Maestro,
periodista, compañero y amigo de Marx, miembro del comité
de correspondencia comunista de Bruselas entre 1846 y 1847 y
de la oficina central de la Liga de los Comunistas, redactor
de la Nueva Gaceta Renana entre 1848 y 1849, emigrado a
Suiza en 1849 y a Inglaterra en 1851, Wilhelm Friedrich Wolf
falleció en 1864. Tres años más tarde, su amigo le
dedicaba el libro I de El Capital, la única parte que llegó
a publicar en vida, con las siguientes palabras [1]:
“Dedicado
a mi inolvidable amigo, valiente, fiel, noble luchador
adelantado del proletariado, Wilhelm Wolff. Nacido en Tarnau
el 21 de junio de 1809. Muerto en el exilio en Manchester el
9 de mayo de 1864.”
El
sentido texto de Marx nos conduce a una historia paralela
sobre las dedicatorias de su gran clásico, historia en la
que el autor de El origen de las especies, cuyo doble
aniversario celebramos este año [2], está muy presente.
Vale la pena recordarla brevemente.
Norte
de Londres, 17 de marzo. Marx había fallecido tres días
antes. Su amigo, camarada y colaborador Friedrich Engels le
despedía con un emotivo discurso en el cementerio de
Highgate. Entre los asistentes, dos científicos naturales
[3], el químico Schorlemmer, profesor en Manchester, un
antiguo compañero político de Marx y Engels que había
combatido en Baden en el levantamiento de la revolución de
1848, y el biólogo darwinista E. Ray Lankester [4]. El
autor de La situación de clase obrera en Inglaterra, como
en su día apuntara el gran marxista italiano Valentino
Gerratana, unía probablemente por vez primera los nombres
del amigo desaparecido y del científico británico:
“De
la misma forma que Darwin ha descubierto las leyes del
desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx ha descubierto
las leyes del desarrollo de la historia humana.”
El
paralelismo establecido [5] se convirtió tiempo después en
un lugar común en la literatura marxista. Con
incomprensiones que no deberían desdeñarse: Marx, se dijo
y repitió, en paralelo al trabajo de Darwin en el ámbito
de la biología y las ciencias naturales, es el creador del
continente Historia. Sus “leyes”, categorías y
conjeturas son equiparables a las de teoría de la evolución,
y la corroboración exitosa del materialismo histórico, así
como sus aristas gnoseológicas, son similares.
El
autor de El Capital no desconoció la gran obra de Darwin.
Marx escribió a Engels, quien había sido uno de los mil
ciudadanos privilegiados que había adquirido un ejemplar de
la primera edición de El origen de las especies en 1859,
sobre este gran clásico en más de una ocasión. La
siguiente carta está fechada el 18 de junio de 1862 y Marx
habla en ella de relecturas de la obra:
“(...)
En cuanto a Darwin, al que he releído otra vez, me divierte
cuando pretende aplicar igualmente a la flora y a la fauna,
la teoría de ‘Malthus’, como si la astucia del señor
Malthus no residiera precisamente en el hecho de que no se
aplica a las plantas y a los animales, sino sólo a los
hombres –con la progresión geométrica– en oposición a
lo que sucede con las plantas y los animales. Es curioso ver
cómo Darwin descubre en las bestias y en los vegetales su
sociedad inglesa, con la división del trabajo, la
concurrencia, la apertura de nuevos mercados, las
‘invenciones’ y la ‘lucha por la vida’ de Malthus.
Es el bellum omnium contra omnes [la guerra de todos contra
todos] de Hobbes, y esto hace pensar en la Fenomenología de
Hegel, en la que la sociedad burguesa figura bajo el nombre
de ‘reino animal intelectual’ mientras que en Darwin es
el reino animal el que presenta a la sociedad burguesa...”
[6]
Precisamente
a esta carta de Marx se refiere Janet Browne [7] en los términos
siguientes:
“...‘Resulta
notable cómo Darwin redescubre entre las bestias y las
plantas la esencia de la sociedad de Inglaterra, con su
división del trabajo, la competición, la apertura de
nuevos mercados, los inventos y la lucha maltusiana por la
existencia’, comenta Karl Marx en una carta a Engels de
1862. Marx leyó El origen de las especies poco después de
su publicación y advirtió su ‘torpe estilo inglés’.
