11
de septiembre de 2001
Entonces,
¿cómo fue?
Por
Juan Gelman
Rodelu.net, 02/10/08
Son
notorias las mentiras que la Casa Blanca fabricó para
justificar la invasión y ocupación de Irak. Los
periodistas/investigadores Charles Lewis y Mark
Reading–Smith descubrieron que W. Bush y siete otros
jerarcas de la Casa Blanca propalaron al menos 935 mentiras
en los dos años que siguieron al 11/9 y precedieron a la
invasión de Irak. Cabe reconocer que el más prolífico en
la cuestión fue el presidente W. Bush: 232 declaraciones
falsas sobre el presunto arsenal de armas de destrucción
masiva en poder de Saddam Hussein y 28 acerca de la supuesta
relación del autócrata con Al Qaida y con los atentados.
Le siguió el entonces secretario de Estado Colin Powell:
244 y 10, respectivamente. El vice Dick Cheney, Condoleezza
Rice, Donald Rumfeld, Paul Wolfowitz, Ari Fleisher y Scott
McClellan también aportaron a este arsenal masivo de
falacias (www.publicintegrity.org, 23–1–2008). Al
parecer, no otra cosa sucedió con la versión oficial de
los atentados mismos.
El Comité
de Justicia del Senado estadounidense ha concluido un nuevo
informe en torno de las fallas que impidieron frenarlos:
echa la culpa al FBI, señala que había amplias evidencias
de que se preparaba un ataque en suelo de EE.UU. y que jefes
del organismo de espionaje las bloquearon (The New York
Times, 28–8–08). Pero hete aquí que casi 800
personalidades –catedráticos, arquitectos, ingenieros,
altos funcionarios, políticos, ex espías, pilotos y
sobrevivientes de las Torres Gemelas– echan por tierra las
dos cosas: la versión oficial y el informe del Senado
(www.reopen911.info). Véanse algunos testimonios.
Los
sobrevivientes, en primer lugar. Personal de las Torres que
se encontraba en el subsuelo B1, ubicado a 330 metros debajo
de los pisos 93 a 98 donde impactó uno de los aviones,
sintieron que “vibraba el suelo, las paredes comenzaron a
resquebrajarse y todo temblaba”, declaró William Rodríguez,
empleado de mantenimiento: era una explosión que venía de
subsuelos inferiores. Segundos después, Rodríguez escuchó
el estallido de arriba y supo luego que se trataba de la
embestida del Boeing 757 contra el edificio, en tanto Felipe
David, compañero de tareas, irrumpía con quemaduras graves
en el rostro y los brazos gritando “socorro”. Anthony
Saltalamacchia, supervisor del servicio, escuchó al menos
diez explosiones procedentes de abajo antes de salir de la
trampa. Los testimonios coinciden, pero ninguno fue tomado
en cuenta en el informe del Senado.
Los pilotos
consideraron imposible que un avión se haya estrellado
contra el Pentágono. Señalaron que el agujero en el muro
es más grande que el que podría causar un 757 y estimaron
inverosímil que éste se deslizara luego durante 10
segundos en el césped del interior, como muestra una
filmación oficial. El comandante (R) de la Marina Ralph
Koistad, piloto de combate con más de 23.000 horas de
vuelo, reflexionó: “¿Dónde están los daños provocados
por las alas del avión en el muro del Pentágono? ¿Dónde
las 100 toneladas del Boeing, los grandes fragmentos del
aparato que siempre se proyectan lejos del lugar del
accidente? ¿Dónde están las partes de acero de los
motores, dónde el tren de aterrizaje, que es de acero?”
(www.vigli.org/PDF911). En efecto, no estaban, ni un solo
desecho se encontró dentro o fuera del Pentágono.
Los pilotos
subrayaron otro aspecto: las maniobras de los aparatos que
chocaron contra las Torres eran impracticables. Del capitán
(R) Wittenber, con 35 años de experiencia en la fuerza aérea
de EE.UU. y en varias líneas comerciales: “No creo
posible que un presunto terrorista entrenado en un Cessna
172 entre en la cabina de un Boeing 757 o 767, pueda hacerlo
volar vertical y horizontalmente y lograr virajes de 270
grados a gran velocidad, el avión sería incontrolable. Es
ridículo pensar que un aficionado pueda ejecutar esas
maniobras manualmente. Yo no podría hacerlo y soy
absolutamente formal: ellos tampoco”. Los testimonios de
unos 500 ingenieros civiles y arquitectos confirmaron desde
sus especialidades que la versión oficial de los atentados
“es un cuento de hadas” (John Lear, piloto comercial,
19.000 horas de vuelo).
El
arquitecto Frank De Martini y otros afirmaron que la solidez
de las Torres tornaba inimaginable que se derribaran sólo
por el choque de un avión. “Fue claramente el resultado
de una demolición controlada y programada para que se
produjera en medio de la confusión imperante”, manifestó
el ingeniero Jack Heller. Esa clase de demolición no se
improvisa. Sus autores, ¿sabían previamente con exactitud
el día y la hora de los atentados?
Pareciera
que sí.
Diferentes
organismos de profesionales exigen que se investigue a fondo
la tragedia que costó la vida de casi 3000 trabajadores.
Para el piloto Glen Stanish, se trató de “una operación
interna, concebida, organizada, cometida y controlada por un
grupo muy vasto de criminales en el seno de nuestro gobierno
federal de EE.UU. Utilizada como una razón falsa, un
pretexto, una mentira, para invadir dos países extranjeros
ricos en recursos naturales, para extender un imperio, para
modificar las fronteras de los países del Medio Oriente y
como elemento de la ‘guerra antiterrorista’ o, mejor
dicho, de la guerra contra la libertad”.
Hay más de
cien periodistas y artistas que piensan lo mismo. “Nunca
creí la historia de la destrucción de las Torres Gemelas
el 11/9”, selló Sharon Stone (pdf.lahamag.com, 2–08).
Que algo sabe en materia de historias.
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