La
historiografía tradicional ha ocultado lo que fue una
verdad tangible para quienes participaron activamente en el
proceso de la independencia latinoamericana. No hay más que
revisar los documentos relevantes de la época para darse
cuenta que la revolución haitiana tuvo una honda repercusión
en los hombres que fraguaron la Independencia de las
colonias hispano–lusitanas.
La
clase dominante criolla —sobre todo la del Brasil,
Venezuela, Colombia. Cuba y Puerto Rico— enriquecida con
la explotación del trabajo esclavo, fue la primera en
alarmarse por aquella rebelión que conquistó no sólo la
independencia sino también la liberación de los esclavos.
La decisión de los esclavócratas criollos fue evitar, a
toda costa, que el proceso independentista se transformara
en revolución social, impidiendo una nueva Haití, aunque
se retardara la independencia, como ocurrió en Cuba y
Puerto Rico.
Tan
honda fue la repercusión de la revolución haitiana que
varios precursores de la independencia latinoamericana
visitaron la isla para ver en el terreno como fue posible
que un país tan pequeño venciera a las mejores tropas de
Napoleón e instaurara la primera nación independiente de
América Latina, el primer país negro no monárquico del
mundo, en que por primera vez los esclavos lograban un
triunfo definitivo en la historia universal, superando la
gesta de Espartaco contra el imperio romano.
Este
fenómeno, tan evidente para sus contemporáneos, fue
posteriormente relegado al olvido por los historiadores. Es
sobradamente conocido por todos que las Historias de América
Latina —respaldadas por las Academias Nacionales— abren
el capitulo de la Independencia con las revoluciones de
1810, omitiendo deliberadamente a Haití.
Hasta
se ha llegado a ocultar que Haití prestó una ayuda
inestimable ala independencia de los países de tierra
firme. En su calidad de primera nación libre de América
Latina, fue visitada por Francisco de Miranda el 20 de
Febrero de 1806, bajo el pseudónimo de George Martin, con
el fin de solicitar ayuda para su expedición a Venezuela.
Después de seis semanas en la tierra liberada por
Dessalines, donde pudo apreciar el profundo significado
social de la revolución antiesclavista, partió a su patria
con la generosa ayuda de los haitianos que no sólo le
proporcionaron armas sino también hombres como Fequiere.
Gayot y Gastram. No por azar, Miranda propuso la libertad de
los esclavos cuando fue Presidente de la Junta de Gobierno
de Venezuela en 1811.
Una
de las ayudas más decisivas que dio Haití a la revolución
latinoamericana fue la de Petion a Bolívar en 1815 (2.000
fusiles) y en 1816: 4.000 fusiles, 15.000 libras de pólvora,
otras tantas de plomo, una imprenta, 30 oficiales haitianos
y 600 voluntarios. La influencia ideológica y social de
Haití sobre Bolívar fue decisiva para su decisión
irrevocable de luchar por la aboli–ción de la esclavitud
y la servidumbre en las colonias hispanoamericanas.
La
ayuda haitiana para el logro de nuestra independencia política
no se limitó a Venezuela. Antes de Bolívar, prestó
colaboración a los hermanos Miguel y Fernando Carabaño que
organizaron, desde los Cayos, una expedición de 150 hombres
contra Cartagena, hecho que trajo como consecuencia fuertes
protestas de las autoridades españolas contra Petion, acusándolo
de romper la neutralidad. No obstante, los haitianos
siguieron solidarizándose activamente con otros
revolucionarios latinoamericanos, como los mexicanos Toledo
y Herrera, con quienes colaboró el corsario haitiano
Bellegarde en el ataque a Tampico y Veracruz. Otro patriota,
Francisco Javier Mina, también estuvo en Haití preparando
una Invasión a México colonial, siendo acompañado por
varios marineros haitianos. (1)
Ante
pruebas tan evidentes acerca de la relevancia del proceso
haitiano, sólo cabe pensar que la cortina de silencio ha
sido tendida por los historiadores recargados de prejuicios
raciales o por investigadores temerosos de abordar la única
revolución social triunfante que se dio en el ciclo de los
movimientos independentistas.
La
ignorancia sobre la historia de Haití es inclusive notoria
en su país vecino. Cuando visitamos República Dominicana
nos llamó la atención la falta de conocimiento e información
que había acerca de Haití, observación que luego
encontramos ratificada por un escritor de Santo Domingo:
“Es doloroso tener que admitirlo, pero aquí se conoce la
historia de cualquier nación europea o latinoamericana, más
que la haitiana”. (2)
Algunos
autores han llegado a argumentar que no se ha analizado este
país porque no era colonia hispanoamericana sino francesa,
como si Haití no hubiera sido culturizada por los mismos
aborígenes que habitaron otras islas del Caribe y luego,
colonizada por los españoles. La ulterior colonización
francesa, también de raigambre latina, aunque de distinta
lengua, no altera el hecho objetivo de que Haití formó y
forma parte de América Latina.
Lo
insólito es que la mayoría de los historiadores marxistas
no han hecho nada por desenmascarar la mistificación
fabricada por la historiografía tradicional, aceptando la
falsificación histórica y reafirmando en sus libros la
falacia de que la revolución por la independencia comenzó
en 1810.
Nosotros
nos permitiremos empezar con una caracterización global
para poner de relieve la trascendencia universal del
movimiento acaecido en ese pequeño territorio. La revolución
haitiana Fue, a nuestro juicio, el escenario de uno de los
procesos de lucha más ricos y multifacéticos de la
historia. Fue una guerra por la independencia combinada con
una guerra social por la liberación de los esclavos, en la
que se entrelazó una guerra civil y una guerra
internacional.
Comenzó
con un proceso independentista impulsado por la
“sacarocracia” u oligarquía azucarera criolla de origen
francés en contra de la monarquía de Luis XVI, que se
transformó, en 1791, en contra de la voluntad de los
iniciadores, en una revolución social por el término de la
esclavitud y en una guerra civil entre negros y mulatos.
Todo ello, cruzado por una guerra internacional en la que
los insurgentes debieron enfrentar la invasión de las
tropas españolas e inglesas y, al final, lo mas granado del
ejército napoleónico, instaurado con Dessalines en 1804 no
sólo la primera nación independiente de América Latina,
sino también el primer país negro independiente
republicano del mundo a través de un proceso en que por
primera vez en la historia universal triunfa una insurrección
de esclavos en forma definitiva hasta implantar una nación
soberana y autónoma.
Estructura
social y económica de la Colonia
Habitada
y culturizada durante centurias por los Tamos —uno de los
pueblos agroalfareros más notables del Caribe— la isla
que Colón bautizó con el nombre de La Española fue
arrasada por los conquistadores, a pesar de la resistencia
de los caciques Caonabo y Cotubanama. A raíz del exterminio
de toda la población indígena —más de 100.000
personas— los españoles se vieron obligados a importar
negros esclavos para explotar el oro, y cuando éste se agotó
en 1525, la caña de azúcar, las maderas preciosas y el
ganado.
Interesada
más en la parte oriental de la isla, la corona española
desmanteló y despobló en 1603 el territorio actual de Haití,
sin tomar en cuenta las advertencias de numerosos colonos.
El Cabildo de Santo Domingo elevó, entonces, al Rey un
memorial el 26 de agosto de 1604, donde manifestaba:
“Quedando los pueblos marítimos despoblados, y siendo
como son de tan buenos puertos y disposición, los ocuparán
los enemigos.”(3) Efectivamente, muy pronto desembarcaron
los bucaneros en pos de ganado y, luego, los filibusteros,
contrabandistas y reos fugados, que fundaron Saint Domingue.
La colonización francesa se hizo desde la isla de La
Tortuga, por intermedio de la “Compagnie des isles d’Amerique”
y la “Compagnie des Indes Occidentales” Para profundizar
la colonización, el ministro Colbert escogió al
gentilhombre aventurero Bertrand d’Ogeron, amigo de los
bucaneros y filibusteros. En 1670, Saint Domingue comenzó a
funcionar como una verdadera colonia, importando “engagés”
o trabajadores
contratados
en Europa, especialmente campesinos bretones y normandos, a
los cuales se les prometía tierras y casas. Posteriormente
fueron reclutados a la fuerza y con engaños obreros y
marineros cesantes, hugonotes y calvinistas, vagabundos y
prostitutas. A estas relaciones serviles de producción,
pronto se sumaron las esclavistas con la compra masiva de
negros. En 1681, había 6.648 personas, de las cuales 2.970
franceses y 2.000 africanos, ocupados en unos treinta
ingenios azucareros; el resto eran mestizos dedicados al
comercio y la agricultura.
