La
nueva geopolítica de la energía
Por
Michael T. Klare (*)
The
Nation, 01/05/08
Sin Permiso, 11/05/08
Traducción de Ángel Ferrero
Los estrategas militares
estadounidenses se preparan para futuras guerras que habrán
de librarse, no por cuestiones de ideología o política,
sino en nuda pugna por recursos crecientemente escasos.
Mientras
la atención diaria del ejército estadounidense se centra
en Irak y Afganistán, los estrategas norteamericanos miran
más allá de estos dos conflictos con el objetivo de prever
el medio en el que se producirá el combate global en los
tiempos venideros. Y el mundo que ven es uno en el cual la
lucha por los recursos vitales, más que la ideología o la
política de equilibrio de poder, domina el Campo de Marte.
Creyendo que los EE.UU. deben reconfigurar sus doctrinas y
fuerzas para prevalecer en semejante entorno, los oficiales
más veteranos han tomado los pasos necesarios para mejorar
su planificación estratégica y capacidad de combate.
Aunque muy poco de todo esto ha llegado al dominio público,
existe un número de indicadores clave.
Desde el
2006 el Departamento de Defensa, en su informe anual Capacidad
militar de la República Popular China, ha puesto a un
mismo nivel la competición por los recursos y el conflicto
en torno a Taiwan como la chispa que podría desencadenar
una guerra con China. La preparación de un conflicto con
Taiwan permanece como "una razón importante" en
la modernización militar china, según indica la edición
del 2008, pero "un análisis de las recientes
adquisiciones del ejército chino y de su actual pensamiento
estratégico sugiere que Pekín está desarrollando también
otras capacidades de su ejército para otro tipo de
contingencias, como por ejemplo el control sobre los
recursos." El informe incluso considera que los chinos
están planeando mejorar su capacidad para una
"proyección de su poder" en las zonas que les
proporcionan materias primas, especialmente combustibles fósiles,
y que semejantes esfuerzos supondrían una significativa
amenaza para los intereses de la seguridad estadounidense.
El Pentágono
también pide este año fondos para el establecimiento del
Africa Command (Africom), el primer mando unificado transatlántico
desde que en 1983 el presidente Reagan creara el Central
Command (Centcom) para proteger el petróleo del Golfo Pérsico.
La nueva organización centrará sus esfuerzos supuestamente
en la ayuda humanitaria y la "guerra contra el
terrorismo". Pero en una presentación en la
Universidad Nacional de Defensa, el comandante segundo de
Africom, el Vice Almirante Robert Moeller, declaró que
"África tiene una importancia geoestratégica cada vez
mayor" para los EE.UU. –el petróleo es un factor
clave– y que entre los retos clave para los intereses
estratégicos estadoundienses en la región se encuentra la
"creciente influencia en África" de China.
A Rusia
también se la contempla a través de la lente de la
competición mundial por los recursos. Aunque Rusia, a
diferencia de los EE.UU. y China, no necesita importar petróleo
ni gas natural para satisfacer sus necesidades nacionales,
busca dominar el transporte de energía, especialmente hacia
Europa, lo que ha alarmado a los oficiales veteranos de la
Casa Blanca que recelan de una restauración del status
de Rusia como superpotencia y temen que su aumento en el
control de la distribución del petróleo y el gas en
Eurasia debilite la influencia estadounidense en la región.
En respuesta a la ofensiva energética rusa, la administración
Bush está emprendiendo contramedidas. "Tengo la
intención de nombrar... a un coordinador especial de energía
que dedicará especialmente todo su tiempo a la región de
Asia Central y del mar Caspio", informó en febrero la
Secretaria de Estado Condoleezza Rice al Comité de Asuntos
Exteriores del Senado. "Es una parte verdaderamente
importante de la diplomacia." Uno de los principales
trabajos de este coordinador, según declaró Rice, será el
de fomentar la construcción de oleoductos y gasoductos que
circunvalen Rusia con el objetivo de disminuir su control
sobre el flujo energético regional.
