A
casi un siglo de la falsa “independencia” de Panamá
Historia
del atraco yanqui
Por
Olmedo Beluche
Enviado
por el autor, 05/11/10
Es
sorprendente que en Panamá, la mayor parte de lo que podría
llamarse “izquierda” repite los mitos históricos
creados por la burguesía para justificar la “venta del
Istmo” (palabras de Belisario Porras) ocurrida el 3
de Noviembre de 1903: llamar “independencia” a la
separación de Colombia por las tropas norteamericanas; la
instalación de un gobierno títere integrado por los
agentes de la Panama Railroad Company, proclamando
una “nueva república” que no era más que un
“protectorado” (es decir colonia); la creación de la
Zona del Canal en la cual Estados Unidos mandaba “como si
fueran soberanos”, por efecto del Tratado Hay – Bunau
Varilla firmado 15 días después.
Los
hechos son tan abrumadores que basta calentar los sesos un
poco para darse uno cuenta de las mil mentiras de que está
plagada la leyenda dorada que repiten los medios de
comunicación y los programas de estudio de nuestras
escuelas. De la misma manera que la “izquierda”
panameña carece de un proyecto político propio, incluso de
un proyecto de país propio, carece de una interpretación
propia de la historia nacional.
Los
mismos prejuicios que llevan a muchos “izquierdistas”
del patio a repetir los inveterados prejuicios conservadores
sobre el matrimonio homosexual, o la despenalización del
aborto, o la cuota electoral femenina, parecen operar en la
mente de quienes repiten como papagayos los mitos históricos
de la burguesía antinacional. ¿Habrá en ello cierto
determinismo geográfico o climático que amodorra las
conciencias? Porque la verdad está a la vista y sólo hay
que leer un poquito.
Parte
de tanta confusión se debe a la obra de los reformistas
de izquierda (Ricaurte Soler o Diógenes de la Rosa o
los teóricos del Partido Comunista) quienes creían que la
lucha contra la presencia imperialista en Panamá debía
ser fruto de un gran frente policlasista, en que los
sectores populares y obreros marchaban de la mano de una
inexistente “burguesía progresista o nacional”.
Había
que disfrazar de “patriotas” a los comerciantes que nos
vendieron por unas monedas. Era la interpretación criolla
de la teoría stalinista de la “revolución por etapas”.
La
evidencia documental salta por todos lados: desde los
escritos de la época, como de Porras y Pérez y Soto, hasta
trabajos recientes como el de Ovidio Díaz, pasando por
historiadores profesionales. Pero, por sobre todos los demás,
destaca el panameño Oscar Terán, quien en 1934–35,
publicó su libro “Del Tratado Herrán–Hay al
Tratado–Bunau Varilla, historia crítica del atraco yanqui
mal llamado en Colombia “La pérdida de Panamá” y en
Panamá “nuestra independencia de Colombia””.
Allí está todo, con abrumadoras y fehacientes evidencias fácticas.
De modo que la ignorancia en esta materia es inexcusable.
Los
especuladores de Wall Street y el Canal de Panamá
Oscar
Terán dedica todo el primer tomo de esta obra, más de 400
páginas a probar con documentos lo que se insiste en negar:
los actores centrales de los hechos de 1903 son un grupo de
especuladores norteamericanos y franceses con fuertes
intereses en la Compañía Universal del Canal de Panamá,
luego Compañía Nueva del Canal, con estrechos vínculos
con la Compañía del Ferrocarril de Panamá.
Evidencia
recopilada por el abogado Oscar Terán de manera directa, ya
que vivió los acontecimientos como político del Partido
Conservador y miembro de la Cámara de Representantes de
Colombia. Además de documentos extraídos del compendio
denominado The Story of Panama, compilado en
Washington a partir de diversos procesos judiciales que
involucraron a Teodoro Roosevelt y al periodista Pulitzer, e
incluso una serie de audiencias del Senado contra el ex
presidente del Gran Garrote.
Los
jueces del imperio registraron interrogatorios tanto a
funcionarios y especuladores norteamericanos, como a los
supuestos “próceres” panameños, que constituyen reales
confesiones de los hechos.
