Quemado en la hoguera el 16 de febrero de 1600, Giordano Bruno, filósofo y
científico
Se opuso a la autoridad embrutecedora de la Iglesia
Por Frank Gaglioti
Kaos en la red, 15/02/06
World
Socialist Web Site, 16/02/00
Un
hombre de visión y coraje
Hoy hace cuatro siglos del 16 de febrero de 1600, día en que la Iglesia Católica
ejecutó al filósofo y científico italiano, Giordano
Bruno, por el crimen de herejía. Temprano a la mañana, fue
llevado desde su celda a la Plaza dei Fiori en Roma y
quemado vivo en la hoguera. Las autoridades de la Iglesia
temían las ideas de un hombre que era conocido a través de
Europa como un brillante y atrevido pensador. En una
peculiar vuelta del escalofriante asunto, se les ordenó a
los verdugos que ataran su lengua de tal modo que no pudiera
dirigirse a la gente allí reunida.
Durante toda su vida Bruno defendió el sistema copernicano de astronomía,
el que coloca al Sol, no a la Tierra, en el centro del
Sistema Solar. Se opuso a la autoridad embrutecedora de la
Iglesia y rechazó abandonar su creencia filosófica a lo
largo de sus ocho años de encarcelamiento por las
inquisiciones veneciana y romana. Su vida permanece como
testimonio de la inclinación hacia el conocimiento y la
verdad que marcaron el período asombroso de la historia
conocido como Renacimiento -del que derivan en gran parte el
arte, el pensamiento y la ciencia modernos-.
En 1992, después de 12 años de deliberaciones, la Iglesia Católica a regañadientes
admitió que Galileo Galilei había tenido razón al apoyar
las teorías de Copérnico. En 1633 la Santa Inquisición
había forzado a un ya envejecido Galileo a retractarse de
sus ideas bajo amenaza de tortura. Pero no se ha admitido
algo así en el caso de Bruno. Sus escrituras todavía están
en la lista de textos prohibidos por el Vaticano.
La Iglesia está considerando actualmente un nuevo paquete de disculpas. Una
comisión teológica dirigida por el Cardenal José
Ratzinger, jefe
de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el sucesor
moderno de la Inquisición, ha terminado una investigación
titulada “La
Iglesia y las culpas del pasado: memoria al servicio de la
reconciliación”, mediante la que propone dar una disculpa
por “errores pasados”. Los resultados han sido
entregados al papa Juan Pablo II, quien debe hacer una
declaración el 12 de marzo. La ejecución de Bruno es uno
de los crímenes de la Iglesia que están en consideración,
pero es muy poco probable que se hagan concesiones
importantes en su caso. Un buen número de figuras de la línea
dura del catolicismo se ha opuesto a la investigación desde
el principio, diciendo que el exceso de penitencia y
autocuestionamiento podrían minar la fe en la Iglesia y sus
instituciones.
La actitud actual de la Iglesia Católica hacia Bruno está definida en una
nota de dos páginas en la última edición de la
Enciclopedia Católica. Describe la “intolerancia” de
Bruno, y lo critica declarando: “Su actitud mental hacia
la verdad religiosa era la de un racionalista” (1). El artículo describe detalladamente los errores teológicos
de Bruno y su larga detención a manos de la Inquisición,
pero falla en el momento de mencionar el hecho más conocido
-que las autoridades de la Iglesia lo quemaron vivo en la
hoguera-.
Bruno ha sido por mucho tiempo honrado como mártir de la verdad científica.
En 1889 se le erigió un monumento en el lugar de su ejecución.
