Bahía,
1798
La
revolución de los Jacobinos Negros
Por
Mário Maestri
Tlaxcala, enero 2008
Traducido por Adrián Ballester Cerezo
I
– Bahía, 1798: La revolución de los Jacobinos Negros
En 1794, la
marea revolucionaria francesa llegaba a su punto álgido,
reclamando en la Europa de los reyes que todos los hombres
tenían igual derecho a la felicidad, sin importarles si
para tal empresa era preciso poner el mundo patas arriba.
En la
colonia francesa azucarera más rica, los plantadores
intentaran conseguir su autonomía y los hombres libres de
color exigieron la ciudadanía prometida en 1789,
facilitando la insurrección de los cautivos en Agosto de
1791, que fundó Haití en 1804, primer territorio americano
libre de la esclavitud.
Desde 1789,
el Estado absolutista lusitano se esforzaba para que los
ideales revolucionarios, democráticos y liberales franceses
no llegaran a la ciudad y a las colonias. En Brasil, se
vigilaba a los inusuales visitantes extranjeros y se
controlaban los equipajes de los barcos buscando libros y
panfletos subversivos. La vigilancia era extrema en
Salvador, el principal puerto del Brasil colonial.
Ex–capital
de la colonia, con sesenta mil habitantes, de calles
estrechas, irregulares y sucias, cuestas escarpadas,
iglesias, monasterios, casas bajas y sobrados, Salvador era
la segunda metrópoli del imperio lusitano, después de
Lisboa. Dos tercios de la población era negra y mestiza; un
tercio, blanca e indígena.
En 1789, la
colonia pasaba por dificultades y Bahía experimentaba un
cierto auge económico, con exportaciones de azúcar, algodón,
añil, toneles de aguardiente, tabaco de cuerda y otros
productos. A pesar de la riqueza comercial, Salvador dependía
de la producción rural, ya que no producía prácticamente
nada. Los dictados de la metrópoli prohibían cualquier
producción manufacturada en las colonias luso–brasile ñas.
De las
principales metrópolis europeas, a través de Portugal,
llegaba múltiples mercancías que eran consumidas en
Salvador o reexportadas para el interior y para las otras
capitanías vecinas: aceite de oliva, armas, pólvora,
tejidos, vestidos, vino, complementos domésticos,
materiales de construcción, etc. El principal producto
importado era el trabajador africano. El comercio bahiano
era controlado por ricos comerciantes, sobre todo de
prisioneros, en general portugueses.
Como el
resto de la colonia, la sociedad bahiana estaba dispuesta en
estratos. En la cúspide de la pirámide se encontraban los
grandes dueños de las plantaciones y los comerciantes; la
base estaba formada por miles de prisioneros. Cada año,
lotes de africanos eran conducidos hasta Salvador. La
comunidad esclavizada era heterogénea, ya que estaba
dividida entre prisioneros nacidos en Brasil, de diferentes
colores y profesiones, y africanos de varias culturas y
lenguas.
Entre los
esclavistas y los esclavos estaba la figura del hombre libre
pobre, con pocas posibilidades de ascenso social, pero de
“sangre limpia”. Trabajaban como administradores,
cajeros, arrendadores, marineros, vendedores, o bien
entraban en el bajo clero, u ocupaban cargos civiles y
militares inferiores, o bien se disputaban actividades
artesanales con los esclavos ganadores y de alquiler [1].
Los puestos de prestigio eran semiprivilegios de los
portugueses de nacimiento.
En
Salvador, a los hombres libres de color se les contrataba
como artesanos, en el pequeño comercio, como soldados y
suboficiales de tropas de primera línea, todo por un sueldo
miserable. Para sobrevivir, los soldados solían tener un
segundo trabajo. Su suerte era deprimente. Además de las
escasas posibilidades de inserción económica, se les
estigmatizaba por el color de la piel, que les cerraba el
acceso a los cargos de puestos civiles, religiosos y
administrativos intermedios.
A finales
del siglo XVIII, Brasil era la gran fuente de recursos de la
clase dominante. El monopolio comercial y las diferentes
tasas consumían parte de las rentas y encarecían el coste
de vida en Brasil. La población pobre de Salvador realmente
pasaba hambre y se veían condenados a pedir comida.