El comprendió con más claridad que la mayoría la
amenazada del Origen a los estándares tradicionales
victorianos. ‘Aunque está desarrollado al tosco modo inglés,
este es el libro que, en el campo de la historia natural,
proporciona las bases para nuestros puntos de vista’,
continuó dirigiéndose a Engels. Le repitió el mismo
comentario exacto a Ferdinand Lassalle. ‘La obra de Darwin
es de una gran importancia y sirve a mi propósito en cuanto
que proporciona una base para la lucha histórica de clases
en las ciencias naturales’. Marx se reía del temor de los
británicos hacia los simios. ‘Desde que Darwin demostró
que todos descendemos de los simios, apenas queda shock
alguno que pueda perturbar el orgullo de nuestros
ancestros’.”
En
el primer libro de El Capital, Marx se refiere a Darwin en
dos ocasiones cuanto menos, si bien de forma lateral en
ambos casos.
La
primera vez aparece en el capítulo XII de la sección IV.
En una nota a pie de página (n. 31: OME 40, p. 368), a propósito
del período manufacturero, que, apunta Marx, “simplifica,
perfecciona y multiplica los instrumentos de trabajo
mediante la adaptación de éstos a las funciones especiales
exclusivas de los trabajadores parciales”, señala:
“En
su obra que hace época, El origen de las especies, Darwin
observa lo siguiente respecto de los órganos naturales de
las plantas y de los animales: ‘Mientras un mismo órgano
tiene que ejecutar trabajos diferentes, es tal vez posible
descubrir un motivo de su alterabilidad en el hecho de que
la selección natural mantiene o suprime cualquier pequeña
desviación de la forma menos cuidadosamente de lo que lo
haría si ese mismo órgano estuviera destinado a un solo
fin particular. Así, por ejemplo, los cuchillos, que están
destinados a cortar cosas de todo tipo, pueden ser de formas
que en conjuntos sean más o menos una, mientras que un
instrumento destinado a un solo uso necesita también otra
forma si ha de satisfacer otro uso’...”
La
segunda referencia aparece en el capítulo XIII, en el
apartado dedicado a la “Maquinaria y gran industria”.
Refiriéndose a John Wyatt y su máquina de hilar, y la
revolución industrial del siglo XVIII, Marx señala que
Wyatt no aludió al hecho de que “la hacía funcionar un
asno, no un hombre, pese a lo cual la función correspondió
a un asno. Su programa hablaba de una máquina ‘para hilar
sin dedos’, y en nota a pie (nota 89, OME 41, pp. 2-3),
apunta:
“Ya
antes de él se habían utilizado máquinas para prehilar,
aunque muy imperfectas, probablemente en Italia por vez
primera. Una historia crítica de la tecnología documentaría
en general lo escasamente que ninguna invención del siglo
XVIII es cosa de un solo individuo. Por el momento no existe
una historia así. Darwin ha orientado el interés a la
historia de la tecnología natural, esto es, a la formación
de los órganos vegetales y animales en cuanto instrumentos
de producción para la vida de las plantas y de los
animales. ¿No merece igual atención la historia de la
constitución de los órganos productivos del ser humano
social, base material de cada particular organización de la
sociedad? ¿Y no sería, además, más fácil de conseguir,
puesto que, como dice Vico, la historia humana se diferencia
de la historia natural en que nosotros hemos hecho la una y
no la otra?…”
Preguntado
en el coloquio de una conferencia de 1978 sobre “El
trabajo científico de Marx y su noción de ciencia” [8]
por el conocimiento de Marx de la ciencia no social de su
tiempo, Manuel Sacristán señaló que, como era natural, el
filósofo y revolucionario comunista había seguido las
ciencias cosmológicas con cierto retraso y con menor
intensidad que las disciplinas sociales. Los conocimientos
naturales que Marx atendió principalmente fueron los que le
parecían imprescindibles para su propio trabajo de científico
social con pies y mirada en tierra: agrotecnia, agroquímica,
principalmente, y por prolongación, biología y química.
En eso, apuntaba Sacristán, había estado empujado por
algunas manías suyas.
“La
pasión por la ciencia alemana […] le hace leerse a [Justus
von] Liebig de arriba a abajo por ejemplo, porque le parece
que no sólo es un gran agrónomo, sino además un
representante típico de ciencia alemana, integrada y
global.”