La
prosperidad de esta economía primaria exportadora comenzó
hacia 1720. Treinta años después, Saint Domingue había
desplazado del mercado azucarero a Brasil, Jamaica, Barbados
y Martinica, convirtiéndose en la principal colonia de
Francia en el Caribe. El auge se acentuó con la necesidad
que tuvo Estados Unidos de comprar azúcar a Saint Domingue,
a raíz de la orden dada por Inglaterra a sus colonias
azucareras de las Antillas de no venderle productos al país
que acababa de independizarse. Norteamérica, cuya industria
se basaba en gran medida en las destilerías, se vio
obligada a comprar masivamente azúcar a Saint Domingue que
pasó a convertirse en la colonia francesa mas rica del
mundo.
La
inversión metropolitana sobrepasaba los 1.600 millones de
francos, de los cuales más de la mitad correspondía a los
comerciantes de Burdeos. “Para comprender la importancia
económica de la colonia, basta señalar que en 1789 las
exportaciones francesas totalizaron I 7 millones de libras
esterlinas. de las cuales 11 millones estuvieron dedicados
al comercio colonial de Saint Domingue” (4)
La
“sociedad hatera” o ganadera del Santo Domingo español
pasó a depender en gran medida del mercado haitiano, que
era el principal comprador de ganado para los ingenios.
Esclavos y maquinarias necesitaban alimentos y animales de
tracción en una cantidad que sólo podía suministrarla la
parte oriental de la isla. Este comercio, al principio de
contrabando, fue oficializado en 1760. A su vez, los colonos
franceses revendían al Santo Domingo español manufacturas
y otros productos, estableciéndose entre ambas colonias un
importante mercado regional que, de hecho, quebraba en
alguna medida los monopolios comerciales francés y español.
Un testigo de la época, M. Duclos, decía de los colonos
franceses: caes ventajoso para ellos tener vecinos españoles
que les proveen de todo lo que necesitan, dándoles la
oportunidad de sembrar sus terrenos de azúcar o índigo y
sacarles mayor partido que empleando una parte para criar
animales.” (5)
Como
resultado de la tendencia ascendente de esta economía de
plantación, en 1789 se exportaron 163 millones de libras de
azúcar, 68 millones de libras de café y cerca de un millón
de libras de añil. El comercio de Francia “con su colonia
representaba cerca de dos tercios de su economía
general.” (6). Esta importancia económica llegó a
expresarse en términos de rangos aristocráticos: “La
nobleza de Saint Domingue contaba con los más grandes
nombres de Francia, y un colono impertinente podrá en
Versalles decir al rey Luis XVI: Señor, vuestra corte es
criolla”.(7)
Efectivamente.
mas de medio millón de esclavos explotados en 800 ingenios
y miles de añilerías y cafetales habían arrojado un
plusproducto tan fabuloso que contribuyó ostensiblemente al
proceso de acumulación originaria para el despegue de la
Revolución lndustrial, al mismo tiempo que generaba en
Saint Domingue uno de los sectores más ricos de la burguesía
francesa.
Este
sector, integrado por los “Grandes Blancos”, se componía
en 1789 de unos 30.000 franceses, que levantaron una ciudad
ostentosa, “Cap Français”, el París de las Antillas.
La capa más ilustrada de esta sacarocracia leía a Voltaire,
D’Alembert, Montesquieu y Diderot, preparándose para el día
del advenimiento del autogobierno, que ya se incubaba en los
roces cotidianos con la metrópoli y su sistema monopólico
de comercio. En el Cabo existían varias lo–gias masónicas
y un círculo filadelfiano, influido por las ideas de la
independencia norteamericana, donde se discutía de política
y literatura. Numerosos dueños de plantaciones vivían en
París, los absentistas, que luego de amasar grandes
fortunas con el trabajo de los demás se marchaban a la metrópoli,
dejando sus ingenios a cargo de otros compatriotas
meno–res, los “petit blanc”.
Estos
“pequeños blancos”, en número de 10.000, constituían
una fuerte capa media integrada por medianos y pequeños
productores de azúcar, café y añil, artesanos
(peluqueros, zapateros, panaderos, etc.), notarios, pequeños
comerciantes y funcionarios del estado colonial.
Muchos
de ellos eran criollos, con cierto rechazo a la “madre
patria”, actitud que los condujo a conspirar desde
temprano en favor de la independencia.
El
otro sector medio estaba formado por unos 30.000 mulatos
muchos de los cuales eran propietarios de esclavos y de
medianos ingenios. Estos “sang–melé” eran denominados
“gente libre de color”. El acelerado proceso de
mulatizacion fue producto de la escasez de mujeres blancas y
de la cruza de franceses con esclavas negras, cuyos hijos
pasaron en muchos casos a la condición de libres.
“Nosotros no vemos en este país —escribía M. d’Aquyan
en 1713— nada más que negras y mulatas a quienes sus amos
han dado la libertad a cambio de su doncellez. Y el
Intendente Montholon declaraba, en 1724, que si no se
tomaban medidas, los franceses han de ser rápidamente como
los españoles, sus vecinos, de los que las tres cuartas
partes son mestizos.’’ (8)
Los
mulatos eran abiertamente discriminados por la sociedad
blanca. No gozaban de derechos cívicos y eran obligados a
servir en la milicia encargada de perseguir a los
cimarrones. Estaban excluidos de las profesiones de médico
o abrogado y de todos los empleos públicos. En las
iglesias, teatros y lugares selectos de diversión tenían
asientos separados de los blancos.
Importantes
franjas de mulatos lograron acumular sustanciosas fortunas a
base de la explotación de los esclavos en las plantaciones,
especialmente en la parte sur y occidental de la isla.
“Una fértil parroquia del sur (Jéremie) se hallaba casi
enteramente en sus manos (...) Los menos ambiciosos se
dedicaban a la vida de los negocios en las ciudades (...)
Algunos dicen que en 1791 poseían la tercera parte de toda
la tierra de la colonia y la cuarta parte de los esclavos;
otros, afirman que sólo eran dueños de un quinto, tanto de
aquélla como de éstos.(9)
Durante
un tiempo lograron enviar a sus hijos a educarse a Francia;
pero en 1777 se les prohibió entrar a la metrópoli, a
solicitud de los colonos. También se les prohibió contraer
matrimonio con blancos en 1778, reivindicación que habían
logrado décadas antes por vía consuetudinaria. “Puede
suponerse —anota Franco— el odio que engendró esta teoría
interminable de discriminaciones e injusticias sociales en
los mulatos ricos L e instruidos en Europa.” (10)
Como
expresión de resentimiento 8 social, los mulatos acentuaron
el odio racial y de clase hacia los negros libres y, sobre
todo, a los esclavos.
Los
esclavos negros y los libertos mulatos se odiaban. Estos no
cesaban de demostrar por la palabra, por sus triunfos en la
vida y mayor parte de sus actividades, la falsedad de la
pretendida superioridad racial (...) Los libertos negros
eran menos numerosos, pero su piel era objeto de tal Y
desprecio que un esclavo mulato se consideraba superior a un
negro libre y se hubiera matado antes de ser esclavo de un
negro.” (11)
La
clase social más explotada estaba constituida por los
esclavos, que en 1789 sobrepasaban el medio millón. Sus
condiciones de vida eran infrahumanas: “Desde las cinco de
la mañana, la campana los despertaba, y eran conducidos a
golpes de látigo a los campos o a las fábricas donde
trabajaban hasta la noche (...) diez y seis horas diarias
(...) Abatidos por el trabajo de todo el día, a veces hasta
la media noche, muchos esclavos dejaban de cocinar sus
alimentos y lo comían crudos (...) Inclusive las dos horas
que les concedían en medio de la jornada, y las vacaciones
del domingo y días de fiesta, no estaban consagradas al
descanso, pues debían atender al cultivo de pequeños
huertos donde trataban de encontrar un suplemento a las
raciones regulares (...) Se interrumpían los latigazos para
aplicar al negro castigado un hierro candente en el cuello;
y sobre la llaga sangrienta se le rociaba sal. pólvora, limón,
cenizas (...) La tortura del collar de hierro se reservaba a
las mujeres sospechosas de haberse provocado un aborto, y no
se lo quitaban hasta no producir un niño (...) Un género
de suplicio frecuente aún —dice Vassiére, testigo de la
época— es el entierro de un negro vivo, a quien ante toda
la dotación se le hace cavar su tumba a él mismo, cuya
cabeza se le unta de azúcar a fin de que las moscas sean más
devoradoras. A veces se varia este último suplicio: el
paciente, desnudo, es amarrado cerca de un hormiguero, y
habiéndolo frotados con un poco de azúcar, sus verdugos le
derraman reiteradas cucharadas de hormigas desde el cráneo
a la planta de los pies, haciéndolas entrar en todos los
agujeros del cuerpo.” (12)
Los
que lograban fugarse de este infierno se integraban a los
grupos de cimarrones que se gestaron durante 80 años de
resistencia. El llamado despectivamente “marronage”
obligó a los refinados esclavócratas franceses a firmar en
1782 un tratado, por el cual se les reconocía la libertad,
luego de sucesivas insurrecciones armadas, como las de 1704,
1758 y 1781.
