De la traición nacional a “tomar el cielo por asalto”
En estos días se conmemoran los 140 años de la Comuna de París,
proceso ocurrido fundamentalmente entre el 18 de marzo y el
28 de mayo de 1871 que culminó con una salvaje carnicería
de las burguesías francesa y alemana. La Comuna y sus enseñanzas
forman parte del acervo histórico de la clase obrera, las
cuales ningún socialista revolucionario se puede dar el
lujo de ignorar. ¿Por qué?
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Proclamación de
la Comuna de París en la Place de Grève frente al Hôtel
de Ville
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Para comprender su importancia, echemos una rápida mirada al contexto
histórico. Luego de la revolución francesa de 1848 que
tuvo en las jornadas de junio los esbozos de la “primer
revolución obrera” al decir de Marx, ésta acaba con el
ascenso del sobrino de Bonaparte a la presidencia del país
galo primero, y con su coronación como emperador, después.
Por otro lado la aun no unificada Alemania, que tenía en Prusia su
centro neurálgico, de la mano de su canciller Bismarck y de
los junkers que lo apoyaban, comienza su “revolución
burguesa desde arriba” y el proceso de su conformación
como estado nacional. La derrota y derrumbe del gobierno
imperial de Napoleón III en la Guerra franco–prusiana
(1870–1), provoca que París fuese sometida a un sitio de
más de cuatro meses (19 de septiembre de 1870 – 28 de
enero de 1871), que finalizó con la entrada triunfal de los
prusianos –que se retiraron de inmediato– y la
proclamación imperial de Guillermo I de Alemania en el
palacio de Versalles.
A partir de allí –y un poco a semejanza de febrero de 1848– hay
una parodia de “unidad nacional” francesa para la
defensa de su capital, que provocará el armamento de gran
parte del proletariado parisino. Este simulacro de coalición
iba a durar lo que un suspiro, dejando en claro los
intereses antagónicos que separaban a la burguesía
francesa y a la clase obrera. Aquélla no podía permitir
que los obreros se organicen y encima… armados ¡ Marx hará
el siguiente balance de lo que está comenzando a suceder:
“En este conflicto entre el deber nacional y el interés de clase, el
gobierno de la defensa nacional no vaciló un instante en
convertirse en un gobierno de la traición nacional. … Por
eso había que desarmar a París… La gloriosa revolución
obrera del 18 de marzo se adueñó indiscutiblemente de París.
El Comité Central era su gobierno provisional.”[1]
Desde ese momento, París conocerá una experiencia histórica inédita:
la conformación de un gobierno de nuevo tipo, un gobierno
de la clase obrera comandando a los sectores subalternos
aliados (fundamentalmente campesinos, tenderos, pequeños
comerciantes), que provocará la huída del gobierno
“oficial” burgués encabezado por Thiers, que se
refugiará en Versalles; a partir de allí convertido en el
centro de la contrarrevolución comunera. ¿En qué consistió
este gobierno de nuevo tipo, al que hacemos referencia?
Oigamos a Lenin quien en su trabajo clásico sobre el estado
y las formas gubernativas, señaló:
“La Comuna de París aparentemente reemplazó el aparato estatal
destruido ‘sólo’ por una democracia más completa:
abolición del ejército regular; todos los funcionarios públicos
sujetos a elección y revocación. Pero, en realidad, este
‘sólo’ representa el reemplazo gigantesco de
determinadas instituciones por otras instituciones de tipo
radicalmente diferentes. Este es precisamente un caso de
‘transformación de cantidad en calidad’ ; la democracia
implantada del modo más completo y consecuente que puede
concebirse, se convierte de democracia burguesa en
democracia proletaria; de Estado (=fuerza especial para la
represión de una clase determinada) en algo que ya no es el
Estado propiamente dicho.”[2]
Marx decía que el ejemplo de la Comuna también ponía sobre el tapete
la necesidad del proletariado y sus aliados, no sólo de
tomar el estado existente sino de destruirlo y crear –aquí
su pensamiento se aleja de todo anarquismo– un estado
transitorio que colocaría a dicha clase como dominante, en
algo parecido a un semi–estado. El autor de “La
guerra civil en Francia” (documento de la I
Internacional, de la cual era su principal dirigente)
afirmaba:
“La variedad de interpretaciones a la que ha sido sometida la Comuna
y la variedad de intereses que la han interpretado a su
favor, demuestran que era una forma política perfectamente
flexible, a diferencia de las formas anteriores de gobierno,
que habían sido todas fundamentalmente represivas. He aquí
su verdadero secreto: la Comuna, era, esencialmente, un
gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase
productora contra la clase apropiadora, la forma política
al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la
emancipación económica del trabajo. Sin esta última
condición, el régimen comunal habría sido una
imposibilidad y una impostura. La dominación política de
los productores es incompatible con la perpetuación de su
esclavitud social.” (Negritas nuestras).
