Cuando se inventó
hace más de cien años el cinematógrafo (patentado
oficialmente por los hermanos Lumière), las simples escenas
cotidianas, como gente en la playa, montando a caballo, el
avance de un tren, personajes importantes de la época…
cosas así eran suficientes para atraer a los curiosos y
sorprendidos espectadores a las primeras salas de cine que
por entonces comenzaron a funcionar. Por algún tiempo bastó
con esas sencillas imágenes para hacer de esa sorprendente
invención (imaginemos qué pensaba la gente observando cómo
una serie de fotos tomaban, digamos, vida), un lucrativo
negocio, como siempre ha sido la meta del sistema
capitalista. Pero cuando esas iniciales filmaciones
comenzaron a ser rutinarias y a volverse, en efecto, comunes
entre los asistentes, los cinematografistas de entonces
debieron acudir a nuevas e innovadoras técnicas que
garantizaran que el público asistente mantuviera un
creciente interés y el negocio continuara siendo rentable.
Así nació lo que llamaré “efectismo cinematográfico”,
que consistió en emplear una serie de trucos y recursos
visuales, con tal de que las cintas que se proyectaran
pudieran seguir sorprendiendo a los espectadores.
Podría decirse que Georges Mellies fue el primer
cineasta en inaugurar los efectos especiales. Memorable es,
sin duda, su filme “Viaje a la luna”, de 1902, en el
cual las cualidades de Mellies de pionero truquista
cinematográfico relucieron, maravillando a los asistentes
con el ilusionismo que logró en tal cinta de temprana
ciencia-ficción y en tantas otras (se dice que llegó a
producir alrededor de 500 cintas, muchas de ellas perdidas
irremediablemente, cuando al inicio de la primera guerra
mundial, sus negocios comenzaron a salir mal y Mellies tuvo
que vender sus rollos de celuloide por kilo, para que con
ellos se fabricaran juguetitos y cosas así).
Y desde entonces, los hacedores de cine se dieron
cuenta de que si no recurrían al ilusionismo visual y a
trucos que ofrecieran al espectador imágenes que en la vida
real jamás sucederían, el negocio quebraría. Y justamente
compañías estadounidenses como la de Edison, la Biograph y
la Vitagraph, simplemente copiaban descaradamente las películas
de Mellies y las exhibían en sus propias salas. Claro que
con el tiempo comenzaron a surgir también en Estados Unidos
productores de cine, como D. W. Griffith, quien realizó
obras cinematográficas que se han convertido incluso en
obligados clásicos de culto, tal como “Intolerancia”,
una larga película que abarca cuatro temas, pero cuyos
efectos y grandiosidad, sin duda que debieron sorprender
maravillosamente a quienes la veían.
Dentro de esa dinámica, la invención del sonido fue
indudablemente una suerte de “efecto especial” de la época,
pues el público no sólo veía, sino que escuchaba los
sonidos de las imágenes que el cinematógrafo estaba
exhibiendo. Los estudios Warner Brothers fueron los primeros
en digamos que apostar a la nueva tecnología. La invención,
debida a Lee Forrest, colocaba el sonido en una orilla de la
cinta de celuloide. Como esa compañía estaba en problemas
financieros, se arriesgó a realizar una cinta sonora.
Primero fue Don Juan, estrenada en 1926, estelarizada por
John Barrymore, que contenía sonidos, pero aún no incluía
diálogos. Y en vista del relativo éxito que tuvo aquella
cinta, luego, en 1927, fue estrenada The Jazz Singer (El
cantante de jazz), que incluyó, ¡sorprendente!, música y
340 palabras de un sencillo diálogo dicho por los actores.
Eso bastó para dejar maravillados a los espectadores y para
que Warner Brothers se salvara de la quiebra (algo del
proceso que los estudios cinematográficos siguieron para
consolidarse en el gusto de los espectadores es narrado en
la novela de Harold Robbins “The dream merchants”).
Pero como sucede en este competitivo sistema
capitalista, cuando el resto de los estudios adoptaron la
tecnología sonora, la vanguardia lograda por Warner
Brothers no fue ya atractivo suficiente para los ávidos
espectadores, deseosos de que el cine les mostrara historias
que los evadieran de la realidad, tanto por los temas en
ellas tratados, como por los efectos, especialmente las que
tenían ese cometido.
Claro que antes del cine sonoro hubo infinidad de
cintas que se esmeraron por ofrecer no sólo historias
interesantes, sino también efectos especiales. Los maestros
alemanes del expresionismo (se les llamaba así porque
empleaban diseños artísticos alterados para dar fuerza a
sus cintas), tales como Wilhelm Murnau, Fritz Lang, Kart
Freund, Otto Preminger, entre otros, filmaron muy atractivas
e interesantes cintas que habrían de convertirse con los años
en preciados objetos de culto. Muchas de ellas se centraron
en el género de horror, como la cinta “Nosferatu”, de
Murnau, 1922, acerca del milenario vampiro que con su
terrible mordedura va esparciendo su hematófago mal (esta
cinta abunda en efectos especiales, concebidos por Murnau, y
que fueron adoptados por la cinematografía desde entonces).