Tratando
de resumir en pocas líneas el asunto, la llamada “Compañía
Francesa del Canal” (en sus dos momentos, “universal”
y “nueva”) estuvo hermanada con la Compañía del
Ferrocarril, de capital norteamericano. Un convenio de 1867,
en su artículo 6, entre el gobierno colombiano y la Panama
Railroad Co., le había otorgado a ésta el monopolio
del tránsito entre ambos mares, lo que incluía la
posibilidad de un canal. Para compensar este “derecho”,
en 1881, la Compañía Universal del Canal, dirigida por
Fernando de Lesseps, compró 68,887 acciones de la compañía
del ferrocarril por 20 millones de dólares de la época,
pese a lo cual la empresa siguió controlada por gerentes
norteamericanos.
Parte
del fracaso del la empresa francesa, que cerró operaciones
en diciembre de 1888, se debió a sobreprecios especulativos
que cobraron suplidoras y subcontratistas, y desvíos de
dineros de los propios gerentes de la obra. Luego del escándalo
en Francia, y el juicio contra sus administradores, se creó
en 1894 la Compañía Nueva del Canal, que debía
juntar el capital para terminar la obra, para lo cual obtuvo
una prórroga que finalizaba en octubre de 1904.
Pero
en realidad la Compañía Nueva actuó con dolo, pues nunca
pretendió terminar la obra sino revenderla al gobierno de
los Estados Unidos. Es más, la mayor parte del capital
constitutivo no eran más que papeles y cuentas por cobrar
de los mismos especuladores franceses (accionistas
carcelarios o del Panóptico) que habían llevado a la
quiebra la empresa original (Compañía Universal). Los únicos
que pusieron capital real fueron pequeños ahorristas
franceses que, al igual que en la primera empresa, serían
estafados junto al estado colombiano (que poseía 5 millones
de dólares de las acciones y que tenía derecho de cobrar
la garantía si la obra no se terminaba, depositada en un
banco londinense).
Para
vender sus “derechos” la Compañía Nueva contrató
(1894) al influyente abogado neoyorkino William Nelson
Cromwell, representante de importantes sectores financieros
de Wall Street, accionista y abogado de la Panama Railroad
Co. y por ello también miembro de la Junta Directiva y
abogado de la compañía francesa del canal.
Cromwell
es el cerebro detrás de todos los hechos: convencer a las
autoridades yanquis (Ejecutivo y Senado) de optar por el
canal panameño, desechando la ruta de Nicaragua (preferida
hasta ese momento), manipular y sobornar al gobierno y los
negociadores colombianos de firmar un tratado que cediera la
soberanía del canal a Estados Unidos (el Tratado Herrán–
Hay) y, cuando este tratado fue rechazado por la opinión pública
en Colombia y Panamá, montar la secesión del Istmo a
partir de sus subalternos en la Compañía del Ferrocarril
(entre ellos los “próceres” José A. Arango y Manuel
Amador Guerrero).
Parte
del asunto fue el “Plan de Americanización del Canal”,
por el cual un grupo de especuladores norteamericanos,
dirigidos por Cromwell, crearon una sociedad anónima en New
Jersey, en 1899, denominada Panama Canal Company of
America, modificada meses después por la Internacional
Canal Co., que con un capital efectivo de 5
millones de dólares compró a través de un banco francés
gran parte de las acciones de la Compañía Nueva que
estaban en manos de pequeños tenedores que las vendieron a
precios ínfimos por creer su inversión perdida.
Parte
de los inversionistas norteamericanos eran poderosos
empresarios, como el banquero Edwards Simmons, para
quien trabajaba Cromwell, pero también participaron
personas como Douglas Robinson, cuñado de Teodoro Roosevelt,
y Charles P. Taft, hermano del secretario de guerra William
Taft y futuro presidente de Estados Unidos, lo cual dio al
asunto un tufillo de corrupción, que es lo que denunció el
periodista Pulitzer en su diario The World.
El
negocio fue redondo pues estos especuladores yanquis, junto
a algunos socios franceses (como Bunau Varilla) tuvieron su
parte de los 40 millones de dólares pagados por el gobierno
de Roosevelt por los derechos de la Compañía Nueva del
Canal.
Para
entender fácilmente las intríngulis del negociado
recomendamos el Capítulo 11 (¿Quén obtuvo el dinero?)
del libro de Ovidio Díaz Espino El país creado por
Wall Street. Historia no contada de Panamá, de
Editorial Planeta, de fácil adquisición en muchas
librerías del país.