NoeI
fue el negro que encabezó una de las luchas más
importantes de los cimarrones de Fort Dauphin. Otro jefe
cimarrón sobresaliente fue François Macandal, que hacia
mediados del siglo XVIII logró huir del trapiche de
Lenormand de Mezy, en el Norte. En las montañas, núcleo a
sus compañeros alrededor del Vodu o Vudú. Era un gran
orador, con fama de inmortal, iluminado y profeta. Un día,
metió tres pañuelos en un vaso. Sacó el amarillo y dijo:
“He aquí, los primeros habitantes de Saint Domingue eran
amarillos. He aquí, los habitantes actuales, y enseñó el
pañuelo blanco. He aquí, en fin, los que serán los dueños
de la isla; era el pañuelo negro.” (¡3) Su influencia se
extendió por todo el norte, que era la zona de mayor
concentración esclava. En las veladas y prácticas mágicas
se relataban las hazañas de Macandal, que finalmente fue
apresado en enero de 1758. No obstante ser quemado en la
hoguera, sus hermanos negros quedaron convencidos de que
François no había muerto y que reaparecería para redimir
a su gente.
La
mezcla de etnias dio lugar a nueva lengua, el “creole”,
y a un sincretismo religioso llamado Vodú, que ha sido
motivo de diferentes interpretaciones, como religión o como
práctica mágica traída de África y adaptada a la
realidad esclavista de Saint–Domingue. El Vodu, a través
de sus concreciones sincretistas, fue un medio de
resistencia de los negros a la explotación, facilitando la
creación de “sociedades secretas cuyas reuniones se hacían
en el fondo de los bosques (...) Sin duda, esas reuniones
tomaron con el tiempo un carácter francamente político,
pero puede asegurarse que fueron ante todo culturales.”
(14) Por eso, el Vodú fue perseguido tenazmente por la
administración colonial.
El
Estado Colonial francés fue tan represivo, autoritario y
monopólico como el español y, en algunos aspectos, fue más
rígido, pues prohibía la organización municipal. No
permitía Cabildos ni estructuras institucionales
provinciales. Recién con el advenimiento de la Primera República
Francesa se autorizó la formación de municipios.
A
la cabeza de la administración colonial de Saint–Domingue
estaba el Gobernador, quien centralizaba prácticamente
todas las actividades, desde las económicas hasta las de
Justicia, pasando por el nombramiento de los militares y
empleados públicos, la concesión de tierras, la fijación
de impuestos, etc. Su labor era complementada por el
Intendente, que se encargaba de las finanzas, de los
servicios públicos y del mantenimiento de las Fuerzas
Armadas, con la cual colaboraban una milicia de blancos y
otra de mulatos y libertos.
Causas
de los primeros aprestos independentistas de la sacarocracia
Al
igual que en el proceso independentista de las colonias
hispanoamericanas, hubo en Saint–Domingue causas de
estructura y de coyuntura. Entre las primeras cabe destacar
el descontento de los colonos por los términos desiguales
de intercambio, los elevados precios de los artículos
manufacturados en contraste con los bajos precios de los
productos de exportación mediante un sistema cerrado de
monopolio mercantil, que impedía a los esclavócratas
comerciar libremente, en especial con Estados Unidos. La
apertura de ocho puertos libres con este país, en 1784, no
hizo más que acrecentar los apetitos de la sacarocracia
criolla, produciendo un efecto similar al de las Reformas
Borbónicas en hispanoamérica. En 1789 entraron 684 barcos
norteamericanos con harina y manufacturas a precios más
rentables llevándose en cambio toneladas de azúcar para
las destilerías estadounidenses.
Asimismo,
los colonos protestaban contra los comerciantes monopolistas
que hacían el tráfico negrero porque solamente vendían al
contado y a precios especulativos. Paralelamente, a los
productores de Saint Domingue no se les permitía refinar el
azúcar, cuya producción debía destinarse totalmente a las
refinerías de Burdeos, Nantes y Marsella. “Si a las
colonias se les autorizaba a fabricar azúcares blancos, las
refinerías metropolitanas se hubieran estimado
amenazadas.” (15) Más aún, los monopolistas de Nantes se
opusieron a que los colonos transformaran el cacao en
chocolate.
El
monopolio comercial era tan rígido que impedía el comercio
libre entre un puerto y otro de la misma colonia. Demás está
decir que no se permitía a los colonos el tráfico negrero
directo con África. “Desde 1748, una memoria del comercio
de Nantes se opone a que la Compañía de
Indias
permita ese tráfico a los antillanos, y pide se exija a los
gobernadores que no toleren se vulnere esa prohibición. Aún
después de 1763, cuando el comercio negrero tomó la
iniciativa de pedir la apertura de nuevos puertos al tráfico
de esclavos, no consintió el monopolio nantés en que ese
favor se extendiera a las colonias antillanas.” (16) Ni
siquiera se dejó a los colonos hacer el comercio de
cabotaje que solicitaron en 1755. Otro motivo de descontento
de los criollos era que no tenían ningún tipo de
representación en las instituciones del Estado Colonial.
En
ese clima de opresión colonial se encontraba la
sacarocracia criolla cuando ocurrió un fenómeno político
de extraordinaria importancia: la independencia de Estados
Unidos, que demostraba a escasas millas de distancia la
posibilidad de romper el nexo colonial. En tal sentido, la
influencia de la independencia norteamericana fue decisiva
para que los colonos de Saint–Dom¡ngue se decidieran a
luchar por el autogobierno. Pero no tenían claro si convenía
implantar una república o un gobierno monárquico
constitucional, legitimado por el Rey de Francia. Los más
moderados aspiraban a cierto grado de autonomía similar al
de las islas británicas del Caribe.
Entretanto,
acaeció Otro hecho coyuntural —la Revolución Francesa de
1789— que trastornó todos los planes y obligó a formular
otros. Los esclavócratas de Saint–Domingue aprovecharon
la situación para presentar, ante los Estados Generales de
1789, sus quejas por el poder absoluto de los Gobernadores y
el monopolio comercial, siendo sus portaestandartes los
propietarios absentistas, organizados en un club secreto de
París llamado ‘Massiac”.
Sin
embargo, temían a la dinámica social y al programa de la
Revolución Francesa, aún del período moderado de los
girondinos, sobre todo la expropiación y distribución de
tierras de la nobleza y los vientos igualitarios que corrían
en la metrópoli, porque atentaban contra el régimen
esclavista y la discriminación étnica.
Este
fenómeno no ha sido debidamente evaluado en su dimensión
histórica. Las aspiraciones autonomistas de los residentes
en la colonia se enfrentaron a un hecho inesperado y sin
precedentes: una revolución social en la capital del
imperio. Un acontecimiento que no era un mero cambio de
gobierno sino una revolución que liquidaba todo un sistema
social, económico y político, terminando definitivamente
con un modo de producción e implantando otro en una nueva
Formación Social que, inclusive, cambiaba el carácter del
Estado. En fin, una revolución social que sacudía todos
los cimientos del Antiguo Régimen y que, por consiguiente,
afectaba desde sus raíces las relaciones de propiedad y de
producción.
Era
la primera vez en la historia que las colonias se
encontraban frente a una revolución social acaecida en el
corazón mismo del imperio. Este fenómeno no se había
producido en ningún imperio anterior, ni en el inglés y
holandés, ni tampoco se iba a dar con España y Portugal.
El hecho de que la burguesía norteamericana no tuviera que
enfrentar una situación como la de Francia, le permitió
conservar las relaciones esclavistas de producción, ya que
no fue afectada por una metrópoli sacudida por corrientes
igualitarias. Del mismo modo, la oligarquía criolla de las
colonias hispano–lusitanas de América no se vio conmovida
por puntuales procesos revolucionarios en las metrópolis,
hecho que facilitó la perpetuación de relaciones serviles
y esclavistas y, sobre todo, el monopolio de la propiedad
territorial. En cambio, la revolución social de la metrópoli
francesa hizo entrar en crisis el sistema de dominación de
los esclavócratas de la colonia de Saint Domingue, obligándolos
a reajustar sus planes de autonomía política.
