La IV Flota
destruyó a «Imperio»
Por Atilio
A. Borón (*)
ALAI, América
Latina en Movimiento, 20/08/08
Sí; la IV
Flota terminó por hundir a Imperio, el libro de
Michael Hardt y Antonio Negri demostrando, una vez más, que
las réplicas de la historia son impiadosas con las modas
intelectuales que, en su tiempo, lucían como indiscutibles
o inexpugnables. La nefasta tesis que proponían aquellos
autores: pensar que existía un “imperio sin
imperialismo” ha quedado sepultada por los hechos. Que en
paz descanse.
Un
poco de historia
Podría
argumentarse: ¿y a quién le importa la muerte de un desvarío
de dos intelectuales? Respuesta: a mucha gente y,
especialmente, a las fuerzas sociales que luchan por la
construcción de un mundo mejor, por una sociedad
socialista. Para comprender mejor el porqué de esta
respuesta conviene hacer un poco de historia. Precisamente
cuando el neoliberalismo comenzó a sufrir los embates de
una resistencia que a comienzos de nuestro siglo se extendía
por las más diversas latitudes apareció el libro de Hardt
y Negri.
De
inmediato la obra fue saludada por toda la prensa
imperialista mundial como el nuevo “Manifiesto
Comunista” del siglo veintiuno; un manifiesto que, a
diferencia de su predecesor escrito por Marx y Engels un
siglo y medio antes, demostraba su sensatez al fulminar sin
atenuantes a los dinosaurios que aún hablaban del
imperialismo, creían que las transnacionales se apoyaban en
la fortaleza de los estados nacionales y que éstos, lejos
de estar en vías de extinción, se fortalecían en el
capitalismo metropolitano mientras se debilitaban en la
periferia del sistema.
Un curioso
manifiesto comunista en cuyas páginas brillaban por su
ausencia las contradicciones de clases, la dialéctica y la
revolución, y que erigía como modelo de lucha contra el
fantasmagórico imperio ... ¡al bueno de San Francisco de
Asís! (de quien se decía que amansaba a lobos hambrientos
con el sonido de su violín) y relegando al museo de los
arcaísmos revolucionarios a figuras como el Che Guevara,
Fidel, Lenin, Mao, y Ho Chi Mihn, entre tantos otros. Por
varias razones que no viene al caso exponer aquí la
influencia de estos disparates en las primeras reuniones del
Foro Social Mundial de Porto Alegre fue enorme, y quienes
objetábamos las tesis de Hardt y Negri debimos remar a
contracorriente para lograr que se nos escuchara. Muchos de
quienes impidieron un debate a fondo sobre este asunto
terminaron siendo los representantes ideológicos de los
anguiliformes gobiernos de centro–izquierda que, poco
después, se afianzarían en la región.
No era fácil
objetar los planteamientos de un pensador dueño de una
trayectoria marxista tan dilatada como Toni Negri. Imperio,
escrito conjuntamente con el estadounidense Michael Hardt
–un profesor de Teoría Literaria de la Universidad de
Duke– es un libro voluminoso, enrevesado y por momentos críptico
(o confuso, si no se quiere ser tan benévolo) cuya tesis
central: “el imperio no es imperialista” sonó como música
celestial para los imperialistas No causó sorpresa, por lo
tanto, el aluvión de elogios con que el libro fue recibido
por el mundo “bienpensante” y la industria cultural del
imperio: no es cosa de todos los días que dos autores que
se autodenominan “comunistas” planteen una tesis tan
grata y tan coherente con los deseos y los intereses de los
imperialistas de todo el mundo, y muy especialmente con los
de la “Roma americana”, al decir de José Martí, que
aporta los fundamentos materiales, militares e ideológicos
sobre los cuales reposa todo el imperialismo como sistema.
La
interminable sucesión de errores y confusiones que se
desgranaban a lo largo del libro –salpicadas, es verdad,
con alguna que otra observación más o menos razonable–
fue objeto de numerosas críticas. Pensadores marxistas de
las más diversas corrientes cuestionaron y refutaron esa
obra.[1] Por nuestra parte, asumimos como una exigencia de
la militancia anti–imperialista dedicar un tiempo precioso
para escribir un pequeño libro destinado a rebatir las
tesis centrales de Imperio y a tratar de contribuir a
neutralizar la profunda confusión ideológica en que, a
causa de las mismas, habían caído los movimientos de la
alterglobalización.[2] Es que, en línea con el discurso
predominante del neoliberalismo y bajo una retórica de
izquierda el libro de Hardt y Negri contrariaba con una
insoportable mezcla de ignorancia y soberbia toda la
evidencia empírica arrojada por numerosos estudios sobre la
dominación imperialista y sus consecuencias. Aparte de la
disparatada tesis central: un imperio sin relaciones
imperialistas de dominación, saqueo y explotación, también
se afirmaba que el imperio carece de un centro, no tiene un
“cuartel general” ni puesto de comando y tampoco se
afianza sobre base territorial alguna; mucho menos puede
decirse de que cuente con el respaldo de un estado–nación.