Entre los líderes
del lugar se iba fortaleciendo la idea del carácter
parasitario que suponía el régimen colonial, sentimiento
fortalecido por la independencia de los Estados Unidos y por
las ideas liberales y revolucionarias francesas. Diez años
atrás había sido desmantelada la conspiración para la
independencia de Minas Gerais.
En 1789,
Salvador experimentó la única revuelta colonial e imperial
de Brasil que, con propuestas que atravesarían la sociedad
colonial de arriba a abajo, propuso una reorganización
democrática para la región, fuera de los dictados
esclavistas.
Bandera
de la Conjura Bahiana, también denominada como Revuelta de
los Sastres
(12 de agosto de 1798)
II
– Los pasquines sediciosos de Salvador de Bahía
El 12 de
Agosto de 1798, Fernando José de Portugal, gobernador de la
capitanía de Bahía, entonces con 43 años, supo que de
madrugada habían sido colocados, en lugares frecuentados de
Salvador, doce boletines “sediciosos”, animando al
pueblo a constituir la República Bahiana. Aunque eran pocos
los ciudadanos que sabían leer, el contenido de los
manifiestos tuvo gran repercusión, transmitiéndose de boca
en boca.
Pasquín
distribuido en agosto de 1798
La agitación
subversiva no era algo nuevo. A comienzos de 1797, se
colocaron “pasquines escarnecedores” en el “patíbulo
público”, que fue quemado en la quietud de la noche y no
se consiguió ni descubrir ni castigar a los responsables.
El acto constituía delito de lesa majestad, ya que el
macabro método tenía un significado simbólico. En julio
de aquel año, otros manifiestos se habían repartido por la
ciudad.
En los
escritos se puede apreciar la orientación política, social
y sindical del movimiento. En éstos se defendía la
igualdad, la república, la independencia de Bahía, la
libertad de comercio y de producción, se elogiaba a la
Francia revolucionaria y se exigía el fin de la
discriminación social y racial. Se amenazaba a los clérigos
que luchasen contra las nuevas ideas y se prometía aumento
de sueldo a los soldados y oficiales de primera línea.
En las
declaraciones de los testigos que habían oído hablar de
los manifiestos, sin haberlos leído, se producía
normalmente una clara reformulación del contenido de los
textos, proponiendo reivindicaciones de las clases
subordinadas que no salían reflejadas en los contenidos,
como la elaboración de un tabla para fijar el precio de la
carne. Tal reconstrucción de los contenidos de los mensajes
de los manifiestos era normal en una sociedad en tensión,
en la cual el principal vehículo de transmisión de las
informaciones era la comunicación oral.
El
gobernador ordenó que se abriese una investigación sobre
los hechos. Antes de que se iniciasen las indagaciones, por
la ciudad corría el rumor de que los panfletos eran creados
por soldados y oficiales mulatos de la ciudad. Como en la
Bahía de entonces la alfabetización era un avis raras,
sobre todo entre la población pobre, las autoridades
compararon la letra del autor de los manifiestos con la de
peticiones y reclamaciones de los archivos de la Secretaría
del Gobierno.
La
investigación policial apuntó hacia un sospechoso. El 16
de agosto, se detuvo al mulato Domingos da Silva Lisboa,
natural de Lisboa, hijo de padres desconocidos, de 43 años,
requeriente de causas y escribiente de cartas, de ideas
antirreligiosas y libertarias, residente en la ladeira da
Misericórdia. En su casa se encontraron más de cien
libros, lo que para la época era una biblioteca enorme,
sobretodo para hombres de recursos escasos.
Como el 22
de agosto aparecieron otras dos cartas dejadas en la
iglesia, con la misma letra, y Domingos da Silva Lisboa
estaba encarcelado, se reiniciaron las investigaciones que
concluyeron llevando a prisión, el día 23, a Luís Gonzaga
das Virgens, también mulato, de 36 años, natural de
Salvador, soldado del 2º Regimiento de la Primera Línea.
En su residencia se encontró literatura liberal. Poco
tiempo antes, Luís Gonzaga, nieto de portugués y de
esclava africana, había requerido que su ascenso no fuese
entorpecido por cuestión de color.