Tomados
en conjunto, éstos y otros movimientos semejantes sugieren
que ha tenido lugar un desplazamiento de la política: en un
momento en el que el las reservas mundiales de petróleo,
gas natural, uranio y minerales industriales clave como el
cobre y el cobalto empiezan a disminuir y la demanda de esos
mismos recursos se está disparando, las mayores potencias
mundiales se desesperan por conseguir el control sobre lo
que queda de las reservas sin explotar [para más pruebas
sobre la escasez de combustibles fósiles, véase Klare, Preparativos
para una vida después del petróleo, 12 noviembre de
2007, y Mark Hertsgaard, Nos quedamos sin gasolina,
12 de mayo]. Estos esfuerzos implican por lo general una
intensa guerra de pujas en los mercados internacionales, lo
que explica los precios récord que están alcanzando todas
estas mercancías, pero también adoptan una forma militar
cuando empiezan a realizarse las transferencias de armamento
y el despliegue de misiones y bases transatlánticas. Para
reafirmar la ventaja de los EE.UU. –y para contrarrestar
movimientos similares de China y otros competidores por los
recursos– el Pentágono ha situado la competición por los
recursos en el centro mismo de su planificación estratégica.
Alfred
Thayer Mahan, revisitado
No es la
primera vez que los estrategas estadounidenses dan máxima
prioridad a la lucha global por los recursos. A finales del
siglo XIX un atrevido grupo de pensadores militares
liderados por el historiador naval y presidente del Naval
War College, Alfred Thayer Mahan, y su protégé, el
entonces Secretario Asistente de la Marina Theodore
Roosevelt, hicieron una campaña reclamando una Marina
estadounidense fuerte, y la adquisición de colonias que
asegurasen el acceso a los mercados de ultramar y las
materias primas. Sus puntos de vista ayudaron puntualmente a
fomentar el apoyo de la opinión pública a la Guerra
Hispanoamericana y, a su conclusión, al establecimiento de
un imperio comercial estadounidense en el Caribe y el Pacífico.
Durante
la Guerra Fría, la ideología gobernó absolutamente la
estrategia estadounidense de contención de la URSS y
derrota del comunismo. Pero incluso entonces no se
abandonaron por completo las consideraciones acerca de los
recursos. La doctrina Eisenhower de 1957 y la doctrina
Carter de 1980, a pesar de que se acomodaron a la habitual
retórica anti–soviética de la época, pretendían sobre
todo asegurar el acceso de EE.UU. a las prolíficas reservas
petrolíferas del Golfo Pérsico. Y cuando el presidente
Carter estableció en 1980 el núcleo de lo que sería más
tarde el Centcom, su principal preocupación era la protección
del flujo petrolífero del Golfo Pérsico y no la contención
de las fronteras de la Unión Soviética.
Al
terminar la Guerra Fría, el presidente Bush trató –y
falló– de establecer una coalición mundial de estados de
ideologías afines (un "Nuevo Orden Mundial") que
mantendría la estabilidad mundial y permitiría a los
intereses empresariales (con las compañías estadounidenses
al frente) extender su alcance por todo el planeta. Este
enfoque, aunque suavizado, fue adoptado después por Bill
Clinton. Pero el 11–S y la implacable campaña contra los
"estados canalla" (sobre todo contra el Irak de
Saddam Hussein e Irán) de la actual administración Bush,
ha reinyectado el elemento ideológico a la planificación
estratégica estadounidense. Tal y como lo presenta George
W. Bush, la "guerra contra el terrorismo" y los
"estados canalla" son los equivalentes contemporáneos
a las anteriores luchas ideológicas contra el fascismo y el
comunismo. Examinados más de cerca estos conflictos, sin
embargo resulta imposible separar el problema del terrorismo
en Oriente Medio o el desafío de Irak e Irán de la
historia de la extracción del petróleo en aquellas
regiones por parte de empresas occidentales.
El
extremismo islámico del tipo que propaga Osama Bin Laden y
Al Qaeda en la región tiene muchas raíces, pero una de las
más importantes sostiene que el ataque occidental y la
ocupación de tierras islámicas –y la resultante
profanación de las culturas y pueblos musulmanes– se debe
a la sed de petróleo de los occidentales. "Recordad
también que la razón más importante que tienen nuestros
enemigos para controlar nuestras tierras es la de robar
nuestro petróleo", dijo Bin Laden a sus simpatizantes
en una grabación sonora fechada el diciembre del 2004.
"Así que haced lo que tengáis en vuestras manos para
detener el mayor robo de petróleo de la historia."