Para Hardt y Negri el imperio es una benévola constelación
de múltiples poderes sintetizados en un régimen global de
soberanía, permanentemente jaqueada por una fantasmagórica
“multitud”: una vaporosa o líquida, al decir de Zigmunt
Bauman, agregación altamente inestable y cambiante de
sujetos que, por una incomprensible paradoja, eran simultáneamente
los verdaderos creadores del imperio y podían ser sus
eventuales sepultureros si es que por un milagro lograban
curarse de la esquizofrenia que los condujo a crear algo que
los oprimía y que, a la vez, querían destruir.
Es por todo
lo anterior que pocas imágenes podrían ser más del agrado
del gobierno de Estados Unidos y las clases dominantes de
ese país y sus aliados en todo el mundo que esta
embellecida visión de sus cotidianas tropelías, crímenes,
atropellos y el genocidio que lenta y silenciosamente
practican día tras día por los cuatro rincones de la
tierra, y muy especialmente en el Tercer Mundo. Pocas, también,
podrían haber sido más oportunas en momentos en que
Estados Unidos se había convertido en la potencia
imperialista más agresiva y poderosa de la historia de la
humanidad y en el estado nación imprescindible e
irreemplazable para sostener con su formidable maquinaria
militar, su enorme gravitación económico–financiera y el
fenomenal poderío de su industria cultural (desde Hollywood
hasta sus universidades, pasando por sus tanques de
pensamiento y los medios de comunicación de masas y, last
but not least, su control estratégico de la Internet, no
compartido ni siquiera con la Unión Europea y Japón) toda
la arquitectura del sistema imperialista mundial.
La IV Flota
entra en escena
Ahora bien:
si alguna prueba hacía falta para invalidar
irreparablemente las tesis centrales de Imperio (y
para convencer a los más remisos del carácter
insanablemente erróneo de ese libro) la reactivación
ordenada por el gobierno de Estados Unidos de la IV Flota
aportó la evidencia necesaria para cerrar definitivamente
el caso. Herido de muerte por la invasión y ocupación
estadounidense de Irak, donde fue un estado–nación quien
produjo el zarpazo que, a la vieja usanza imperialista,
arrasaría con ese país para apoderarse de su riqueza
petrolera y favorecer a “sus transnacionales”, Imperio
sucumbió definitivamente ante la nueva iniciativa ordenada
por el Departamento de Defensa en Abril del 2008.[3]
Desactivada
desde 1950, la IV Flota (de Estados Unidos, no de un poder
“global y abstracto” o de las Naciones Unidas, como
Hardt y Negri nos inducirían a creer) fue sacada de su
letargo con el mandato específico de patrullar la región y
monitorear los acontecimientos que se puedan producir en el
vasto espacio conformado por América Latina y el Caribe. No
sólo se trata de controlar el litoral marítimo en el Atlántico
y el Pacífico sino que también –se deslizó con
llamativa imprudencia– podría inclusive navegar por los
caudalosos ríos interiores del continente con el propósito
de perseguir narcotraficantes, atrapar terroristas y
desarrollar acciones humanitarias que hubieran provocado la
envida de la madre Teresa de Calcuta. No hace falta ser
demasiado perspicaz para caer en la cuenta que la penetración
de la IV Flota por el Amazonas y su eventual estacionamiento
en ese río le otorgaría un sólido respaldo militar a la
pretensión norteamericana de convertir a esa región en un
“patrimonio de la humanidad bajo supervisión de las
Naciones Unidas.” Tampoco se requiere de demasiada
imaginación para percatarse de lo que podría significar la
navegación de la IV Flota por los grandes ríos
sudamericanos (en soledad o con el auxilio de fuerzas
locales aliadas al imperialismo) para maniatar y subyugar la
que, en un trabajo reciente, Perry Anderson calificara como
la región más rebelde y resistente al dominio neoliberal
del planeta.
Con esta
iniciativa Estados Unidos, el centro indiscutido del imperio
y el locus donde reside su cuartel general, viene a
completar por los mares y ríos lo que ya había sido
parcialmente obtenido mediante el emplazamiento en nuestra
geografía de una serie de bases y “misiones militares”
y por su predominio aéreo y del espacio exterior,
especialmente en el terreno satelital: el control integral
de lo que los expertos en geopolítica de Estados Unidos
llaman la gran isla americana. Gracias al Plan Colombia (y
en menor medida al Plan Puebla–Panamá) y a las numerosas
bases militares con que cuenta en la región Washington
detenta un decisivo y monopólico control territorial que se
extiende desde México, en el Norte y llega hasta la Triple
Frontera, con la Base Mariscal Estigarribia en Paraguay, e
inclusive hasta la propia Tierra del Fuego, en el extremo
Sur de la Argentina en donde también hay personal militar
norteamericano. [4]
Una nota
producida hace pocos meses por Stella Calloni consigna que
en Tierra del Fuego el gobierno de esa provincia argentina
emitió un decreto cediendo tierras “para la instalación
de una base estadounidense que se supone realizará
‘estudios nucleares con fines pacíficos’ ”. Esta
decisión del gobierno provincial se apoya en una ley
aprobada en 1998 por la Cámara de Diputados de la Nación,
durante la presidencia de Carlos S. Menem, en cuyos anexos
se contempla que ‘podrán realizarse explosiones nucleares
subterráneas con fines pacíficos’. El decreto del
ejecutivo fueguino autoriza la instalación de una base del
Sistema Internacional de Vigilancia para la Prevención y
Prohibición de Ensayos y Explosiones Nucleares ... y
habilita para ‘los integrantes de esta base el libre tránsito
por la provincia, si así lo requieren para sus
estudios’.” Por último anota Calloni que existe el
peligroso antecedente de la “inmunidad total” que el
Paraguay otorgara, en 2005, a las tropas estadounidenses
radicadas en ese país” y que motivara la condena unánime
de los organismos defensores de los derechos humanos en toda
América Latina. [5]
Resumiendo:
en la actualidad el control que Estados Unidos detenta del
espacio aéreo latinoamericano es absoluto e inexpugnable,
habida cuenta de su enorme superioridad tecnológica que,
entre otras cosas, le permitió organizar y ayudar a
ejecutar, paso a paso, la enigmática “operación
rescate” de Ingrid Betancourt y los otros “rehenes de
oro” que tenían en su poder las FARC.[6] A lo anterior
debe sumársele su presencia territorial y, ahora, agregársele
el dominio de los mares, con lo cual el círculo se cierra
sobre América Latina y el Caribe. Círculo que se estrecha
cada vez más para los cuatro gobiernos que en nuestra región
están librando una batalla diaria y sin cuartel contra el
imperialismo: Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador.