William
N. Cromwell fue el principal beneficiario de todo el
negociado: como accionista del canal francés, como
accionista de la compañía del ferrocarril y, para colmo,
como cónsul y agente fiscal de Panamá en Nueva York por
muchos años después de la separación, lo que le permitió
manejar a su antojo parte de los diez millones pagados a la
república ideada por él y que se quedaron en Estados
Unidos bajo el eufemismo de “Fondo de la Posteridad ”.
La
confesión de Cromwell
Pero
además Cromwell cobró 800 mil dólares a los franceses por
sus servicios abogadiles, los cuales lo consideraron
demasiado, forzando un juicio en el que éste tuvo que
argumentar el alto precio de su factura. Terán reproduce el
argumento (confesión) de Cromwell (Págs. 31 y 32):
“…
En más de treinta años de activa y dilatada carrera
profesional, la firma de “Sullivan y Cromwell” se había
creado íntimas relaciones, susceptibles de ser aprovechadas
ventajosamente, con hombre colocados en posiciones de poder
e influencia en todos círculos y en todas partes de los
Estados Unidos; y que no solo se hallaban los socios de
la firma en pie de estrechas e íntimas relaciones… sino
que habían llegado a conocer y a poder sobornar por la
influencia a un número considerable de hombres públicos
figurantes en la política, en los círculos financieros y
en la prensa. Y todos estos prestigios y relaciones
fueron de utilidad grande y a veces decisiva y un enorme
auxiliar en el descargo de sus deberes profesionales para
con el asunto de Panamá… Ni sería posible ni quizás
conveniente detallar y enumerar los modos y maneras
innumerables con que fueron aprovechados en dicho asunto
nuestra posición influyente y nuestro poder… la que
contribuyó substancialmente al resultado obtenido y la que
nos permitió, durante los críticos trances que atravesó este
gran negociado, apartar lo que en varias ocasiones
pareció el golpe de gracia de la empresa de Panamá,
y cambiar en victorias decisivas los casos más desesperados”. A confesión de parte… relevo de pruebas.
Los
hombres de Cromwell en Panamá
Más
adelante (Pág. 340) continúa Cromwell:
“Siendo
como era yo abogado general de la Compañía del Ferrocarril
lo mismo que de la del Canal, había mantenido durante diez
años estrechas relaciones profesionales con personas
de influencia en el Istmo. Aprovechéme de su interés y
celo, para suscitar o sacar de la nada (to crate) la
actividad de esas personas en apoyo del Tratado, la que se
fue manifestando por peticiones a Bogotá y por otros
medios a su alcance. Yo tenía a esos señores
constantemente informados del estado de las cosas y ellos,
por su parte, me tenían perfectamente enterado de la
situación en el Istmo; yo me mantenía en la más cerrada
intimidad con ellos y ellos a su vez contaban conmigo y se
fiaban a mi dirección” (Tomado de The Story of
Panama, pág. 281).
¿Quiénes
eran esos? Todos empleados de confianza de la Compañía del
Ferrocarril, actores centrales de los hechos del 3 de
noviembre de 1903: J.R. Shaler, superintendente general; H.
G. Prescott, superintendente auxiliar; J. R. Beers, agente
de fletes del puerto de La Boca ; José Agustín Arango,
abogado residente; Manuel Amador Guerrero, médico a sueldo
del ferrocarril; Pablo Arosemena, abogado consultor;
Juan A. Henríquez, abogado en Colón, aunque estos dos últimos,
tal vez por liberales, sólo fueron sumados el propio día 3
de Noviembre, como consta más adelante.
¿Por
qué se separó a Panamá de Colombia?
Simple.
Para que el negociado se concretara, es decir, la venta de
las acciones del canal francés al gobierno de los Estados
Unidos, Colombia debía refrendar un tratado aceptando.
Oscar Terán prueba enjundiosamente cómo Cromwell movió
todos los hilos, cómo manipuló a los negociadores
colombianos, a sus cónsules y embajadores en Norteamérica,
cómo redactó y les hizo firmar los primeros Memorandos que
acabaron con la firma del Tratado Herrán–Hay, en enero de
1903, también de su autoría.
El
problema es que el tratado violaba tanto la Constitución
política de Colombia, que señalaba que un gobierno
extranjero no podía poseer propiedades inmobiliarias en su
territorio, como el propio Convenio Salgar–Wyse (1878) que
impedía a la Compañía Francesa traspasar el Canal a un
gobierno extranjero.