En
el caso de la biología, proseguía el prologuista a la
edición catalana de El Capital, estaba la pasión por
Darwin. Marx veía en Darwin un apoyo teórico para sus
propias teorías. En su opinión, erróneamente, pero Marx
lo había creído así y había cultivado con insistencia la
lectura de Darwin.
La
gran estudiosa de Darwin e historiadora de la ciencia Janet
Browne [9] ha ratificado la afirmación de Sacristán:
“Y
es célebre la intriga despertada en Karl Marx por las tesis
de Darwin, quien señaló en diversas ocasiones que en los
trabajos de Darwin veía el sistema capitalista de la
competencia y el liberalismo.”
No
hay duda, pues, de la admiración inicial de Marx por la
obra de Darwin, amortiguada eso sí con el paso de los años.
Está contrastado históricamente que Marx leyó y releyó
El origen de las especies en los años iniciales de la década
de los sesenta del siglo XIX [10], movido seguramente por el
deseo de encontrar bases científico-naturales consistentes
con su concepción de la Historia y acaso no fuera
incoherente para él el paralelismo entre el concepto de
lucha de clases y sus derivadas conceptuales y la apelación
darwiniana a la lucha por la supervivencia como motor de la
evolución.
De
este modo, es comprensible que Marx, que cuando residió en
Londres con su familia vivió en algún momento a apenas
unos treinta kilómetros del domicilio de Darwin, le hiciera
llegar a lo largo de 1873, en fecha no determinada, la
segunda edición [11] de El Capital en alemán con una breve
dedicatoria: “A Mr. Charles Darwin, de parte de su sincero
admirador, Karl Marx” [12].
El
gran científico inglés, su admirado naturalista, que no
ignoraba evidentemente que Marx era el coautor del
Manifiesto Comunista, le contestó el 1º de octubre de 1873
agradeciéndole el detalle y con proximidad ilustrada:
“Muy
distinguido señor:
“Le
doy gracias por el honor que me hace al enviarme su gran
obra sobre El Capital; pienso sinceramente que merecería en
mayor medida su obsequio si yo entendiera algo más de ese
profundo e importante tema de economía política. Aunque
nuestros estudios sean tan distintos, creo que ambos
deseamos ardientemente la difusión del saber y que a la
larga eso servirá, con toda seguridad, para aumentar la
felicidad del género humano.
“Queda,
muy distinguido señor, suyo, afectísimo
“Charles
Darwin”
Según
Janet Browne [13], editora de la correspondencia de Darwin,
éste no llegó a leer, ni siquiera a abrir, el ejemplar que
Marx le enviara. Permanece impoluto en la conservada y
cuidada biblioteca de Darwin.
Pero
durante mucho tiempo se creyó que no fue ésta la única
carta que el naturalista inglés escribió a Marx, que no
fue éste el único intercambio epistolar entre ambos.
Años
después, en 1880, el creador de la teoría evolucionista,
respondía a una carta previa desconocida, no localizada
hasta entonces, en la que se le solicitada permiso para una
dedicatoria y para realizar observaciones sobre su obra.
“Muy
distinguido señor.
“Le
estoy muy agradecido por su cortés carta y por el contenido
de la misma. La publicación, en la forma que sea, de sus
observaciones sobre mis escritos no precisa en realidad de
consentimiento alguno por mi parte, así es que no sería
serio que yo diera un consentimiento del que no tiene
ninguna necesidad. Prefería que no se me dedicara el tomo o
el volumen (aunque le doy las gracias por el honor que
quiere hacerme), puesto que eso implicaría en cierto modo
mi aprobación de toda la publicación, sobre la cual no sé
nada. Además, aunque
soy un decidido defensor de la libertad de pensamiento en
todos los campos, me parece –con razón o
equivocadamente– que las argumentaciones en forma directa
contra el cristianismo y el teísmo difícilmente producen
algún efecto en el público. Pienso que la libertad de
pensamiento se promueve mejor a través de la gradual
iluminación de las mentes que se deriva del progreso de la
ciencia. Puede que, sin embargo, yo me haya visto influido
excesivamente por el disgusto que habrían sentido algunos
miembros de mi familia si hubiera apoyado de algún modo
ataque dirigidos contra la religión.