De
manera similar, los conflictos de EE.UU. con Irak e Irán
han sido modelados por el principio fundamental de la
doctrina Carter de que los EE.UU. no permitirán la aparición
de una potencia hostil que pueda obtener en un momento dado
el control del flujo petrolífero en el Golfo Pérsico, y
con ello, en palabras del vicepresidente Cheney, "ser
capaz de dictar el futuro de la política energética
mundial." El hecho de que estos países estén
posiblemente desarrollando armas de destrucción masiva sólo
complica la tarea de neutralizar la amenaza que representan,
pero no altera la lógica estratégica que subyace en el
fondo de los planes de Washington.
La
preocupación sobre la seguridad de los suministros de
recursos ha sido, pues, una característica central en la
planificación estratégica desde hace tiempo. Pero la
atención que se le presta ahora a esta cuestión representa
un cambio cualitativo en el pensamiento estadounidense sólo
igualable a los impulsos imperiales que condujeron a la
Guerra Hispanoamericana un siglo atrás. Sin embargo en esta
ocasión el movimiento está motivado no por una optimista
fe en la capacidad norteamericana para dominar la economía
mundial, sino por una perspectiva francamente pesimista
sobre la disponibilidad de los recursos vitales en el futuro
y la intensa competición sobre ellos que están llevando a
cabo China y otros motores económicos emergentes. Enfrentándose
a este doble reto, los estrategas del Pentágono creen que
asegurar la primacía estadounidense en la lucha por los
recursos mundiales debe ser la prioridad número uno de la
política militar norteamericana.
Regreso al futuro
En línea
con este nuevo enfoque, el énfasis se emplaza ahora en el
papel mundial que ha de jugar la marina estadounidense.
Utilizando un lenguaje que hubiera sonado sorprendentemente
familiar a Alfred Mahan y al primer presidente Roosevelt, la
Marina, los marines y la guardia costera dieron a
conocer en octubre un documento titulado Una estrategia
cooperativa para el poder naval en el siglo XXI que
resalta la necesidad de los EE.UU. de dominar los océanos y
asegurar las principales rutas marítimas que conectan el país
con sus mercados de ultramar y reservas de recursos.
En las
pasadas cuatro décadas el comercio marítimo mundial se ha
cuadriplicado: el 90% del comercio mundial y dos tercios del
petróleo son transportados por mar. Las rutas marítimas y
la infraestructura costera que las apoyan son la tabla de
salvación de la economía global actual. Unas expectaciones
de crecimiento cada vez mayores y el incremento de la
competición por los recursos unidas a la escasez pueden
alentar a las naciones a ejercer cada vez más reclamaciones
de soberanía sobre parcelas cada vez mayores del océano, vías
fluviales y recursos naturales, resultando de todo ello
potenciales conflictos.
Para
encarar este peligro, el Departamento de Defensa ha
emprendido una modernización total de su flota de combate,
lo que supone el desarrollo y obtención de nuevos
portaaviones, destructores, cruceros, submarinos y un nuevo
tipo de nave de "combate litoral" (armamento de
costa), un esfuerzo que llevará décadas completar y que
consumirá cientos de miles de millones de dólares. Algunos
de los elementos de este plan fueron desvelados por el
presidente Bush y el Secretario de Defensa Gates en la
propuesta de presupuesto para el año fiscal 2009,
presentada el pasado mes de febrero. De los artículos más
caros del presupuesto destacan los siguientes:
– 4,2 mil millones de dólares para la principal nave de una nueva
generación de portaaviones de propulsión nuclear.
– 3,2 mil millones de dólares
para un tercer misil para el destructor clase
"Zumwalt". Estas naves de guerra de camuflaje
avanzadas servirán también como banco de pruebas para un
nuevo tipo de misiles crucero, los CG(X).
– 1,3 mil millones de dólares
para las dos primeras naves de combate litoral.
– 3,6 mil millones de dólares
para un nuevo submarino clase Virginia, el navío de combate
subacuático más avanzado del mundo, actualmente en
producción.
Los programas de construcción
naval propuestos costarán 16'9 mil millones el año fiscal
del 2009, después de los 24'6 mil millones de dólares
votados para el año fiscal 2007 y 2008.
