saque a la luz la
“diplomacia” estadounidense es más que útil. Tiene el potencial de
salvar millones de vidas humanas.
Es algo que se entiende o no.
El presidente de Brasil, Lula da Silva, quien provocó la molestia de
Washington en mayo pasado cuando trató de ayudar a desactivar la confrontación
con Irán, lo entiende. Por eso defendió y declaró su “solidaridad” con
el acosado fundador de WikiLeaks, Julian Assange, a pesar de que los cables
filtrados no constituyen una lectura agradable para su propio gobierno.
Un área de la política
exterior que los cables de WikiLeaks ayudan a iluminar, que fue
previsiblemente ignorada por los principales medios, es la ocupación de Haití.
En 2004, el presidente democráticamente elegido del país, Jean–Bertrand
Aristide, fue derrocado por segunda vez, por una acción dirigida por el
gobierno de EE.UU. Los funcionarios del gobierno constitucional fueron
encarcelados y miles de sus partidarios, asesinados.
El golpe haitiano, aparte de
ser una repetición del derrocamiento de Aristide en 1991, también fue muy
similar al intento de golpe en Venezuela en 2002 –que también llevaba por
todas partes las huellas digitales de Washington. Algunas de las mismas
personas en Washington estuvieron involucradas en ambos actos. Pero el golpe
venezolano fracasó –en parte porque gobiernos latinoamericanos declararon
inmediata y enérgicamente que no reconocerían al gobierno golpista.
En el caso de Haití,
Washington había aprendido de sus errores en el golpe venezolano y juntó
apoyo por adelantado para un gobierno ilegítimo. Sólo dos días después del
golpe se aprobó una resolución de la ONU y ésta envió al país sus
fuerzas, encabezadas por Brasil. La misión sigue siendo dirigida por Brasil,
y tiene tropas de una serie de gobiernos latinoamericanos que se ubican a la
izquierda del centro, incluyendo a Bolivia, Argentina y Uruguay. Entre los
latinoamericanos también participan Chile, Perú y Guatemala.
¿Habrían enviado soldados
esos gobiernos para ocupar Venezuela si el golpe hubiera tenido éxito?
Evidentemente no habrían considerado una acción semejante, pero la ocupación
de Haití no es más justificable. Los gobiernos progresistas de Suramérica
han cuestionado enérgicamente la política de EE.UU. en la región y en el
mundo, y algunos de ellos han utilizado regularmente palabras como
imperialismo e imperio como sinónimos de Washington. Han creado nuevas
instituciones como UNASUR para impedir ese tipo de abusos del Norte. Bolivia
expulsó al embajador de EE.UU. en septiembre de 2008 por interferir en sus
asuntos internos.
¿Se pueden pisotear los
derechoa humanos fundamentales y democráticos porque los haitianos son pobres
y negros?
La participación de esos
gobiernos en la ocupación de Haití es una grave contradicción política, y
está empeorando. Los cables de WikiLeaks ilustran lo importante que es para
EE.UU. el control de Haití.
Un largo memorando de la
embajada de EE.UU. de Puerto Príncipe a la secretaria de Estado de EE.UU.
responde preguntas detalladas sobre la vida política, personal y familiar del
presidente haitiano René Preval, incluyendo aspectos tan vitales para la
seguridad nacional como “¿Cuántos tragos puede consumir Preval antes de
mostrar señales de ebriedad?” También expresa una de las principales
preocupaciones de Washington:
“Su nacionalismo reflexivo
y su desinterés por manejar relaciones bilaterales en un sentido diplomático
amplio, llevarán a fricciones periódicas a medida que nos movemos hacia
nuestra agenda bilateral. Un ejemplo claro es que creemos que en términos de
política exterior Preval está extremadamente interesado en obtener más
ayuda de cualquier fuente disponible. Es probable que se suenta tentado de
encuadrar su relación con Venezuela y con aliados de Chávez en el hemisferio
de una manera que según espera creará una atmósfera competitiva en cuanto a
quién proveerá más a Haití.”
Por ese motivo se libraron de
Aristide –que estaba muy a la izquierda de Preval– y no permiten que
vuelva al país. Por eso Washington financió las últimas “elecciones”
que excluyeron al mayor partido político de Haití, el equivalente a
descartar a los demócratas y a los republicanos en EE.UU. Y por ese motivo la
MINUSTAH sigue ocupando el país, más de seis años después del golpe, sin
otra misión aparente que reemplazar al odiado ejército haitiano –abolido
por Aristide– como fuerza represora.
Los que no entienden la política
exterior de EE.UU. piensan que el control sobre Haití no es importante para
Washington porque es muy pobre y no tiene minerales o recursos estratégicos.
Pero Washington no opera de esa manera, como ilustran una y otra vez los
cables de WikiLeaks. Para el Departamento de Estado y sus aliados, todo es un
juego de ajedrez implacable, y los peones son importantes. Hay que derrocar a
los gobiernos de izquierda o impedir que lleguen al poder donde sea posible
hacerlo; y los países más pobres –como Honduras el año pasado–
presentan los objetivos más oportunos. Un gobierno democráticamente elegido
en Haití, debido a su historia y a la conciencia de su población, será
inevitablemente un gobierno de izquierda –y un gobierno que no se alineará
con las prioridades de la política exterior de Washington para la región–.
Por ello, no se permite la democracia.
Miles de haitianos han
protestado contra el simulacro de elecciones, así como por el papel de la
MINUSTAH al causar la epidemia de cólera que ya ha costado más de 2.300
vidas y que podría matar miles de personas más en los próximos meses y años.
A juzgar por la rápida propagación de la enfermedad, puede haber habido una
enorme negligencia criminal por parte de la MINUSTAH –es decir el vertido a
gran escala de desechos fecales en el río Artibonite. Es otro inmenso motivo
para que se vayan de Haití.
Es una misión que cuesta más
de 500 millones de dólares al año, en circunstancias en que la ONU ni
siquiera puede reunir un tercio de esa suma para combatir la epidemia causada
por la misión o para suministrar agua potable a los haitianos. Y ahora la ONU
pide un aumento a más de 850 millones para MINUSTAH.
Ya es hora de que los
gobiernos progresistas de Latinoamérica abandonen esta ocupación, que va
contra sus propios principios y profundas convicciones y contra la voluntad
del pueblo haitiano.
(*)
Mark Weisbrot es codirector, junto a Dean Baker, del Center for Economic and
Policy Research de Washington, DC. Doctorado
en economía por la Universidad de Michigan, ha escrito numerosos trabajos
sobre política económica, centrándose especialmente en Latinoamérica y la
política económica internacional. Es
autor, con Baker, de “Social Security: The Phony Crisis” (University of
Chicago Press, 2000).