Capitalismo
senil y decadencia militarista del Imperio
Por
Jorge Beinstein (Economista, director de la publicación
"Enfoques
Alternativos",
docente de la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo)
Nos
encontramos en medio de una formidable mutación global, su centro
es la decadencia de los Estados Unidos. La guerra parece ser su única
estrategia, aunque en realidad constituye el rostro visible de una
embrollada arquitectura, que integra restos de viejas glorias y
fracasos con nuevos delirios imperiales.
La
fuga militarista hacia adelante del gobierno de Bush lo va
conduciendo hacia un callejón sin salida. Si persiste con la
escalada bélica, es muy probable que su aislamiento internacional
se acentúe al extremo y que la crisis económica internacional se
profundice. Si desiste de ella, el retroceso se convertirá en
derrota, sucedida por grandes turbulencias internas. La comparación
con Hitler es inmediata.
El
Tercer Reich multiplicaba los frentes de guerra precipitándose en
una extensión excesiva (suicida) de sus fuerzas y en consecuencia
en un desastre seguro. Pero no podía dejar de hacerlo porque había
perdido el control de su dinámica militar, resultado del cáncer
social que lo devoraba. Es probable que tampoco pueda hacerlo ahora
el Cuarto Reich.
Causas
de la guerra
La
guerra no solucionará la crisis del Imperio, sino todo lo
contrario. Es por ello que se han multiplicado las consideraciones
acerca de este aparente despropósito. Abundan las referencias a la
presión del lobby petrolero, a la necesidad de tapar la corrupción
política y empresaria (efecto Enron), de anestesiar a su opinión pública
afectada por el derrumbe bursátil. También proliferan las
denuncias sobre la búsqueda de legitimación militar (campaña
antiterrorista) del ascenso autoritario local (creación del
superministerio de seguridad interior, aumento del control sobre los
medios de comunicación) (1).
Es
necesario ir más allá de la coyuntura para entender lo que está
ocurriendo.
El
aparato militar
El
primer tema es el del complejo militar-industrial producto de la
segunda guerra mundial y de la guerra fría, que se fue convirtiendo
en un factor esencial de la reproducción del capitalismo
norteamericano. Los gastos bélicos aliviaron sus crisis y
constituyeron el centro de sus revoluciones tecnológicas. En torno
a dicho sistema creció una intrincada trama de estructuras científicas,
industriales, burocráticas, políticas, financieras.
La
exageración de la amenaza soviética constituyó su legitimación
esencial durante casi medio siglo. Al derrumbarse la URSS numerosos
analistas políticos pronosticaron la extinción gradual del
complejo, su reconversión hacia la producción civil. Pero ello era
imposible, la economía norteamericana acosada por una aguda crisis
de sobreproducción no estaba en condiciones de soportar la
desaparición de esa muleta esencial. Habría significado atacar
intereses que ocupaban posiciones decisivas en el sistema de poder,
con suficiente peso propio como para bloquear cualquier tentativa en
su contra. Por consiguiente la expansión continuó después del fin
de la guerra fría. La rigidez estructural de la esfera militar, una
de las causas del fracaso soviético, también opera como
catalizador de la decadencia en el caso norteamericano. Constituye
por otra parte el aliado natural tanto del autoritarismo interno
como de los grupos de rapiña internacional que necesitan a menudo
de la coacción armada para controlar negocios (por ejemplo, el
grupo petrolero).
La
crisis económica y su rostro financiero
Un
segundo aspecto importante es el de la declinación de la economía
norteamericana. La misma fue amortiguada a lo largo de los 90
gracias a la hipertrofia financiera que absorbía e incrementaba
fondos bloqueados en el área productiva. Ese auge motorizó el
consumo (la especulación bursátil involucra actualmente a mas del
50 % de la población) impulsando altas tasas de crecimiento del
Producto Bruto Interno e incluso permitiendo (al final del gobierno
de Clinton) eliminar el déficit fiscal. La euforia especulativa
redujo a cero los ahorros personales e infló las deudas familiares,
empresarias y estatales.
Eso
no podía durar mucho. Hacia el 2000 la burbuja comenzó a
desinflarse, se sucedieron los escándalos financieros y finalmente
se desplomó la bolsa. En 2001 empezó la recesión que se ha
instalado para durar mucho tiempo. Los déficits fiscal y del
comercio exterior han llegado a cifras altísimas, el norteamericano
medio estafado por la manipulación bursátil sufre ahora un efecto
pobreza que enfría el consumo ahogando al mercado interno y
achicando los beneficios empresarios. En consecuencia la salida
imperialista se pone a la orden del día. Saquear recursos naturales
y mercados en la periferia, desplazar a los rivales europeos y asiáticos
aparecen como opciones lógicas para los grandes grupos económicos.