El nuevo enfoque estratégico
de la Marina se refleja no sólo en la obtención de nuevos
navíos, sino también en la disposición de los ya
existentes. Hasta hace poco la mayoría de los activos
navales estaban concentrados en el Atlántico Norte, el
Mediterráneo y el Pacífico Noroeste en misiones de apoyo a
las fuerzas de la OTAN estadounidenses y en virtud de los
pactos de defensa con Corea del Sur y Japón. Estos vínculos
figuran de manera muy prominente en los cálculos estratégicos,
pero se incrementa cada vez más la importancia de la
protección de los enlaces comerciales vitales en el Golfo Pérsico,
el Pacífico suroeste y el Golfo de Guinea (cerca de los
mayores productores de petróleo en África). En el 2003,
por ejemplo, el jefe del US European Command declaró que
los portaaviones de combate bajo su mando estarían menos
tiempo en el Mediterráneo y "la mitad de su tiempo
descenderían a la costa oeste de África."
Un enfoque similar guía la
reestructuración de las bases de ultramar, que había
permanecido en gran medida intacta los últimos años.
Cuando la administración Bush tomó el poder, la mayoría
de las bases principales se encontraban en Europa
occidental, Japón o Corea del Sur. Por insistencia del
entonces Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, el Pentágono
empezó a trasladar fuerzas de la periferia de Eurasia hacia
sus regiones centrales y del sur, especialmente Europa
central y oriental, el centro de Asia y el sudeste asiático,
así como en el norte y centro de África. Es cierto que
estas zonas son el hogar de Al Qaeda y de los "estados
canalla" de Oriente Medio, pero también que contienen
el 80% o más de las reservas mundiales de gas natural y
petróleo, así como reservas de uranio, cobre, cobalto y
otros materiales industriales cruciales. Y, como se ha señalado
antes, es imposible separar lo uno de lo otro en los cálculos
estratégicos estadounidenses.
Otro punto muy a tener en
cuenta es el plan estadounidense para mantener una
infraestructura básica para apoyar las operaciones de
combate en la cuenca del Mar Caspio y Asia central. Los vínculos
americanos con los estados de esta región fueron
establecidos años antes del 11–S para proteger el flujo
del petróleo del Mar Caspio hacia occidente. Creyendo que
la cuenca del mar Caspio sería una nueva fuente valiosa de
petróleo y gas natural, el presidente Clinton trabajó
aplicadamente para abrir las puertas a la participación
estadounidense en la producción energética de la zona, y
aunque advertido de los antagonismos étnicos endémicos de
la región, trató de reforzar la capacidad militar de las
potencias aliadas del lugar y preparar una posible
intervención de las fuerzas norteamericanas en la zona. El
presidente Bush redobló estos esfuerzos, incrementando el
flujo de la ayuda militar estadounidense y estableciendo
bases militares en las repúblicas centroasiáticas.
Una mezcla de prioridades
gobierna los planes del Pentágono para retener una
constelación de bases
"duraderas" en Irak. Muchas de estas instalaciones
serán sin duda utilizadas para continuar dando apoyo a las
operaciones contra las fuerzas insurgentes, para actividades
de inteligencia militar y para el entrenamiento del ejército
y unidades de policía iraquíes. Incluso si todas las
tropas de combate estadounidenses fueran retiradas de
acuerdo con los planes anunciados por los senadores Clinton
y Obama, algunas de estas bases serían con toda
probabilidad mantenidas para actividades de entrenamiento,
que tanto Clinton como Obama han afirmado que continuarán.
Por otra parte, al menos algunas de las bases están específicamente
dedicadas a la protección de las exportaciones de petróleo
iraquí. En el 2007, por ejemplo, la Marina reveló que había
construido una instalación de dirección y control sobre y
a lo largo de una terminal de petróleo iraquí en el Golfo
Pérsico, con el fin de supervisar la protección de las
terminales de extracción de mayor importancia en la zona.
Una lucha global
Ninguna otra de las
principales potencias mundiales es capaz de igualar a los
Estados Unidos a la hora de desplegar su capacidad militar
en la lucha por la protección de las materias primas de
vital importancia. Sin embargo, las otras potencias están
empezando a desafiar su dominio de varias maneras. China y
Rusia en particular están proporcionando armas a los países
en desarrollo productores de petróleo y gas, y están también
empezando a mejorar su capacidad militar en zonas clave de
producción energética.