“Me
disgusta rechazar su ofrecimiento, pero soy viejo, tengo muy
pocas fuerzas y leer pruebas de imprenta –como sé por
experiencia reciente– me cansa mucho
“Queda,
muy distinguido señor, suyo, afectísimo,
“Ch
Darwin” [La cursiva es mía]
No
cabe pasar por alto la penetrante intuición argumentativa y
psicológica de Darwin sobre los efectos persuasivos de las
argumentaciones directas contra las creencias religiosas.
No
es, en todo caso, el tema que nos ocupa. Cabe enfatizar aquí
el breve paso en que Darwin parece apuntar –o, más bien,
apunta claramente– al contenido de la obra enviada:
“[…]
las argumentaciones en forma directa contra el cristianismo
y el teísmo difícilmente producen algún efecto en el público
[…]”
Argumentaciones
contra el cristianismo, contra el teísmo… No parece que
la afirmación darwiniana señale de ningún modo a los
contenidos centrales de El Capital. Sin embargo…
En
1931, la revista soviética Bajo el estandarte del marxismo
publicó esta segunda carta de Darwin de octubre de 1880. La
redacción de la revista soviética conjeturó, con riesgo
especulativo, pero no de forma implausible, que el
desconocido destinatario de la carta era Marx, Karl Marx.
Isaiah
Berlin, en su aproximación a Marx de 1939 [14], señaló,
basándose en esta carta, que el autor de El Capital quería
dedicar a Darwin la edición alemana original.
Francis
Wheen [15] ha comentado, en tono crítico, el descuido de
Berlin, quien, en su opinión
“(...)
pasó por alto completamente el hecho de que El Capital
–con su dedicatoria a Wilhelm Wolff– apareció en 1867,
nada más y nada menos que trece años antes de que
supuestamente Marx le ofreciese ‘el honor’ a Darwin.”
No
es el caso: Berlin dedujo que Marx quería dedicar a Darwin
el segundo volumen de El Capital, no el primer libro editado
ciertamente en 1867.
Después
de la segunda guerra mundial, casi todos los autores que se
aproximaron al asunto aceptaron, con matices y alguna
vacilación, el rechazo por Darwin de la dedicatoria
propuesta, difiriendo en el volumen que Marx pretendía
dedicarle.
McLellan
[16], por ejemplo, con mucha más atención, señaló que
Marx, en realidad, como ya había apuntado Berlin, deseaba
dedicar a Darwin el segundo libro de El Capital.
Gerratana
[17], en su clásico estudio sobre “Marxismo y
darwinismo” sostenía una posición similar si bien advertía,
prudentemente, que “no se ha podido encontrar la carta de
Marx, por lo que faltan algunos datos esenciales para
aclarar por completo el significado de ese interesante
episodio”, señalando una posible interpretación:
“Muy
probablemente el sondeo realizado por Marx tenía un objeto
menos contingente: la posibilidad de establecer en el campo
científico las relaciones entre darwinismo y socialismo, en
el caso de que hubiera sido aceptada por Darwin, habría
liquidado definitivamente la polémica bizantina que se
estaba desarrollando durante aquellos años y que iba a
continuar desarrollándose durante algunas décadas con
igual superficialidad por parte de naturalistas y de
socialistas.”
Finalmente,
Sholomo Avineri [18] sugirió que los recelos marxianos
sobre la aplicación política del darwinismo hacían
impensable una oferta sincera. La dedicatoria de El Capital
a Darwin había sido, con seguridad, una mera broma.
Basándose
en las investigaciones de la estudiosa de la obra de Darwin,
Margaret A. Fay [19], de Ralph Colp, Jr. [20], quien ya habló
en los setenta del mito de la creencia de que Marx deseaba
dedicar alguna parte de El Capital a Darwin, y de Lewis S.
Feuer [21], Wheen ha apuntado una explicación diferente. La
siguiente:
La
segunda carta de Darwin no fue enviada a Marx sino a Edward
B. Aveling, el compañero de Eleanor Marx, hija de Marx y
Jenny von Westphalen. Aveling había publicado en 1881 The
Student’s Darwin. Fay descubrió entre los papeles de
Darwin una carta de Aveling de 12 de octubre de 1880, unida
a unos capítulos de muestra de su obra, en la que después
de solicitar el apoyo o el consentimiento de Darwin a su
trabajo, añadía:
“Me
propongo, dependiendo de nuevo de su aprobación, honrar a
mi obra y a mí mismo dedicándosela a usted.”