Tal era el sentimiento por Bruno, que los científicos y los
poetas le rindieron tributo y se escribió un libro
detallando el trabajo de toda su vida. En una dedicatoria
para una reunión celebrada en el Club Contemporáneo en
Philadelphia en 1890, el poeta americano Walt Whitman
escribió: “Como las valerosas mentes de América (el
pensamiento viene a mí hoy) deben tanto, sobre todo estas
tierras y sus gentes, al noble ejército de mártires del
pasado del Viejo Mundo, a nosotros incumbe que despejemos
las vidas y limpiemos los nombres de esos mártires, y los
abracemos en reverente admiración como al faro que nos guía
con su luz. Y propio de esto, y representando esto, todo
esto quizás, Giordano Bruno bien puede ser tenido, hoy y en
el porvenir, en el mayor de los agradecimientos de la
memoria y el corazón del Nuevo Mundo” (2).
Fredrick Engels, en la línea de pensamiento de Karl Marx, resumió el período
que produjo figuras tales como Bruno, quien desafió a la
Iglesia y sentó las bases para la ciencia moderna. En una
introducción escrita durante la década de 1870 en su
inconclusa “Dialéctica de la Naturaleza”, Engels
escribió: “Fue la mayor revolución progresista que la
humanidad haya alguna vez experimentado, una época que
demandó gigantes y produjo gigantes -gigantes en poder de
pensamiento, de pasión
y carácter, de
universalidad y erudición-. Los hombres que fundaron las
reglas de la burguesía moderna tenían todo menos
limitaciones burguesas. Por el contrario, el carácter
aventurero de la época los inspiró en mayor o menor grado.
Difícilmente había algún hombre de importancia entonces
que no hubiera viajado mucho, que no hablara cuatro o cinco
idiomas, que no brillara en un número de campos...
“En aquella época la ciencia natural también se desarrolló en el centro
de la revolución general y era en sí misma profundamente
revolucionaria; de hecho, tenía que ganar luchando el
derecho de existencia. Pie a pie con los grandes italianos
de quienes la filosofía moderna data, proporcionó sus mártires
para la hoguera y los calabozos de la Inquisición. Y es
característica de los protestantes la supremacía sobre los
católicos en la persecución a la libre investigación de
la naturaleza. Calvino hizo quemar a Servetus en la hoguera
cuando este último estaba a punto de descubrir la circulación
de la sangre, y lo mantuvo quemándose vivo durante dos
horas; por lo menos a la Inquisición le bastó con quemar
vivo a Giordano Bruno” (3).
Lo más característico de Bruno es su vigoroso llamado a la razón y la lógica,
en contra del dogmatismo religioso, como base para
determinar la verdad. De una manera que se anticipa a los
pensadores del Iluminismo del
siglo XVIII, escribió en uno de sus últimos trabajos,
“De triplic minimoi” (1591): “Aquel que desee
filosofar, antes que nada debe dudar de todas las cosas. No
debe jamás asumir una posición en una discusión antes de
haber escuchado varias opiniones, y considerado y comparado
las razones en pro y en contra. No debe nunca juzgar o tomar
una posición basada en la evidencia de lo que ha oído, o
en la opinión de la mayoría, la edad, los méritos, o
prestigio del orador, pero sí debe proceder según la
persuasión de una doctrina orgánica que esté adherida a
las cosas verdaderas, y a una verdad que se pueda entender
por la luz de la razón” (4).
Una
figura intelectual compleja
Un examen del legado filosófico de Bruno revela una figura compleja que fue
influida por las variadas tendencias intelectuales de la época,
en un período en que la ciencia moderna estaba apenas
empezando a emerger. Sus entusiastas polémicas ganaron la
admiración de los pensadores más avanzados del período y
la aversión de la Iglesia, cuya autoridad era sacudida
hasta los cimientos por doctos asaltos como éstos.
Bruno nació en la ciudad de Nola, cerca de Nápoles, en 1548, en los
albores de la revolución de la Astronomía que fue
anunciada por la publicación del “De revolutionibus
orbium coelestium libri VI” de Copérnico, en 1543. Copérnico
afirmó que el Sol, no la Tierra, era el centro de un
Universo finito, con los planetas en órbitas circulares
alrededor, y más lejos las estrellas, en una esfera fija a
una distancia considerable.