La ofensiva china para ganar
acceso a las reservas extranjeras es evidente en África,
donde Pekín ha establecido vínculos con los gobiernos
productores de petróleo de Algeria, Angolia, Chad, Guinea
Ecuatorial, Nigeria y Sudán. China también ha buscado
acceso a las abundantes reservas minerales africanas,
persiguiendo las reservas de cobre en Zambia y el Congo,
cromo en Zimbaue y un abanico de diferentes minerales en Sudáfrica.
En cada caso los chinos se han atraído el apoyo de estos países
proveedores con una diplomacia activa y constante, ofertas
de planes de asistencia para el desarrollo y préstamos a
bajo interés, vistosos proyectos culturales y, en muchos
casos, armamento. China es ahora el mayor proveedor de
equipos de combate básicos a muchos de estos países, y es
especialmente conocida por su venta de armas a Sudán, armas
que han sido empleadas por las fuerzas gubernamentales en
sus ataques contra las comunidades civiles de Darfur. Además,
como los EE.UU., China ha complementado sus transferencias
de armas con acuerdos de apoyo militar, lo que ha llevado a
una presencia constante de instructores, consejeros y técnicos
chinos en la zona, compitiendo con sus homólogos
norteamericanos por la lealtad de los oficiales militares
africanos.
El mismo
proceso está teniendo lugar en gran medida en Asia Central,
donde China y Rusia cooperan bajo los auspicios de la
Shanghai Cooperation Organization (SCO) para proporcionar
armamento y asistencia técnica a los "istanes"
del Asia Central [Kazajstán, Uzbekistán, Turkmenistán,
Tayikistán y Kirguizistán], de nuevo en competición con
los EE.UU. por ganarse la lealtad de las elites militares
locales. En los 90 Rusia estuvo demasiado preocupada con
Chechenia como para prestar atención a esta zona, y China,
por su parte, estaba concentrada en otras cuestiones a las
que daba más prioridad, así que Washington disfrutó de
una ventaja temporal. Sin embargo, en los últimos cinco años
Moscú y Pekín han concentrado sus esfuerzos para ganar
influencia en la región. El resultado de todo ello ha sido
un paisaje geopolítico mucho más competitivo, con Rusia y
China, unidas a través de la SCO, ganando terreno en su
ofensiva para minimizar la influencia estadounidense en la
región.
Una
muestra clara de esta ofensiva fue el ejercicio militar que
llevó a cabo la SCO el pasado verano, el primero de esta
naturaleza, en el que participaron todos los estados
miembros. Las maniobras involucraron a 6.500 miembros en
total, procedentes del personal militar de China, Rusia,
Kazajstán, Kirguizistán, Tayikistán y Uzbekistán, y
tuvieron lugar en Rusia y China. Aparte de su significado
simbólico, el ejercicio era indicativo de los esfuerzos
chinos y rusos para mejorar sus capacidades militares,
poniendo un fuerte énfasis en lo que se refiere a sus
fuerzas de asalto a larga distancia. Por primera vez un
contingente de tropas chinas aerotransportadas fue
desplegada fuera de territorio chino, un signo claro de la
creciente autoconfianza de Pekín.
Para
asegurarse de que el mensaje de estos ejercicios no había
pasado inadvertido, los presidentes de China y Rusia
aprovecharon la ocasión para organizar una cumbre de la SCO
en Kirguizistán y advertir a los Estados Unidos (aunque no
fuese nombrado) de que no permitirían intromisiones de ningún
tipo en los asuntos de Asia Central. En su llamada por un
mundo "multipolar", por ejemplo, Vladimir Putin
declaró que "cualquier intento para resolver problemas
mundiales y regionales de manera unilateral será en
vano." Por su parte Hu Jintao hizo notar que "las
naciones de la SCO conocen con claridad las amenazas a las
que se enfrenta la región y deben asegurar su protección
por sí mismas."
Estos y
otros esfuerzos de China y Rusia, combinados con la escalada
de ayuda militar estadounidense a algunos estados de la región,
son parte de una mayor, aunque a menudo oculta, lucha por el
control del flujo del petróleo y el gas natural desde la
cuenca del Mar Caspio a los mercados de Europa y Asia. Y
esta lucha, a su vez, no es sino parte de la lucha mundial
por el control de la energía.
