El 16 de abril de 1930 moría en el Perú,
lugar donde había nacido, José Carlos Mariátegui. Tenía
tan solo 35 años. Este brillante pensador latinoamericano
cumplió el que quizás sea uno de los preceptos cardinales
del marxismo: relacionar como un todo la teoría y la práctica
política. Creador de una profusa obra escrita,
propagandista y orador destacado, colaboró también en la
creación de la primer organización sindical nacional de su
país y fue uno de los fundadores del Partido Socialista
peruano. Trazaremos a continuación una breve semblanza de
su rico legado.
Una cosmovisión
latinoamericana y no petrificada
Las inquietudes intelectuales de Mariategui fueron
vastísimas. Luego de su viaje europeo en la segunda década
del siglo XX, éstas se vieron acrecentadas. La política,
la filosofía, la economía y el arte todo, fueron algunas
de sus preocupaciones y objetos de estudio. Fue abrazando un
marxismo que interpretó con coodenadas que lo alejaban de
las vulgatas reduccionistas que la socialdemócrata II
Internacional profesaba. Contra el positivismo/naturalista
de aquélla, el peruano se acercaba a un marxismo mucho más
plástico y dialéctico que también tendría sus exponentes
contemporáneos a la obra de El Amauta: Korsch, Gramsci, el
primer Lukács y más tarde Benjamin. A esto le sumaba el
aporte de corrientes "heréticas" como la que
expresaban Sorel, Nietzsche o Unamuno (autor por el que tenía
una gran simpatía). Supo escribir: “Los más severos y
seguros estudiosos del movimiento socialista constatan que
el rector efectivo de la socialdemocracia alemana, a la que
teórica y practicamente se siente tan cerca De Man, no fue
Marx sino Lasalle. El reformismo lassalliano se armonizaba
con los móviles y la praxis empleados por la social
democracia en el proceso de su crecimiento, mucho más que
el revolucionarismo marxista.” (“En defensa del
marxismo”)
Fue pionero en América Latina en el intento de
comprender la génesis del desarrollo político económico
de formaciones pre capitalistas o de capitalismo "bárbaro",
para utilizar la expresión de Milicíades Peña como la del
propio Perú, esfuerzo que plasmó en su trabajo “Siete
ensayos de interpretación de la realidad peruana”. El análisis
de este magnífico texto, vislumbrar sus aciertos y sus
deficiencias, requerirían de un estudio más profundo.
Pero sí señalemos que ese trabajo de tipo
historiográfico estaba al servicio de una actividad y
estrategia política concreta: ubicar a la clase obrera como
caudillo de la revolución futura hegemonizando a los otros
sectores subalternos, como las comunidades aborígenes, bajo
la bandera del socialismo (de allí su franca y leal polémica
con la ideología indigenista).
Los dos ejes mariateguianos que preferimos abordar
en este artículo, son aquéllos que pensamos han tenido más
lecturas unilaterales y deformadas y que nos permiten
aventurar una hipótesis: ubicar al peruano en la corriente
que el marxista norteamericano H. Drapper denominaba
"socialismo desde abajo", línea que para éste
inauguraba Marx y que entre otros encarnaban Trotsky y Rosa
Luxemburgo. Como Mariátegui afirmaba en uno de sus textos más
representativos: “El mérito excepcional de Marx consiste
en haber, en este sentido, descubierto al proletariado... la
realidad del proletariado como clase esencialmente antitética
de la burguesía, verdadera y sola portadora del espíritu
revolucionario en la sociedad industrial moderna” (“En
defensa...”)
El socialismo: ni calco ni
copia
La correctísima expresión de Mariátegui en cuanto
a que el socialismo, como proyecto ético/político/económico
en América Latina no debería ser "calco ni
copia" de otras experiencias - en especial europeas -;
ha sido tomada en forma unívoca, deformándola. Pues si es
enteramente cierto que según las regiones y tradiciones,
cada lugar posee una especificidad propia lo que lleva a la
deducción que la historia no puede repetirse en forma idéntica
o trasladarse mecánicamente sin respetar aquéllas; esto no
significa que no existan enseñanzas universales que
conforman un pasado del cual se puede aprender y obtener
lecciones más que valiosas.
Es el mismo autor de los “Siete ensayos...” al
dar conferencias a obreros y estudiantes sobre las
revoluciones rusas y alemana,
quien señala que éstas contienen elementos que
debemos hacer nuestros los socialistas de cualquier lugar
del mundo: la participación activa del sujeto
revolucionario en la toma de decisiones, la necesidad de
organismos tanto corporativos como políticos que los
representen, la obligación de contar con un programa y una
estrategia de acción clara y precisa; serían algunas de
ellas.
En el peruano entonces, la muy justa premisa de que
no hay que fosilizar textos o autores a riesgo de caer en un
dogmatismo seco y árido, no lo llevó a la conclusión -
mil veces errada - de que no existe una tradición (en el
sentido que le daba el marxista italiano Antonio Labriola:
como reservorio de experiencias de la clase trabajadora en
su accionar) de la cual servirse teórica y políticamente.
La cual con sus debidos ajustes y adecuaciones al espacio y
el momento concreto, funcionara como "guía para la
acción". Pues por si hiciese falta aclararlo, en el
marxismo de Mariátegui no existía nada parecido a un
determinismo natural o designio de la Historia alguno, que
inevitablemente condujeran al socialismo y a un mundo mejor.
Esto nos introduce en el segundo eje que queríamos abordar.