Misiones
manifiestas y latentes
Una versión
“candorosa” de la misión de la IV Flota (apta para el
consumo de las buenas almas incapaces de reconocer la
maldad) la brindó hace pocas semanas el Almirante James
Stavridis. En una nota, reproducida en los principales periódicos
de América Latina, este militar sostiene que “el
restablecimiento de la IV Flota” es un reconocimiento a la
“excelente cooperación, amistad y mutuo interés en las
Américas entre nuestra armada y las armadas de toda la región.”
Después de asegurar que “no hay naves permanentemente
asignadas a la IV Flota … y no tendrá ningún buque
portaaviones asignado” destacó que entre las principales
operaciones marítimas que podrían llevarse a cabo con las
armadas de la región se incluyen, (llamativamente en primer
lugar) “la asistencia humanitaria …, el apoyo a las
operaciones de paz, la asistencia en las situaciones de
desastres y las operaciones de auxilio, en las operaciones
antinarcóticos y …en las de cooperación regional y de
entrenamiento inter–operacional.”[7]
Es evidente
que el lenguaje empleado por Stavridis no por casualidad
tiene la suficiente ambigüedad como para ocultar las
verdaderas intenciones que se ocultan detrás de tan
significativa decisión. ¿Es concebible pensar que Estados
Unidos va a reactivar la IV Flota para ofrecer “asistencia
humanitaria” a América Latina y el Caribe? Esto no lo
puede creer nadie, porque para eso no hace falta una flota
naval y además porque semejante arranque de altruismo jamás
ha figurado en la agenda de la política exterior
estadounidense. Esta sigue fiel al viejo dictum de John
Quincy Adams, sexto presidente de Estados Unidos, cuando
dijera que ese país “no tiene amistades permanentes sino
intereses permanentes.”
Esta política,
por lo tanto, poco tiene de novedosa. La Doctrina Monroe,
formulada en 1823 –¡es decir, un año antes de la batalla
de Ayacucho que complementaría la primera etapa de la lucha
por la independencia de nuestros pueblos!– apuntaba en esa
dirección y reafirmaba el “interés permanente” de
Estados Unidos por controlar y dominar América Latina. Tal
como lo señala el historiador Horacio López, a fines del
siglo XIX un oficial de la Armada estadounidense, Alfred
Thayer Mahan, perfeccionaría en el plano de la geopolítica
las recomendaciones que se desprenden de la Doctrina
Monroe.[8] La preocupación de Mahan surgió como respuesta
ante la problemática planteada por la guerra
Hispano–americana que culminó, en el Caribe, con la
incorporación de Cuba y Puerto Rico a su hegemonía (si
bien bajo diferentes condiciones) y la estrategia que
Estados Unidos debía poner en práctica para asegurar su
indisputado predominio en el Caribe, definido a partir de
entonces como el Mare Nostrum estadounidense. Contrariando
las interpretaciones dominantes en su tiempo Mahan sostiene
que la extensión del poder continental de Estados Unidos
pasaba por el control global de los océanos y de las líneas
de comunicaciones marítimas, lo que exigía la conformación
de una poderosa flota militar y mercante. A partir de estas
premisas Mahan, observa López, planteó la necesidad de
construir un canal en Centroamérica para resolver, en caso
de conflictos, el rápido traslado de la flota de guerra
estadounidense de una costa a la otra dado que la travesía
por el estrecho de Magallanes insumía, en esa época, más
de sesenta días de navegación.. Una vez que se construyera
el canal, se suscitaría el problema de su defensa para
evitar que cayera en manos enemigas. López cita al sociólogo
puertorriqueño Ramón Grosfoguel quien afirma que “como
una manera de asegurar la defensa del futuro canal, Mahan
recomendó que antes de construirlo Estados Unidos debía
adquirir Hawai y controlar militarmente las cuatro rutas marítimas
caribeñas al noreste del canal: el Paso de Yucatán (entre
Cuba y México); el Paso de los Vientos (la principal ruta
norteamericana de acceso al canal entre Cuba y Haití); el
Paso de la Mona (entre Puerto Rico y la República
Dominicana) y el Paso de Anegada (cerca de St. Thomas en las
aguas orientales de Puerto Rico). Mahan recomendó a las élites
norteamericanas la construcción de bases navales en estas
zonas como paso previo a la construcción de un canal y como
paso indispensable para transformar a los Estados Unidos en
una superpotencia.” [9]
Si se
examina el itinerario de la política exterior de ese país
se podrá comprobar que las recomendaciones de Mahan no
cayeron en saco roto: Estados Unidos se apoderó de Cuba y
Puerto Rico e, indirectamente, de las pequeñas naciones del
Caribe y Centroamérica; hizo lo propio con el archipiélago
de Hawai en 1898 y al poco tiempo se apropió de las
Filipinas, las Islas Marianas y otras posesiones en el Pacífico
Occidental. Todo este esfuerzo se vio coronado con la
cuidadosamente planeada secesión de la norteña provincia
colombiana de Panamá, en 1903, y la firma de un tratado que
permitiría la construcción del Canal, que sería
inaugurado en 1914.[10] En esa oportunidad las autoridades
“independientes” de Panamá concedieron a Estados Unidos
los derechos a perpetuidad del canal y una amplia zona de 8
kilómetros a cada lado del mismo a cambio de una suma de 10
millones de dólares y una renta anual de 250 000 dólares.