Marx alejado de todo “revolucionarismo” o pedagogismo pedante para
con el que considera el sujeto social de la transformación;
se niega a dictarle “recetas a priori” o “manual de órdenes”
alguno. Por el contrario, siendo permeable a la realidad y
aprendiendo de ella, entiende que la Comuna es “una forma
política al fin descubierta”, o como bien señala Engels,
se convierte concretamente en “la dictadura del
proletariado”. Pero la forma política para que no sea una
“impostura” deberá extenderse al plano económico
social. Se deberá expropiar a los expropiadores, emancipar
el trabajo, o lo que es lo mismo, deberán los trabajadores
tomar el control directo y efectivo de las unidades
productivas y de cambio que existan.
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Barricada de comuneros, defendiendo
París
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No una utopía, sino una misión histórica
La clase obrera parisina, parte de su núcleo dirigente, pudo actuar de
esa manera porque comprendía que lo que estaba realizando
no era una utopía o una Icaria futurista, sino la misión
histórica que el propio devenir de las relaciones sociales
capitalistas le tenía reservada. El intento heroico (tomar
“el cielo por asalto” y crear su propio gobierno como le
escribirá Marx a su amigo Kugelmann) conllevaba dos
necesidades implícitas: una, configurarse como fuerza
social, acaudillando a los demás sectores oprimidos en un
marco de amplia democracia proletaria; y otra no menor, la
de recurrir a la violencia revolucionaria contra los
intentos restauracionistas de la burguesía francesa y sus cómplices.
Marx, en su exhaustivo análisis dirá con extrema lucidez:
“Ésta era la primera revolución en que la clase obrera fue
abiertamente reconocida como la única clase capaz de
iniciativa social incluso por la gran masa de la clase media
parisina –tenderos, artesanos, comerciantes– con la sola
excepción de los capitalistas ricos… La Comuna tenía
toda la razón, cuando decía a los campesinos: ‘Nuestro
triunfo es vuestra única esperanza (…)’. La verdad que
la Comuna no pretendía tener el don de la inhabilidad, que
se atribuían sin excepción todos los gobiernos a la vieja
usanza. Publicaba sus hechos y sus dichos y daba a conocer
al público todas sus faltas. Pero también en todas las
revoluciones, al lado de los verdaderos revolucionarios,
figuran hombres de otra naturaleza… simples charlatanes
que, a fuerza de repetir año tras año las mismas
declamaciones estereotipadas contra el gobierno del día se
han agenciado de contrabando una reputación de
revolucionarios de pura cepa.”
Como ocurre en una huelga, la misma puede congregar a distintas
corrientes de la clase obrera y por qué no, a algunos
charlatanes como señalaba Marx, en una especie de frente único
para la acción. En el marco también –y no menos
importante– de un debate fraternal entre las distintas
posturas políticas allí existentes. Todo revolucionario
debe apoyar e impulsar dicho proceso. La Comuna, como vimos,
no fue la excepción.
Los blanquistas que conformaban su mayoría, al menos en sus inicios, y
una minoría compuesta por afiliados a la Primera Asociación
Internacional de los trabajadores, entre los que prevalecían
los adeptos a la escuela de Proudhon. Los primeros, al decir
de Engels estaban “educados en la escuela de la conspiración
y mantenidos en cohesión por la rígida disciplina que esto
supone, partían de la idea de que un grupo relativamente
pequeño de hombres decididos y bien organizados estaría en
condiciones, no sólo de adueñarse en un momento favorable
del timón del Estado, sino que, desplegando una acción enérgica
e incansable, sería capaz de sostenerse hasta lograr
arrastrar a la revolución a las masas del pueblo y
congregarlas en torno al puñado de caudillos”
Los proudhonistas –que lentamente iban ganando más influencia en
desmedro de aquellos– privilegiaban las formas federativas
y opinaban que el Comité Central como centro del gobierno
provisional, provocaría caídas en un “estatismo
autoritario” al que consideraban contra producente,
siguiendo en esto a su ideal anarquista libertario.
Los marxistas (las cartas de Marx llenas de pasión y admiración, pero
no exentas de advertencias, son un magnífico ejemplo) creían
que en el medio de una guerra civil –y no otra cosa se
avecinaba en el París comunero– la relación dialéctica
entre democracia proletaria y centralismo, entre el consenso
y la necesidad de acentuar el plano de la coerción contra
el enemigo de clase; debería poner el acento en este
segundo aspecto.