¿Por
qué entonces la carta de Darwin a Aveling había terminado
en el archivo de Karl Marx dando pie a la confusión sobre
la dedicatoria de El Capital? Porque Eleanor Marx y el
propio Aveling, después del fallecimiento de Engels, habían
sido los depositarios del legado marxiano, mezclándose por
error los documentos de uno y otros.
Así,
pues, la atribución de la citada carta a Karl Marx es falsa
con toda probabilidad, pero la hipótesis sobre su autoría
fue una razonable conjetura extendida y aceptada en
tradiciones y publicaciones marxistas (y no marxistas), con
algún descuido o falta de documentación en algún caso. Ni
que decir tiene que la admiración de Marx por la obra de
Darwin está confirmada y que la no lectura de Darwin del
regalo enviado por Marx no apunta a ningún menosprecio por
la obra de éste ni tan siquiera a cosmovisiones muy
alejadas en uno y otro caso. El autor de El origen de las
especies vio que ambos aspiraban, desde sus respectos ámbitos,
a la difusión del saber contrastado y al avance de la
felicidad humana.
Janet
Browne [22] ha explicado esta curiosa historia de la
dedicatoria de El Capital en los términos siguientes:
“[…]
En una ocasión se creyó que Marx quiso dedicar El Capital
a Darwin, pero aquella impresión se basaba en un
malentendido. En efecto, Marx mencionó El origen de las
especies en su texto y envió a Darwin un ejemplar de
presentación de la tercera edición de El Capital en señal
de aprecio. Todavía forma parte de la colección de libros
de Darwin con una nota de Marx en su interior. La confusión
nacía de un error de identificación de una carta dirigida
a Darwin. La carta procedía en realidad de Edward Aveling,
el filósofo político y yerno de Marx, que adoptó con
entusiasmo los planteamientos seculares de Darwin. Aveling
le preguntó a Darwin si le importaría que le dedicara uno
de sus libros. Como no deseaba que la asociaran públicamente
con el ateísmo de Aveling, Darwin denegó la petición.”
La
actitud prudente de Darwin en este punto no fue obstáculo,
por lo demás, para que recibiera a Aveling apenas un año
después, en septiembre de 1881, cuando el compañero de la
hija de Marx estaba asistiendo al Congreso Internacional de
los Librepensadores. Janet Browne [23] cuenta así el
encuentro:
“Los
dos filósofos sociales radicales [Aveling y Ludwig Buchner]
se encontraban asistiendo al congreso de la Federación
Internacional de Librepensadores en Londres. Buchner tenía
una amplia reputación de ser el materialista más feroz de
Europa; Aveling era un ateo declarado. Tan sólo unos pocos
meses antes, Darwin había escrito para rechazar la petición
de Aveling de que deseaba dedicarle The Student’s Darwin
[24] diciendo que los fragmentos ateos llevaba sus opiniones
‘mucho más allá de lo que me parece a mí seguro’ (Feuer
1975).
“Asimismo,
el almuerzo que se celebró difícilmente pudo haber estado
más fuera de lugar. Los Darwin habían invitado además de
John Brodie Innes, su antiguo vicario, para tener apoyo
moral. Sin embargo, la ocasión resultó agradable. Después
de comer, los hombres [25] se retiraron al estudio de
Darwin, y allí, ‘entre el humo de los cigarrillos, con
sus libros que nos observan por encima de nuestras cabezas y
sus plantas para los experimentos por allí cerca, nos
dedicamos a charlar’ (Aveling 1883). Aveling le pregunto
enseguida a Darwin si era ateo. Él prefería la palabra
‘agnóstico’, respondió. ‘Agnóstico no es más que
ateo con énfasis en la respetabilidad –respondió Aveling–,
y ateo no es más que agnóstico con énfasis en la
agresividad’. Los invitados presionaron a Darwin para que
valorase su papel en la difusión del pensamiento libre:
todo librepensador debería proclamar la verdad ‘¡a todas
partes desde los tejados!’. Hacia el final todos se
decidieron de un modo cordial por la insuficiencia del
cristianismo ‘Yo no abandoné el cristianismo hasta los
cuarenta años de edad –afirmó Darwin–. No tiene el
respaldo de las pruebas.’...”