El mayor
riesgo de esta lucha es que algún día exceda los límites
de la competición económica y diplomática y entre de
lleno en el terreno militar. No sucederá, desde luego,
porque alguno de los estados implicados tome la decisión
deliberada de provocar una guerra contra uno de sus
competidores, porque los líderes de todos estos países
saben a ciencia cierta que el precio de la violencia es
demasiado elevado teniendo en cuenta lo que obtendrían a
cambio. El problema es, en cambio, que todos ellos están
tomando parte en acciones que hacen que el comienzo de una
escalada involuntaria sea cada día más plausible. Estas
acciones incluyen, por ejemplo, el despliegue de un número
cada vez más elevado de consejeros e instructores militares
americanos, rusos y chinos en zonas de inestabilidad en las
cuales estos foráneos pueden verse atrapados algún día en
bandos opuestos en conflicto.
El riesgo
es aún mayor si tenemos en cuenta que la producción
intensificada de petróleo, gas natural, uranio y minerales
es ya en sí misma una fuente de inestabilidad, que actúa
como un imán para las entregas de armamento y la intervención
extranjera. Las naciones implicadas son casi todas ellas
pobres, así que quien controle los recursos controlará las
únicas fuentes seguras de abundante riqueza material. Esta
situación es una invitación a la monopolización del poder
para que las elites codiciosas empleen su control sobre el
ejército y la policía para eliminar a sus rivales. El
resultado de todo ello es, casi sin excepción, el de la
creación de una camarilla de capitalistas instalados a
conciencia en el poder que utilizan con brutalidad las
fuerzas de seguridad y terminan rodeados de una ingente masa
de población desafecta y empobrecida, a menudo
perteneciente a un grupo étnico diferente, un caldo de
cultivo idóneo para los disturbios y la insurgencia. Ésta
es hoy la situación en la zona del delta del Níger en
Nigeria, en Darfur y el sur de Sudán, en las zonas
productoras de uranio del Níger, en Zimbaue y en la
provincia Cabinda de Angola (en la que se encuentra la mayor
parte del petróleo del país) y otras muchas zonas que
sufren lo que ha sido denominado ya "maldición de los
recursos."
El peligro
se encuentra, huelga decirlo, en que las grandes potencias
se vean inmersas en estos conflictos internos. No se trata
de ningún escenario extemporáneo: EE.UU., Rusia y China
están proporcionando armamento y servicios de apoyo militar
a las facciones de muchas de las disputas antes mencionadas:
EE.UU. está armando a las fuerzas gubernamentales en
Nigeria y Angola, China proporciona ayuda a las fuerzas
gubernamentales en Sudán y Zimbaue, y así con el resto de
conflictos. Una situación incluso más peligrosa es la que
existe en Georgia, donde EE.UU. respalda al gobierno
prooccidental del presidente Mijaíl Saakashvili con
armamento y apoyo militar, mientras Rusia da su apoyo a las
regiones separatistas de Abkhazia y Osetia del Sur. Georgia
juega un importante rol estratégico para ambos países
porque alberga el oleoducto Bakú–Tbilisi–Ceyhan (BTC),
un conducto avalado por los EE.UU. que transporta petróleo
del Mar Caspio a los mercados occidentales. Actualmente hay
consejeros e instructores militares estadounidenses y rusos
en ambas regiones, en algunos casos incluso tienen contacto
visual los unos con los otros. No es difícil, por lo tanto,
conjeturar un escenario en el cual un choque entre las
fuerzas separatistas y Georgia conduzca, quiérase o no, a
un enfrentamiento entre soldados rusos y americanos, dando
lugar a una crisis mucho mayor.
Es
esencial que América invierta el proceso de militarización
de su dependencia de la energía importada y disminuya su
competición con China y Rusia por el control de recursos
extranjeros. Haciéndolo, se podría canalizar la inversión
hacia las energías alternativas, lo que conduciría a una
producción energética nacional más efectiva (con un
abaratamiento de precios a largo plazo) y una inmejorable
oportunidad para reducir el cambio climático.