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Después de la derrota, la burguesía fusila masivamente a
comuneros y trabajadores de París
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Pareciera que lo que termina ocurriendo, una de las más salvajes
represiones y matanzas que Francia recuerde (la cifra de
muertos ronda los 30000) con una posterior ley marcial que
durará un lustro más, confirman lo anterior. En un párrafo
no exento de ironía, Marx señala:
“Hasta las atrocidades cometidas por la burguesía en junio de 1848
palidecen ante la infamia indescriptible de 1871. El heroísmo
abnegado con que la población de París –hombres, mujeres
y niños– luchó por espacio de ocho días después de la
entrada de los versalleses en la ciudad, refleja la grandeza
de su causa, como las hazañas infernales de la soldadesca
reflejan el espíritu innato de esa civilización de la que
es el brazo vengador y mercenario. ¡Gloriosa civilización
ésta, cuyo gran problema estriba en saber cómo
desprenderse de los montones de cadáveres hechos por ella
después de haber cesado la batalla!” (Negritas
nuestras)
Lenin, siguiendo a su maestro, insistirá en realizar un beneficio de
inventario necesario para los casi dos meses de gobierno
obrero y lo que habían dejado como enseñanza:
“Pero dos errores destruyeron los frutos de la brillante victoria. El
proletariado se detuvo a mitad de camino: en lugar de
comenzar la ‘expropiación de los expropiadores’, se
puso a soñar con implantar la justicia suprema en un país
unido por una tarea nacional común; instituciones tales
como, por ejemplo, los bancos no fueron incautados (…) El
segundo error fue la excesiva magnanimidad del proletariado:
en lugar de eliminar a sus enemigos, que era lo que debía
haber hecho, trató de influir moralmente sobre ellos,
desestimó la importancia que en la guerra civil tienen las
medidas puramente militares, y, en vez de coronar su
victoria en París con una ofensiva resuelta sobre
Versalles, se demoró y dio tiempo al gobierno de Versalles
para reunir las fuerzas tenebrosas y prepararse para la
sangrienta semana de mayo.”
Digamos también, para culminar este breve balance, que aun en 1871 el
sistema capitalista mundial parecía aun tener cierta
sobrevida “natural” e incluso –lo que es más
importante– lo mismo le cabía al propio capitalismo francés.
Es lo que un trotskista galo denominó luego “el ya no más
de la revolución burguesa pero el todavía no de la
revolución proletaria”. La fase imperialista recién
comenzaba a despuntar.
La Comuna y el proyecto socialista del siglo XXI
Creemos que recordar el ejemplo de la Comuna mientras estamos
ingresando en la segunda década del siglo XXI no es ocioso.
Ni tampoco algo meramente histórico o celebratorio.
Ante tanto certificado de defunción que se ha extendido para la clase
trabajadora, lo sucedido –entre otros procesos– en la
reciente rebelión árabe, las protestas ante el draconiano
ajuste en países como Grecia o la propia Francia y en menor
medida Latinoamérica; demuestran que dicho sujeto está
vivo… y peleando. No por ello, se pueden dejar de conocer
algunos cambios estructurales que atañen también a su
subjetividad. Sería de tontos, negar esto último.
En ese marco y sobremanera en América Latina, en donde por un lado se
anuncia un “socialismo del siglo XXI” en boca de Chávez
y por otro se avecinan medidas que irían supuestamente a
“reforzar el socialismo” según afirman Raúl Castro y
su partido gobernante en Cuba; es más que perentorio sacar
a la luz el ejemplo de la Comuna y también tener presente
sus debilidades y errores. Fundamentalmente porque su
ejemplo contiene enseñanzas que con toda certeza pueden ser
consideradas como universales. Tal cual decíamos no hace
mucho tiempo, polemizando con ciertos apologistas del
sistema bolivariano:
La dictadura del proletariado de la que hablaba Marx (y Chávez
lo sabe) era precisamente la Comuna de París: nada
que ver con las caricaturas burocráticas del estalinismo,
sino la más amplia democracia de los trabajadores basada
en sus organizaciones propias a partir de la destrucción
del Estado burgués (…) Esto es, que no hay vía
‘reformista’ al socialismo por intermedio de la
democracia burguesa que valga y que no hay presidente,
comandante o burócrata que desde las alturas de su palco,
hablándole las 24 horas del día ‘a la plebe’, pueda reemplazar
la acción autodeterminada y autoorganizada de la clase
obrera con sus organismos y partidos.”[3]
Allí entonces está la clave de por qué los socialistas
revolucionarios debemos recordar a la Comuna. Como un
ejemplo a seguir… y a superar. Como una necesidad cada vez
más acuciante en estos convulsionados albores del siglo
XXI.
Notas:
1: Salvo indicación en contrario, las citas de Marx, Engels y Lenin
son de La Comuna de París (selección). Editorial
Anteo.
2: Lenin, V. El estado y la revolución. Varias ediciones.
3: Sáenz, R. ¿En qué consiste el socialismo de Chávez?. SoB,
periódico nro 95, enero 2007.