Desde
el principio estuvo claro (1894) que Estados Unidos exigía
un canal completamente controlado por su gobierno, y la
propia letra del tratado creaba lo que era la llamada Zona
del Canal, bajo jurisdicción norteamericana. Por ello,
mal puede ningún historiador panameño argüir que
los “próceres” fueron sorprendidos por los resultados
del Tratado Hay–Bunau Varilla, que sustituyó al Herrán
Hay luego de la separación (18 de Noviembre de 1903).
Este
aspecto, el de la soberanía, fue el que generó la
principal repulsa de los colombianos y panameños honestos
hacia el tratado, incluyendo algunos que meses después se
cambiaron de bando. Aunque el gobierno colombiano,
encabezado por Marroquín y su gabinete estaba dispuesto a
ceder este aspecto.
Hubo
otro aspecto lesivo, también repudiado por la opinión pública
acá, y que congeló el tratado por parte de las autoridades
colombianas: el dinero. El Tratado Herrán Hay propuso
pagar: 40 millones de dólares a los accionistas de la Compañía
Nueva , 10 millones de adelanto al estado colombiano y 250
mil de anualidad.
La
anualidad se consideró una burla, pues ya la compañía del
ferrocarril pagaba esa cifra en impuestos anuales (se habían
pedio 600 mil) y los diez millones se consideraron pocos (se
pidieron 25 millones).
Cuando
el gobierno norteamericano se negó a dar ni un centavo más
a Colombia, el gobierno de Bogotá trató de obtener una
compensación de la Compañía Nueva del Canal, exigiendo el
pago de 15 millones de dólares de su parte, por las
obligaciones incumplidas y por las acciones compradas por el
estado colombiano. Y ahí ardió Troya.
Cromwell
y sus socios no pretendían ceder ningún pedazo de sus 40
millones al gobierno colombiano. Entonces, y sólo entonces,
empezó a operar el “Plan B” (en una fecha no precisa
entre marzo y mayo de 1903), separar a Panamá de Colombia,
nombrar un gobierno títere que ratificara el tratado como
lo querían el gobierno de EE UU y los accionistas de la
Compañía Nueva.
El
pueblo panameño, convidado de piedra de la separación
Los
más inteligentes defensores de los hechos del 3 de
Noviembre, no tratan de negar la existencia de Cromwell y
sus intereses, sería tapar el Sol con la uña, sino que lo
matizan diciendo que los panameños nos queríamos
independizar de Colombia y que, ante los hechos consumados,
los gringos se aprovecharon. Esta otra falacia, llamada
“versión ecléctica” por el historiador Carlos
Gasteazoro, es fehacientemente desmentida por Oscar Terán.
El
segundo tomo de la obra Terán se prueba cómo los supuestos
próceres tenían comunicaciones directas con Cromwell,
inclusive se desmiente (usando sus propias cartas y
documentos) cómo Amador Guerrero sí fue atendido por
Cromwell en Nueva York, en septiembre de 1903, luego que el
tratado fuera rechazado por el Senado colombiano el 12 de
agosto.
Pero
la parte más ilustrativa la dan los propios próceres en
sus declaraciones juradas ante un juez norteamericano en
Panamá, con motivo del juicio de Roosevelt contra Pulitzer
por calumnia. Tomás Arias admite (Págs. 52–53):
“P.–
¿Fue conocido de la población en general el movimiento
revolucionario antes del 3 de Noviembre?
R.–
¿Quiere Ud. decir, en todo el Istmo o en la ciudad de Panamá?
P.
– En todo el Istmo.
R.–
No.
P.
– ¿Pero sí lo sería en la ciudad de Panamá antes del 3
de Noviembre?
R.–
Tampoco; de toda la ciudad, tampoco. No podíamos hacerlo
conocer de todos. Sólo unos pocos tuvieron ese
conocimiento.
P.–
¿Sólo unos pocos?
R.
– Sí
P.–
¿Y esos pocos el día 3 de Noviembre?
R.–
No, unos días antes enteramos a algunos más. Al principio
sólo éramos siete u ocho y después entraron algunos más,
pues nos interesaba hacer ver que el movimiento era popular.
P.–
¿Y encontró Ud. entre los panameños a quienes habló
sobre el caso, alguno que no entrara voluntariamente en él?