“Fausto” fue otra de sus cintas de horror bastante
exitosas, en donde miniaturas se combinan con efectos de cámara
para ubicar al espectador en el infierno de Mefistófeles.
Lang, con “Metrópolis”, 1927, logra una sorprendente
cinta de ciencia-ficción que narra, de una manera
futurista, la forma en que la clase capitalista busca
controlar cronométricamente a sus obreros e incluso crea
una especie de cyber-robot que toma la apariencia de una
mujer, quien trata de llevar a la derrota a la insurrección
obrera. También los efectos de esta cinta son aún
sorprendentes. “El Golem”, 1920, otra clásica cinta de
horror, dirigida por el maestro Paul Wegener, como la
anterior, habría de marcar ciertas tendencias en dicho género.
Pero, como ya mencioné arriba, la invención del
sonido, produjo el efecto de que muy pronto el cine silente
fue siendo desplazado, así que las compañías cinematográficas
se dedicaron de lleno a explotar su nuevo “efecto
especial”.
Una cinta sonora especialmente memorable, que también
se considera un clásico, es “King Kong”, 1933, cuyos
sorprendentes efectos especiales, mediante la técnica slow
motion, muestran al gigantesco gorila peleando contra
feroces dinosaurios y luego, causando pánico en un Nueva
York sumido en la depresión, en donde es abatido por las
ametralladoras de aviones biplazas en la punta del Empire
State, una muy icónica imagen ésta. Por cierto que esta
cinta hacía posible lo imposible (característica que habría
de identificar a Hollywood desde entonces): que pudiera el público
contemplar vivos a monstruos prehistóricos hacía millones de años extintos,
pero que gracias a las cámaras y los efectos especiales,
estaban allí, frente a todo mundo. Ya antes, en 1925, la
cinta “The lost world”, basada en la novela de sir
Arthur Conan Doyle, acerca de un alejado mundo en donde aún
rumiaban dinosaurios, comenzó a mostrar y, por supuesto, a
estereotipar a los extintos saurios. Pero con King Kong,
tanto el gigantesco gorila, como los temibles saurios,
gracias también a los efectos sonoros, el impacto que
produjeron en los espectadores fue mayúsculo.
Poco después hacen su aparición las cintas animadas,
especialmente con Walt Disney, quien apostó una pequeña
futura para producir películas de dibujos animados (cartoons)
dirigidas especialmente a niños y que, para su buena
fortuna, triunfó en su intento, el cual, desde entonces,
posibilitó la antropomorfización de especies animales
tales como ratones, pájaros, gatos, cerdos… fórmula ya
muy usada en Hollywood para demostrarnos que en el fantástico
mundo cinematográfico todo es posible… ah, pero no sólo
animales, sino que cosas inmateriales, como autos (“Cupido
Motorizado”, por ejemplo, o “Cars”), aviones, casas o
lo que fuera, gracias a los estudios Disney y a muchos más
que le sucedieron (Hannah-Barbera, Walter Lantz, Pixar),
copiando también esa exitosa fórmula, podían hablar y
comportarse como humanos… e incluso transmitir un
subliminal mensaje de que las sociedades perfectas eran aquéllas
parecidas a los humanizados animales y las amenas aventuras por ellos vividas.
Pero no sólo en la temática debía de seguirse
innovando, no sólo buenos guiones, suspenso, terror (por
los años treintas aparecieron legendarios monstruos como
Frankestein, Drácula, El hombre Lobo…), ciencia-ficción…
y los efectos especiales seguían evolucionando. Otro que
fue obligado, si se pretendía no sólo igualar la cotidiana
realidad, sino rebasarla, fue el empleo del color, cuya
evolución llevó más tiempo que el cine hablado, dado que
el proceso de colorear una cinta era más complicado y
costoso. Por lo mismo el formato en color tardó más tiempo
en adoptarse. Y no es que no hubiera habido intentos por
mostrar cintas en colores. Ya desde 1906, George Albert
Smith, un inventor inglés, desarrolló el Kinemacolor, un
proceso para colorear películas. Más tarde fue
perfeccionado por León Lucas, un inventor californano, cuyo
sistema se aplicó en un primer filme de color, Cupid
Angling, con Ruth Roland, estrenada en 1918, una cinta de
amor. Aunque muy rudimentaria la coloración, dio lugar
dicho proceso a la formación del corporativo Technicolor
Motion Picture Corporation, el cual dominó la industria
cinematográfica del color en los años 30’s y 40’s.