Señala
Browne que, muy impresionado por la evidente sinceridad de
Darwin, Edward Aveling publicó “una descripción
nerviosa” de la entrevista dos años más tarde, en 1883,
tras la muerte de Darwin. La tituló The Religious Views of
Charles Darwin (“Las opiniones religiosas de Charles
Darwin”).
Como
era de esperar, el artículo del materialista radical
Aveling no gustó a los miembros de la familia Darwin. No
era ésa su lectura del legado filosófico ni de las
consideraciones religiosas del autor de El origen de las
especies.
Addendum:
En un artículo reciente, Gonzalo Pontón [26], hacía
referencia al profesor Jerry A. Coyne, quien acaba de
publicar un libro titulado Why Evolution is True, en el que
explica con pulcritud un argumento contra la, seamos gnoseológicamente
generosos, teoría del diseño inteligente: “La imperfección
es la marca de la evolución, no la del diseño
consciente”. La evolución produce criaturas imperfectas,
inacabadas: los mecanismos evolutivos han dotado al kiwi de
unas alas sin función; la mayoría de las ballenas
conservan vestigios de pelvis y huesos de las patas como
recuerdo de su pasado de cuadrúpedos terrestres; los
humanos contamos con músculos para accionar una cola ya
desaparecida, erizar plumas de las que no disponemos (la
“carne de gallina”) o mover cómicamente las orejas,
recordaba Pontón. A veces la evolución puede producir
resultados útiles para un individuo, pero perjudiciales
para la especie en su conjunto. Pontón recordaba en su artículo
un ejemplo fastuoso aportado por Forges:
“[…]
en el dibujo aparece un obispo o cardenal (¿Rouco? ¿Camino?)
de gesto avinagrado que Darwin observa entre perplejo y
azorado. ¿Por qué razón? Porque ve, como Forges y como
yo, que aquí la selección natural no ha jugado en favor de
la especie. Si la selección natural ‘apaga’ los genes más
perjudiciales y activa los más favorables, ¿por qué
existen los eclesiásticos?”
Los
interrogantes del admirable editor de Crítica proseguían:
¿por qué sobreviven seres inmorales capaces de engañar a
sabiendas a los más débiles y desvalidos de los humanos
diciéndoles que los preservativos pueden aumentar el riesgo
de contraer el sida? Desde Darwin, sugiere Pontón, puede
explicarse la existencia de tales criaturas: deben de ser
vestigios de nuestros antepasados los reptiles.
Se
me perdonará entonces que, aprovechando que el Ebro pasa
por Zaragoza y el Duero por Pisuerga, añada otras preguntas
de las que no soy capaz de conjeturar hipótesis
explicativas: ¿Cómo es posible, como encaja en la evolución
de las especies y las sociedades humanas, que un gobierno de
izquierdas tripartito lleve una ley al Parlament catalán,
con el beneplácito de CiU y el apoyo sustantivo del PP
menos en asuntos lingüísticos, agitatorios electoralmente,
que amén de privatizaciones y apoyo a negocios privados
“concertados”, permita que instituciones educativas en
manos de clérigos fanáticos (y afines) que segregan a jóvenes
estudiantes en función del sexo, y no sabemos si también
con otros criterios, reciban ayuda pública para sus propósitos
antievolucionistas? ¿Se explica en esas instituciones
educativas el darwinismo o se hace en “justo” paralelo
con la “teoría” el diseño inteligente? Una hipótesis
apenas entrevista, que acaso sea razonable: la evolución de
las sociedades humanas exige para su transformación, además
de los mecanismos naturales señalados, coraje ciudadano, el
luciferino non serviam, y el gobierno catalán (¡ay!),
hasta estos momentos, parece no andar sobrado de estos
condimentos cívicos rebeldes.
PS: Óscar Carpintero me señaló amablemente el artículo referenciado de S.
Jay Gould, que yo desconocía hasta entonces. Manuel Talens
ha revisado el artículo con cuidado, me ha señalado
erratas y algún error, le ha dado forma y lo ha tratado con
el mimo al que nos tiene acostumbrados. Gracias, muchas
gracias a ambos.