El
encarcelamiento del soldado aceleró la conspiración e hizo
emerger, en el centro de los acontecimientos, a João de Deus do Nascimento, casado, mulato, cabo de la
Escuadra del 2º Regimiento de la Milicia, de 27 años, y
sastre bien instalado en la calle Direita. Temiendo que Luís
Gonzaga hablase, los conspiradores organizaron una reunión
precipitada de afiliados y simpatizantes, con el objetivo de
que eventualmente deliberasen sobre el desarrollo de la
revuelta.
El
encuentro de la noche del sábado 25 de agosto, en el campo
do Dique, en la parte del Desterro, en Salvador, fue un
fracaso ya que se presentaron sólo catorce de los
doscientos esperados, quizá debido a que la convocatoria
había sido mal difundida. Y, por poco, los revolucionarios
no fueron detenidos. En una huerta cercana, una centena de
soldados y esclavos vigilaban armados con porras.
Posiblemente algunos jacobinos abandonaran el campo
do Dique al comprobar la inadecuada estructuración
represiva organizada por el teniente coronel Alexandre Teotônio
de Souza, quien iba cubierto con un capa blanca.
La reunión
fue denunciada por el herrador liberado Joaquin José da
Veiga y por el barbero Joaquim José de Santana, capitán
del Tercero Regimiento de Milícias de Homens Pretos.
Al ser invitados para la revuelta, los alcahuetes de la
policía optaron por denunciar para no incurrir en crimen de
alta traición y, así, recibir las recompensas esperadas.
En
declaraciones posteriores, Joaquim José de Santana declaró
su esperanza de ser
ascendido, según él con gran merecimiento, por el
importante papel que desempeñaba en su milicia. Por
instrucciones de las autoridades, Joaquim José de Santana y
Joaquim José da Veiga participaran de la reunión de Campo
do Dique para poder traicionar mejor a sus compañeros. Hubo
una tercera denuncia, tardía.
III
– La dura represión a la República Social Bahiana
El
descubrimiento de los pasquines en Salvador ocasionó el
inicio de investigaciones policiales que precipitaron la
conspiración para alcanzar una Bahía republicana y sin
esclavismo. Debido a las denuncias, el movimiento fue
reprimido antes de irrumpir. La investigación sobre los
hechos provocó la denuncia de 34 conspiradores, si bien es
cierto que el número de hombres libres y esclavos envueltos
fuese más grande. Sobre todo se inculpó a “personas
insignificantes”, ya que el gobernador se esforzó para
que los “hombres buenos” de la capitanía no fuesen
denunciados.
El excluir
de la investigación a los jacobinos destacados hacía que
se mantuviese la solidaridad social y la puerta abierta para
futuras negociaciones. En aquel momento, los sectores
ilustrados de la administración lusitana se propusieron
impedir la independencia colonial ganándose a las clases
proletarias brasileñas
para la propuesta de emancipación de Brasil en el
seno de imperio lusitano reconstruido, que dejase a Portugal
como centro político y mercantil.
Los
conspiradores se identificaban por peculiaridades externas
como la barba larga, un arete en una de las orejas y una
concha de Angola en las cadenas de los relojes. La bandera
de la sublevación tenía una franja blanca, entre dos
azules, paralelas hasta el asta. Sobre la franja blanca, una
estrella grande y cinco pequeñas, rojas, con el lema “nec
mergitur”. [“no se hunde”].
El
gobernador fue acusado de lenitivo, ya que a pesar de estar
avisado sobre las francesías, en agosto de 1797, por el
comandante del 2º Régimen de Linha, sólo reprendió al
teniente Hermógenes Francisco de Aguilar Pantoja, quien era
la cabeza propagandista más visible de las ideas liberales.
Según algunos historiadores, su apatía se debió a su
falta de decisión. El hecho de que de Fernando José de
Portugal actuase de forma condescendiente, aptitud que fue
tomada por los absolutistas complacencia y por los liberales
con simpatía, se produjo al darse cuenta de la
imposibilidad de mantener el dominio sobre Brasil sólo a
través de la represión.