Consistía en la filmación simultánea en tres bandas de
blanco y negro, a las que se superponían filtros rojo,
verde y azul, y ya luego un proceso especial de impresión
fusionaba las tres bandas, dando lugar a que los
espectadores se maravillaran con imágenes, que aunque no
precisamente mostraban colores fieles, sí lograban un mejor
efecto que sólo verlas en blanco y negro. La primera cinta
producida así fue la de The Gulf Between, de 1917. La
maravilla fue, entonces, combinar color con sonido. Así, la
primera cinta en hacerlo fue la de la compañía Metro
Goldwyn The Vikyng, de 1928, que combinó una banda sonora y
efectos de sonido, pero todavía sin diálogos, aunque de
todos modos fue todo un éxito de cartelera. Luego siguió
en 1929 la cinta de la Warner Brothers On with the Snow, que
era en color y ya incorporaba diálogos. Y ya en 1932, Walt
Disney, mencionado arriba, presentó su primer cinta
animada, Silly Synphony: Flowers and Trees
Sin embargo, como dije antes, era un proceso caro y por
mucho tiempo estuvo dominado justamente por la compañía
Technicolor, hasta 1952, que fue cuando el proceso de
coloración Eastman, de la compañía Kodak hizo su aparición,
resultando mucho mejor, más fiel en su reproducción de la
realidad y, sobre todo, más barato. Así, en 1952, apareció
la primera película que lo empleó, Royal Journey. Y para
1955 estaba ya tan generalizado su uso (no del todo, pues
todavía era relativamente caro usarlo y sólo se empleaba
en cintas que se considerara que pudieran ser éxitos de
taquilla), que 112 cintas en color lo utilizaron y sólo 90
se colorearon empleando el proceso technicolor. Y claro que
ello también condujo a un renovado interés por el cine
entre las modernas sociedades, ávidas, como dije, de
evadirse de su, muchas veces, triste realidad.
Pero los directores y los efectistas, sobre todo
estadounidenses (de ahí que Hollywood ya se haya convertido
en toda una referencia industrial cinematográfica, pues
hablar de cintas hollywood
es referirse, principalmente, a sus efectos especiales y
a sus estandarizadas historias que retroalimentan al establishment),
no cejaban en su empeño de innovar y proponer nuevos
efectos especiales, porque además necesitaban urgentemente
seguir buscando formas de atraer público a los cines, ya
que cuando se generalizó la televisión a fines de los años
40’s, la audiencia que acudía a las salas bajó dramáticamente
de 90 millones en 1948 a apenas 46 millones en 1951.
La salvación fue un nuevo desarrollo, el de la tercera
dimensión, 3-D, una muy innovadora tecnología que permitía
dar fondo a la cinta que se estuviera presenciando, como si
el espectador tuviera frente a sí una escena real de,
digamos, el tren que avanzaba o la nave espacial que estaba
volando. El proceso, derivado de la fotografía estereoscópica,
combinaba dos imágenes tomadas con una pequeña distancia
entre ellas, las que podían fusionarse mediante el empleo
de lentes especiales y dar justamente la sensación de estar
ante una imagen real. Aunque el proceso se inventó desde
los anales del cine (en 1922, incluso, se proyectó la
primera cinta en 3-D, pero era muy complicado el empleo de
los lentes especiales, además de que no era tan efectiva la
proyección), su primer gran auge se dio justo a inicios de
los años 50’s.
En 1952 se proyectó la cinta Bwana Devil, que tenía
como protagonistas principales a Robert Stack, Barbara
Britton y Nigel Bruce. Los productores emplearon la técnica
desarrollada por los hermanos Milton y Julián Gunzburg,
Natural Vision, que permitía verla mediante el uso de
lentes polarizados de cartón y un filtro verde y uno rojo.
La historia, basada en hechos verídicos, narraba los
sucesos de dos feroces leones que en los años 20’s,
durante la construcción del primer ferrocarril africano, en
Kenia, asolaron la zona cazando y alimentándose de los
trabajadores (se hizo un remake
en 1996, The Ghost and the Darkness, con Michael Douglas
y Val Kilmer). Fue ideal para el 3-D, ya que mostraba a los
animales saltando sobre los hombres y proyectándose
“fuera” de la pantalla. Fue todo un éxito, aunque los
hermanos Gunzburg obtuvieron más ganancias por la venta de
los lentes que por los derechos de su patente. Ellos los
vendían en seis centavos (de dólar) y los exhibidores los
vendían a su vez a los espectadores en diez centavos, lo
cual hacía mucho más redituable la proyección de las
cintas 3-D.
Y vaya que logró Hollywood y en general la industria
cinematográfica mundial revertir la baja en audiencias con
el 3-D. En 1953, por ejemplo, el año en que la producción
de filmes en dicho formato llegó a su clímax, se filmaron
27 cintas, en las cuales se hacía énfasis no en el guión
o la historia, sino en que los espectadores se perturbaran
ante un objeto que parecía salirse de la pantalla o un
personaje que corría hacia ellos. Sin embargo, todavía la
tecnología no era del todo satisfactoria y al presenciar la
película, no de todos los ángulos de la sala se podía
apreciar convenientemente. El formato de proyección era
pequeño, así que de todos modos las escenas se veían
disminuidas y por lo mismo no eran tan espectaculares. Por
otro lado, debían de usarse dos proyectores, perfectamente
sincronizados, y si se perdía la sincronización, era una
tortura verlos, pues las imágenes aparecían
distorsionadas, borrosas y producían dolores de ojos y de
cabeza en los espectadores. Y además como esas cintas eran
muy caras de hacer, las entradas eran también costosas,
pero aparte había que agregar el costo por la venta de los
lentes especiales, como comento arriba.