La teoría de Copérnico no solamente desafiaba las opiniones cosmológicas
de la Iglesia, sino también la rígida jerarquía social
del feudalismo. La visión previa del Universo,
cuidadosamente ordenada, con la Tierra como centro,
reforzaba el rígido orden feudal, con los siervos en la
base y el Papa en el pináculo. Lo peligroso de la teoría
de Copérnico era que implicaba que si el credo de
infalibilidad de la Iglesia se podía desafiar en la arena
cosmológica, entonces su posición social también podía
ponerse en duda.
La Iglesia estaba ya sitiada por todos lados. En 1517, Martín Lutero clavó
sus “95 tesis” en las puertas de la iglesia en Alemania,
denunciando las prácticas de la Iglesia Católica, el
primer soplo en la reforma protestante que se extendió a
través de Europa. El Vaticano respondió con un
contraataque -la Contrarreforma- para cualquier persona que
se atreviera a desafiar la doctrina católica. En 1542
estableció la Inquisición romana para hacer cumplir sus
decretos con tortura y ejecución.
Así, Bruno entra en un mundo en plena efervescencia. En 1563 ingresa en el
monasterio de Santo Domingo, donde llamó la atención de
las autoridades de la Iglesia por su poco ortodoxas
opiniones religiosas. Utilizó su tiempo como novicio para
familiarizarse no sólo con los trabajos filosóficos de los
antiguos griegos, sino también con pensadores europeos más
contemporáneos. Fue entonces cuando encontró el trabajo de
Copérnico, el que iba a tener un muy profundo impacto en su
vida.
Bruno tomó las órdenes religiosas en 1572, pero las abandonó en 1576,
después de viajar a Roma. Lo habían descubierto leyendo
textos del filósofo humanista holandés Erasmo, y huyó
antes de ser denunciado a las autoridades eclesiásticas.
Pasó el resto de su vida hasta su captura recorriendo
Europa, promoviendo y discutiendo sus ideas filosóficas.
Después de tres años en Italia fue a Ginebra, dominada por entonces por
una secta protestante conducida por Calvino. Pronto entró
en conflicto con las autoridades académicas al publicar un
folleto donde señalaba que un profesor de filosofía de esa
localidad había cometido 20 errores en una conferencia. Fue
encarcelado por las autoridades calvinistas y puesto en
libertad sólo después de retirar su ofensiva publicación.
Veintiséis años antes, los calvinistas habían quemado en
la hoguera a Servetus, doctor español, geógrafo y hombre
de letras, por sus opiniones científicas.
Entonces Bruno viajó a Toulouse, en Francia, en donde dio una conferencia
sobre “De anima” de Aristóteles, y escribió un libro
sobre mnemotecnia –sistema para el entrenamiento de la
memoria-. Llegó a París en 1581, y con la fama de su
prodigiosa memoria atrajo la atención del rey Enrique III.
El rey encontró un puesto para él en la Universidad de
Francia después de que la autoridad eclesiástica hubiera
prohibido su entrada a la Sorbona.
Durante su estancia en París escribió tres libros, dos sobre mnemotecnia,
y una obra titulada
“The Torch-Bearer, by Bruno the Nolan, Graduate of No
Academy” (El Portador de la
Antorcha por Bruno el Nolan, graduado en ninguna
academia), “Called the Nuisance” (Llamado al fastidio).
En esta obra Bruno describe su tiempo en el convento
dominicano de Nápoles y presenta una estremecedora acusación
contra la Iglesia. El comentario de la obra de Giovanni
Gentile describe así la caracterización que Bruno hace de
la Iglesia: “Usted verá arrebatos de carteristas, ardides
de tramposos y empresas de granujas en una entremezclada
confusión; también deliciosa repulsión, dulces amargos,
decisiones absurdas, fe confundida y esperanzas lisiadas,
caridades de tacaños, jueces nobles y serios para con los
asuntos de otros hombres con poca verdad en los propios;
mujeres viriles, hombres afeminados y voces de astucia, no
de misericordia, de modo que el que más cree es más engañado,
y por todas partes el amor al oro” (5).