La
Asamblea de Francia accedió en gran parte a la autonomía
solicitada por los colonos blancos de Saint Domingue, pero
insinuó la necesidad de otorgar derecho de voto a los
mulatos, proposición que fue rechazada por la sacarocracia.
Los grandes propietarios de plantaciones continuaban, en el
fondo, siendo monárquicos, al igual que los militares y
altos empleados de la burocracia colonial, alarmados por la
radicalización y el carácter plebeyo que adquiría la
revolución francesa al pasar Robespierre y Marat a los
puestos de comando.
De
este modo, se produjo un proceso de diferenciación política
entre los colonos blancos. Un sector, “los pequeños
blancos”, era partidario de la Primera República y de un
gobierno autónomo en la isla. Otro, era abiertamente
contrarrevolucionario. Un tercer grupo, minoritario pero
poderoso, representaba al nuevo gobierno francés, aspirando
a contar con el apoyo de los mulatos ricos.
La
situación hizo crisis cuando llegó en 1791 la noticia de
que la Asamblea Francesa había otorgado el derecho de voto
a los mulatos. El representante mulato, Julien Raymond, dijo
en esa Asamblea un discurso en el que se entrecruzaban los
intereses de clase con los políticos. Ante todo, ofreció
al gobierno franc6s el apoyo de los mulatos para combatir
cualquier rebelión de los esclavos negros. “Supondréis a
los mulatos bastante locos, poseyendo, como poseen, la
cuarta parte de los esclavos y la tercera parte de las
tierras (...) ¿Qué importa que seáis blancos? ¿Qué
importa que nosotros seamos mulatos? Unos y otros somos
propietarios, unos y otros poseemos esclavos y tierras, y
somos, por consiguiente, aliados naturales.” (17)
No
obstante, la mayoría aplastante de los blancos criollos se
opuso violentamente a la resolución de la Asamblea
Francesa, planteando de hecho la ruptura con la metrópoli y
amenazando con solicitar la protección inglesa. Para
neutralizar a los mulatos, un sector de grandes propietarios
blancos trató de hacer un acuerdo con ellos, ofreciéndoles
participación política en las asambleas locales y la
posibilidad de casarse con blancas.
Se
produjo entonces la siguiente paradoja: de criollos que
desconocían el poder central del imperio colonial, en pos
de la autonomía política, pero que objetivamente jugaban
un papel contrarrevolucionario al oponerse a las medidas
progresistas e igualitarias proclamadas por el gobierno
republicano surgido de la Revolución Francesa. Más todavía,
la sacarocracia planteo sin embargo su decisión de formar
el Partido Realista para luchar por el restablecimiento de
la monarquía, que se resistía a morir en la Francia de la
Vendée. Al comentar las acciones contrarrevolucionarias de
los plantadores de Saint–Domingue, Jean Jaurés decía:
“Desde 1789, la gran isla de Santo Domingo fue como una
Vendée burguesa, capitalista y esclavista.” (18)
La
segunda paradoja fue que los esclavócratas, viéndose
perdidos y carentes de fuerzas, tuvieron que recurrir al
apoyo de sus esclavos, prometiéndoles reducir las jornadas
de trabajo, en nombre del Rey. De este salto al vacío ni
siquiera alcanzaron a arrepentirse, porque pronto se
iniciaba la gran rebelión negra que iba a terminar con sus
cabezas.
La
revolución social de los esclavos
Los
esclavos, que hasta ese momento estaban a la expectativa,
aprovecharon las contradicciones entre los blancos y entre
éstos y los mulatos. Con sapiencia táctica, al servicio de
su estrategia de liberación, aceptaron el ofrecimiento de
sus amos, que era lo más tangible, pues no se tenía
ninguna noticia de Francia sobre la abolición concreta de
la esclavitud. Se dio, así, la tercera gran paradoja: que
los esclavos lucharon por un tiempo junto a sus amos, a
favor de la monarquía.
La
insurrección negra fue iniciada por Boukman, esclavo
originario de Jamaica, en la rica y poblada zona norte de la
isla. Esa noche, en medio de danzas y del ritual Vodú,
recitó en “creole”: “El Dios de los blancos ordena el
crimen! el nuestro solicita acciones! Pero ese Dios que tan
bueno (el nuestro)! nos ordena la venganza.! El va a
conducir nuestros brazos! y darnos asistencia.! Destruyamos
la imagen del Dios de los blancos! que tiene sed de nuestras
lágrimas! escuchemos en nosotros mismos/el llamado de la
libertad.(19)
A
la rebelión de Boukman, acompañado por Jean François y
Biassou que arrasó con ingenios y cafetales, pronto se sumo
Toussaint Louverture, descendiente de familia negra esclava,
liberto, curandero de campo y cochero; de vasta cultura pues
conocía a Plutarco y otros clásicos griegos, las teorías
humanistas del abate Reynal y estaba informado de los
avances de la “Société des Amis des Noirs’’
,integrada por Mirabeau, Condorcet y otros humanistas que
bregaban por el término de la trata de negros.
La
insurrección ganó nuevos líderes con la incorporación de
Jean Jacques Dessalines, antiguo esclavo, carpintero, y
Henri Christophe, camarero negro de un hotel de la isla.
Pronto se generalizaba y consolidaba en la parte norte,
donde existía la mayor concentración de esclavos. Un
documento enviado a las autoridades francesas, manifestaba
alarmado: “Cien mil negros se han sublevado en la parte
norte; más de doscientas haciendas “(20)
Los
curas se dividieron: unos, a favor de los blancos; y otros,
junto a los negros, entre ellos el abate de la Haya, cura de
Dondon, y los padres Sulpice y Phillipe, quienes colaboraron
con los revolucionarios negros en la redacción de
documentos y proclamas. A la acción de los curas de
avanzada, se sumaba la influencia del Vodú, que agitaba a
los negros, “exaltando su acometividad y audacia por medio
de amuletos y objetos religiosos, Los que caían en los
combates, morían sin pensar, con la esperanza de revivir en
África.”(21)
La
insurrección negra, combinada con la rebelión de los
blancos monárquicos, llevaba ya cerca de dos años cuando
en 1793 llegaron Comisionados del gobierno francés para
pacificar la isla, ratificar las leyes a favor de los
hombres libres de color y reprimir la insurrección de los
negros. Entonces, los esclavos redoblaron su oposición al
gobierno republicano, que quería perpetuar su miserable
condición. Por su parte, la sacarocracia realista enfrentó
abiertamente a dichos comisionados, desencadenando una
guerra que produjo graves pérdidas en el Cabo, la ciudad más
importante de la isla.
Cuando
llegó la noticia de la ejecución del rey Luis XVI y el
consiguiente estallido de la guerra de Inglaterra y España
contra Francia, “los blancos de .todos los partidos
cesaron de combatirse y se coligaron para entregar el
territorio al extranjero.”(22) Los españoles de la parte
este de la isla entregaron víveres y armas a los negros,
con el objeto de enfrentar el desembarco de los ingleses. Un
nuevo ingrediente se agregaba al ya multifacético proceso
de esta colonia francesa: una guerra internacional.
Ante
la perspectiva de una irremediable derrota, los Comisionados
del gobierno republicano francés solicitaron el apoyo de
los esclavos, prometiéndoles la libertad. Un sector de
negros acudió al llamado, pero otro se mantuvo
transitoriamente al lado de los monárquicos. Los mulatos, a
su vez, estaban entre dos fuegos porque como dueños de
esclavos no les convenía la medida abolicionista, pero por
otro lado respaldaban la República por haberles concedido
el derecho a voto y formulado otras promesas igualitarias.