Mientras tanto, una vez atraído nuevamente el público
a las salas cinematográficas, los productores se esforzaron
por crear nuevos efectos y mayor espectacularidad en sus
producciones, enfocándose, en ocasiones, en costosas cintas
históricas, tales como Cleopatra (un fracaso comercial, por
cierto, que casi lleva la quiebra a su productora, la
Twentieth Century Fox), o de ciencia ficción, basadas en
exitosas novelas del género.
Una de ellas, Planeta prohibido (Forbidden Planet), de
1956, dirigida por Fred M. Wilcox, muestra a un singular autómata,
además de avanzados efectos, para su tiempo, de una especie
de monstruo energético que asolaba a un conjunto de humanos
que estaban explorando un lejano planeta.
La guerra de los Mundos, de 1952, dirigida por Byron
Haskin, inspirada por la novela homónima de H. G. Wells,
con asombrosos efectos especiales de cámara y miniaturización,
mostraba lo que podría ser la invasión de extraterrestres
al planeta tierra, pero cómo simples bacterias acababan con
ellos (esto era quizá lo mejor de la novela de Wells,
mostrar la paradoja de que el hombre no pudo derrotar ni con
armas nucleares a los invasores y gracias a la Naturaleza
pudo salvarse). Otra del género fue La máquina del tiempo,
de 1960, dirigida por George Pal, también basada en otra
exitosa novela de Wells, que vuelve a sorprender por sus
efectos, los cuales recrean perfectamente el paso del
tiempo, así como imaginarios mundos futuros.
En el género de ficción y recreación histórica está
Atlántida, el mundo perdido (Atlantis, The lost continent),
de 1961, también dirigida por George Pal, con aceptables
efectos logrados con miniaturas y movimientos de cámara,
que cuenta la historia de ese mítico continente y cómo las
envidias y desmedidas ambiciones de sus gobernantes la
llevaron a su destrucción. Y por supuesto que Jasón y los
argonautas, de 1963, dirigida por Don Chaffey, que narra las
aventuras de ese homérico personaje luchando contra mitológicos
dioses del Olimpo, es una verdadera joya, cuyas escenas no
dejan de sorprender, como aquella en la que Jasón enfrenta
a esqueléticos guerreros vueltos a la vida por el malo de
la cinta y que para realizarla se combinó la técnica de slow
motion con superposición fotográfica.
Por supuesto que no podían faltar los grandes
monstruos, como la del gigantesco calamar mostrado en la
cinta El monstruo de las profundidades (It came from beneath
the sea), de 1953, dirigida por Robert Gordon, en donde ese
destructivo molusco asola una ciudad portuaria
estadounidense. De hecho, cintas como esta dieron lugar a
varias en donde gigantescos monstruos (lo que fuera: arañas,
alacranes, cangrejos, gusanos…) eran el azote de
indefensos humanos que sufrían los embates de sus coléricos
ataques (en Japón surge en 1954 el temible supersaurio
Godzilla, cuya existencia se debe a los ataques nucleares de
Hiroshima y Nagasaki, que es una velada crítica a ese
irracional ataque por parte de EU). Obvio está decir que en
todas esas cintas (y en casi todas las películas que
Hollywood ha producido y sigue produciendo), los muy
esperados finales felices (happy ending), eran, y son, la
parte amable que luego de tanto caos y apocalípticos
peligros, constituían el obligado epílogo, con tal de que
los espectadores, transcurridos sustos, fuertes emociones,
vuelcos del corazón… conservaran las esperanza de que un
mundo mejor surgiría de entre el ruinoso desenlace.
Las guerras fueron también motivo de inspiración
cinematográfica. Quizá una de ellas, Tora!, tora!, tora!,
de 1970, la cual, por su complejidad debió ser dirigida por
un estadounidense, Richard Fleisher, y un japonés, Kinji
Fukasaku (originalmente nada menos que Akira Kurosawa fue el
director japonés elegido, que luego de un par de meses de
filmación declinó continuar filmando, por diferencias con
los productores), que reproduce fielmente el ataque japonés
a la base naval estadounidense de Pearl Harbor, en Hawai, el
7 de diciembre de 1941, es una de las más espectaculares,
tanto por sus dramáticas secuencias, como por su hermosa
banda sonora (compuesta por Jerry Goldsmith), tomando en
cuenta que los efectos eran reales, o sea, no eran producto
de una computadora, como después comenzó a hacerse, como
veremos más adelante. Tanto la primera y segunda guerras
mundiales, así como la guerra de Corea, la de Vietnam y
recientemente hasta la así llamada Guerra del Golfo (que
fue la primera invasión estadounidense al neocolonizado
Irak), han servido como inspiración para el también muy
exitoso género bélico.