Bruno fue forzado a abandonar Francia en 1583 y viajó a Inglaterra, donde
su estancia de tres años demostró ser uno de los períodos
más fructuosos de su vida. Lo introdujeron en una sociedad
anhelante de todas las formas de aprendizaje del italiano y
que tenía ya una considerable comunidad italiana y
extranjera de exiliados. Muchos habían huido para evitar la
persecución por sus ideas filosóficas y religiosas poco
ortodoxas. Bruno tuvo discusiones con la reina Isabel I,
atraída por la perspectiva de discutir asuntos filosóficos
directamente en italiano. Bruno atrajo rápidamente a un número
de intelectuales que trataban con impaciencia las ideas
filosóficas de la época.
Bruno publicó seis libros en Inglaterra, todos en italiano, elaborando
completamente sus ideas filosóficas por primera vez. Fue
uno de los primeros filósofos en discutir cuestiones científicas
en su idioma. El hecho en sí de publicar en italiano fue un
desafío abierto a la Iglesia, que intentaba mantener el latín
como lengua de conferencia intelectual y así limitar una
mayor difusión de ideas. El trabajo innovador de Copérnico
había sido publicado solamente en latín. Tan asustadas
estaban las editoriales de Bruno, que ninguna de ellas se
identificó en los textos impresos.
La
opinión de Bruno sobre el Universo
Las ideas sobre cosmología de Bruno están delineadas en “The Ash
Wednesday Supper” (Cena de miércoles de ceniza),
“Cause, Principle and Unity” (Causa, principio y unidad)
y “On the Infinite Universe and Worlds” (Sobre el
Universo y los mundos infinitos), y representan una
brillante anticipación del desarrollo científico y filosófico
futuros. En algunos aspectos las conclusiones a que llega
con su audaz intuición supera el trabajo de sucesores como
Galileo y Kepler. Sus obras están escritas en diálogos,
donde los personajes de Bruno discuten varias posiciones
filosóficas desde diversos puntos de vista, y uno de ellos
representa al mismo Bruno.
En “La cena de miércoles de ceniza” es uno de los primeros en plantear
la existencia de un Universo infinito, que contiene un número
infinito de mundos similares a la Tierra. Así rechaza los límites
del sistema de Copérnico, que postula un Universo finito
limitado por una esfera fija de estrellas un poco más allá
del Sistema Solar. Bruno argumentó que el Sol no era el
centro del Universo, y que si fuera observado desde
cualquier otra estrella no se vería diferente de ellas.
Incluso especuló con que los otros mundos estuviesen
habitados.
El filósofo alemán Ernst Cassirer explicó la significación del concepto
de Bruno de un Universo infinito como sigue: "Esta
doctrina... fue el primer y decisivo paso hacia la liberación
del hombre. El hombre ya no vive en el mundo de un
prisionero encerrado dentro de los angostos muros de un
Universo físicamente finito. Puede atravesar el aire y
romper con todos los límites imaginarios de las esferas
celestiales que han sido erigidas por una metafísica y
cosmología falsas. El Universo infinito no fija ningún límite
a la razón humana; por el contrario, es el gran incentivo
de la razón humana. El intelecto humano se entera de su
propio infinito al medir su poder con un Universo
infinito" (6).
Los otros tres trabajos de Bruno publicados en Inglaterra -“The Expulsion
of the Triumphant Beast” (La expulsión de la bestia
triunfante), “Cabal of the Cheval Pegasus” (El complot
del caballo Pegaso) y “On Heroic Frenzies” (Sobre frenesíes
heroicos)- contienen una incisiva crítica a la
Contrarreforma. El historiador italiano Hilary Gatti observó
en su libro “Giordano Bruno y la ciencia del
renacimiento”: “El sentido de estos últimos trabajos
del italiano, en mi opinión, es... encontrar una transición
de una esfera intelectual dominada por una visión del mundo
en términos esencialmente teológicos, a una esfera
intelectual dominada por una visión del mundo en términos
esencialmente filosóficos. En este paso de la teología a
la filosofía, todas las formas de religión reveladas
reciben un áspero tratamiento, pero por sobre todo la
religión cristiana, que dominó la vida y la cultura de la
Europa del siglo XVI, a menudo con violencia y opresión”
(7).