Con
el objeto de definir drásticamente una situación que se
hacia insostenible, los Comisionados decidieron decretar la
abolición de la esclavitud el 29 de agosto de 1793, medida
ratificada seis meses después por la Convención de la
Primera República francesa, entonces liderada por
Robespierre. En marzo de 1794, los esclavos dirigidos por
Toussaint se pasaron a las filas republicanas, sin renunciar
a la lucha por la independencia política. El delegado francés
en Saint–Domingue, Polvérel, escribía alborozado:
‘Toussaint Louverture, uno de los tres jefes de los
africanos realistas coligados con el gobierno español, ha
conocido al fin sus verdaderos intereses y los de sus
hermanos, ha sentido que los reyes jamás podrían ser
amigos de la libertad y de la igualdad. Combate ahora por la
República al frente de un fuerte ejército.”(23)
Se
demuestra así que la posición de Toussaint de apoyar a uno
u otro sector de blancos —o mejor dicho, de aprovecharse
de la pelea entre blancos— estuvo siempre motivada por un
objetivo estratégico: la liberación de sus hermanos
negros. Años después, el delegado francés Laveaux opinaba
sobre Toussaint “no peleaba más que por la libertad de
los negros; se le había dicho que sólo un rey podía
conceder esta libertad general. Cuando, en esa época, yo
pude pro–barle que la Francia Republicana concedía esta
libertad, él se colocó bajo el pabellón tricolor.”(24)
Paralelamente,
los mulatos en su gran mayoría continuaban apoyando a la
administración colonial, ahora remozada y barnizada con las
ideas de una metrópoli republicana y, por momentos,
jacobina y plebeya. Los mulatos, dirigidos por Bauvais, Rígaud,
Petion y Villate lograron rechazar la invasión inglesa en
el sur y oeste de la isla. En compensación por estas
acciones, los comisarios franceses, Sonthonax y Polverel,
delegaron el mando de la ciudad del Cabo a Villate, quien
logró de este modo atraer a esa zona a gran parte de los
mulatos de Saint–Domingue. Cuando Laveaux, Gobernador
general de la isla, partidario de Toussaint, quiso controlar
el poder de Villate, los mulatos lo apresaron. Entonces,
comenzó un nuevo proceso en el ya complejo escenario de la
revolución haitiana: una violenta hacha de clames entre
negro, y mulatos que adquirió los caracteres de guerra
civil. Aunque este enfrentamiento tuvo matices étnicos, la
contradicción principal fue clasista, porque los mulatos
eran en su mayoría propietarios de plantaciones y aspiraban
a seguir explotando a los esclavos, mientras que estos
hablan roto con un pasado que se resistía a morir.
En
marzo de 1796, Toussaint, apoyado por Dessalines, se puso al
frente de un poderoso ejército que aplastó rápidamente a
Víllate, liberando al gobernador Laveaux, quien nombró a
Toussaint como segunda autoridad de la isla. Varios mulatos,
entre ellas Villate, fueron deportados, mientras otros,
liderados por Rígaud, continuaron oponiéndose al
Gobernador, sobre todo en la zona sur, y protestando por la
designación de un negro, como Toussaint, en tan alto cargo.
El
ejército mulato, que se componía de unos 8.000 hombres,
cometió una masacre de negros, que obligó a Toussaint a
reiniciar la ofensiva, aplastando nuevamente a Rigaud.(25)
En febrero de 1799 volvió a estallar la guerra civil entre
negros y mulatos, que no fue una guerra por el color de la
piel, sino por profundas contradicciones de clase. “Tanto
Rigaud como Toussaint negaron vigorosamente que la guerra
tuviera un carácter racial. ‘‘(26)
Petion
reforzó el ejército mulato de Rigaud, pero Toussaint, Dessálines,
Christophe y otros jefes lograron un triunfo decisivo el 1º
de agosto de 1800. Miles de mulatos huyeron a Cuba y
Francia, facilitando sin proponérselo la tarea de Toussaint.
Los blancos habían sido exterminados u obligados a salir
fuera del país: “En Filadelfia, Baltimore y New York se
contaban más de 10.000(...) otros se habían puesto a salvo
en Francia, Louisiana y Antillas.”(27)
Sin
embargo, los blancos monárquicos no cejaban en sus propósitos,
que ya no se limitaban a la restauración de la reyecía,
sino que también aspiraban a derrotar al ejército negro
para reimplantar las relaciones esclavistas de producción
en sus antiguos ingenios. Para llevar adelante ese plan
contrarrevolucionario, reafirmaron su decisión de entregar
la isla a Inglaterra con la condición de obtener ayuda
militar. Los británicos, que estaban en guerra con Francia,
Otorgaron prestamente la colaboración. Más aún, se
pusieron al frente de una escuadra con miles de soldados,
que invadieron la isla por la parte occidental. Las tropas
inglesas, comanda–das por almirantes que habían derrotado
a la “Invencible” y a los batallones españoles y
franceses, fueron aplastados por la capacidad militar y el
odio ancestral de 48.000 negros, comandados por Toussaint.
Fue
una guerra internacional —nuevo factor que se entrelazó
con otros en el proceso haitiano— que demostró la
entereza y habilidad de un pueblo oprimido, capaz de
derrotar a la potencia naval más importante de la época.
Una guerra internacional en la que también participó España,
junto a Inglaterra, tanto para derrotar a la Francia
Republicana como para restaurar el régimen esclavista de
una isla que podría contagiar al resto de las colonias,
también sometidas a las relaciones de producción
esclavistas. Los ingleses tenían mucho que perder en
Jamaica, Barbados y otras islas antillanas, si sus esclavos
imitaban el ejemplo de Saint–Domingue. El mismo riesgo
corrían los españoles en Cuba, Puerto Rico, Venezuela y
otras colonias, cuyas riquezas se basaban en el trabajo
esclavo. Ni qué decir de Portugal que se apropiaba del
plusproducto que generaban los indios del Brasil.
Por
consiguiente, estas potencias internacionales se coaligaron
para tratar de aplastar la revolución anticolonial social más
relevante de esa época y una revolución de carácter
social como la francesa. Pero mientras ésta respetaba
—dentro de sus profundos cambios— la pro–piedad
privada, los esclavos cristianos estaban liquidando, por
primera vez en la historia, las relaciones de propiedad.
Los
imperios coordinaron su acción en un intento desesperado
por ahogar en sangre la revolución social de los esclavos.
Por el lado este de la isla estaban las tropas españolas
acantonadas en la colonia de Santo Domingo, a pesar del
Tratado de Paz con Francia (1797), alarmadas por la
posibilidad de extensión del proceso revolucionario. El
gobernador español de Santo Domingo, Joaquín García,
sostenía que Toussaint quería propagar la revolución “a
Jamaica, Cuba y al seno mexicano.”(28)
Los
ingleses invadieron por el lado oeste, tratando de ganar el
apoyo de un sector de los mulatos. Pero se encontraron con
tropas tan disciplinadas como las que comandaba Whitelocke,
el mismo que más tarde dirigiera la invasión inglesa del Río
de la Plata. En menos de una semana, Dessalines y Morner
“tomaron por asalto siete campamentos fortificados de los
ingleses. Estos evacuaron completamente los distritos del
Oeste a cambio de la protección de las vidas y propiedades
de los habitantes franceses que se encontraban bajo la
dominación británica.(29) Toussaint, ahora apoyado por el
mulato Rigaud, inició la ofensiva final. En enero de 1798
los ingleses se batían en retirada ante la arrolladora
campaña del ejército negro, pidiendo clemencia no obstante
las atrocidades que habían cometido contra la población.
El 31 de agosto de ese mismo año se firmaba la paz entre
Toussaint y el general inglés Maitland, sobre la base de la
evacuación total de las tropas invasoras, que en un
comienzo creyeron haber
sido
enviadas a un paseo militar en aquella isla de negros. El
paseo les costó miles de hombres muertos y heridos y una pérdida
de 5 millones de libras esterlinas, según el investigador
inglés Fortescue en su libro History of the British
Army(30), en una guerra que se prolongó cerca de cinco años.
Toussaint
de Lourverture y el primer gobierno de ex–esclavos
Toussaint
emergió de la guerra contra los ingleses como un líder
nacional y social, que no sólo había derrotado a un ejército
invasor extranjero sino también consolidado la libertad de
los esclavos, que constituían al 90% de la población de
Saint–Domingue. Nunca proclamo formalmente la
independencia política, pero las iniciativas autonomistas
tomadas por Toussaint convirtieron de hecho a
Saint–Domingue en un país independiente, hecho que pronto
suscitó la intervención armada de la metrópoli francesa.
Toussaint
impuso medidas de emergencia para reorganizar la economía
devastada por una década de guerra y, al mismo tiempo, una
política económica de largo alcance que permitiera
remontar la grave crisis del país que nada. Para solucionar
el problema inmediato de la hambruna, solo recurrió a una
regresiva forma de producción heredada de la colonia,
dictando un decreto que hacia obligatorio el trabajo de los
ex–esclavos en sus antiguas plantaciones, para lo cual
hizo un llamado a ciertos propietarios blancos en un
contradictorio y retrógrado intento de conciliación
nacional de clases. En la base de esta actitud de Toussaint
estaba su carácter de líder de los libertos que, antes del
estallido revolucionario hablan constituido una capa
intermedia entre los esclavócratas y los esclavos. De ahí
también sus vacilaciones políticas ante el pedido francés
y su falta de decisión para reclamar formalmente la
independencia política.
Toussaint
no permitió que se parcelaran las grandes plantaciones, con
el fin de que los campesinos trabajaran allí por la
alimentación y un cuarto del producto de la cosecha. Las
otras partes del sobreproducto social se la apropiaban los
propietarios de los ingenios y el Estado. En la política
económica de Toussaint, el Estado jugaba un papel relevante
en la producción, práctica novedosa en aquella época
librecambista del “dejar hacer, dejar pasar”.