No resignar jamás la
independencia de clase
En 1929 se celebra en Buenos Aires una Conferencia
de la Internacional Comunista con diversos partidos
latinoamericanos con una agenda que incluye la lucha contra
el imperialismo, la estrategia y el carácter de la revolución
en estas latitudes, las tácticas a emplear, entre sus
puntos más salientes. Mariátegui enfermo no puede
concurrir, pero sí lo hará el recién creado Partido
Socialista Peruano que venía de una ruptura política con
el nacionalismo/populismo que encarnaba el APRA de Raúl
Haya de la Torre y que defenderá las tesis elaboradas por
aquél. Dichos planteos provocarán ásperos debates en la
Conferencia en especial con el representante del PC
argentino, Victorio Codovilla, que sostenía que el carácter
de la revolución en América Latina era democrático-burgués
y anti imperialista y que por ende la lucha central en su
primera etapa era contra el imperialismo en alianza con
sectores burgueses para luego, en una segunda etapa,
comenzar a proyectar el socialismo. Todo esto además, en el
marco de un cerrado "espíritu provinciano”, con análisis
ad hoc para justificar lo anterior y con un escueto marco
internacional que no era otra cosa que un alineamiento monolítico
con las eclécticas - y cambiantes - líneas políticas
ensayadas por la dirección del PCUS.
Mariátegui y su corriente, como adelantamos, fueron
la antítesis teórico/política de estos postulados. Por
ejemplo, en relación a la necesidad de un verdadero
internacionalismo proletario, los peruanos afirmaban: “El
carácter internacional de la economía contemporánea, que
no consiente a ningún país evadirse a las corrientes de
transformación surgida de las actuales condiciones de la
producción. El carácter internacional del movimiento
revolucionario del proletariado. El Partido Socialista
adopta su praxis a las circunstancias concretas del país;
pero obedece a una amplia visión de clase y las mismas
circunstancias nacionales están subordinadas al ritmo de la
historia mundial (Principios programáticos del PS). No
menos categóricos eran en señalar el carácter de la
revolución que tendría lugar en esta parte de América:
Cumplida su etapa democrática burguesa, la revolución deviene en sus objetivos y en su doctrina revolución
proletaria. El partido del proletariado, capacitado por la
lucha para el ejercicio del poder y el desarrollo de su
propio programa, realiza en esta etapa las tareas de la
organización y defensa del orden socialista.”
(“Principios...”)
Esto conducía directamente al problema de qué tipo
de partido construir y con qué programa y estrategia política,
que casi "naturalmente" se desprendían de lo
anterior. En ese aspecto los socialistas andinos afirmaban:
“La formación de partidos de clase y poderosas
organizaciones sindicales con clara conciencia clasista, no
se presenta destinada en esos países
(N del R: se refiere a Centro América) al mismo
desenvolvimiento inmediato que en Sud
América. En nuestros países el factor clasista es más
decisivo, está más desarrollado. No hay razón para
recurrir a vagas fórmulas populistas tras de las cuales no
pueden dejar de prosperar tendencias reaccionarias.
Actualmente el aprismo, como propaganda, está circunscripto
a Centro América; en Sud América, a consecuencia de la
desviación populista, caudillista, pequeño burguesa, que
lo definía como el Kuo Min Tang latinoamericano, está en
una etapa de liquidación total.” (“Punto de vista
antiimperialista”). Párrafo que pensamos, no requiere de
aclaración alguna. No sólo se distancia de la ortodoxia
comunista oficial sino de los populismos como el del APRA o
el de la experiencia de la reciente revolución china que
llevaron al triunfo de la reacción.
Claro está que para Mariátegui el problema del
imperialismo existe y es concreto. Si bien América del Sur
goza de una independencia política formal, se halla atada
por lazos económicos y hasta militares que convierten a sus
naciones en especie de semicolonias. Contrariamente al
socialismo liberal - como el que encarnaba Justo en la
Argentina - que hacía tabla rasa con ese tema y de hecho
actuaba como aliado de ciertos países imperialistas, Mariátegui
no le asigna ningún rol a las burguesías locales en el
proceso de la lucha contra el imperialismo, aunque tuviese
roces con éste y muchas veces renegara retóricamente de su
"naturaleza" de clase dominante hacia adentro pero
subalterna hacia afuera. Oigámoslo: “El anti
imperialismo, admitido que pudiese movilizar al lado de las
masas obreras y campesinas, a la burguesía y pequeña
burguesía nacionalistas (ya hemos negado terminantemente
esta posibilidad) no anula el antagonismo entre las clases,
no suprime su diferencia de intereses. Tenemos la
experiencia de México.”
(“Punto...”)
Suena realmente irónico - por decir lo menos - que
corrientes universitarias en la Argentina utilicen el nombre
del revolucionario peruano para realizar meras estrategias
gremiales y avalar proyectos populistas, nacionalistas o
directamente centro izquierdistas de colaboración de
clases. O que agrupaciones políticas en el resto de América
Latina intenten apoyarse en el legado de El Amauta para
sostener sus atajos oportunistas. Para nosotros el riquísimo
legado de Mariátegui, tiene entre sus puntos nodales la
expresión con la cual cerramos este sucinto artículo:
“En conclusión somos anti imperialistas porque
somos marxistas, porque somos revolucionarios, porque
oponemos al capitalismo el socialismo como sistema antagónico,
llamado a sucederlo, porque en la lucha contra los
imperialismos extranjeros cumplimos nuestros deberes de
solidaridad con las masas revolucionarias de Europa.”
(“Punto...”)