El
29 de octubre señala el 80 aniversario del hundimiento del
mercado de valores acaecido en 1929, acontecimiento que la
mayoría de los historiadores fechan como comienzo de la
Gran Depresión. El Martes Negro los corredores de bolsa se
deshicieron de 16 millones de acciones, empujando a los
mercados a una caída libre. En los meses siguientes, las
acciones se recuperaron, a veces durante periodos de tiempo
prolongado, pero la economía subyacente continuó deteriorándose
a medida que los consumidores restringían su consumo y
recortaban bruscamente su crédito. Como resultado, cientos
de bancos echaron el cierre, se hundieron miles de negocios,
y el desempleo aumentó hasta llegar al 25%. Se desplomó la
confianza pública y la economía decayó en un bajón que
duró toda una década. Volvieron los aranceles, el comerció
internacional se ralentizó hasta marchar a rastras y
comenzaron a brotar villorrios de chabolas por todo el país.
En
su artículo, "Las causas principales de la Gran
Depresión" afirmaba Paul Alexander Gusmorino que:
"Hubo
muchos factores que desempeñaron su papel a la hora de
provocar la Gran Depresión; sin embargo, la causa principal
estuvo en la combinación de la distribución enormemente
desigual de riqueza a lo largo de los años 20, y la enorme
especulación en el mercado de valores que se produjo
durante la última parte de esa misma década”.
La
disparidad de la renta se ensanchó a lo largo de los años
20. Mientras la renta disponible se incrementaba en un 9%
entre 1920 y 1929, quienes se encontraban entre el 1% más
alto disfrutaban de un aumento de un 75% en su renta
disponible. Una brecha semejante, si bien mayor, ha surgido
en años recientes, conforme una parte mayor de la riqueza
nacional se ha movido hacia la gente más rica del país.
“Hacia
2006, el 1% superior de los hogares recibía cerca de una
cuarta parte y el 10% superior conseguía el 50% de la tarta
de la renta. En 2006, los 400 norteamericanos más ricos
poseían una riqueza colectiva neta de 1,6 billones de dólares,
mayor que la riqueza combinada de 150 millones de personas
en la base. Este grado de desigualdad en la renta y la
riqueza se vio por última vez justo antes del comienzo de
la Gran Depresión”.
(The ABCs of the Economic
Crisis: What Working People Need to Know, de Fred Magdoff y
Michael Yates, Monthly Review Press).
También
entre 1925 y 1925, el crédito se multiplicó más del doble
(de 1.380 millones de dólares a cerca de 3.000 millones)
igual que ha sucedido en la última década. De acuerdo con
el McKinsey Global Institute:
"Entre
2000 y 2007, los hogares norteamericanos se entregaron a una
orgía de préstamos que casi dobló su extraordinaria deuda
hasta dejarla en 13,8 billones. La cantidad de deuda
familiar norteamericana acumulada hacia 2007 carecía de
precedentes, ya se estimase en términos nominales, como
parte del PIB (98%) o como proporción del pasivo de la
renta personal disponible (138%) (McKinsey Global Institute,
"Will U.S. Consumer Debt Reduction Cripple the Recovery?").
Los
salarios estancados, los menguantes ahorros personales y la
deuda familiar sin precedentes han creado condiciones casi
idénticas a aquellas que precedieron a la Gran Depresión.
Los síntomas han quedado enmascarados por los billones
destinados a estímulo monetario y fiscal, pero la
desigualdad mayúscula y el ingente peso de la deuda
personal auguran un largo periodo sombrío en el porvenir.
La gente es más pobre que antes y sus necesidades
debe afrontarlas el gobierno. El economista James K.
Galbraith toma como blanco la actual política en un artículo
reciente del Washington Monthly:
"Lo
más extraño del programa de Geithner es su incapacidad de
actuar como si la crisis financiera fuese una verdadera
crisis –una amenaza económica en conjunto y a largo
plazo- en lugar de ser simplemente un par de problemas
emparentados pero temporales, uno en la banca y el otro en
el empleo. En la banca, la metáfora dominante es la de las
cañerías: hay un tapón que debe desatacarse. Aplíquese
un desatascador a los activos tóxicos, se dice, y las
condiciones crediticias volverán a lo normal. Esto
convertiría a la recesión en algo esencialmente normal,
dando por válido el paquete de estímulos. Resolvamos estos
dos problemas y acabará la crisis. Esa es la idea.
“Pero
la metáfora de la fontanería es equívoca. El crédito no
es algo que fluye. No es algo que pueda forzarse para que
baje por las tuberías a base de limpiarlas. El crédito es
un contrato. Precisa de alguien que pida un préstamo y
alguien que lo conceda, un cliente lo mismo que un banco. Y
quien pide un préstamo debe reunir dos condiciones. Una es
la solvencia crediticia, lo que significa unos ingresos
seguros y, por lo general, una vivienda con valor de
patrimonio neto. Por tanto los precios de los activos tienen
su importancia. Con una excesiva oferta crónica de
viviendas, los precios caen, las garantías desaparecen, y
aun cuando se muestren dispuestos quienes solicitan un crédito,
no pueden ser considerados aptos para un préstamo. El otro
requisito es la buena disposición a solicitar préstamos,
motivado por lo que Keynes llamó "espíritus
animales" del entusiasmo empresarial. En una depresión
escasea ese optimismo. Aunque la gente disponga de avales,
quiere la seguridad del efectivo. Y precisamente porque
quieren efectivo es por lo que no vaciarán sus reservas
destinándolas a pagar un coche nuevo.