El género de terror, al que antes ya me referí, es
también muy socorrido por Hollywood, siendo quizá la cinta
El exorcista, 1973, dirigida por William Friedkin, una de
las primeras películas en las cuales el efectismo
hollywoodense hizo gala de los alcances que en ese momento
podía brindar al público, ya que así lo exigían las
endemoniadas escenas en las que, por ejemplo, la
protagonista gira grotescamente su cabeza. Carrie, 1976,
dirigida por el polémico Brian de Palma, también es pródiga
en efectos especiales, sobre todo cuando Carrie, con sus muy
exagerados poderes sobrenaturales (una cinematográfica
característica de los fantasmas o las personas con poderes
sobrehumanos es que se sobreexageran, justamente para dar
rienda suelta al efectismo), convierte en un baño de sangre
la fiesta de graduación, vengándose así de todos sus
compañeros que se burlaban de ella. También contra su
dominante, golpeadora madre, cobra venganza, a quien mata
transformándola en un alfiletero en cuyo cuerpo sendos
cuchillos de distintos tamaños se le clavan, crucificándola
contra la pared. Y de allí, las cintas de horror-terror han
hecho más énfasis en los sangrientos, demenciales efectos
que en historias lógicas e inteligentes, si así podríamos
llamarlas.
Tampoco se cerró Hollywood a llevar a las pantallas a
los héroes de ciencia-ficción que viejos y nuevos cómics
mostraban con enormes poderes que empleaban en bien
de la humanidad, con alguno que otro enemigo, también
con sobrenaturales poderes, quien al final era derrotado por
los buenos. Así, héroes como Superman, Flash Gordon,
Batman, El hombre araña, los Cuatro Fantásticos… fueron
de los primeros en probar suerte en las pantallas, pero la
dificultad de reproducir en “la realidad” sus poderes,
les restaba espectacularidad y hacía poco creíbles que
esos extraordinarios seres pudieran verdaderamente convivir
con sus humanos admiradores (la primera cinta que se filmó
sobre los cuatro fantásticos, en 1994, dirigida por Roger
Corman, fue un muy burdo intento de mostrar a esos héroes,
pues además de que fue de bajo presupuesto, los efectos
fueron tan malos que en lugar de emocionar al público, sólo
le ocasionaban risa).
Ah, pero también, producto de la así llamada guerra
fría, las historias de espías secretos merecen mención
aparte, pues además de que dieron lugar a exitosas, muy
lucrativas franquicias, impusieron la ideológica concepción
de que todo lo occidental era lo bueno y lo no occidental,
el segundo mundo, la comunidad comunista, eran ¡los malos!,
Así, exitosas series, como la de James Bond, que surgió en
1962, con el Satánico Doctor No, dirigida por Terence Young,
y que sigue triunfando, significaron para su productor
original, Albert R. Broccoli, una inagotable fuente de
ganancias y de argumentos. Los efectos especiales en estas
cintas se combinaban con artilugios sorprendentes, dignos
del agente 007, que sorprendían muy cordialmente a los
espectadores, sobre todo en aquellos tiempos, en los cuales
era más restringida cierta clase de tecnología, deseando
alguna vez tener el reloj especial, la supercámara, el
superauto, la supermoto… diseñados por Q (Desmond
Llewelyn), que el apuesto, temible, frío, galante agente
lucía (y sigue luciendo) en cada nueva cinta.
Y esa franquicia marcó el inicio de muchas otras
cintas (Matt Helm, Shaft, Contacto en Francia, El halcón
Maltes, entre muchas otras) y series de televisión (Los
vengadores, El santo, El barón, El gato, El agente secreto
de Cipol, Misión imposible, la parodia del Superagente 86,
Dos tipos audaces, Departamento S, Jason King, Manix, Cannon…)
en las cuales nuevos agentes y espías trataban de superar o
igualar, al menos, al 007, pero pocos lo consiguieron
(prueba de ello es que James Bond continúa produciéndose y
muchos de tales agentes
secretos apenas si son recordados). Incluso en México
no nos quisimos quedar atrás en cuanto a agentes secretos y
en algunas cintas del famoso luchador El Santo, el
enmascarado de plata, como la de “Operación 67”, en la
que hace tablas con el supergalán de entonces, Jorge
Rivero, el plot, así como artilugios secretos con los que
estaba equipado el auto del Santo, un Jaguar amarillo
(cortina de humo, y lanzafuego entre otros), vaya que nos
hacen recordar al 007.