Esta situación sería modificada gracias al Tratado
Torrijos–Carter, firmado en 1977, y que devolvería el
Canal a la soberanía panameña el 31 de Diciembre de 1999.
De esta
somera descripción surge con bastante claridad la
coherencia de la política exterior de la Casa Blanca hacia
América Latina, el rol importantísimo jugado por la Armada
y, en consecuencia, la muy fundada sospecha que la
reactivación de la IV Flota está llamada a jugar un papel
mucho más importante que el anunciado en la propaganda
oficial. En otras palabras, que su misión verdadera poco
tiene que ver con la manifiestamente declarada.
Sabemos por
experiencia los problemas definicionales con que tropieza
quien pretenda descifrar el significado de “seguridad
regional”, “terrorismo” y “narcotráfico” cuando
estas expresiones son propuestas en los discursos o
documentos oficiales del gobierno de Estados Unidos.
Cualquiera que se oponga a los designios imperiales puede
ser fulminado con la calificación de terrorista o
narcotraficante o, más fácil todavía, como “cómplice”
de aquellos. El argumento de la lucha contra el narcotráfico
no sólo es falso; es cómico. Afganistán y Colombia, dos
países en donde la presencia norteamericana es abrumadora
(podría decirse inclusive que, sobre todo en el primer
caso, son países “ocupados” militarmente por
Washington) no por casualidad registran en los últimos años
una vigorosa expansión de los cultivos de amapola y coca y,
además, el tráfico de sustancias prohibidas, algo insólito
que ocurra bajo la celosa mirada de quienes ahora se arrogan
la responsabilidad de combatir al narcotráfico en América
Latina. Un estudio reciente concluye que la invasión y
ocupación de Afganistán desde Octubre del 2001 “no
destruyó la economía de la droga en ese país. Peor aún,
Afganistán ha vuelto a convertirse en el mayor productor
mundial de opio … y el cultivo de la amapola se ha
extendido por todas las provincias del país y su cosecha
aporta el 92 % del opio producido en todo el mundo y
aproximadamente el 90 % de toda la heroína consumida.” Y
en lo tocante al caso colombiano los autores sostienen que
“a pesar de años de campañas de erradicación la
producción y el suministro de drogas ilegales permanecieron
estables en la región.” [11] El Informe de la Organización
de las Naciones Unidas contra la Droga y el Crimen (UNODC)
de 2008 revela que en 2007 la cosecha de amapola en Afganistán
fue la mayor desde que se llevan registros estadísticos y
que la producción de opio se duplicó entre 2005 y 2007.
También se señala que en ese país también se verifica
una impetuosa expansión del cultivo de marihuana.[12] Y en
Colombia se estima que en el último año la superficie
sembrada con coca se incrementó en un 27 por ciento, pese a
las campañas de fumigación, la presencia de tropas
norteamericanas y las políticas de “combate” al narcotráfico
diseñadas por el gobierno colombiano mancomunadamente con
la Casa Blanca. Ante la contundencia de estos hechos, ¿quién
podría ser tan ingenuo como para creer que la IV Flota
levaría anclas para perseguir narcotraficantes cuando bajo
la protección de las tropas norteamericanas el cultivo y el
tráfico de estupefacientes floreció en Afganistán y
Colombia? Lo que la experiencia sugiere es que casi con
seguridad una de sus principales misiones será organizar el
tráfico de drogas de modo tal que lo recaudado termine
canalizándose hacia la banca norteamericana encargada de
lavar el dinero mal habido.