Cualquier
estrategia enfocada a reducir la dependencia de la energía
importada, especialmente el petróleo, debe incluir un
incremento del gasto en combustibles alternativos, sobre
todo fuentes renovables de energía (solar y eólica), la
segunda generación de biocombustbiles (aquellos hechos a
partir de vegetales no comestibles), la gasificación del
carbón capturando las partículas de carbono en el proceso
(de modo que ninguna dioxina de carbono escape a la atmósfera,
contribuyendo al calentamiento del planeta) y células de
combustible hidrógeno, junto con un transporte público que
incluya ferrocarriles de alta velocidad y otros sistemas de
transporte público avanzados. La ciencia y la tecnología
para implementar estos avances se encuentra ya disponible en
su mayor parte, pero no las bases para conducirla del
laboratorio o de la etapa de proyecto piloto a su desarrollo
completo. El desafío es, entonces, el de reunir los miles
de millones –quizás billones– de dólares que se
necesitarán para ello.
El principal obstáculo a
esta tarea hercúlea es que su principal razón de ser se
encuentra desde un buen principio con el enorme gasto que
supone la competición militar por los recursos de ultramar.
Personalmente estimo que el coste actual de imponer la
doctrina Carter se encuentra entre los 100 y los 150 mil
millones de dólares, sin incluir la guerra en Irak.
Extender esa doctrina a la cuenca del Mar Caspio y África
sumará miles de millones más a la cuenta. Una nueva guerra
fría con China, con su correspondiente carrera armamentística
naval, requerirá billones en gastos adicionales militares
en las próximas décadas. Una locura: el gasto no
garantizará el acceso a más fuentes de energía, ni
abaratará el precio de la gasolina a los consumidores, ni
desanimará a China en su búsqueda de nuevas fuentes de
energía. Lo que realmente hará será reducir el dinero que
necesitamos para desarrollar fuentes de energía
alternativas con las que conjurar los peores efectos del
cambio climático.
Todo ello nos conduce a la
recomendación final: más que embarcarnos en una competición
militar con China, lo que deberíamos hacer es cooperar con
Pekín en el desarrollo de fuentes de energía alternativas
y sistemas de transporte más eficaces. Los argumentos en
favor de la colaboración son abrumadores: se estima que
juntos, los Estados Unidos y China, consumiremos el 35% de
las reservas mundiales de petróleo para el 2025, la mayor
parte del cual tendrá que ser importado de estados
disfuncionales. Si, como se predice ampliamente, las
reservas mundiales de petróleo empiezan a disminuir por
entonces, nuestros países estarán encerrados en una
peligrosa lucha por unos recursos cada vez más limitados a
zonas crónicamente inestables del mundo. Los costes de
ello, en términos de unos desembolsos militares cada vez
mayores y una inhabilidad manifiesta para invertir en
proyectos sociales, económicos y medioambientales que
merezcan realmente la pena, serán inaceptables. Razón de más
para renunciar a este tipo de competiciones y trabajar
juntos en el desarrollo de alternativas al petróleo, en los
vehículos eficientes y otras innovaciones energéticas.
Muchas universidades y corporaciones chinas y
norteamericanas han empezado a desarrollar proyectos
conjuntos de esta naturaleza, así que no debería de ser
difícil prever un régimen de cooperación aún mayor.
A medida
que nos acercamos a las elecciones del 2008, se abren dos
caminos frente a nosotros. Uno nos conduce a una mayor
dependencia de los combustibles importados, una militarización
creciente de nuestra relación de dependencia del petróleo
extranjero y una lucha prolongada con otras potencias por el
control de las mayores reservas existentes de combustibles fósiles.
La otra lleva a una dependencia atenuada del petróleo como
fuente principal de nuestros combustibles, al rápido
desarrollo de alternativas energéticas, un perfil bajo de
las fuerzas estadounidenses en el extranjero y a la
cooperación con China en el desarrollo de nuevas opciones
energéticas. Rara vez una elección política ha tenido
mayor trascendencia para el futuro de nuestro país.
(*)
Michael T. Klare es profesor de paz y seguridad
mundial en la Universidad de Hampshire. Su
úlltimo libro, “Rising Powers, Shrinking Planet: The New
Geopolitics of Energy”, será publicado por Metropolitan
Books en abril.
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