Notas:
[1]
Uso la traducción del primer libro de El
Capital de Manuel Sacristán: OME (Obras de Marx y
Engels) 40, 1976, Ediciones Grijalbo. Los siguientes volúmenes
aparecieron en Crítica, la editorial que fundó en aquellos
años un amigo y colaborador de Sacristán en Ediciones
Ariel, Gonzalo Pontón.
[2]
El 12 de febrero se cumplieron 200 años del nacimiento de
Charles Darwin y el 24 de noviembre de 2009 se celebrará el
150 aniversario de la publicación de El origen de las especies. La teoría de Darwin ha sufrido en sí
misma una evolución con el surgimiento del neodarwinismo,
que sostiene a un tiempo el rigor de la idea primigenia de
Darwin a la vez que se nutre de los estudios sobre herencia
de Gregor Mendel. Han existido y existen, desde luego,
“hijos de Darwin” que manipulando sus ideas defendieron
y defienden la “ingeniería social”. Así, el
“darwinismo social” basado en la eugenesia, propuesta
por Francis Galton, primo de Darwin, y la posterior aportación
de Spencer. No es impensable, como es sabido, que algunas de
estas “teorías” influyeran en la cosmovisión del
nazismo (y concepciones del mundo afines).
[3]
Valentino Gerratana, “Marxismo y darwinismo”, en Investigaciones
sobre la historia del marxismo I. Hipótesis-Grijalbo,
Barcelona, 1975, p. 99, traducción de Francisco Fernández
Buey (esta colección inolvidable, en la que fueron
publicados 17 ensayos, fue dirigida conjuntamente por Manuel
Sacristán y por el propio Francisco Fernández Buey).
Stephen Jay Gould, “El caballero darwinista en el funeral
de Marx: resolviendo la pareja más extraña de la evolución”,
en Acabo de llegar. El
final de un principio en historia natural, Barcelona,
Drakantos bolsillo, 2009 (pp. 153-174) –trabajo del que he
tenido noticia gracias a Óscar Carpintero– señala como
asistentes al entierro de Marx: Jenny, su mujer; una hija de
Marx; sus dos yernos, Charles Longuet, Paul Lafargue;
Wilhelm Liebknecht, Friedrich Lessner, G. Lochner y los dos
científicos citados. S. Jay Gould olvida que la mujer de
Marx había fallecido en 1881. Gould, por otra parte, señala
igualmente que Engels se dio cuenta de la “anomalía”
que representaba la presencia de los dos científicos
naturales. En su informe oficial del funeral (publicado en Der
Sozialdemokrat de Zurich, 22 de marzo de 1883),
apuntaba: “Las ciencias naturales estuvieron representadas
por dos celebridades de primer rango, el profesor de Zoología
Ray Lankester y el profesor de química Schorlemmer, ambos
miembros de la Royal Society de Londres”.
[4]
S. Jay Gould lo presenta en los siguientes términos:
“[…] E. Ray Lankester (1847-1929), joven biólogo
evolutivo inglés y principal discípulo de Darwin que ya
entonces era famoso, pero más tarde se convertirá (en
tanto que Profesor sir E Ray Lankester, K.C.B. [Caballero de
la Orden del Baño], M.A. [el grado “obtenido” en Oxford
o Cambridge]. D.Sc. [un grado honorífico posterior como
doctor en ciencias], FRS [miembro de la Royal Society, la
principal academia honoraria de la ciencia británica]), en
prácticamente el más celebre, y el más chapado a la
antigua,. De los científicos ingleses convencionales y
socialmente prominentes” (ed.
cit., pp. 156-157).
[5]
Un
brevísimo paso de un discurso de despedida y recuerdo, en
absoluto un pensado y documentado texto de reflexión político-filosófica.
[6]
Gould señala en su artículo que “Marx siguió siendo un
evolucionista convencido, desde luego, pero su interés por
Darwin menguó claramente con el paso de los años” (p.