Los
ex–esclavos quedaron adscritos a las antiguas propiedades
donde hablan trabajado, pero ahora en calidad de campesinos
libres. Se abrió así una fase de transición entre el modo
de producción esclavista y un capitalismo incipiente,
caracterizado por el papel dinámico del Estado en la economía
y un sector de propietarios blancos y mestizos que daban
trabajo a campesinos que percibían una forma de salarios en
especies, evaluado en la cuarta parte de la producción
total por ingenio o empresa. Otra relación de producción
impuesta por Toussaint fue el arrendamiento de tierras por
los ex–esclavos.
La
venta de tierras debía hacerse con previa autorización de
los municipios para evitar la subdivisión incontrolable de
los grandes ingenios azucareros, proceso que podía conducir
a la brusca disminución de la producción y a la
proliferación de minifundios improductivos.
Se
ha criticado a Toussaint por haber hecho concesiones a un
sector de propietarios blancos y por imponer el trabajo
obligatorio de los campesinos.
El
hecho objetivo es que bajo Toussaint el trabajo fue
reglamentado y hasta vigilado militarmente, pero pagado en
un monto igual a la cuarta parte del producto de la
hacienda. Esta forma de pago ha sido calificada por algunos
autores como relación servil o feudal de producción, tesis
que tampoco compartimos porque los propietarios del ingenio
o el Estado no eran señores feudales ni exigían a los
campesinos un trabajo servil no remunerado.
De
todos modos, se fue generando una elite militar de negros y
mulatos que lentamente se iba apropiando de parte del
excedente por vía de la centralización económica del
Estado. Toussaint tampoco pudo liquidar los latifundios en
manos de los grandes propietarios blancos y mulatos. Su
objetivo inmediato era reconstruir la economía sobre las
cenizas dejadas por el conflicto armado.
En
medio de la guerra social e internacional, Toussaint
procuraba mantener ciertos niveles de producción,
prohibiendo el pillaje y la devastación. “Los ingenios de
los campos del Cabo notablemente trabajaban bien. Cuarenta y
ocho fueron en 1797 valorados al precio de 545.050 libras
por año (...) Los comerciantes reabrieron sus
establecimientos y almacenes y los negocios se reiniciaron
en el norte.”(31) En 1800, ya estaban en plena producción
algunos rubros fundamentales de exportación, como lo
demuestra el siguiente cuadro comparativo.
|
1789
|
1800
|
Azúcar
bruto
|
93.573.300 libras
|
62.382.200
libras
|
Azúcar terre
|
47.516.331 libras
|
31.677.688 libras
|
Café
|
76.835.219 libras
|
51.223.478 libras
|
Algodón
|
7.004.274 libras
|
4.669.516 libras
|
Índigo
|
758.628 libras
|
405.450 libras
|
El
periódico francés, “Press”, admitía que “más de
treinta millones de productos colonialistas, almacenados o
en plena recolecta, testimoniaban la buena administración
de Toussaint.”(32) En síntesis, Toussaint fue capaz de
levantar con el esfuerzo de sus hermanos negros al país de
la ruina de un decenio, aproximándose en algunos rubros a
los dos tercios y en otros a más de la mitad de lo
producido en el momento de auge de la economía colonial.
La
liberación de los esclavos se propaga a Santo Domingo español
Casi
al final del siglo XVIII, el Santo Domingo español era
sacudido por una rebelión de esclavos, fuertemente
influenciados por los sucesos de la parte francesa de la
isla. A cinco años del levantamiento de Toussaint, en
diciembre de 1795’, los esclavos de la colonia española
comenzaron a rebelarse. En octubre de 1796, doscientos
esclavos de la principal hacienda, “el llamado ingenio de
Roca de Nigua, propiedad de don Juan de Oyarzábal, se
levantaron en armas haciendo huir a su propietario,
destrozando e incendiando los cañaverales y los edificios.
y matando los animales que encontraron.”(33)
El
ejército colonial, reforzado con un contingente de Puerto
Rico, masacró centenares de esclavos; el resto se atrincheró
“aprovechando las fortificaciones del ingenio contra los
piratas. Es significativo que, como en años posteriores,
fueron esclavos de plantaciones los que se rebelaran
intentando extender el proceso de Haití.”(34) Esto
demuestra que las condiciones estaban preparadas para que
los esclavos de la colonia española recibieran con
entusiasmo a sus hermanos de la parte francesa recién
liberados, hecho que comenzaba a rumorearse luego del
Tratado de Basilea (1795), por el cual España había cedido
Santo Domingo a Francia.
Los
opositores a este Tratado eran los esclavócratas, la
burocracia colonial española y los comerciantes. Los
comisionados franceses tampoco querían que se aplicara de
inmediato porque temían que la revolución social negra
tomara el poder en toda la isla. Ante un pedido de Toussaint
para que se pusiera en práctica el Tratado de Basilea, los
delegados franceses se negaron: “el gobierno francés no
quería que los negros de Saint Domingue pasaran a la parte
es–pañola encabezados por Toussaint, quien de una manera
u otra se las ingeniaría para consolidar también su
jefatura en esta parte de la isla y sería más difícil
todavía arrancar de sus manos un liderazgo que, aunque
ejercido en nombre de Francia, resultaba inconveniente para
los planes imperiales de Napoleón Bonaparte y la burguesía
francesa. Tanto Roume como el general Antonio Chanlatte.
quien quedó en Santo Domingo en su lugar como Comisionado
francés, tenían órdenes de no ocupar la parte española a
menos que no fuese con tropas especialmente enviadas desde
Francia para ello.”(35)
Así
se dio el caso paradójico de que los Comisionados franceses
se enfrentaron militarmente a quienes querían llevar a la
práctica el Tratado de Basilea que favorecía a Francia.
Cuando Toussaint dio un paso más en pos de la liberación
de los esclavos, organizando una expedición para tomar
posesión de La parte española de la isla, en nombre de
Francia, se encontró con que los primeros enemigos eran los
franceses, liderados por Chanlatte y Kerverseaux, al frente
de 900 hombres.
En
enero de 1801, Toussaint ocupó Santo Domingo, decretando de
inmediato la abolición de la esclavitud. El grueso de la
clase dominante huyó a Venezuela, Cuba y Puerto Rico, a
pesar de que Toussaint en su primera proclama garantizó la
vida de todos los habitantes, instándolos a volver a sus
trabajos habituales. El esclavócrata Gaspar de Arredondo y
Pichardo, escribió en su Memoria de 1805: “El negro
Toussaint hizo publicar un indulto para que se restituyesen
a sus hogares, prometiéndoles seguridad y protección del
gobierno. Con esto ya poco a poco fueron volviendo los
vecinos a ocupar sus casas.”(36) A continuación destilaba
su resentimiento: “En un baile que dieron para celebrar la
entrada de Moyse, antes de la venida de la armada francesa.
se me hizo la gran distinción por el bastonero de sacarme a
bailar con una negrita esclava de mi casa, que era una de
las señoritas principales del baile, porque era bonita, y
no tuvo otro título ni otro precio para ganar su libertad,
que la entrada de los negros en el país con las armas de la
violencia (...) En ese gobierno el primero de los delitos
era ser blanco y haber tenido esclavos.
Toussaint
implementó un plan de emergencia, decretando que el peso
fuerte español pasara de ocho reales a once; obligó a los
habitantes a trabajar en sus antiguas tierras, limitando la
parcelación de las haciendas, como había propuesto en
Saint Domingue. Puso énfasis en los cultivos de exportación,
eliminando todos los impuestos de exportación establecidos
por el Estado colonial español. Al decir de Moya Pons:
“la política agraria de Toussaint tendía a erradicar el
sistema laboral tradicional dominicano.”(38)
Después
de suplantar los Cabildos por los municipios. Toussaint
“se retiró por Azua y San Juan colmado de las bendiciones
de los dominicanos, sensibles entonces a sus beneficios como
más tarde lo fueron a las crueldades de Dessalines y a las
perfidias y vejaciones de Boyer. Así se estableció en este
territorio bajo la bandera francesa la dominación ‘del
primero de los negros’ como él mismo se
apellidaba.”(39)
A
su vez, el gobernador de Santo Domingo, Joaquín García,
comunicaba al Rey el 24 de febrero de 1801, desde el exilio
en Maracaibo, que los pueblos se intimidaron ante Toussaint,
“se fueron entregando sucesivamente. El alentó su marcha
siempre adelante sin esperar recon–venciones, y aunque se
le opuso alguna resistencia de que resultó alguna sangre,
no pudo ser sino con respecto a una cortisima guarnición y
ningún apoyo del País que sólo aspiraba a asegurar sus
posesiones de la rapacidad de una negrada que así lo ofrecía
(...) Cada día se propagaban más y más sus pretensiones
(...) alargó sus ideas hasta comprender todos los caudales
del Rey, libros y papeles, siempre con apariencias de
violencia, pero prestándose a condiciones regulares para
lograrlo; en términos que a cada cuerpo, y aun a mi mismo
me fijó el día de salir porque convenía, antes de que se
alterase la buena inteligencia (...) según me ofreció el
Negro, si es que puede esperarse de él cumplimiento de cosa
alguna.”(41)
Estos
documentos, además de expresar el odio y la discriminación
racial de los blancos respecto del “negro y la negrada”,
muestran claramente que el ejército de ex–esclavos derrotó
de manera aplastante a las fuerzas españolas, respaldadas
por los generales franceses, y al mismo tiempo la capacidad
de Toussaint para reactivar la producción de la zona española
ocupada por sus huestes, en colaboración con los esclavos y
demás explotados de esa parte de la isla.