Su
pasividad ante las francesías se debió también al
incierto resultado del enfrentamiento entre el liberalismo y
el absolutismo en Europa. Los conspiradores bahianos
esperaban que el gobernador dirigiese el nuevo poder y
contaban con el desembarco francés en Bahía. En agosto de
1797, quizá bajo la sugestión de los conspiradores, el
oficial francés presentó al Directorio una propuesta de
ataque a Salvador.
Diez de los
acusados eran blancos y, los 24 restantes eran hombres de
color –pardos claros, oscuros, morenos y fuscos. Sólo había
un negro mina [2] esclavo. Los revolucionarios eran
oficiales y soldados de la tropa paga y sastres. Había un
profesor, dos orífices, un bordador, un albañil, un
negociante, un carpintero y un cirujano no diplomado. Once
acusados eran esclavos y 23, libres y libertos. Los esclavos
eran, sobretodo, sastres, zapateros, peluqueros, etc.
puestos en alquiler.
La
conspiración fue duramente castigada. Además de las
condenas de destierro, cuatro líderes del movimiento fueron
ahorcados y descuartizados en la Praça da Piedade, el 8 de
noviembre de 1799, al mismo tiempo que tocaban las campanas
de las iglesias de Salvador. Los soldados Luis Gonzaga das
Virgens y Lucas Dantas de Amorim, de 24 años, también
ebanista, que resistió con valor a la prisión; los sastres
João de Deus do Nascimento y Manuel Faustino dos Santos
Lira, libertos, todos pardos. Un esclavo, Antônio José, se
suicidó en la cárcel. Los cuerpos de los ejecutados
quedaron expuestos descuartizados como ejemplo público. Sus
familias fueron difamadas durante tres generaciones. Un
quinto líder condenado a muerte jamás se le encontró.
Esclavos que habían participado en la conspiración, fueron
condenados a quinientos azotes y se les envió y vendió a
la temida capitanía de Rio Grande do Sul.
Los pocos
hombres blancos acusados sufrieron condenas en general
leves. Entre ellos estaba Cipriano José Barata de Almeida,
cirujano, dueño de 35 libros, y el teniente Hermógenes
Pantoja, de 28 años, señor de 26 libros, quien había
dicho que en su boda bastaría, para celebrar la ceremonia,
que los novios confirmasen su deseo de unión. Además de
liberal y republicano, ¡era ateo! A otros miembros
destacados de la sociedad bahiana partidarios o involucrados
con los jacobinos jamás se les incomodó.
IV
– El Sentido histórico de la revuelta de los Jacobinos
Negros de Bahía
En
“Primeira revolução social brasileira”, Affonso Ruy señala
como dirigentes de la conspiración bahiana al farmacéutico
João Ladislau de Figueiredo Melo; al párroco Francisco
Agostinho Gomes; al intelectual José da Silva Lisboa; al
senhor de engenho [3] Inácio Siqueira Bulcão; al cirujano
Cipriano de Almeida Barata; al profesor de retórica
Francisco Muniz Barreto.
José
Cipriano Barata de Almeida (1762–1838)
Posiblemente
no hubo participación orgánica por parte de bahianos
destacados en los hechos de agosto y en la agitación
jacobina que se desarrollaba, como mínimo, desde el inicio
de 1798, a través de acciones directas como la quema de la
horca o la pegada de los manifiestos. Todavía no fueron
aclaradas las vinculaciones entre los liberales de las
clases propietarias y los jacobinos negros de Salvador.
Las ideas
democráticas y revolucionarias francesas expuestas por
miembros de las clases propietarias bahianas habrían sido
recibidas por artesanos y soldados de color, libres y
esclavos, sobretodo de Salvador, que las adaptaran a la
realidad social de entonces, redactando el programa político
más avanzado que se haya propuesto en Brasil, comparable
con el de la Abolición, en 1888.
Quizá
el teniente Hermógenes Aguilar Pantoja sirviese como puente
entre los miembros ilustrados y liberales de las clases
propietarias y los jacobinos de las clases subordinadas. La
difusión de los manifiestos puede haber sido tentativa de
poner fin a la indecisión de los liberales de las élites,
posiblemente inmovilizados por las cuestiones establecidas
para la abolición de la esclavitud. Ellos soñaban con la
independencia de la Bahía pero temían la liberación de
los presos.