El pretexto
de la lucha antiterrorista contra el radicalismo islámico
es tan poco persuasivo como el anterior: salvo los atentados
a la Embajada de Israel y a la AMIA, ocurrida en Buenos
Aires a comienzos de los años noventa (y cuya génesis,
responsables y ejecutores aún se encuentran en las sombras
por la pasmosa ineficacia, o corrupta complicidad, de
algunos funcionarios del estado argentino en sus diferentes
ramas) no existe en la región actividad alguna comprobada
de células vinculadas a Al Qaeda u otra organización
similar. La lucha contra el terrorismo internacional debería
librarse en Washington, pues allí se encuentran sus
principales responsables: la escandalosa protección oficial
brindada al terrorista probado y confeso Luis Posada
Carriles y la no menos escandalosa detención, en
condiciones inhumanas que no se le aplican ni al más
desalmado criminal, de los cinco jóvenes cubanos que se
infiltraron en las organizaciones terroristas basadas en
Miami le quitan por completo la más mínima pretensión de
verosimilitud al proclamado objetivo de la Casa Blanca de
combatir al terrorismo.[13] En cuanto a las intenciones
humanitarias de la IV Flota no dejan de ser un simple
pretexto para encubrir sus verdaderas e inconfesables
intenciones: posicionarse en la región para estar prestas a
intervenir ni bien lo exijan los imperativos de la
coyuntura.[14]
Contrariando
las piadosas declaraciones de Stavridis un comunicado
oficial del Departamento de Defensa de Estados Unidos
manifestó que IV Flota contará con toda clase de navíos,
submarinos y aviones, y que su apostadero (Mayport, en el
estado de Florida) es una base naval que cuenta con un vasto
arsenal nuclear. Según ese comunicado el objetivo
perseguido por la reactivación de la IV Flota fue
“responder al creciente papel de las fuerzas de mar en el
área de operaciones del Comando Sur (de Estados Unidos) y
demostrar el compromiso de Washington con sus socios
regionales”.[15] No es necesario extremar demasiado la
imaginación para saber quienes califican como “socios
regionales” y quienes, como Cuba, Venezuela, Ecuador y
Bolivia, son considerados como los “enemigos globales”
que desestabilizan la región y atentan contra la
“seguridad marítima” de la región. La declaración
oficial del Pentágono no podría haber sido más vaga: esta
fuerza tendría a su cargo varias misiones, en un rango que
va desde “operaciones contingentes, la lucha contra el
“narco–terrorismo” hasta ciertas actividades
relacionadas con la seguridad en el teatro de operaciones.
Como puede observarse, la IV Flota tiene un mandato para
hacer prácticamente cualquier cosa, y no es casual que su
reactivación haya coincidido con el bombardeo por parte de
la Fuerza Aérea de Colombia de un campamento de las FARC
precariamente instalado en territorio ecuatoriano y a pocos
kilómetros de la frontera, operación ésta que, al igual
que la “liberación” de los quince rehenes en poder de
la FARC, no hubiera sido posible sin el apoyo informático y
satelital de Estados Unidos. Tampoco es casual que tenga
lugar cuando los esfuerzos por desestabilizar a los
gobiernos de Venezuela, Ecuador y Bolivia pusieron en
evidencia sus limitaciones y los gobernantes de esos países
lograron, al menos hasta ahora superar, todos los obstáculos
y acechanzas interpuestas por la Casa Blanca y sus
lugartenientes en la región. La aplastante victoria de Evo
Morales en el reciente referendo revocatorio del 10 de
Agosto debe haber sumido en la desesperación a muchos en
Washington y en la Media Luna de Bolivia.
Para
resumir: lo cierto es que el Pentágono contempla dotar a la
IV Flota con un equipamiento similar al que cuentan la
Quinta Flota, que opera en el Golfo Pérsico, y la Sexta,
estacionada en el Mediterráneo. Declaraciones posteriores
del Pentágono admitieron que al menos un portaaviones y
varios submarinos formarán parte de la flota encargada de
patrullar en aguas latinoamericanas. En ese mismo cable
originado en Washington –y publicado por La Nación bajo
la firma de su corresponsal en esa ciudad Hugo Alconada
Mon– se dice que “dentro de la órbita del Comando Sur
operan hoy 11 barcos, un número que podría aumentar en el
futuro. Qué tipo de naves se desplegarán "es cuestión
del momento, de las misiones específicas" … (p)ero
los primeros indicios apuntan al flamante portaaviones
George H. W. Bush, que estará operativo desde fines de este
año, como posible corazón de la IV Flota.” [16]
Según el
mismo enviado a Washington, “el almirante Gary Roughead,
gestor intelectual del renacimiento de la unidad” tiene
como meta “asegurar la seguridad en este mundo
globalizado”. Interrogado sobre el significado de esa
expresión Roughead se limitó a decir que la IV Flota podrá
estar “lista en todo momento para todo desafío. Por eso
somos una Armada global”. Si se recuerda la extraordinaria
amplitud que la nueva doctrina estratégica norteamericana
anunciada en Septiembre de 2002 –la guerra infinita y
global contra el “terrorismo” y el hecho de que la
paranoia oficial reinante en Washington considere como
“terrorista” a todo aquel que resiste las agresiones del
imperialismo– pocas dudas caben acerca del papel real que
habrá de desempeñar la IV Flota: ser un elemento de
chantaje y disuasión para los gobiernos de la región que
se opongan a los imperialistas y un significativo apoyo
“extramuros” para sus aliados entre las clases
dominantes locales. [17]
El
documento del Comando Sur de Estados Unidos denominado US
Southern Command Strategy: 2016 Partnership for the Americas
es calificado por el especialista en relaciones
internacionales Juan Gabriel Tokatlian como “el plan más
ambicioso que haya concebido en años una agencia oficial
estadounidense respecto a la región.” [18] Según este
documento en la nueva conformación de la política
estadounidense hacia nuestra región no desempeñan papel
alguno ni los tradicionales instrumentos de predominio
militar, como la Junta Interamericana de Defensa o el ya
difunto Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca,
pasado a mejor vida luego de la Guerra de Las Malvinas en
1982; ni tampoco organismos multilaterales como la OEA o las
Naciones Unidas. Señala asimismo que “las instancias políticas
internas (los Departamentos de Estado, Justicia y Tesoro) de
interacción con el hemisferio se han evaporado en el
documento. El Comando Sur anuncia su papel y proyección en
el área para los siguientes diez años como lo haría un
procónsul continental.” Y esto pese a que en la región
“ni existen tiranos con armas de destrucción masiva, ni
hay formas de terrorismo transnacional de alcance global.”