De todos modos ese género de películas ha sido muy
lucrativo, sobre todo los plots
en que heroicos
espías o agentes secretos se enfrentan con malvados
terroristas (antes eran espías soviéticos) cuyas maquiavélicas,
malvadas mentes son capaces de tramar los atentados más
espectaculares y destructivos concebidos jamás (quizá
porque nos ha acostumbrado tanto Hollywood a los efectos
especiales, el sospechoso derribamiento de las torres
gemelas el 11 de septiembre de 2001, al ser visto por
millones de personas por todo el mundo, recordó a los
efectos especiales que muestran edificios destruidos por
bombazos o aviones estrellándose contra ellos. Una cinta en
particular, Swordfish, 2001, dirigida por Dominic Sena,
protagonizada por John Travolta y Hall Berry, pareció ser
profética, pues se refería a un terrorista árabe al que
tenían que destruir, que era obvio que aludía a Osama Bin
Laden, pues había planeado “terribles” atentados contra
ciudades estadounidenses (recomiendo que la vean y se
convencerán de lo que digo).
En esas cintas son muy espectaculares las persecuciones
de autos, los choques, las maniobras evasivas de los buenos,
los tiroteos, las potentes armas empleadas, las explosiones,
las exageradas, ilógicas destrucciones, los cuerpos
destrozados… las actuales cintas del género han querido
llegar a un realismo tal que muchas escenas son filmadas en
formato de video, con tal de que parezca que están siendo
transmitidas en vivo (The Bourne Ultimatum, Public enemies
son algunos ejemplos) y potentes balazos y explosiones hacen
pedazos a sus humanos blancos (en la ¿última? cinta de
Rambo, 2008, ese es el realismo al que se llega. También en
la cinta El ninja asesino, 2009, producida por los hermanos
Wachowsky se muestra con lujo de detalle cómo las balas o
los sables destrozan o cercenan cuerpos de los cuales brotan
crispantes chorros de sangre).
Pero eso es lo que a la mayoría de la gente le gusta,
así que la fórmula continuará, a pesar de la implícita
violencia que lleva, que incluso pueda servir de inspiradora
fuente a potenciales “terroristas” para tramar sus
golpes o a vulgares criminales (por ejemplo, la cinta El
padrino fue inspiradora fuente para Paul Gotti, uno de los
últimos gangsters contemporáneos. Sus biógrafos afirman
que Gotti empleaba aquella película para “enseñar y
entrenar” a sus mafiosos con tal que supieran cómo debía
de ser un “buen, refinado gangster”. Gotti murió en una
prisión de Illinois, en el 2002, por complicaciones de cáncer
de garganta).
Ah, y hablando de criminales y gangsters, también se
ha servido Hollywood de ellos, siendo la más famosa El
Padrino, esterilizada por Marlon Brando, dirigida por
Francis Ford Coppola, basada en la muy famosa novela de
Mario Puzo del mismo nombre. A esa siguieron dos secuelas,
pero además muchísimas otras cintas cuyos personajes
centrales eran nada menos que históricos gangsters o también
ficticios (dos de las más recientes son la de American
Gangster, 2007, dirigida por Ridley Scott, esterilizada por
Denzel Washington y Russell Crowe, sobre la vida del
gangster afroestadounidense Frank Lucas, y Public Enemies,
2009, dirigida por Michael Mann, estelarizada por Johnny
Depp y Christian Bale, acerca de pasajes de la vida del
famoso gangster John Dillinger, la que comienza con una de
sus más famosas escapatorias de prisión).
También la violencia implícita en las cintas de
mafiosos, permitió a Hollywood hacer alarde de
espectacularidad en persecuciones, destrucción, ambientación
y todo cuanto el género permite.
Hablando de ambientación, que los escenarios aparezcan
tal cual, como la época a la que se hace referencia, también
podría considerarse una suerte de efecto especial, pues
particularmente las cintas estadounidenses se distinguen por
la facilidad con que logran reproducirla. Décadas de los
20’s, 30’s, 40’s, 50’s, 60’s… son mostradas con
sorprendente exactitud y es también, considero, un fuerte
atractivo para jalar a los cines a los espectadores que
gusten de esos detalles. Probablemente las cintas del género
del así llamado salvaje
oeste (los famosos westerns),
hayan atraído al público de los años 50’s, 60’s y
70’s, cuando tuvieron su auge, por los enfrentamientos
entre vaqueros y entre indios y vaqueros, pero también por
los escenarios, que permitían trasladarse a aquellos viejos
tiempos y soñar con ser un famoso pistolero, con espuelas
de oro, lustroso revolver y elegante caballo (y es la
ambientación de remotas épocas la que sorprende
actualmente en épicas cintas como la de El Gladiador,
estelarizada por Russell Crowe, lograda gracias a los
efectos digitales, como veremos más adelante).