Fue en Inglaterra donde Bruno tuvo su impacto más profundo. Sus opiniones
fueron discutidas en círculos intelectuales y los
argumentos presentados en sus libros dan un sabor a las
deliberaciones contemporáneas. Dos eminentes científicos,
William Gilbert y Thomas Harriot, se convirtieron en
destacados defensores de las opiniones cosmológicas de
Bruno. Gilbert, cuyo “De Magnete” (1600) fue el texto básico
sobre magnetismo hasta el siglo XIX, se destacó en un grupo
que discutía sobre asuntos científicos. Estaba
particularmente interesado en desarrollar sus teorías magnéticas
con relación a las opiniones cosmológicas de Bruno.
Harriot era un notable matemático y astrónomo, de quien se
pensó que habría descubierto las manchas solares antes que
Galileo. Harriot intercambió cartas con Kepler en 1608
discutiendo la concepción de Bruno de un Universo infinito,
lo que Kepler rechazaría. Harriot era uno de los científicos
instruidos por el noveno conde de Northumberland -un
seguidor devoto de Bruno-. Northumberland tenía una
biblioteca extensa de los trabajos de Bruno que puso a
disposición de los científicos de su círculo.
Bruno fue forzado a volver a Francia debido a la declinación en la fortuna
de su patrón, el marqués de Mauvissiere, con quien había
viajado a Inglaterra. A su regreso a París produjo tres
obras, pero fue forzado a irse después de su desafío a
debatir desde todos los ángulos los temas de “Ciento
veinte artículos sobre la naturaleza y el mundo”, lo que
lo puso en la mira de los partidarios de la Iglesia.
Entonces viajó a Alemania, en donde residió en Wittenberg
y Marburg hasta 1588. Lo forzaron a dejar Marburg tras
entrar en conflicto con las autoridades luteranas, luego
deambuló por Europa -Praga, Helmstedt, Francfort y Zurich-.
En 1591 Bruno volvió a Italia al ser invitado por un noble veneciano, Zuane
Mocenigo, para educar a la aristocracia en mnemotecnia.
Mocenigo lo denunció posteriormente a la Inquisición.
Bruno fue arrestado el 23 de mayo de 1592, interrogado sobre
sus trabajos filosóficos, y el 27 de enero de 1593
entregado a la Inquisición en Roma por petición directa
del nuncio papal, Taverna, actuando en nombre del papa
Clemente VIII.
Durante su detención en Roma lo interrogaron por siete años sobre todos
los aspectos de su vida y de sus opiniones filosóficas y
teológicas. El 15 de febrero de 1599 la Inquisición
encontró a Bruno culpable de ocho actos específicos de
herejía, los que la Iglesia no ha revelado hasta ahora. Según
los limitados documentos disponibles, Bruno fue procesado
por sus opiniones “ateas” y por la publicación de “La
expulsión de la bestia triunfante”. Él se negó a
retractarse.
La Inquisición entregó su veredicto el 20 de enero de 1600: “Por este
medio, en estos documentos... pronunciamos sentencia y
declaramos al antedicho hermano Giordano Bruno un
impenitente y pertinaz hereje, y en vista de haber incurrido
en todas las censuras y dolores eclesiásticos del Canon
santo... Ordenamos
y mandamos que debe ser enviado a la corte secular... que
puedas ser castigado con el castigo merecido, si bien
nosotros solemnemente rogamos que él (el gobernador romano)
atenúe el rigor de las leyes referentes a los dolores de tu
persona, que tú no estés en peligro de muerte o mutilación
de tus miembros.
“Además, condenamos, reprobamos y prohibimos todo lo por ti mencionado y
tus otros libros y escritos por heréticos y erróneos,
conteniendo muchas herejías y errores, y nosotros ordenamos
que todos los que han llegado o puedan llegar en el futuro a
manos de la oficina santa sean destruidos y quemados públicamente
en la Plaza San Pedro y ellos colocados en el índice de
Libros Prohibidos” (8).