[19] La militarización de la política internacional es una
de las consecuencias de la nueva doctrina estratégica
anunciada al mundo en Septiembre de 2002 y ratificada ahora
por el Pentágono a través de su instrumento regional: el
Comando Sur. Nótese que el reverso de esta concepción que
militariza la escena internacional es la criminalización de
la protesta social en el plano doméstico, hacia lo que
apunta la ya referida legislación antiterrorista aprobada,
bajo la fuerte presión estadounidense, en casi todos los países
del área. Y para combatir en ambos terrenos, el
internacional y el nacional, el imperio apela a la eficacia
disuasiva de las armas. Ese y no otro es el papel real que
la IV Flota está llamada a cumplir en América Latina y el
Caribe.[20]
Un debate
terminado, una confusión menos
Como decíamos
al principio, la puesta en funcionamiento de la IV Flota
liquidó el debate en torno a la naturaleza del imperio. Tal
como lo plantea el marxismo, las controversias teóricas y
políticas no se resuelven con ingeniosos juegos de lenguaje
o encendidas pirotecnias verbales sino en la vida práctica
de pueblos y naciones. Y el debate sobre el libro de Hardt y
Negri ya se acabó: el primer golpe mortal lo había
propinado la Guerra de Irak, que desde el principio demostró
claramente ser una clásica guerra imperialista de anexión
lanzada para apropiarse del petróleo iraquí. Y el tiro de
gracia lo acaba de descerrajar la decisión de reactivar la
IV Flota. Para estudiar seriamente el imperialismo Hardt y
Negri deberían haberse inspirado en la actitud de V. I.
Lenin –un autor por quien no ocultan su menosprecio–
cuando se propuso investigar la naturaleza del imperialismo
a comienzos del siglo veinte: leer toda la literatura
relevante producida por los intelectuales de la burguesía
imperialista. En lugar de ello Hardt y Negri se regodearon
transitando por los inconsecuentes meandros de la filosofía
posmoderna francesa mientras el imperio verdadero –no el
que ellos alucinaban– desfilaba ante sus dilatadas pupilas
sin tener la menor conciencia de ello. Su desconocimiento de
la densa literatura imperialista producida por la derecha
norteamericana desde Reagan hasta nuestros días es
imperdonable. Si hubieran tenido la curiosidad propia del
espíritu científico y se hubiesen asomado a leer algo,
aunque sea lo que escribía uno de los voceros más
caracterizados del pensamiento imperialista norteamericano y
principal columnista de asuntos internacionales del New York
Times, Thomas Friedman, se habrían proporcionado un baño
de sobriedad y probablemente dado cuenta de que algo no
funcionaba demasiado bien en su teoría. [21] Poco antes de
la aparición de Imperio Friedman escribió una nota
en la que decía, sin tapujo alguno, que “la mano
invisible del mercado global nunca opera sin el puño
invisible. Y el puño invisible que mantiene al mundo seguro
para el florecimiento de las tecnologías del Silicon Valley
se llama Ejército de Estados Unidos, Armada de Estados
Unidos, Fuerza Aérea de Estados Unidos y Cuerpo de Marines
de Estados Unidos (con la ayuda, incidentalmente, de
instituciones globales como las Naciones Unidas y el Fondo
Monetario Internacional. … Por eso cuando un ejecutivo
dice cosas tales como ‘No somos una compañía
estadounidense. Somos IBM–US, o IBM–Canadá, o
IBM–Australia, o IBM–China” les digo: ¿ Ah sí ?
Bueno, entonces la próxima vez que tengan un problema en
China llamen a Li Peng para que le ayude. Y la próxima vez
que el Congreso liquide una base militar en Asia –y usted
dice que no le afecta porque no le preocupa lo que hace
Washington– llame a la Armada de Microsoft para que le
asegure las rutas marítimas de Asia. Y la próxima vez que
un novato congresista republicano quiera cerrar más
embajadas estadounidenses llame a America–On–Line cuando
pierda su pasaporte.”[22]
Este es el
“imperio realmente existente”, el “sheriff
solitario” del que habla Huntington, con la omnipresencia
de los estados metropolitanos, y sobre todo del estado
fundamental para la preservación de la estructura
imperialista mundial: Estados Unidos; con la proliferación
de grandes empresas “nacionales” con proyección global
respaldadas por sus estados (los mismos que en su cándida
ensoñación Hardt y Negri creían desaparecidos) y con el
decisivo componente militar que caracteriza a esta época
–donde los pueblos supuestamente estarían cosechando los
dividendos de la “paz mundial”, una vez implosionada la
antigua URSS, causante del equilibrio del terror atómico de
los años de la Guerra Fría– en la cual, paradojalmente,
florece la doctrina de la “guerra infinita”,
interminable y contra todos proclamada por George W. Bush.