“La
metáfora de que el crédito fluye da por hecho que la gente
acudió en masa a los escaparates de los concesionarios de
coches en noviembre pasado y tuvo que echarse atrás porque
no se podía disponer de préstamos. Esto no es cierto: lo
que sucedió es que la gente dejó de acudir. Y dejó de
acudir porque, de repente, tuvieron la impresión de que
eran pobres". ("No
Return to Normal:Why the economic crisis, and its solution,
are bigger than you think" James K. Galbraith,
Washington Monthly).
Los
planificadores clave de la política de la administración
de Obama parecen no advertir el problema a la primera. Eso
ha convertido lo que era una situación mala en otra aun
peor. Galbraith piensa que estamos utilizando el modelo
equivocado para enfrentarnos a una depresión. Si el sistema
bancario se ha desmoronado y los consumidores están
demasiado agobiados por sus deudas como para poder gastar,
entonces hay que considerar otras alternativas.
Veamos
nuevamente lo que dice James K. Galbraith:
"Roosevelt
dio trabajo a los norteamericanos a una escala inmensa,
rebajando las tasas de desempleo a niveles que fueran
tolerables, aun antes de la guerra, del 25% en 1933 a menos
del 10% en 1936..."
"El
New Deal reconstruyó físicamente norteamérica, poniendo
el cimiento (las centrales eléctricas de la Tennessee
Valley Authority, por ejemplo) desde el que pudo lanzarse la
movilización de la Segunda Guerra mundial. Pero además
salvó al país política y moralmente, proporcionando
empleos, esperanza y confianza en que al final valía la
pena preservar la democracia. Eran muchos los que en la década
de 1930 no lo creían".
“Lo
que no se recuperó con Roosevelt fue el sistema de banca
privada. Los préstamos y el crédito –las hipotecas y la
construcción de viviendas- contribuyeron bastante menos al
crecimiento de la producción en los años 30 y 40 de lo que
habían supuesto en los años 20 o contribuirían después
de la guerra. De tener algunos ahorros, la gente los mantenía
en valores del Tesoro, y a pesar de los enormes déficits,
las tasas de interés de la deuda federal siguieron siendo
casi de cero. La trampa de liquidez no se superó hasta el
fin de la guerra.....El relanzamiento de las finanzas
privadas tardó veinte años, aparte de la guerra".
“Una
breve reflexión sobre esta historia y las actuales
circunstancias lleva a una clara conclusión: la plena
recuperación del crédito privado tardará mucho tiempo. Se
producirá después y no antes de la recuperación sólida
de las finanzas de los hogares de los particulares. No hay
forma de que el proyecto de revivir la economía atiborrando
a los bancos de efectivo vaya a funcionar. Una política
eficaz sólo puede funcionar al revés”. ("No
Return to Normal: Why the economic crisis, and its solution,
are bigger than you think" James K. Galbraith,
Washington Monthly).
La
historia puede ayudar apuntando el camino para salir de este
desastre, pero no si los políticos niegan la importancia de
las lecciones del pasado y siguen adelante con medidas a
medias que agoten los recursos y extiendan la miseria.
Reponer las reservas de los bancos y esperar que los
consumidores en apuros vuelvan a pedir crédito de nuevo no
tiene sentido. Igualmente sin sentido es ignorar el balance
general en pedazos de la economía familiar que habrá que
remendar antes de que se reanude el consumo. El gobierno ha
de comprometerse más y desempeñar un papel mayor. No se
trata de un problema que puedan arreglar solos la Reserva
Federal y el Tesoro. Será precisa una importante movilización
pública, semejante a los preparativos para una guerra. Habrá
que emplear fondos federales para que reemplacen a los
ingresos perdidos del Estado. Habrá que crear programas de
obras del gobierno para reconstruir infraestructuras
cruciales, difundir las tecnologías verdes y modernizar los
sistemas energéticos. Al mismo tiempo, la administración
tendrá que volver a regular el sistema financiero, dar
solución o finiquitar a los bancos insolventes, y crear un
sistema de bancos bajo control local que funcionen como
servicios públicos para proporcionar préstamos a bajo
interés a negocios y consumidores.
Todo
esto costará billones; billones que no se vayan por un
agujero negro a Wall Street o se utilicen para
bonificaciones de sospechosos magnates bancarios. En otros
palabras, dinero bien gastado.
Gran gobierno significa grandes déficits, y la
amenaza en ciernes de fuga de capitales. ¿Acabarán
recelando bancos centrales e inversores extranjeros de los déficits
y desecharán el dólar y los bonos del Tesoro? Ni hablar.
El mundo busca liderazgo, alguna indicación de que los
Estados Unidos saben cómo dar forma a su futuro y limpiar
sus establos. Quieren ver cómo “se hace cargo” la
administración de Obama y arregla el sistema bancario, cómo
llevan a cabo la investigación de los delitos, recuperan la
confianza en los mercados y reconstruyen el motor de la
demanda global, las clases medias. Es esta la labor del gran
gobierno. El gran gobierno ha vuelto.
(*) Mike Whitney vive en el estado
norteamericano de Washington y escribe en globalresearch.ca
del Centre for Research on Globalization.