A pesar de la nota falsa de preocupación por el bienestar físico de Bruno,
el veredicto de la Inquisición era una sentencia de muerte.
Bruno fue desafiante hasta el final. Gaspar Schopp de Brelau,
un reciente converso al catolicismo y testigo del
enjuiciamiento, declaró que Bruno exclamó al oír la
sentencia: “Quizá ustedes, que pronuncian mi sentencia,
tienen más miedo que yo, que la recibo” (9).
La Santa Inquisición y sus torturadores se recuerdan solamente como si
fuera un símbolo del producto de una maliciosa travesura.
Pero Bruno ha resistido la prueba del tiempo. Un examen de
su vida revela a un auténtico hombre del Renacimiento, con
un apasionado interés por todos los aspectos del saber
humano, que participó con gran energía y determinación en
la turbulencia intelectual de su época. Sus percepciones
fueron una contribución importante a las ideas que pusieron
la base para la ciencia moderna. Su obstinada negación a
reverenciar la autoridad, el poder y el aparato represivo de
la Iglesia Católica, la institución de mayor alcance en
sus días, sería sin duda una inspiración para los siglos
por venir.
El filósofo alemán Georg Hegel resumió a la generación de los pensadores
a la que Bruno perteneció en
“Conferencias sobre la historia de la filosofía”:
“Estos hombres se sentían a sí mismos dominados, como
realmente lo estaban, por el impulso de crear la existencia
y obtener la verdad a partir de ellos mismos. Eran hombres
de naturaleza vehemente, de carácter salvaje e inquieto,
entusiastas, que no podían alcanzar la calma del
conocimiento. Aunque no puede negarse que había en ellos
una maravillosa visión de lo que era verdadero y grandioso,
por otra parte no hay duda que se deleitaron con todas las
formas de corrupción del pensamiento y del espíritu, así
como de sus propias vidas. Se encuentra así en ellos gran
originalidad y energía espiritual subjetiva; al mismo
tiempo, el contenido es heterogéneo y desigual, y es grande
la confusión de sus mentes. Sus destinos, sus vidas, sus
escritos -que llenan a menudo muchos volúmenes- sólo
manifiestan esta inquietud de sus seres, este
desmembramiento, la rebelión de su ser interno contra la
existencia corriente y el deseo de salir de ella y alcanzar
la certidumbre. Estos individuos notables realmente se
asemejan a las revoluciones, a las vibraciones y a las
erupciones de un volcán que se ha vuelto activo en las
profundidades, trayendo a la superficie nuevos avances, los
que aún son salvajes e incontrolables" (10).
Notas:
1. La Enciclopedia Católica (http://www.knight.org/advent/cathen/03016a.htm)
2. Citado en “Los mundos infinitos de Giordano Bruno” por Antoinette
Mann Paterson, 1970, página IX
3. “Dialéctica de la naturaleza” de Fredrick Engels, páginas 21-22
4. “De triplici minimo” de Giordano Bruno, según lo citado en
“Giordano Bruno y ciencia del renacimiento” por Hilary
Gatti, 1998, página 4
5. Citado en “Giordano Bruno, su vida y pensamiento” por Dorothea Waley
Singer , 1950, página 22
6. Citado en “Los mundos infinitos de Giordano Bruno” por Antoinette
Mann Paterson, 1970, páginas 33-34
7. “Giordano Bruno y ciencia del renacimiento” de Hilary Gatti, 1998, página
229
8. Citado en “Giordano Bruno, su vida y pensamiento” por Dorothea Waley
Singer, 1950, páginas 176-177
9. Citado en “Giordano Bruno, su vida y pensamiento” por Dorothea Waley
Singer, 1950, página 179
10. “Lecturas sobre la historia de la filosofía” de G. W. F. Hegel,
volumen 3, página 115-116
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