R.–
Nunca hablamos a ninguno que sospecháramos fuera leal a
Colombia. Por supuesto, nosotros conocíamos las opiniones
de las gentes y nunca nos acercamos a los que podían
constituir un obstáculo contra el plan.
P.–
Así, pues, el movimiento, por parte de la población de la
ciudad de Panamá, fue espontáneo?
R.–
¿Espontáneo? No.”
Como
bien confiesa Tomás Arias, la conspiración separatista se
redujo en Panamá a un puñado de personas allegadas a la
Compañía del Ferrocarril, sus familiares cercanos, a
algunos potentados como los hermanos Ricardo y Tomás Arias,
y Federico Boyd, y el dueño de La Estrella de Panamá (Star
and Herald) José Gabriel Duque (de nacionalidad
norteamericana). Los demás eran funcionarios de la compañía
o miembros de ejército norteamericano.
Los
liberales, que la historia oficial pretende poner como
actores plebeyos de la “gesta”, en realidad fueron los
mayores oponentes al tratado hasta el último momento. Por
supuesto, los más radicales habían sido obligados a
callar: Victoriano Lorenzo, convenientemente fusilado el 15
de mayo de 1903, cuando empezó a operar el plan de la
separación; Belisario Porras exiliado en Nicaragua; la
imprenta de su periódico El Lápiz, destruida meses
antes.
Los
liberales que acercaron al movimiento fueron los más
moderados y venales, con vínculos profesionales con los
conspiradores y, aún así, fueron informados la propia mañana
del 3 de Noviembre (ver páginas 20– 203 del libro de Terán,
tomo II).
José
A. Arango admite: “A
don Carlos A. Mendoza y don Juan Antonio Henríquez con
quines conferencié en nombre de la Junta Patriótica , les
dí el encargo de preparar el acta de independencia y todo
otro documento necesario para regularizar el procedimiento
que en breve (ese mismo día) pondríamos en ejecución,
lo cual debían hacer en asocio del doctor Eusebio A..
Morales, a quien ligeramente había tratado yo sobre el
particular, dejando a su muy amigo don Federico Boyd
que le explicara en sus detalles nuestro propósito… Don
Eduardo Icaza, también conjurado, quedó encargado de
entenderse con el General Domingo Díaz, vecino suyo…”.
Esto
es corroborado por el propio Carlos A. Mendoza y por Pablo
Arosemena. Este último dice: “Tuve conocimiento de
la labor política que tenía por objeto alcanzar la
independencia del Istmo de Panamá –…– en la mañana
del 3 de Noviembre…”.
El
supuesto “pueblo” que se presenta a la Plaza de Francia,
donde estaba ubicado el cuartel del ejército, en la tarde
del 3 de Noviembre, eran los bomberos convocados
convenientemente por su jefe, José Gabriel Duque. Nada fue
“espontáneo”, como dijera Tomás Arias.
No
hubo en los sucesos ninguna sublevación popular. Ni balas.
Se dispararon billetes de dólar con que se mataron muchas
conciencias. Los sobornados no sólo fueron “panameños”
(varios de los próceres son oriundos de otras partes de
Colombia), sino los propios gobernantes en Bogotá, el
primer entre ellos Marroquín y el general Reyes.
Los
actores armados que hicieron frente a las tropas colombianas
llegadas esa madrugada al puerto de Cristóbal, en Colón,
fueron las tropas norteamericanas del acorazado Dixie,
fondeado ahí, a las que se sumó la llegada del Nashville
la tarde del 5 de Noviembre, consolidando la
“independencia”. Hasta diez acorazados y miles de
soldados yanquis invadieron Panamá en los días
subsiguientes.
Roosevelt
reconoció la “nueva república”, hija suya y de sus
“amoríos” con Cromwell, el 6 de Noviembre, cuando más
de la mitad de la población del Istmo ni siquiera se había
enterado de lo que pasaba, como señala Oscar Terán, y
cuando en Bogotá ni se sabía nada, gracias a que las
tropas del Norte habían corta el cable del telégrafo.
Para
otros detalles remitimos a nuestros trabajos: “La
verdadera historia de la separación de 1903” (ARTICSA,
2004) y “La separación de Panamá de Colombia, una
historia desconocida, un debate inconcluso” (Ediotorial
Portobelo, 2010).
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