El panorama social se ha
ensombrecido durante los últimos meses en Haití donde los efectos del
terremoto devastador del 12 de enero de 2010 se conjugan con debilidades
recurrentes en materia de servicios sociales de base y la ausencia de una política
adecuada para enfrentar la situación.
La exclusión se ha incrementado
con las dificultades de acceso sobre todo a los servicios de salud, a la
vivienda, a la educación, al trabajo y a la alimentación, sea como
consecuencia directa del terremoto, sea a causa de deficiencias del sistema
vigente.
Una desgracia
más
La epidemia de cólera que se
desató en el país a mediados de octubre ha develado la negligencia de las
colectividades políticas que sucesivamente han detentado las riendas del
poder durante varias décadas. La enfermedad, aparecida en la Meseta Central
(al este), se propagó rápidamente en los 10 departamentos con un saldo, según
las cifras oficiales de mediados de diciembre, de más de 2500 muertos y
aproximadamente 115.000 personas contaminadas.
Una polémica persiste sobre el
origen de la enfermedad, pero el pueblo inculpa al contingente nepalés de la
Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (MINUSTAH).
Los militares de Nepal, país que ha tenido brotes de cólera, son sospechosos
de haber vertido materias fecales en un río que atraviesa la región donde
aparecieron los primeros casos. Más allá de las responsabilidades a
establecer en esta cuestión fundamental, lo que salta a los ojos es el
abandono que afecta a la mayor parte de la población, que vive en una
insalubridad total, sin acceso al agua potable ni a letrinas.
Operaciones de urgencia han sido
emprendidas para la distribución de agua, cloro, medicamentos y bolsas para
restos humanos en varias regiones. Entre tanto, se han iniciado
precipitadamente campañas de sensibilización de la población con respeto a
los principios de higiene. En muy poco tiempo, las autoridades locales fueron
completamente rebasadas. Diversas estructuras de ONGs o de la cooperación
internacional se apresuraron a extender sus servicios de urgencia en las
regiones más afectadas, cuando se teme que los casos de infección podrían
alcanzar los 400.000 en los próximos meses.
Varios factores agravantes de
esta situación seguramente no podrán resolverse a corto plazo, sobre todo en
cuanto a las necesidades en agua potable, saneamiento e higiene. Las
estimaciones disponibles registran que sólo un 41 % de los 10 millones de
haitianos tienen acceso a letrinas en su residencia y 51 % al agua potable. En
las zonas rurales desprovistas de infraestructuras colectivas, menos del 5 %
de la población se beneficia de servicios de saneamiento.
En las regiones apartadas de las
ciudades, como en las barriadas de la capital y de las grandes aglomeraciones,
muchas personas han muerto sin haber podido llegar a un puesto de salud. La
situación ha alcanzado tales proporciones en regiones como la Grande Anse
(sur–oeste) o la Meseta Central, que sectores de la población llegan a
vincular el cólera a la hechicería. Una veintena de personas acusadas de
sembrar una "pólvora mágica" de cólera fueron linchadas.
Elites
despreocupadas
La propagación del cólera no
puede de ninguna manera ser vista como una consecuencia del terremoto, que
suscitó temores de estallido de olas de epidemias en las regiones
directamente afectadas, donde la promiscuidad se ha incrementado. 1,5 millones
de personas se han refugiado bajo las tiendas de campaña en 1300 campos
improvisados al día siguiente del terremoto. La mayoría de ellas permanecen
sin ninguna esperanza de acceder a una vivienda a mediano plazo.
Esta realidad prácticamente tomó
por sorpresa a las élites haitianas, siendo que, desde hace mucho tiempo,
ninguna política de alojamiento ha sido implementada, dejando librado el
sector de la construcción a la anarquía. El resultado: 81% del espacio
construido en el país antes el sismo del 12 de enero de 2010, consistía en
estructuras frágiles erigidas fuera de las normas, mientras que con el éxodo
rural la presión se ha incrementado en las ciudades. 72% de los habitantes de
la capital ha llegado a Puerto Príncipe a partir 1995, indican los expertos,
que subrayan que más de las tres cuartas partes de los 2 millones de
habitantes de la capital están sin–techo.
Según el primer ministro
Bellerive, hace falta 5 mil millones de dólares para ofrecer a todos estos
siniestrados un mejor abrigo que las tiendas o los toldos. Pero, lo que desean
los sin–techo, es más bien un plan de realojamiento, que aún no existe.
Entre la irresponsabilidad estatal y las amenazas de expulsión que afectan a
un 17% de los campos, centenares de sin–techo se han manifestado
repetidamente ante el despacho del premier ministro para reclamar una vivienda
decente, en virtud de los derechos que les confiere la Constitución haitiana.
La cuestión del realojamiento
hace parte de los asuntos que han sido confiados a ONGs a través de un
"Cluster", siguiendo la fórmula de la ONU. Los proveedores de
fondos han prometido consagrar US$ 240 millones de dólares a la construcción
de más de 100.000 refugios transitorios, de los cuales apenas la cuarto parte
ha sido construida en un año.
Derechos
sociales ignorados
Entretanto, las poblaciones
siniestradas permanecen vulnerables a la intemperie y sus derechos sociales
son ignorados, en un contexto donde estos últimos nunca han sido
verdaderamente tomados en cuenta.
Las alertas se multiplican sobre
los riesgos a los que se exponen las poblaciones carentes al ver agravarse,
por ejemplo, la inseguridad alimentaria que les afecta. Ya desde hace algunos
años se constataba "un déficit cuantitativo y cualitativo en la
alimentación de la mayoría de las personas. La mayoría de los productos de
consumo tales como maíz, arroz, frijol, azúcar, verduras, queso, frutas,
carne de res o de cabra, pescado o leche, no son accesibles a los pequeños
presupuestos, debido a su costo elevado en el mercado", según la
Plataforma de Organizaciones Haitianas de Defensa de los Derechos Humanos (POHDH).
Sin embargo la situación económica
se ha agravado aún más después del 12 de enero, privando a millares de
personas de un trabajo o de cualquier actividad que les permita satisfacer sus
necesidades. Las pérdidas causadas por el sismo son estimadas en más de
siete mil millones de dólares a nivel de los sectores productivos,
correspondiendo el 70 % al sector privado y el 30 % al sector público. Un 30
% de los empleos disponibles antes el 12 de enero se han perdido.
Las familias han realizado, sin
embargo, esfuerzos sobrehumanos para enviar sus niños a la escuela, si bien
el número de niños desocupados se ha incrementado con la destrucción de
4200 escuelas, incluidos establecimientos públicos. Hoy, 500.000 niños no
están escolarizados, según las cifras oficiales del Ministerio de la Educación
Nacional, en tanto que el 80% de la oferta escolar está en manos del sector
privado.
En octubre pasado esta realidad
provocó la ira de centenares de alumnos y de maestros no remunerados desde
hace dos años, que han gritado su desamparo delante del Ministerio de la
Educación Nacional. Estas movilizaciones tuvieron como saldo un muerto, el
normalista Jean Philibert Louis, de 35 años, fallecido por causa de las
heridas provocadas por un proyectil tirado por la policía.
En esta ocasión, los padres de
familia denunciaron de nuevo el gobierno, que se niega a promulgar una ley a
favor de la reducción de las pensiones escolares, votada por el parlamento
con el objetivo de disminuir los desembolsos anuales asumidos por las familias
en Haití.
(*)
Gotson Pierre, periodista haitiano, es integrante de la red alternativa de
información AlterPresse.