El
petróleo ocupa un lugar destacado en esta historia aunque sería
demasiado simplista atribuirle todo el mérito. Es cierto que el
control de los yacimientos del Medio Oriente y de la Cuenca del Mar
Caspio, permitiría dominar el grueso de los recursos de petróleo y
gas del mundo. Pero Corea del Norte carece de petróleo, agredirla
significa desestabilizar el Extremo Oriente e impedir que China y
sus potenciales socios, en primer lugar Japón, constituyan un
espacio independiente de los Estados Unidos. En ambos casos y también
en el de América Latina aparece la necesidad de controlar mercados
y recursos desplazando a los rivales europeos y asiáticos.
De
todos modos la guerra impone a los Estados Unidos efectos económicos
negativos que no podrán ser compensados con algunas victorias bélicas.
Los nuevos gastos militares incrementarán el déficit fiscal y del
comercio exterior, lo que a su vez hará caer el dólar. El peligro
de una huida universal con respecto del dólar crece día a día
(2), sus consecuencias serían catastróficas. Haría subir las
tasas de interés en esa moneda dando un fuerte mazazo recesivo al
Imperio y deprimiendo así el comercio global (Estados Unidos
absorbe actualmente cerca del 20 % de las exportaciones mundiales).
La
locura del Poder
El
tercer tema es el de la creciente irracionalidad belicista del
sistema de poder en los Estados Unidos. El fenómeno puede ser
comprendido insertándolo en el proceso más amplio de
financierización de la economía norteamericana, que dio un salto
decisivo en los 90 produciendo cambios sustanciales en todos los ámbitos
de la vida social. Impregnando, subordinando, a todos los negocios,
incluidas las empresas productoras de armas. Y se expresó en el
predominio del inmediatismo especulativo, la eliminación de casi
todas las reglas de juego, el distanciamiento cultural entre las
elites superiores y la esfera productiva. La corriente arrastró al
estado y sus dirigentes políticos. El Poder quedó prisionero del
gigantismo que le otorgaba la súper concentración financiera,
favorecido por el derrumbe de la URSS que mostró a los Estados
Unidos como la única superpotencia planetaria. Además el colapso
soviético dejó al aparato militar-industrial sin legitimación
externa. En ese nuevo contexto el Imperio utilizó excusas
circunstanciales para seguir avanzando, como la primera Guerra del
Golfo y la de Yugoslavia. Pero se trataba de enemigos
insignificantes. La tensión entre la pequeña realidad y la búsqueda
enfermiza de adversarios de gran talla fue generando negadelirios
que empezaron a tomar cuerpo alrededor del 11 de septiembre de 2001.
No
debe pensarse que la guerra infinita contra el terrorismo fue un
puro invento del lobby militar y su compadre petrolero, sino la
resultante de necesidades profundas de la cúpula del capitalismo
norteamericano, desbordante de autoritarismo y voluntad de rapiña,
más allá de las conspiraciones mafiosas propias de ese sistema de
poder. Frente a ello se acentuó el proceso de desintegración y
degradación la base social que empezó a ser vista por los de
arriba como una suerte de otro mundo, inferior, muy lejano. El número
de presos (dos millones hoy) creciendo exponencialmente, más de
treinta millones de consumidores de drogas, el aumento de la
pobreza, de la precariedad laboral (y ahora la desocupación
abierta) y la fuerte concentración de ingresos; componen el
panorama popular de Estados Unidos.
Dicha
realidad facilitó la hegemonía en el sistema de poder de una
subcultura muy abstracta y agresiva, muy (demasiado) por encima del
mundo. La posesión de instrumentos militares sobredimensionados
remachó la trampa psicológica.
De
Hitler a Bush
Es
necesario volver nuevamente a la Alemania de los años 30 y su
nazismo victorioso, descripto por Hermann Raushning como un
nihilismo avasallador centrado en un Poder autista (3), sin
contrapesos reguladores. Donde el éxito efímero del superaparato
totalitario (policial, burocrático, tecnológico, militar,
industrial, propagandístico) generó en la elite dominante la
sensación de su omnipotencia. Pero esa subcultura aparatista-autoritaria,
como señalaba Raushning antes del inicio de la guerra, producida y
expandida por la maquina del poder es tan vacía, artificial e inauténtica
que el gigantesco aparato que la sustenta podría derrumbarse de una
día para otro sin dejar la menor traza (4).
Pero
no exageremos con los paralelismos. Existe una especificidad
determinante en el caso norteamericano actual. El aparatismo de tipo
industrial y europeo de Hitler, prisionero de la cultura del
maquinismo, se diferencia del aparatismo con base financiera de Bush,
mucho más efímero, virtual, verdaderamente planetario, veloz.
Otorgándole una mayor flexibilidad pero también una elevada
volatilidad. Si la sobre-extensión estratégica hitleriana condujo
a su aplastamiento por una potencia periférica (la URSS), es
probable que la guerra infinita de la hiperpotencia norteamericana
termine con la hiperimplosión del Imperio. Hecho aparentemente
inverosímil si lo sometemos a una evaluación conservadora, pero
probable si lo vemos desde la lógica del proceso en curso.