Si algo
bueno puede surgir de la desafortunada noticia de la
activación de la IV Flota es que la misma nos permite dejar
atrás la alucinada visión sintetizada en Imperio y
que tanto retrasó la toma de conciencia de las fuerzas de
la izquierda, sus partidos y movimientos sociales acerca de
la verdadera naturaleza del enemigo imperialista. Como el niño
del cuento aquel que gritó que “¡el rey está
desnudo!”, la reciente decisión de Washington tiene un
valioso efecto pedagógico: despeja del crucial terreno de
las ideas las erróneas interpretaciones del imperialismo
contemporáneo, como la de Hardt y Negri, lo cual es el
imprescindible primer paso para trazar un panorama más
claro y realista tanto de los desafíos que el imperialismo
presenta a nuestros pueblos como para construir las
estrategias, tácticas e instrumentos políticos e ideológicos
más apropiados para combatirlo exitosamente.
(*) Atilio A.
Boron es Director del PLED, el Programa Latinoamericano de
Educación a Distancia en Ciencias Sociales del Centro
Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, de Buenos Aires.
Profesor Titular de Teoría Política en la Universidad de
Buenos Aires e Investigador Superior del CONICET.
Notas:
[1]
Consultar entre muchos otros: Alex Callinicos, “Toni Negri
en perspectiva”
(http://revoltaglobal.cat/IMG/pdf/form_CallinicosToniNegrienperspe.pdf);
Néstor Kohan, “El “Imperio” de Hardt &
Negri y el Regreso del Marxismo Eurocéntrico”
(http://www.cuestiones.ws/semanal/030503/sem–may03–03–kohan.htm)
Slavoj
Zizek, ¿Han re–escrito Michael Hardt y Antonio Negri el
Manifiesto Comunista para el siglo XXI? (2001)
http://es.geocities.com/zizekencastellano/arthardtnegri.htm
François
Houtart, Tarik Ali, Peter Gowan y Rafael Hernández, “¿Qué
imperialismo?”, en Temas (La Habana: 2003), Nº 33–34,
Abril–Septiembre; Leo Panitch y Sam Gindin, “Capitalismo
global e imperio norteamericano” parte I y II, en
Socialist Register en Español (Buenos Aires: CLACSO, 2004 y
2005); John Bellamy Foster, “Imperialism and ‘Empire’
”, en Monthly Review, Vol. 53, Nº 7, Diciembre de 2001.
[2] Ver
nuestro Imperio & Imperialismo. Una lectura crítica
de Michael Hardt y Antonio Negri (Quinta Edición, Premio
Extraordinario de Ensayo 2004 de Casa de las Américas)
[Buenos Aires: CLACSO, 2004].
[3] En el
Prólogo a la Quinta Edición de nuestro Imperio &
Imperialismo decíamos que “la guerra de Irak,
declarada en solitario por los Estados Unidos, ha tenido
sobre el análisis propuesto en aquella publicación el
mismo efecto que sobre la autoestima norteamericana tuviera
la caída de las Torres Gemelas de Nueva York.” (Cf.
op, cit, p. 6)
[4] Sobre
el tema de las bases militares estadounidenses en América
Latina consultar los diversos trabajos de Ana Esther Ceceña
y, especialmente, “Subjetivando el objeto de estudio, o de
la subversión epistemológica como emancipación”, en Ana
E. Ceceña, compiladora, Los desafíos de las emancipaciones
en un contexto militarizado (Buenos Aires: CLACSO, 2006),
pp. 13–43. También de la misma autora Álvaro Uribe y la
base de Manta
http://www.prensamercosur.com.ar/apm/nota_completa.php?idnota=3833
y, por último, su muy instructivo sitio web:
www.geopolitica.ws
[5] Stella
Calloni, “Alertan sobre una base estadounidense para
estudios nucleares en Tierra del Fuego”, en La Jornada (México),
14 de Octubre de 2007.
[6]
Aclaremos, para que no haya la menor duda, que condenamos
sin atenuantes la utilización de los secuestros como un
arma de lucha política y que por eso mismo celebramos la
puesta en libertad de los rehenes en manos de las FARC. De
todos modos subsisten demasiadas incógnitas acerca de la
naturaleza de ese “rescate” que, seguramente, con el
paso del tiempo podrán ser despejadas deparando no pocas
sorpresas.
[7] Cf.
“La importancia de trabajar juntos”, en La Nación
(Buenos Aires) 10 de Junio de 2008.
[8] Horacio
López, Secesionismo, anexionismo, independentismo en
Nuestra América (Caracas: El perro y la rana, 2008), p. 23.
El libro fundamental en el cual Mahan expone su doctrina es
The Influence of Sea Power upon History, 1660–1783 (1890,
no por casualidad re–editado en los años de Ronald
Reagan: 1987).