La
desconsideración por parte de los ideólogos nacionales con
la conspiración de 1798 se debe a su plebeyez y a su
radicalismo, y no al hecho de jamás haber pasado a la acción.
Un movimiento de esclavistas, clérigos e intelectuales hizo
que la Conjuración Minera [4] se derrumbara, en 1789, como
un castillo de naipes, lo que fue muy celebrado. En la Bahía,
los hombres ricos participaban de la conspiración, pero la
hegemonía del movimiento se encontraba en sus momentos
finales con los soldados, artífices y presos de Salvador.
En Minas
Gerais, sólo un conspirador, el más humilde, fue
ejecutado. En la Bahía, se ahorcó a cuatro líderes, con
la soga más arriba de lo habitual como señal de la
gravedad del delito. En 1798, se reprimió duramente a los
hombres que, al no soportar “en paz la diferencia de
condiciones y la desigualdad de fortunas, de las que está
compuesta la admirable obra de la sociedad civil”, pretendían
imponer los “principios antisociales de igualdad
absoluta”, “sin distinción de color y de formación”
como quedó reflejado en los autos de procesamiento.
Debido a
que fue obra de humildes trabajadores de color, la
conspiración consiguió, hecho único en la historia de
Brasil, incorporar a los presos y proponer el fin de la
esclavitud, sin duda bajo la inspiración de la decisión de
la Convención en 1794 de abolir la institución en las
colonias francesas. Sin que jamás fuese aplicada, la medida
revolucionaria fue anulada, en 1802, por Napoleón, quien
tuvo sus tropas derrotadas por los presos de Saint–Domingues,
donde, en 1804, se proclamó la independencia de Haití,
libre de la esclavitud.
La
participación de los presos y la propuesta de la abolición
de la esclavitud aseguraban el carácter revolucionario al
movimiento, en una colonia donde la esclavitud era la forma
dominante de explotación del trabajo. La victoria del
movimiento y la consecución de su programa anticiparan en
la Bahía, en casi un siglo, la plena vigencia de las
relaciones de trabajo libre.
La
Conspiración de los Sastres, de 1798, tiene cierta
semejanza con la Conjuración de los Iguales, de Gracus
Babeuf, desbaratada en Francia dos años antes, en 1796. La
primera proponía, en la Bahía, el fin de la discriminación
racial y de la esclavitud. La segunda, señalaba la entrada
independiente de los trabajadores en temas políticos y
sociales, cuando el capitalismo ya era la forma de dominación
en Francia.
El
desmantelamiento de la Conspiración de los Sastres no
significó el fin de la agitación social. A partir de 1807,
la tensión entre los trabajadores esclavizados de Salvador
explotaría, periódicamente, para desembocar en la gran
revuelta de los siervos de 1835. A pesar de la violencia de
la Revuelta Malê, sus propuestas significaban un retroceso
en relación con el ideario anterior, ya que proponía la
muerte y esclavitud de los blancos y los pardos.
La
represión del movimiento de 1798 lapidó la lucha y los
cambios para toda la sociedad, extinguiendo la propuesta de
contenido democrático y revolucionario de los sectores
explotados de sociedad democrática e igualitaria. Al menos
los abolicionistas radicalizados propusieron, nueve décadas
más tarde, un amplio programa democrático similar.
1.
Los esclavos de alquiler (cativos de aluguel) eran
alquilados por un particular o el Estado a un amo, que
percibía el "alquiler" íntegro para hacerse
cargo de la alimentación del esclavo, pues los arrendadores
no estaban interesados en mantener su fuerza de producción.
Los esclavos ganadores (cativos ganhadores) podían
desplazarse libremente, ofreciendo sus productos y
servicios, a cambio de pagar una renta fija (diaria, semanal
o mensual) a su amo. Este la invertía en su alimentación,
vestuario y alojamiento, amén de asignar un pequeño
peculio al esclavo.
2.–
Individuo de origen fanti o achanti.
3.–
El senhor de engenho era el propietario de la hacienda y del
complejo de producción de azúcar.
4.–
Inconfidência Mineira o Conjuração Mineira fue el nombre
dado a un intento de revuelta en Minas Gerais, en la que los
líderes arrestados fueron acusados de inconfidência, falta
de lealtad al rey.
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