Toussaint
reorganizó, con gran visión de estadista, la Administración
de la isla unificada. Normalizó las finanzas y organizó
una policía marítima para combatir el contrabando. Quebró
de facto el monopolio francés al estimular el libre
comercio con Inglaterra y, sobre todo, con Estados Unidos,
aspiración largamente acariciada por los colonos. Abrió
escuelas para educar a sus hermanos ex–esclavos. Hizo un
monumento conmemorativo de la abolición de la esclavitud.
Se preocupó de garantizar la tolerancia religiosa. Y dio
los primeros pasas para fomentar la in–dustria nacional.
El
9 de julio de 1801 convocó una Asamblea Constituyente, que
aprobó la primera Constitución de la isla unificada. Al
refrendar esta Constitución, que lo nombro Gobernador
vitalicio, sin consultar a Francia, Toussaint estaba de
hecho implantando la autonomía política,
aunque
no lo declarara de modo expreso. De ahí, a la independencia
política no faltaba más que la proclamación formal de la
ruptura del nexo colonial.
La
invasión de las fuerzas napoleónicas
La
respuesta colonialista no se hizo esperar. En I 802, en
representación del gobierno francés, Napoleón envió una
poderosa expedición integrada por 86 barcos y cerca de
30.000 veteranos de guerra, a los cuales pronto se sumaron
otros 20.000 hombres, al mando de su cuñado, el general
Carlos Victor Manuel Leclerc.
El
ataque de Napoleón a Santo Domingo francés y español
formaba parte de un vasto plan de dominio de otras islas
antillanas, el sur de los Estados Unidos y México. España
había cedido la Louisiana a Francia, hecho que inquieté al
Presidente de Estados Unidos, Jefferson, quien notificaba a
Livingston, ministro norteamericano en París: “La cesión
de la Louisiana y ambas Floridas que España le hace a
Francia afecta muy gravemente a Estados Unidos. En el globo
no hay sino un punto cuyo poseedor es nuestro enemigo
natural y habitual. Hablo de Nueva Orleans, por donde la
producción de las tres octavas partes de nuestro territorio
tiene necesariamente que pasar para llegar a los
mercados”. (41)
Napoleón
pretendió hacer creer a los ingleses que la expedición a
Santo Domingo era en interés no sólo de Francia sino también
de Gran Bretaña. En nota de Talleyrand, dictada por
Bonaparte, se decía: “Haga saber a Inglaterra que en la
resolución que he tomado de aplastar en Saint Domingue el
gobierno de los negros, me he guiado menos por
consideraciones de comercio y finanzas que por la necesidad
de ahogar en todas partes del mundo toda especie de
inquietud y desórdenes (...) la libertad de los negros,
reconocida en Saint–Domingue y legitimada por el gobierno
francés, sería, en todos los tiempos, un punto de apoyo
para la República en el Nuevo Mundo. En ese caso, el cetro
del nuevo mundo caería tarde o temprano en manos de los
negros; la sacudida que resultaría para Inglaterra seria
incalculable, mientras que la sacudida del imperio de
negros, relativamente a Francia, se confundiría con la
revolución”. (42)
El
general Leclerc se posesioné de las costas, mientras el Ejército
haitiano se retiraba ordenadamente al interior. La táctica
de Toussaint “consistió en eludir toda batalla campal, en
quemar el suelo bajo las propias plantas del enemigo y en
atraerlo a los lugares donde la disposición topográfica
del terreno significaba alguna ventaja para la defensa...
predominé en todo el país la táctica de las
guerrillas”. t43> No obstante el apoyo de los jefes
mulatos Rigaud, Petion, Villate y Jean Pierre Boyer al ejército
invasor, las milicias de los libertos batieron ampliamente a
las tropas napoleónicas que se habían paseado
triunfalmente por Europa. Toussaint cometió el error de
negociar. Pronto Leclerc le tendió una celada y lo hizo
prisionero, deportándolo a Francia, donde murió en las
montañas del Jura el 7 de abril de 1803.
Leclerc
restauró la esclavitud, hecho que motivó una masiva reacción
de los negros. Los mulatos ricos apoyaron al principio a
Leclerc, pero pronto comenzaron a dudar, sobre todo de sus métodos
de exterminio. Las atrocidades cometidas por estos adalides
de la “civilización europea” fueron peores que las de
los conquistadores españoles, como lo atestigua un militar
francés de la época, Lemonnier Delafosse:
“Fusilamientos, anegados, ahorcamientos, autos de fe, víctimas
que se entregaban a los perros para que los devoraran, tales
fueron los medios que se creyó deber emplear para someter
al país (...) Muy pronto llegó su turno a los negros para
vengarse. Después de nuestra salida, todos los blancos que
quedaron fueron degollados; y las atrocidades que se habían
cometido allí eran suficientes para legitimar las venganzas
(...) Es preciso haber estado en guerra para conocer su
audacia” .(44)
El
terror y los crímenes cometidos por Leclerc no hicieron más
que incrementar el odio al invasor francés. Miles de
ex–esclavos y otros sectores de la población se
incorporaron activamente a la resistencia.
Jean
Jacques Dessalines se puso al frente del ejército de los
libres, reemplazando la bandera francesa por otra azul y
roja con el lema “Libertad o Muerte”. A medida que
avanzaba, repartía tierras. Sus principales lugartenientes
eran Christophe y Belair. Además fue muy dúctil para
lograr el apoyo de un fuerte sector de mulatos, pues no sólo
luchaba por la liberación de los
esclavos
sino también por un gran proyecto político: la
independencia nacional, en la cual también estaba
interesado un grueso sector de mulatos.
La
mayoría de los historiadores magnífica la epidemia que
sufrió el ejército francés con el fin de minimizar el
avance del ejército negro. Sin dejar de considerar la
importancia de la epidemia, en la cual pereció Leclerc,
creemos que la derrota del ejército napoleónico fue en último
análisis el resultado del enfrentamiento con un ejército
superior en moral y en táctica militar. El 29 de noviembre
de 1803, Rochambeau tuvo que capitular en toda la línea.
Las invictas tropas napoleónicas habían perdido en los
campos de batalla de esa pequeña isla de las
Antillas,
más de 62.000 hombres y 225 millones de libras esterlinas.
Los tan menospreciados y discriminados negros habían batido
sin apelación a los mejores espadas del Estado Mayor del Ejército
de Napoleón.
La
proclamación de la Independencia
Después
de la invasión napoleónica se cancelé la fase de las
conciliaciones con la administración francesa. Victoriosos
en una guerra de liberación, entrecruzada con la guerra
social y étnica, sólo faltaba la declaración formal de
ruptura con la metrópoli. Consciente del paso histórico
que iba a dar, Dessalines proclamé el 1º de enero de 1804
la independencia política de Saint–Domingue, a la que
bautizó con el nombre de Haití, primer país independiente
de América Latina. Por eso, el inicio de la revolución por
la independencia no comienza en 1810, como se ha repetido
falsamente, sino el primer día del año nuevo de 1804.
La
Constitución aprobada el año siguiente estableció que
“ningún blanco, sea cual fuere su nacionalidad, pisara
este territorio con el titulo de amo o de propietario ni
podrá en lo porvenir adquirir propiedad alguna. Art. 13: El
articulo precedente quedará sin efecto así con respecto a
las mujeres blancas que han sido naturalizadas haitianas por
el gobierno como con respecto a los hijos que de ellas han
nacido o están por nacer. Art. 14: Los haitianos serán tan
sólo conocidos bajo la denominación genérica de
negros”. (45) El articulo 1º de esta Constitución,
aprobada el 20 de mayo de 1805, expresaba claramente la
decisión de consolidar la unificación de la isla: “El
pueblo que habita esta isla llamada Santo Domingo ha
convenido que formará un Estado libre, soberano e
independiente de cualquier otra potencia del universo y se
llamará el Imperio de Haití”. (46) Se estableció,
asimismo, que el mal de Haití era el color blanco, como
expresión de repudio a la explotación centenaria de los
esclavócratas.