[9] Ramón
Grosfoguel. “Los límites del nacionalismo: lógicas
globales y colonialismo norteamericano en Puerto Rico”, en
Jorge Enrique González, Editor. Nación y nacionalismo en
América Latina (Buenos Aires: CLACSO, 2007)
[10] Demás
está subrayar que esta estrategia, la de la secesión, en
fechas recientes ha sido desempolvada por el Departamento de
Estado para contener la marea izquierdista que crece en el
continente. No es casual que intentos separatistas,
abiertamente alentados por Washington, hayan aparecido en
Zulia, Venezuela; en el litoral ecuatoriano, resucitando una
ancestral pero largamente olvidada demanda en pro de la
fundación de la República del Guayas, con sede en
Guayaquil; y en la Media Luna boliviana, en donde la
estrategia de la secesión está a la orden del día,
potenciada sin duda por la apabullante victoria de Evo en el
referendo revocatorio del pasado 10 de Agosto que parece
haber convencido a la reacción racista y fascista de
Bolivia que la “solución” a la crisis contempla sólo
dos posibilidades: o golpe de estado o secesión. El primer
ensayo exitoso de esta estrategia imperialista de secesión
tuvo lugar en Texas, en 1845, por entonces perteneciente a México
y que luego terminaría siendo anexada al territorio de
Estados Unidos. Desde entonces tiene un lugar privilegiado
en el manual de operaciones del Departamento de Estado.
[11] Según
la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Crimen
(UNODC en sus sigla en inglés), en el año 2006 el cultivo
de amapola creció un 59 por ciento mientras que la del opio
lo hizo en un 49 por ciento. En un reciente articulo Peter
van Ham y Jorrit Kamminga [“Poppies for Peace: Reforming
Afghanistan’s Opium Industry”, en Washington Quarterly,
Invierno 2006–2007, pp. 69–81] examinan a fondo la
situación de la economía de la droga en Afganistán y su
posible reconversión. Nada de esto ha ocurrido, sin
embargo, bajo la ocupación norteamericana.
[12] UNODC,
Informe Anual 2008, p. 1.
http://www.unodc.org/documents/wdr/WDR_2008/Executive%20Summary.pdf
[13] Sobre
el caso Posada Carriles y la cuestión de “los 5”
consultar nuestro “El terrorismo como política de
estado”, en Página/12 y Rebelión del día 11 de
Diciembre de 2007.
[14] Pese a
esto, a mediados de Junio de 2007 la Cámara de Diputados de
la Argentina transformó en ley un proyecto del Poder
Ejecutivo que reprime el accionar del terrorismo y también
su financiamiento. La ley responde tanto a un reclamo de
Estados Unidos. como a una presión del Grupo de Acción
Financiera Internacional amenazaba con hacer un
pronunciamiento público declarando a la Argentina país no
seguro. Ese mismo chantaje fue ejercido sobre casi todos los
países de la región que, salvo algunas pocas excepciones,
aprobaron en tiempo record la legislación solicitada por el
imperio. Tan vaga es la caracterización que hace la ley que
en varios países de la región han surgido fuertes
protestas por su aplicación para perseguir luchadores
sociales o movimientos que se oponen a las políticas
neoliberales. Cf. “Aprueban una ley antiterrorista que era
reclamada por Estados Unidos”, en Clarín (Buenos Aires),
14 de Junio de 2007. Véase también la nota de Fernanda
Balatti, “El terrorismo según Argentina”, en Le Monde
Diplomatique (Buenos Aires), año IX, Número 108, Junio
2008, p. 6.
[15]
http://www.defenselink.mil/releases/release.aspx?releaseid=11862
[16] Cf.
Hugo Alconada Mon, “Estados Unidos con más presencia en
la región”, en La Nación (Buenos Aires), 28 de Abril del
2008.
[17] Hugo
Alconada Mon, “Estados Unidos pone en marcha la IV
Flota”, en La Nación (Buenos Aires), 13 de Julio de 2008.
[18] “El
militarismo estadounidense en América del Sur”, en Le
Monde Diplomatique (Buenos Aires), Año IX, Número 108,
Junio 2008, p. 5. Este artículo forma parte de un excelente
dossier dedicado al tema y que incluye los siguientes
trabajos: Fernanda Balatti, “El terrorismo según
Argentina”; “¿Adiós a la base de Manta en Ecuador”,
por Adriana Rossi; “La construcción de la soberanía
regional”, por Daniel Pignotti; y “Apropiación de
recursos naturales”, por Serena Corsi.
[19] Ibid.,
p. 5.
[20] Sobre
la criminalización de la protesta social existe una amplísima
literatura especializada. En conexión con el tema de
nuestro trabajo remitimos a la lectura del texto de Fernanda
Balatti mencionado más arriba.
[21] No sólo
no leyeron a Friedman. En realidad, no leyeron a ninguno de
los numerosos intelectuales orgánicos del imperialismo como
Robert Kagan, Charles Krauthammer, Michael Ignatieff, Samuel
Huntington, William Kristol, Norman Podhoretz y tantos
otros, muchos de ellos nucleados en torno al proyecto del
Nuevo Siglo Americano y del cual la Administración Bush Jr.
habría de reclutar numerosos funcionarios para ocupar
cargos clave en la estructura gubernamental como Richard
Cheney, Paul Wolfowitz, Elliot Abrams, John R. Bolton,
Donald Rumsfeld y muchos más.
[22]
Thomas L. Friedman, “Foreign Affairs;
Techno–Nothings”, en New York Times, 18 de Abril de
1998.
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