Como he referido, todo cuanto pueda llevarse a la
pantalla, se trate o no de una buena historia, quizá
regular, lo ha hecho Hollywood, acompañado de una buena
cantidad de efectos especiales, sobre todo ahora que gracias
a las computadoras y software
específico se han prácticamente generalizado. Pero además,
muchas cintas que en su tiempo no hubiera sido posible
llevar a la pantalla, excepto quizá como dibujos animados,
ahora es posible realizarlas mediante la digitalización o
las CGI (computer
generated images), que hoy día van de la mano casi con
cualquier cinta, sea del presupuesto que sea, ya que han
tendido relativamente a abaratarse algunos de esos efectos
especiales.
La primer cinta en que se empleó un programa de cómputo
para crear algunas escenas fue Westworld (conocida aquí
como Oestelandia), 1973, dirigida por el escritor de best-sellers Michael Crichton, esterilizada por Yul Brynner, que la
hacía de un robótico matón que deambulaba por un parque
temático en donde el legendario oeste se reproducía, que
luego se aloca y actúa por cuenta propia, matando a los
sorprendidos visitantes. Justamente los ojos de Brynner se
digitalizaron, con tal de darles el efecto de autómata que
se requería. Se empleó tecnología desarrollada por la
compañía Information International Inc., conocida también
como Triple-I. A esa cinta siguió Futureworld, 1976,
dirigida por Richard T. Heffron, estelarizada por Peter
Fonda, que fue una no muy afortunada secuela de Westworld.
En esa cinta se emplearon por vez primera imágenes
computarizadas tridimensionales para reproducir una mano y
la cara de uno de los androides, así como imágenes
bidimensionales para materializar a algunos de los
personajes en varias escenas. Luego de éstas cintas, percatándose
los productores del promisorio futuro que tenían las imágenes
computarizadas, no se dudó en seguirlas empleando. La
primera cinta que se filmó en gran parte mediante el uso de
computadoras fue producida por los estudios Disney. Tron,
una película sobre un personaje que se mete en una suerte
de mundo digital, fue elaborada conjuntando cuatro compañías,
la ya mencionada Triple-I, MAGI, Robert Abel and associates
y Digital Effects.
Y ya comprobado el éxito de la digitalización, hizo
su gran aparición Star Wars, dirigida por George Lucas, que
marcó en su momento un hito cinematográfico en cuanto al
efectismo. De el éxito obtenido por esa cinta, Lucas fundó
Industrial Light and Magic, muy lucrativa compañía de
efectos especiales que ha logrado verdaderas maravillas
visuales, como el Terminator de metal líquido,
caracterizado por Robert Patrick en Terminator II: the
Judgment Day, 1991, dirigida por James Cameron. Otra cinta
también muy memorable por sus efectos, también de ciencia
ficción, es la de Blade Runner, 1982, dirigida por Ridley
Scott, de cuyos magníficos efectos se encargó Douglas
Trumbull, considerado como de los pioneros en ese tipo de
efectismo.
Desde entonces las cintas de efectos especiales
abundan, pudiéndose afirmar que son ya la norma y no la
excepción. En la actualidad las compañías de SFX , como
se les denomina en la jerga cinematográfica a los efectos
especiales, abundan. Hasta hace poco tiempo, la manera de
producir una cinta con efectos especiales era que primero se
filmaban las escenas digamos que en bruto y luego ya en la
pos-producción, se agregaba la digitalización, lo que
muchas veces se llevaba más tiempo que la filmación misma.
Por ejemplo, la cinta Ghost Rider, dirigida por Mark Steven
Jonson, comenzó a filmarse en febrero del año 2005,
completándose el metraje base a finales de dicho año. Se
llevó casi todo el 2006 para la pos-producción, que
consiste, como dije, en agregar los efectos digitales. Así,
si Johnny Blaze aparece en llamas, Nicolas Cage, quien fue
el que lo interpretó, hacía primero las escenas en bruto y
ya en los estudios de SFX se le agregaban las llamas o lo
que hiciera falta. Y fue hasta febrero del 2007 que esa
cinta fue estrenada. A veces sólo se filman escenas frente
a pantallas verdes, con los actores sólo fingiendo la acción
y el resto es prácticamente digital. Cintas como Sin City,
2005, dirigida por Robert Rodríguez, se hizo así. También
la película Captain Sky and the World of tomorrow, 2004,
dirigida por Kerry Conran, es otro buen ejemplo de esa
tendencia.
Pero un director, James Cameron, ha venido
recientemente a revolucionar la manera de hacer cine
digital, combinado además con la vuelta del 3-D, de tal
manera que, por un lado, los efectos digitales logrados
sorprendan mucho más a los espectadores y, por otro, que la
tercera dimensión proporcione un atractivo visual extra.
Eso lo logró con Avatar, 2009, cinta que de nueva cuenta
rompió todos los records de taquilla (como Titanic, su
anterior éxito), estimándose que hasta el momento ha
recaudado un total de 1500 millones de dólares
aproximadamente, habiendo costado 300 millones, es decir,
superó ya en cinco veces su costo.