Sin
reemplazo a la vista
Ello
lleva al tema de las potencias hegemónicas de reemplazo que podrían
emerger en el futuro. Dos fantasías circulan actualmente. Una es la
de la irrupción de un eje Alemania-Francia-Rusia como alternativa a
la declinación de Estados Unidos. Pero la evaluación de esas tres
componentes, nos conduce a apreciaciones pesimistas. Alemania ha
tenido un crecimiento casi igual a cero en 2002 y su recesión se
está agravando en 2003, ya supera los 4.800.000 desocupados, las
inversiones caen. La situación de Francia y del conjunto de la Unión
Europea no es mucho mejor.
La
otra fantasía es la del ascenso asiático, pero poco puede
esperarse de Japón, con más de una década de estancamiento y
ahora entrando en depresión. En cuanto a China, en el mejor de los
casos podrá sustraerse de la recesión mundial, volcándose hacia
adentro, aunque corre el riesgo de sufrir la crisis de sus sistemas
financiero e industrial (este último muy dependiente del mercado
externo) (5).
Ello
es así porque la globalización financiera triunfó en los años
90, nadie escapa hoy de las turbulencias del capitalismo
mundializado cuya declinación opera a través de una infinita red
de vasos comunicantes de negocios y relaciones políticas.
En
consecuencia no aparecen (y casi seguramente no aparecerán)
reemplazantes hegemónicos a la vista. Esto confirmaría un
escenario futuro de bifurcación caótica (Wallerstein). Su duración
podría ser relativamente larga y uno de sus desarrollos posibles
sería el de la mutación civilizacional. En ese proceso, durante
una primera etapa, podrían subsistir formas de militarismo imperial
mucho más degradadas que la actual.
Dicha
mutación, basada en la decadencia del mundo burgués, podría
derivar en un tránsito, probablemente doloroso, hacia una nueva era
de renacimiento humanista, sin hegemonías importantes, con
emergencias significativas de nuevas formas de convivencia social
basadas en la igualdad, la solidaridad, la recuperación de dinámicas
productivas autónomas, todo ello, superando, situándose más allá
de la dinámica parasitaria (irreversible) del capitalismo. Hechos
como el de la movilización planetaria simultánea de millones de
personas el 15 de febrero de 2003 contra la guerra imperial nos
estarían indicando que algo nuevo, esperanzador, está naciendo.
A
nivel mundial aparece una realidad escandalosa despreciada por la
literatura neoliberal: el antagonismo entre la presencia de fuerzas
productivas globales (en un sentido amplio del término) saqueadas,
comprimidas, y la persistencia de un capitalismo crecientemente
improductivo, senil. Considero de enorme utilidad el empleo del
concepto de capitalismo senil (6) porque hace referencia inmediata a
las historia de las decadencia de imperios y civilizaciones, de los
grandes ciclos, más allá de la especificidad capitalista. Donde la
declinación ha sido siempre motorizada por metástasis parasitarias
irresistibles (7) como lo podría ser ahora la hipertrofia
financiera-mafiosa.
De
esa confrontación entre fuerzas productivas desbordantes y
relaciones de producción puede emerger la degradación infinita o
formas superiores de organización social. El socialismo se
encuentra entonces a la orden del día, especialmente en la
periferia, donde el desastre es abiertamente insoportable, muy
especialmente en América Latina, donde la marea popular asciende,
se extiende, tropieza, pero vuelve rápidamente al combate, se va
radicalizando. La re-instalación del horizonte socialista
constituye una apuesta contra la barbarie, un esfuerzo de
creatividad revolucionaria y de superación del fracaso soviético,
primer ensayo, plagado de torpezas e híbridos, nacido de una gran
crisis capitalista. Pero la crisis presente es infinitamente mayor,
en consecuencia podemos pretender un socialismo mucho más alejado
de los mitos de la civilización burguesa, menos autoritario, más
libertario, menos aparatista, más basista y descentralizado, menos
homogeneizador, más respetuoso de la pluralidad.
Notas:
(1)
Carolyn Baker, Ten reasons why Bush must have his war, Online
Journal, February 27 2003, www.onlinejournal.com)
(2)
Michel Aglietta: «Le danger le plus grave est une crise du dollar»
(www.lexpansion.com, 07-03-2003)
(3)
Hermann Raushning, La révolution du nihilisme, Gallimard, París,
1980.
(4)
Ibid.
(5)
François Godement, Des désequilibres majeurs se creusent en Chine,
(www.lexpansion.com, 08-03-2003).
(6)
Jorge Beinstein, "Capitalismo senil". Ediciones Record,
Rio de Janeiro, 2001.
(7)
Salvo por supuesta en los casos de intervenciones exógenas
depredadoras, por ejemplo la conquista europea del continente
americano en el siglo XVI.
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