168). Margaret Fay manifiesta la siguiente opinión a este
respecto (Ibidem,
pp. 168-169): “Marx… aunque inicialmente se sintió
excitado por la publicación de El Origen… de Darwin, desarrolló una postura mucho más crítica
hacia el darwinismo, y en su correspondencia de la década
de 1860 se burlaba de manera suave de los prejuicios ideológicos
de Darwin. Los apuntes etnológicos de Marx, compilados
hacia 1879-1881, en los que sólo se cita una vez a Darwin,
no proporcionan ninguna prueba de que retornara a su
entusiasmo inicial”.
[7]
Janet Browne, Charles
Darwin. El poder del lugar, Valencia, PUV, 2009, p. 246
(traducción de Julio Hermoso).
[8]
Véase: Manuel Sacristán, Sobre
Dialéctica. El Viejo Topo, Barcelona, 2009, pp.
147-164.
[9]
Janet Browne, La
historia de El origen de las especies
de Charles Darwin. Debate,
Madrid, 2007, p. 111.
[10]
Ralph Colp, Jr.: “The myth of the Darwin-Marx letter”. History of Political Economy 14:4, 1982, p. 461.
[11]
Janet Browne habla de la tercera edición (op.
cit., p.112). Creo que es una errata.
[12]
Según Janet Browne, op.
cit., p. 112, todavía “forma parte de la colección
de libros de Darwin con una nota de Marx en su interior”.
[13] Véase Janet Browne, Charles
Darwin. El poder del lugar, ed. cit.,
p. 517
[14]
I. Berlin, Karl Marx.
Su vida y su entorno. Alianza editorial, Madrid, 2000.
[15]
Francis Wheen, Karl
Marx. Editorial Debate, Madrid 2000, p. 336.
[16]
David McLellan, Karl Marx. Su vida y sus ideas, ed. cit., p. 488
[17]
Valentino Gerratana, Investigaciones sobre la historia
del marxismo, ed. cit., p. 123
[18]
Sholomo Avineri, “The Marx-Darwin
Question: Implications for the Critical Aspects of Marx's
Social... Warren International Sociology. 1987; 2: 251-269.
[19]
Margaret Fay, “Did
Marx offer to dedicate Capital
to Darwin?: A Reassessment of the Evidence”. Journal of the History of
Ideas, Vol. 39, No. 1 Jan-Mar, 1978, pp.
133-146.
[20]
Ralph Colp, Jr.: “The contacts between Charles Darwin and
Karl Marx”. Journal
of the History of Ideas 35 (April-June 1974).
[21]
Lewis S. Feuer, “Is the “Darwin-Marx correspondence”
authentic?”, Annals of Science, 32: 1-12. Gould señala en su artículo que Feuer y Fay trabajaban de forma independiente y
simultánea.
[22]
Janet Browne, La
historia de El origen de las especies
de Charles Darwin, ed. cit., pp. 111-112. Browne se muestra más comedida en su gran
biografía de Darwin (ed.
cit., pp. 517-518): “Hay escasas pruebas de la
historia que afirma que Marx le pidió permiso a Darwin para
dedicarle una futura edición de El Capital en reconocimiento de la comprensión de la lucha en la
naturaleza por parte del británico. Al contrario, es mucho
más probable que fuese Edward Eveling quien le preguntarse
a Darwin si podía dedicarle uno de sus libros, y que tal
solicitud fuese rechazada”. Browne apunta, en conjetura
parcialmente arriesgada, que la confusión irrumpió sólo
tras la muerte de Darwin (y acaso, habría que añadir la de
Marx), ya fuese a través del deseo de Aveling de relacionar
el darwinismo con su ateísmo revolucionario, o porque los
documentos de Marx y Aveling se mezclasen azarosamente
tiempo después.
[23]
Janet Browne, Charles
Darwin. El poder del lugar, ed.
cit., p. 623.
[24]
El Darwin para el estudiante de Aveling el segundo volumen de la
Biblioteca Internacional de Ciencias y Librepensamiento.
[25]
“Hombres” refiere en este caso, efectivamente, a
hombres.
[26]
Gonzalo
Pontón, “La perplejidad de Darwin”. El
País, 29 de marzo de 2009.
Una
versión anterior de este artículo apareció en El Viejo Topo, julio-agosto de 2009.
Salvador
López Arnal es colaborador de Rebelión,
El Viejo Topo, Papeles ecosociales y
Sin permiso, y autor de La
destrucción de una esperanza. Manuel Sacristán y la
primavera de Praga, Akal, Madrid (En prensa).