En efecto, la muy polémica cinta logró atraer a
tantos millones de espectadores justo por lo que he estado
analizando en estas líneas: avanzados y sorprendentes
efectos especiales, pero ofrecidos además con una, digamos
que nueva tecnología 3-D, que le dio una claridad visual
impresionante (Cameron ha dicho que la idea de filmarla la
tenía desde 1995, pero que en ese año, la complejidad de
los personajes y de las acciones que se requerían
imposibilitaron realizarla con el nivel de efectismo que
existía por ese entonces). Eso lo logró Cameron influyendo
a la compañía japonesa Sony a que diseñara un nuevo tipo
de cámara que filmara en 3-D, que fuera más maniobrable
que las pesadas cámaras empleadas hasta antes del nuevo
diseño, que pesaban 250 kilos y sólo podían mantenerse
sobre un tripié, impidiendo que el filmador pudiera
llevarla sobre los hombros, como se puede hacer con cámaras
de alta definición convencionales. Sony entonces decidió
separar la unidad de filmación de las cámaras 3-D
existentes del equipo procesador, con lo cual ofreció a
Cameron aparatos que sólo pesan 25 kilos y que permiten
cargarlos sobre los hombros, como cualquier otra cámara.
El otro impresionante logro de Cameron fue atraer a una
empresa, Giant Studios, la que emplea un avanzado software,
Motion Builder, que permite filmar a los actores y al mismo
tiempo “traducir” sus movimientos a las figuras animadas
del imaginario mundo de Pandora en el cual se desarrolla la
historia. De esa manera, Cameron no tiene más que emplear
el programa, combinarlo con una “cámara virtual” y al
estar filmando a los actores, lo que ve en los monitores son
a las figuras animadas moviéndose en sincronía con
aquellos, así que ya no hay necesidad de pos-producción,
pues la mayor parte de la filmación y los efectos digitales
se hacen ya al mismo tiempo. Pero como el proceso es
innovador y apenas se comenzó a aplicar en la mencionada
cinta, resulta aún costoso, y por eso el precio final de la
cinta fue tan alto. Como sucede en el sistema capitalista de
competencia, Cameron echa mano de la innovación que esas técnicas
han logrado al ofrecer tan elaborada magia visual. Se tienen
pensadas dos secuelas, pero, según Cameron, así se había
planeado, no por el éxito tan fabuloso que ha tenido el
filme, pero creo que realmente eso influyó, pues si no
hubiera recabado tanto dinero o hubiera resultado un fiasco,
las secuelas habrían quedado en el olvido (de todos modos
se deben de reconocer los notables adelantos tecnológicos y
computacionales que se emplearon para producir la cinta).
Sin embargo considero que cuando sus técnicas se
generalicen a otras cintas, así como la imagen 3-D, no
bastará sólo con esos efectos, sino que Hollywood se verá
obligado a seguir innovando. De hecho, es a partir de esa
cinta y su éxito que la compañía Sony ha apostado a que
si desea salir del atolladero financiero y tecnológico en
el que está embrollada desde hace años, debe echar mano de
su más reciente carta: la televisión en 3-D, en la que
podrían verse cintas como Avatar y otras en dicho formato.
Por eso creó el formato llamado Blue-Ray, pues en los
DVD’s convencionales no hubiera podido ser posible
almacenar toda la información que requiere una cinta en 3-D
de alta definición, justo como la de Avatar.
Pero como siempre sucede, llega un momento de hartazgo
entre los consumidores, los que quizá comenzaran a
aburrirse de la tercera dimensión… y entonces harían
falta nuevos efectos que continuaran atrayéndolos a las
salas. Y como por desgracia Hollywood ha acostumbrado a la
mayoría de los espectadores a efectos especiales cada vez más
espectaculares y elaborados, debe de superar cada nueva
propuesta. No ha apostado a buenas historias, sino a
regulares o malas, pero acompañadas de su magia visual.
Así que por lo pronto Cameron puede gozar del gran éxito
que le ha significado Avatar… habrá que ve si sus
secuelas vuelven a repetir la fórmula.
Claro que quizá un mayúsculo efecto especial es cuando Hollywood se auto-adula, con premios como
los Óscares, que premian a lo mejor, según sus
organizadores y jueces, de la cinematografía estadounidense
(y una que otra colada extranjera). Sorprendió que este año
una cinta de bajos recursos haya superado en premios a
Avatar. Se trató de The hurt locker, 2008, cinta de bajo
presupuesto (once millones de dólares), dirigida por
Kathryn Bigelow, ex esposa de Cameron, acerca de un equipo
desactivador de explosivos en el Irak invadido (cinta que de
alguna manera muestra el infierno en que EU ha convertido a
ese humillado país). Por los gestos que Cameron hizo al ver
cuántos premios recibió aquella cinta, debió haber
imaginado que su Avatar sería el ganador estelar… pero se
equivocó. Quizá haya algunas personas (algunos de los
jueces del premio Oscar de este año), que prefieran aún
buenas historias a… sólo sorprendentes
efectos especiales.
Contacto: studillad@hotmail.com