Dessalines
se propuso desde el primer momento extender a Santo Domingo
la influencia de la revolución social haitiana. Cuando las
tropas francesas evacuaron a principios de 1804 las ciudades
de Santiago, La Vega y Cotuí, el gobierno haitiano las
incorporó de inmediato. Dessalines impuso un millón de
pesos de contribución a los propietarios, medida que provocó
la fuga masiva de los esclavócratas a Cuba, vía Puerto
Plata.
El
objetivo de Dessalines era expulsar definitivamente a los
franceses, que al mando del general Ferrand controlaban
Santo Domingo. Aunque esta decisión se tomó con retardo,
la estrategia era correcta por cuanto la existencia de
tropas francesas en una región tan cercana podía poner en
peligro la independencia de Haití. El general Ferrand había
ordenado tomar prisioneros a los niños negros menores de 14
años, con el fin de exterminar la raza africana.
En
su proclama del 8 de mayo de 1804 a los habitantes de la
parte española, Dessalines manifestaba: “Para mayor
prueba de mi solicitud paternal en los lugares sometidos a
mi autoridad, no he nombrado jefes sino a hombres tomados y
escogidos de entre vosotros mismos”. (47) Poco después,
Dessalines, junto con Petion y Christophe, atravesaron la
isla hasta poner sitio a Santo Domingo. (48) Luego de tres
semanas, tuvo que retirarse ante la presencia de una flota
francesa que amenazaba con invadir también las costas
haitianas. En su alocución al pueblo, en la que rendía
cuentas de su expedición a Santo Domingo, reafirmaba su
decisión de luchar por la unificación de la isla:
“resolví ir a apoderarme de la porción integrante de mis
Estados y borrar allí hasta los últimos vestigios del ídolo
europeo. En consecuencia, una fuerza armada fue desplazada
contra la parte española. Nuestra marcha fue rápida, y
nuestros pasos fueron señalados por otros tantos éxitos
felices (...) En cualquier punto que el destino de este país
haga un llamado a mí firmeza, recibiréis de mi el ejemplo
de vivir o de morir como hombres libres (..) Y si fuere
necesario perecer víctimas de la más justa de las causas,
dejamos tras nosotros el honroso recuerdo de lo que puede la
energía de un pueblo que lucha contra la esclavitud, la
injusticia y el despotismo. (49)
Dessalines
nacionalizó los bienes de los colonos franceses, colocándolos
bajo la administración del Estado, con lo cual se convirtió
en el primer gobernante de América Latina en nacionalizar
la tierra y otorgar un papel relevante al Estado en los
asuntos económicos.
El
Estado quedó encargado de distribuir la tierra entre los
antiguos esclavos. “Es cierto que Dessalines no pudo
conseguir este reparto efectivo de las tierras a todos, pero
si se considera la época en la cual fueron emitidas sus
concepciones económicas es preciso elogiar el genio
intuitivo y práctico de este revolucionario. El papel
asignado a la Administración de los Dominios era la forma más
avanzada, concebible en la época, de la intervención del
Estado en la vida económica”. (50)
En
síntesis, Toussaint y Dessalines llevaron adelante la
revolución social más trascendente de la América Latina
del siglo XIX fundaron la primera nación de nuestro
continente y se convirtieron en los primeros gobernantes en
liberar a los esclavos y nacionalizar la tierra.
NOTAS
(1)
Centro de documentación e Información sobre Haití:
Petion–Bolívar, p. 5 Caracas, 1981.
(2)
Prólogo de Franklin J. Franco al libro de JOSE LUCIANO
FRANCO: Historia de la Revolución de Haití, Editora
Nacional, Santo Domingo, 1971.
(3)
AMERICO LUGO: Historia de Santo Domingo. Edad media
de la Isla Española. Desde 1566 hasta 1608, Santo
Domingo, 1952.
(4)
EMILIO CORDERO MICHEL: La Revolución Haitiana y
Santo Domingo, p 22. Santo Domingo, 1968.
(5)
Citado por FRANK MOYA PONS: Manual de Historia
Dominicana, p. 122, Univ. Católica, Santo Domingo,
1977.
(6)
L. FRANCO: op. cit. p. 147.
(7)
Ibid. p. 147.
(8)
Ibid, p. 98
(9)
JAMES G. LEYBURN: El Pueblo Haitiano, Buenos
Aires, 1946
(10)
J.L. FRANCO: op. cit. p. 161
(11)
Ibid.
p. 161
(12)
Ibid,
pp 137a41.
(13)
Ibid, p. 171,
(14)
JEAN
PRICE–MARS: Ansi Parle l’Oncle. Essais d’
Ethnographie, Portau–Prince, 1928.
(15)
GASTON
MAR FIN: L’Ere des Négriers(1714–1774), París
1931.
(16)
J.L. FRANCO: op. cit. p. 135.
(17)
JEAN JAURES: Historia Socialista de la Revolución
Francesa. Tomo II, Buenos Aires, 1946.
(18)
Ibid.
(19)
J.L.. FRANCO: op. cit. p. 208.
(20)
J.L. FRANCO: Documentos para la Historia de Haití,
Archivo Nacional, La Habana. 1954.
(22)
Ibid,
p. 228
(23)
HORACE
PAULEUS SANNON: Historie de Toussaint–Louverture,
Portau–Prince, 1938.
(24)
J.L. FRANCO: Historia (...) op. cit. p. 240.
(25)
VICTOR
SCHOELCHER: Vie de Toussaint–Louverture, París
1889.
(26)
J.L. FRANCO: Historia (...) op. cit. p. 271.
(27)
Padre
A. GABON: Notes sur l’Histoíre Religicuse d’Haiti, Port–
au–Prince. 1933.
(28)
J.L.. FRANCO: Documentos... op.
cit.
(29)
J.L. FRANCO: Historia... op. cit. P 259.
(30)J.L.
FRANCO: Historia... op. cit. p. 258
(31)
Ibid.
p. 252.
(32)
Ibid, p. 293.
(33)
FRANK MOYA PONS: op, cit p. 173.
(34)
R. CASSA: op. cit. Tomo I p. 192.
(35)
F. MOYA PONS: op. cit. pp. 187 y 188.
(36)
GASPAR DE ARREDONDO Y PICHARD: Memoria de mi salida
de la isla de Santo Domingo el 28 de abril de 1805, en
Invasiones Haitianas de 1801, 1805 y 1822, Academia
Dominicana de la Historia. Ed. del Caribe p. 129, República
Dominicana 1955.
(37)
Ibid,
PP. 132 y I 34.
(38)
E.
MOYA PONS: op. cit, p. 194
(39)ALEJANDRO
LLENAS: Invasión de Toussaint–Louverture, en
Invasiones Haitianas... op cit. PP. 187 y 188. Ver también
JUAN BOSCH: Composición Social Dominicana. pp. 118 a 120.
Ed. Alfa y Omega, Santo Domingo. 1978.
(40)
FRAY CIPRIANO DE UTRERA: Toussaint–Louverture
aniquila el Batallón Fijo de Santo Domingo, en
Invasiones Haitianas... op. cit. Pp. 228 y 229.
(41)
CHARLES Y MARY BEARD: Historia de la Civilización de
los Estados Unidos de Norteamérica, Buenos Aires, 1946.
(42)
J.L. FRANCO: Historia... op. Cit. pp. 293 y 294.
(43)
JEAN PRICE–MARS: La República de Haití y la República
Dominicana, pp. 34 y35, Puerto Príncipe, 1953.
(44)
R. CASSA: op. cit. tomo 1. p. 187.
(45)
JEAN PRICE–MARS: La República.. –op. cit. p.
52.
(46)
Ibid. p. 52
(47)
J.J. DESSALINES: Proclama a los habitantes de la
parte Española. Cuartel General del Cabo. 8 de mayo de
1804. en Invasiones Haitianas... op. cit. p. 97.
(48)
ALONSO RODRIGUEZ DEMORIZI: Dessalines y la
Independencia de Santo Domingo, en “Hélices”
Santiago. Nº 6, noviembre 1934.
(49)
J.J. DESSALINES: op. cit. pp. 105 y 108.
(50)
EMILIO CORDERO MICIHEL: La
Revolución Haitiana.. – op. cit p. 79.